HISTORIA
Los sobrevivientes de Auschwitz que hicieron vida en Colombia
SEMANA rinde homenaje a los sobrevivientes del campo de concentración Auschwitz-Birkenau que reconstruyeron su vida en Colombia.
Menos de tres semanas separan a Max Kirschberg de su cumpleaños 90. Ha pasado mucho desde que vivió uno de los suplicios más crueles que es posible imaginar: estar en un campo de concentración nazi. Max está invitado a Auschwitz, Polonia, este martes 27, junto a otros supervivientes, miembros de la realeza y jefes de Estado. Tiene pasajes y estadía cubiertos, pero no asistirá. “Los recuerdos pesan… saber que la mamá de uno, la hermana de uno fueron gaseados allá, saber que las cenizas que volaron por los aires eran de ellas es demasiado doloroso”, explicó a SEMANA.
En los días y noches en el campo de concentración, no había futuro distinto a salir hecho humo por una chimenea. Con el cambio de fortuna y el fin de la guerra, hablar del pasado se volvió complicado.
Si no fuera por su hijo Donald, Max no hubiera destapado el cofre de sus recuerdos. El joven quería saber lo que su padre había vivido, y se fue enterando poco a poco. Max no quería decirle qué representaban los números marcados en su brazo izquierdo, ese tatuaje hecho por los nazis que reemplazaba su nombre. Temía que la verdad afectara a Donald en su juventud, pero cedió con la idea de que, escuchando la historia, sus hijos y nietos dejaran de odiar. Para el alemán, nacido en Bresnow en 1925, el odio corroe por dentro a quien lo vive.
Según el escritor colombiano Azriel Bibliowicz, entre 1945 y 1950 solo 350 judíos ingresaron al país, pero es difícil saber cuántos sobrevivieron al Holocausto. Pero la Solución Final de Hitler, esa eficiente maquinaria criminal para aniquilar masivamente seres humanos sigue viva en la memoria de quienes la padecieron. En Colombia hay registro de dos mujeres y dos hombres que pasaron el campo de la muerte de Auschwitz-Birkenau. Son Ana Orgel de Czeizler, Raquel Gedalovich, Jacobo Bron y Max Kirschberg. “La mayoría de la gente ha escuchado sobre lo que pasó. Pero no solo los judíos sufrieron. Había muchos alemanes no judíos, que por no aceptar la ideología, o por haber discutido algo, terminaban allá. Llevaron a gente que seguía otro credo, testigos de Jehová o católicos y a muchos gitanos”, precisa Kirschberg.
La pesadilla y el futuro
Raquel Gedalovich nació en 1931 en Checoslovaquia, y hasta sus 12 años vivió una idílica vida campesina. Pero con el conflicto, en 1943 su familia tuvo que ocultarse en un búnker que un tío suyo construyó bajo un árbol. La presión psicológica y la paranoia reinaban y un mayordomo los entregó a la SS (el brazo paramilitar nazi). En 1944 Raquel viajó hacinada en un tren de ganado hacia al infierno.
Como bienvenida, los guardias separaron a las familias y a los hombres de las mujeres. Luego clasificaron a los aptos para trabajar y los desechados iban a las cámaras de gas. Jacobo Bron, de Lodz, Polonia, murió en Colombia, pero consignó parte de su historia en el libro Sobrevivientes del Holocausto que rehicieron su vida en Colombia, compilado y escrito por Hilda Demner y Estela Goldstein. En su recuento Bron describe cómo el médico Josef Mengele escogía con un látigo en la mano a los que le podrían ser útiles para sus experimentos diabólicos. Entre muchas barbaridades trató de crear siameses por su cuenta.
En el mismo texto, Raquel Gedalovich evoca que, inocentemente, su madre preguntó a las SS cuándo vería a sus hijos. Ana de Czeizler, por su parte, relató al programa Los informantes que la separaron de su madre al llegar, y que esta fue directamente a las cámaras de gas. En el caso de Max fue evidente desde el comienzo que sus vidas no valían nada. Mientras aguardaba el dictamen que les definía la vida o la muerte, Kirschberg vio que un oficial de la SS tomó un bebé de los brazos de una mujer, lo lanzó al aire y le disparó. El cuerpo sin vida cayó con un golpe seco. El silencio que siguió hasta hoy lo perturba.
Silencios, precisamente, se llama el libro publicado por la artista Erika Diettes en 2005, cuyos trípticos ilustran este artículo. El trabajo puso en el mapa a estos sobrevivientes y a muchos más que llegaron a Colombia tras sobrevivir a Hitler. La memoria, la letra, los ojos y la piel de quienes han vivido el horror relatan una historia que no debe olvidarse jamás. Porque por más que los nazis quisieron reducirlos a un número, despojarlos de toda cualidad humana, su alma siempre estaba ahí. Hasta hacer un amigo de charla era doloroso, porque en cualquier momento podía desaparecer. Quizás no quedaban lágrimas para llorar, como relata Gedalovich, pero la procesión iba por dentro.
Pero la pesadilla no fue eterna. El 27 de enero de 1945 el Ejército ruso pasó por Auschwitz y liberó a los sobrevivientes. El caso de Kirschberg fue distinto. Los nazis, casi derrotados, lo enviaron al campo de Buchenwald en un tren con puertas abiertas a 20 grados bajo cero. Sobrevivió y los estadounidenses lo liberaron. Hablar inglés le permitió salir de ahí como intérprete. Max había perdido a sus padres, pero recordó que su madre le había mencionado, a un tío, Juan Hanfling, quien vivía en Colombia desde 1929. Escribió una carta al presidente de la República en latín, pidiendo información sobre el tío y la recibió. Luego de un periplo de semanas en avión pisó Colombia.
“Cuando llegué a fines de 1946 encontré gente muy amable, hice contactos y muy buenos amigos”, cuenta Kirschberg a SEMANA. En 1952 regresó a Alemania a terminar sus estudios, se casó, tuvo hijos, hizo su vida, se divorció, y en esa coyuntura complicada recordó con cariño el país del café. En 1976 volvió a Colombia con uno de sus hijos, Donald. “Mi hijo es alemán, podía vivir donde quisiera, pero se siente muy bien en Colombia. Lo que conoció le gustó, y eso mismo me pasó a mí cuando llegué por primera vez. Colombia es mi segunda casa. Como me quedé sin mis padres, al acabar la guerra, a los 20 años buscaba algo distinto”, concluyó Kirschberg.
El segundo país más feliz del mundo les ofreció una nueva vida a los sobrevivientes que hace 70 años dejaron atrás el infierno de Auschwitz. Desde Colombia pudieron contar su historia, una que pronto quedará solo en papel, una para no olvidar.