GENTE

La verdad sobre Machu Picchu

Un nuevo libro revela quién encontró las ruinas y explica por qué es posible que Machu Picchu tenga dueño.

12 de octubre de 2013
Machu Picchu es una de las siete nuevas maravillas del mundo. Apareció en el imaginario colectivo en 1913, cuando la revista ‘National Geographic’ le dedicó varias páginas a un extenso reportaje sobre las ruinas incas.

El paisaje era magnífico: los picos del gran cañón del Urubamba, en Perú, se elevaban a más de 600 metros sobre el río del mismo nombre y una selva espesa cubría lo que parecían ser ruinas incas. Era 1911 y el estadounidense Hiram Bingham, con sombrero y botas hasta la rodilla para protegerse de las serpientes, observaba por primera vez los muros de piedra que asomaban entre la maleza, sin saber que estaba ante la ahora famosísima ciudadela de Machu Picchu. 

Regresó a la Universidad de Yale, de donde había partido, un poco decepcionado. Al año siguiente volvió a Perú a despejar las ruinas y tratar de desentrañar el misterio. Solo entonces entendió la magnitud del lugar. En 1913, cuando la revista National Geographic le publicó un artículo de varias páginas sobre Machu Picchu, el mundo supo por primera vez de la ciudad inca y Bingham saltó a la fama. 

Ahora que se cumplen 100 años del reportaje, un nuevo libro se arriesga a contar la historia de Machu Picchu con un ángulo desconocido. Los expertos han explicado por qué es una obra maestra de ingeniería y arquitectura, han descrito cómo vivían allí los incas, han evaluado su valor arqueológico, pero nadie había contado la historia de muchas personas íntimamente ligadas a las ruinas, tanto en el pasado como en el presente. 

Sergio Vilela, director editorial del Grupo Planeta, y José Carlos de la Puente, profesor de Historia Latinoamericana de la Universidad de Texas, han hecho justamente eso en su libro El último secreto de Machu Picchu. Tras cuatro años de investigación, los autores, además, afirman que Hiram Bingham no descubrió Machu Picchu, pues la gente de la zona simplemente la había olvidado.

Bingham nació en Hawái en 1875. Su padre era un pastor protestante que solía escalar con él las montañas de la isla. Bingham creció leyendo sobre América del Sur y soñaba con tener aventuras en la región. Estudió en la Universidad de Yale, donde luego fue profesor de Historia y Geografía latinoamericanas. Financiado por uno de sus compañeros de estudio, Bingham llegó a Perú en 1911 con la idea de escalar el monte Coropuna, en Arequipa. 

Cuando se enteró de que ya alguien había llegado a esa cima, cambió sus planes y se dedicó a encontrar lo que llamó “la última capital de los incas”. Pero no buscaba a Machu Picchu. De hecho, Bingham jamás la había oído nombrar antes de llegar a Cuzco, desde donde los lugareños le indicaron el camino. Así, casi por azar, Bingham descubrió lo que muchos peruanos ya conocían pero no sabían valorar. 

“Queremos que la gente entienda cómo Machu Picchu nunca se perdió. Encontramos unas historias que nos permiten contarlo sin que sea aburrido”, contó Sergio Vilela a SEMANA. El periodista comenzó a trabajar solo, pero pronto se dio cuenta de que necesitaba la rigurosidad y la paciencia de un investigador, y entonces unió fuerzas con De la Puente. 

Trabajaron durante cuatro años, en los cuales viajaron más de 20 veces a Machu Picchu y visitaron registros en Washington, Sevilla, la Universidad de Yale y Lima. Al final, De la Puente creó una base de datos con más de 1.500 referencias de fotos, documentos y mapas. 

El libro cuenta que cuando Bingham llegó a Machu Picchu encontró una inscripción que decía “Lizárraga 1902” y lo anotó en su diario. Poco después, cuando entendió la maravilla que había descubierto, borró de las ruinas y de sus notas todo rastro del hombre que se le había adelantado. Ahora, los descendientes de Agustín Lizárraga reclaman su justo lugar en la Historia. Uno de ellos, incluso, asegura que el estadounidense le tendió una trampa a Lizárraga para que muriera ahogado en el río Urubamba. 

“El gran engaño de Bingham es que se nombra a sí mismo descubridor de Machu Picchu, pero su gran mérito es que se da cuenta del valor de lo que estaba en las narices de los lugareños”, dice Vilela. También explica que encontraron información de otros que ya habían visitado la llamada ciudad perdida antes de 1900. Por eso, cuando Bingham llegó, algunos campesinos vivían en las ruinas y aprovechaban sus terrazas para cultivar.

Esos campesinos estaban en la tierra de la familia Ferro, una de las más acomodadas de Cuzco en aquella época. Los Ferro eran dueños de un gigantesco terreno de 32.000 hectáreas, dentro del cual estaba Machu Picchu. Un siglo después, la familia Abrill, descendiente de los Ferro, demandó al Estado peruano para que le devuelva Machu Picchu. Aunque la pretensión suena ridícula, por las leyes de la época en que Bingham llegó y debido a un proceso de expropiación en el que no se pagó un centavo a los propietarios, parece posible y no tan descabellada. 

El Estado tiene su propia pelea. Reclama a la Universidad de Yale miles de artefactos que el explorador se llevó a Estados Unidos y nunca regresaron al país. Yale argumenta que en Perú no existe la tecnología necesaria para mantener semejantes tesoros arqueológicos. Además pide que se le reconozca el trabajo de preservación que ha dirigido durante un siglo. “Machu Picchu es una suerte de botín que todos se pelean –dice Vilela–. Eso genera mucho ruido alrededor que no permite entender qué es realmente”. 

Más que esas disputas la investigación debería ser lo principal, piensa el periodista. Aunque se ha publicado mucho del tema y Machu Picchu es una meca turística de América Latina, el autor sostiene que aún hay vacíos de información: “A la gente solo le importa tener su postal, y a quienes están encargados de las ruinas no les interesa indagar más”, asegura. Pero investigar a fondo el lugar implica cerrar el acceso a los turistas y eso sería problemático, “porque gracias a Machu Picchu se mantienen todos los demás centros arqueológicos del Perú. Es un círculo vicioso”. 

En todo caso, este periodista y su colega historiador han tratado de demostrar cuánto de Machu Picchu aún se desconoce y de esclarecer la versión oficial de su hallazgo. “Quisimos convertir el conocimiento de cofradía arqueológica en historias periodísticas, crónicas con personajes de carne y hueso” explica Vilela. Y lo han logrado. El último secreto de Machu Picchu no se lee como un libro de arqueología, sino como una novela centrada en esa magnífica ciudad alrededor de la cual existen muchas historias fascinantes y, hasta ahora, desconocidas.