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“Yo pasé muy bueno en la cárcel y en el Cartucho”

La vida de Omar Medina es un ejemplo para quienes han caído en las drogas. Pasó de vivir en la calle a dar conferencias en grandes empresas.

Miguel Reyes, periodista de Semana.com
26 de enero de 2015
Omar Medina visita las ollas frecuentemente para motivar a los habitantes de la calle a rehabilitarse. | Foto: solucionesinteligenteskpo.com/

Drogas, crímenes, cárceles, indigencia, soledad. La historia de Omar Medina no es nueva. Lo trágico, precisamente, es que hay muchos, demasiados casos como el suyo (según el censo del 2011, hay al menos 9.614 habitantes de la calle en Bogotá). Pero este es sólo un lado de la historia; Medina ha tenido dos vidas.

Estuvo 10 años en la calle del Cartucho: robó, cantó, consumió todo tipo de drogas, pero, ante todo, sobrevivió. Ahora, y desde hace más de 11 años, es un líder social con una fundación de rehabilitación por donde han pasado más de 1.200 personas, en su mayoría habitantes de la calle. Formó una familia, trabaja de manera incansable y –sin lugar a exageraciones– salva vidas.

Medina cayó en lo más hondo de las drogas. Vivió en las ollas de Medellín, Ibagué, Cúcuta y Bogotá, pero nunca ha negado que fue porque quiso, y va más allá: porque le gustaba. Insiste en que “el que está ahí es porque quiere, porque lo único que se necesita para salir de las drogas es la voluntad”.

Muy joven cayó en una cárcel, donde estuvo nueve años. “Entré a la cárcel y ahí tuve muy buenos amigos. Porque yo digo una cosa: en el tiempo en que estuve en la cárcel y en el Cartucho, la pasé muy bueno. Es que ¿qué vicio es maluco? Ninguno… que son malos, sí, pero malucos no son”, dice este paisa de 47 años.

Prefiere no dar muchos detalles de esa etapa, pero confiesa que fue ahí donde probó el bazuco. “Veía a un hombre que andaba como alerta, mirón, prevenido y le pregunté qué le pasaba. Y me dijo: el ‘madurito’” (‘maduro’ es un cigarrillo de marihuana con bazuco). Lo probó y se enganchó. “Lo hice por pura curiosidad. Esa es una cualidad muy peligrosa. Pensé que podía dominar ese vicio, pero eso es engañarse. Si uno dominara un vicio, no lo tendría”.

Describe la sensación que le producía el bazuco con dificultad pero con seducción. “Es como con las antenas puestas, como unos nervios constantes pero interesantes… por eso también le llaman ‘susto’. Yo cogía la guitarra y Paco de Lucía me quedaba en pañales. Eso es pura adrenalina. Uno quiere darle, darle y darle hasta que queda sin nada. Nada de nada”.

Salió de la cárcel y estuvo 10 años viviendo en la calle, casi siempre en el Cartucho, la antigua olla más grande del país. “El punto más bacano era este –y señala un punto preciso en el costado occidental de la plaza de Bolívar–, todos los 31 de diciembre me sentaba aquí a cantarle al alcalde. Imagínese cómo serían esas trabas tan bravas”, dice con una risa que se contagia en uno de los varios documentales que le han hecho.

“Cantaba mejor cuando fumaba bazuco”


Omar llegó a lo más hondo de la droga, pero asegura que nunca tuvo un punto de quiebre. “Yo no toqué fondo, yo me pasé del fondo. Llegué a unas condiciones que ya daba miedo, asco… Pero si me tocara decir, fue cuando se me cayó el proyecto de Invisibles Invencibles. Yo quería era cantar”. Su sueño y su pasión siempre han sido la música, es un guitarrista empírico desde niño, pero la droga no le permitía alcanzar ese ni ningún otro sueño.

Invisibles Invencibles fue un proyecto que buscaba rescatar artistas callejeros para darles la oportunidad que ya no tenían en las academias y las disqueras. César López y Néstor Gómez a la cabeza, junto con Carolina Sabino, Andrea Echeverry y otros reconocidos músicos, estuvieron detrás.

“En el 2002, después de dos años sin bañarme, llegué a hacer fila para una audición en el Teatro Jorge Eliecer Gaitán. César López me oyó cantar y me creyó de una”. El proyecto tuvo un éxito inesperado y empezó a crecer. Inicialmente iba a ser un solo concierto, pero luego vinieron más, un CD y se hizo imparable.

Pero hay pocas cosas más traicioneras que el ego, sobre todo en la personalidad de un adicto. Tan pronto Omar supo de su talento, fue reconocido y ganó dinero, cayó más hondo. “Yo recibía un millón de pesos por cantar una canción. Ese millón se convertía en dos días de vicio... Uno en una olla no puede ser enemigo de nadie, entonces invitaba sin pudor”.

Y así, quienes inicialmente creyeron en él se dieron cuenta de que en el fondo lo estaban perjudicando más. “A medida que empezó el proceso, yo empecé a verlo peor, me preocupaba pensar que el proyecto era un paraguas para esconderse y entregarse a la autodestrucción”, dice César López. Entonces decidieron sacarlo del proyecto y llevarlo a un centro de rehabilitación donde estuvo internado dos años.

“Si existiera un medicamento o si la psicología fuera la carrera para dejar las drogas ¡sería la profesión del siglo! -dice sonriendo-, pero aquí lo único que funciona es uno mismo”.

“Me voy al centro de rehabilitación, todo el proceso y vuelvo como nuevo, pero ya no tenía el mismo éxito. Eso fue un bajonazo. No era lo mismo que antes, como si hubiera perdido la gracia. Una vez un tipo me dijo de frente: ‘usted cantaba mejor cuando fumaba bazuco’”.

Recuperación y prevención

Desde entonces no le vio otro sentido a su vida que replicar lo que habían hecho con él y ayudar a otros habitantes de la calle. Con ocho millones de pesos montó su primera fundación. Compró camarotes, colchones y un mercado por bultos. En dos meses consiguió 25 hombres. “Así nace Sentido común, un proyecto de Néstor Gómez que me sirvió para montar mi fundación”.

Hoy en día la Fundación Omar Medina tiene dos sedes y se esperan más. Omar, además, se dedica a dar conferencias en colegios y empresas. “La invitación a los colegios públicos y privados es a conocer y llevar este mensaje. La prevención lleva a estar alerta y tener una herramienta más eficaz y directa para hacerle seguimiento a nuestros hijos, que por curiosidad caen tan fácil en las drogas”. Omar sabe que hablarles a los padres es más efectivo que a los hijos, sobre todo a los que ya son consumidores, pues estos no quieren retener el mensaje.

“Pregúnteles a los papás a ver si saben qué es el 'popper’, la 'creepy’, los ácidos, en fin”. Omar ha sido invitado por multinacionales a hacer talleres de prevención y calidad de vida a sus empleados e hijos, entre ellas a Fallabela, Corona, Meals De Colombia S. A., Fuerza Aérea, Nestlé, Yanbal, Quala, Sura y Mercedes Benz.

Está probado que los jóvenes que aprenden de sus padres los riesgos del uso de drogas tienen 36 % menos probabilidades de fumar marihuana que aquellos que no reciben esa información en el hogar. También tienen 50 % menos probabilidad de usar inhalables y 56 % menos de consumir cocaína.

“Vi morir mucha gente, yo sé que en este sitio (el antiguo Cartucho, hoy Parque Tercer Milenio) hay muchos enterrados. Por eso digo que ese parque es un cementerio”. Pero lo más sorprendente de esta historia no es que Omar no se bañara durante dos años, que viera amigos apuñalados o muertos por una papeleta, que se consumiera 500.000 pesos de bazuco en uno o dos días o que no pudiera pasar más de 20 minutos sin 'soplar'. Lo más sorprendente es que hoy está a cargo de dos fundaciones de rehabilitación; que se dedica a prevenir a empleados, estudiantes y padres de familia de caer en las drogas. “Lo más bacano de todo esto no es mostrarles que yo salí adelante sino que tengo algo para ofrecer: las fundaciones. Si yo pude, cualquiera puede”.

Pirry tituló su documental La ciudad de los muertos vivientes porque no hay nada más parecido a la muerte que la invisibilidad y el olvido. Así vivía Omar Medina y así viven miles de indigentes en este momento.


Para más información visite la página web o el Facebook de la Fundación Omar Medina.

Twitter: @MiguelReyesG23

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