LUTO
Óscar Collazos muere en Bogotá
El escritor falleció en una clínica en Bogotá luego de una penosa enfermedad.
El escritor chocoano de 72 años murió en la madrugada del domingo hacia las 2:55 a. m. Lo hizo junto a su esposa, hija y hermana. Ellas lo acompañaron en las últimas horas luego de que saliera de la unidad de cuidados intensivos de la Fundación Cardioinfantil.
Quienes lo visitaron recientemente recuerdan que este escritor no le permitió a la enfermedad que lo doblegara. A pesar de los padecimientos, usaba una tableta con un traductor de voz para poder escribir. Una amiga que lo acompañó el sábado lo encontró lucido y alegre.
“Óscar era una hombre de enorme coherencia y conocimiento de sí mismo y esa es parte de su grandeza”, así lo recuera su amigo Rafael Vergara.
En una comunicación la Fundación confirmó la noticia “(…) en la madrugada del día de hoy siendo las 2:45 p.m., falleció el señor Óscar Collazos Camacho, quien desde el pasado 24 de Marzo venía recibiendo manejo integral, para su enfermedad neurológica de base por parte del equipo científico de la institución”.
Días atrás, de collazos se dijo que había muerto. De inmediato su familia y el propio escritor desmintieron esa noticia. “Cuando se le dio por muerto sabíamos que había llegado el fin. Pero Óscar, sacó toda la energía de reserva para salir del túnel que lo succionaba en la fría UCI y regresar al seno de las mujeres que lo acompañaron hasta el último minuto, Laia, su hija, Jimena, su mujer, y partir cobijado de amor, el sentimiento que siempre activo sus pasos en la tierra”, recordó su amigo Vergara.
Del escritor de las novelas: Señor sombra (2009), En la laguna más profunda (2011), Tierra quemada (2013), se destaca su coherencia e inflexibilidad frente a la corrupción, su apago a la libertad y la democracia.
Por ahora se sabe que los restos del escritor serán cremados y las cenizas llevadas a su natal Bahía Solano.
El pasado 4 de febrero, el escritor chocoano reveló en su columna en El Tiempo que padecía esta enfermedad. Transcribimos el emocionante texto.
Al Dr. Rodolfo Llinás
Esta reseña no tiene otro propósito que el de conocer su opinión sobre la enfermedad de la ELA. Miles de colombianos le vamos a agradecer sus respuestas.
Apreciado Dr. Llinás: disculpe que le dirija esta comprometedora carta abierta, una pequeña trampa que le hago al formato habitual de mi columna. Buscaba un interlocutor y lo encontré a usted: neurólogo, investigador de reconocido prestigio, científico de talante humano. Nos une, además, algo muy sencillo: usted y yo podríamos ser paciente y médico.
Le explico: en agosto pasado me diagnosticaron una esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Uno de los neurólogos consultados prefirió no bautizarla y dejar su diagnóstico en una “enfermedad de las neuronas motoras”. Si no hubiera buscado los orígenes de una disfonía que empecé a padecer un año atrás, no habría pasado por toda clase de exámenes y diagnósticos que buscaban explicar las causas de ambas anomalías.
Descartadas algunas patologías, se llegó a los exámenes neurológicos. Y fue cuando, después de dos electromiografías, se llegó al diagnóstico que está cambiando mi vida y volviendo dolorosa la de seres amados que se resisten a aceptar como definitivo el sello fatal que lleva la enfermedad.
Han pasado apenas seis meses desde el diagnóstico final hecho por el Dr. Miguel Camacho Samper, corroborado en Cartagena por el Dr. Édgar Castillo. Los síntomas posteriores corresponden a la pérdida acelerada de masa muscular y al debilitamiento del aparato respiratorio. Tengo dificultades de deglución y el habla registra retrocesos preocupantes. Me puedo mover por mis propios medios, pero me fatigo pronto y demasiado.
Mi vida intelectual, en cambio, sigue siendo casi la misma: escribo mis columnas de opinión cada semana y trabajo en la escritura de una nueva novela, mientras descubro una dimensión desconocida del amor y me conmuevo con la solidaridad de los amigos. Esto me ha fortalecido. He tratado de instalar mi mente en el presente, desechando la tentación de dejarme llevar hacia el impredecible escenario del futuro.
A veces descubro en mí una forma de espiritualidad que, a lo mejor, permanecía dormida en mi conciencia. La dejo fluir a manera de silenciosa oración por la vida. No sé si hice bien al negarme a buscar información sobre la enfermedad. No deseaba cargarme de prejuicios ni maltratar mi ánimo diario.
Las enfermedades inventan sus mitos, amables o atroces. Y esta es una de las que han dejado crecer toda clase de leyendas trágicas. Y, también, una que otra leyenda heroica: Stephen Hawking en su silla de ruedas, hablando como un robot de asuntos nada robóticos, como el origen del universo.
Dr. Llinás: ¿qué podemos esperar de la ciencia a corto o a mediano plazo? ¿Se está trabajando en esta enfermedad con entusiasmo, como para abrir ventanas esperanzadoras a los pacientes? Si no hay un camino de regreso, ¿se conocen al menos casos en los que la enfermedad haya frenado su ímpetu? ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que la ciencia le devuelva la “paternidad” a esta otra “enfermedad huérfana”?
He visto en seis meses numerosos médicos y enfermeras, y en casi todos he adivinado la discreción de quien no quiere ser el mensajero de un acontecimiento trágico. La enfermedad ha requerido a su alrededor de neumólogos, cardiólogos, gastroenterólogos, otorrinos, nutricionistas, terapistas de respiración, fonoaudiólogos, infectólogos y otros tantos profesionales de la medicina; trabajan, no tanto para curarla, sino para preparar, en el mejor de los casos, la futura calidad de vida del paciente.
Esta reseña, doctor Llinás, no tiene otro propósito que el de conocer su opinión sobre la enfermedad. Espero que acepte esta modalidad de correspondencia: la carta abierta. Miles de colombianos le vamos a agradecer sus respuestas.
Columna publicada en el diario El Tiempo el 4 de febrero de 2015.