HOMENAJE
Se fueron los maestros
Con la muerte de Jorge Villamil, Rafael Escalona y Jaime R. Echavarría, Colombia perdió en menos de un año a tres de las glorias de la música.
Antes de morir, Jorge Villamil le pidió a su hijo que lo despidiera sin 'lagartadas' ni mucha palabrería. Lo único que quería era un funeral alegre y lleno de música. Tal vez su deseo era irse con algo de lo que él le había regalado al país durante el más de medio siglo que duró su carrera artística. Ese sería un adiós digno para el maestro, quien con su partida marca el final de una generación de brillantes compositores, que perdió a sus más grandes exponentes en menos de un año: en mayo de 2009 el país lloró con acordeones a la leyenda del vallenato Rafael Escalona. Y tan sólo hace un mes Noches de Cartagena sonó más melancólica que nunca con la muerte de Jaime R. Echavarría. Este trío forma parte del olimpo de la música colombiana.
Villamil nació en 1929, cuando en los pueblos los pasillos, bambucos y guabinas por lo general se tocaban en vivo en cantinas sin luz eléctrica perdidas en las veredas. Hijo de un hacendado cafetero del Huila, fue criado en la finca El Cedral, donde su padre, guitarra en mano, reunía a los trabajadores después de la jornada a tomar tinto y a cantar. El pequeño Jorge los escuchaba y observaba atento, y así fue como a los 4 años aprendió a tocar el tiple.
Escalona y Jaime R. son de la misma década: nacieron en 1927 y 1923, respectivamente. Como Villamil, crecieron entre serenatas. Escalona, quien era compositor aunque no tocaba la guitarra ni el acordeón, se convirtió desde muy joven en cronista de todos los chismes y sucesos de Valledupar, ciudad a la que llegó con su familia a los 10 años. Pronto esas crónicas se hicieron vallenatos y sus vecinos empezaron a temerle. La gente comentaba: "De ese tipo hay que cuidarse para no caer en uno de sus cantos", contó su hija Taryn en un texto homenaje que escribió para SEMANA días antes de la muerte de su papá. El paisa Jaime R., por su parte, aprendió de su mamá a tocar el piano, instrumento con el que acompañó la mayoría de su repertorio de boleros.
Curiosamente ninguno de ellos se hizo músico al pasar por un conservatorio o una facultad de música. Escalona nunca se graduó del colegio y sólo consiguió un título de bachiller honoris causa en 1991. Era de una familia reconocida de Patillal y pasó por el Liceo Celedón de Santa Marta, donde encontró la inspiración para algunas de sus primeras canciones. Los casos de Villamil y Jaime R. son diferentes: el primero estudió Medicina en la Universidad Javeriana de Bogotá, mientras el segundo estudió Ingeniería Química en la Pontificia Bolivariana de Medellín.
"Ellos le dieron un ascenso al perfil del músico, dijo a SEMANA Jairo Enrique Ruge, gerente general de la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia (Sayco), organización en la que el maestro Villamil trabajó por más de 10 años, y de la que es presidente emérito. "Fueron íconos que rompieron con el estereotipo del autor tradicional, que era humilde y muchas veces campesino. Eso les dio la posibilidad de desarrollar cierta habilidad literaria para componer y de ser hombres influyentes".
Una influencia que va más allá de la música. El caso más contundente es el de Jaime Rudesindo Echavarría, quien además de llevar uno de los apellidos más tradicionales de Medellín, fue gobernador de Antioquia, embajador en Etiopía, representante de Colombia ante la Conferencia sobre Comercio y Desarrollo de la ONU en Suiza, director del Instituto Colombiano de Comercio Exterior (Incomex) y columnista del periódico El Espectador.
Escalona no se quedó atrás: fue cónsul en Panamá durante la presidencia de su amigo Alfonso López Michelsen, fundador del Festival de la Leyenda Vallenata, invitado regular de las embajadas para dictar conferencias sobre la importancia de la cultura de Valledupar y participante obligado de los eventos de la alta sociedad costeña y cachaca.
Villamil, en cambio, nunca trabajó como diplomático ni político, pero fue un prestigioso traumatólogo que dejó su cargo como ortopedista del Instituto de Seguros Sociales en 1976 para dedicarse de lleno a componer. Solía contar que tomó la decisión mientras estaba en consulta, cuando lo llamó Lucho Bermúdez (otro de los músicos del selecto grupo de los compositores más importantes de la historia de Colombia) a preguntarle la letra de Oropel, una de sus canciones más recordadas. Él empezó a dictársela cuando el paciente se volteó y le dijo: "Doctor, yo vine a que me cure no a que me cante". Esa misma tarde redactó su carta de renuncia.
Fue entonces cuando se dedicó a presidir Sayco y a enriquecer un legado musical que al final de su vida sumaba alrededor de 200 canciones, incluidas algunas inéditas. Siempre dijo que las componía como si pintara un paisaje, por eso sus letras son cuadros que hablan de las aguas del río Magdalena (Espumas), de árboles que 'lloran' (Los guaduales) o del cielo del Meta (Luna roja). "Era un retratista de la geografía nacional -comenta Ruge-. Tenía una capacidad descriptiva memorable". Una característica que compartió con Jaime R., cuya canción insignia, Noches de Cartagena, fue compuesta mientras paseaba por las calles coloniales de La Heroica; y con Escalona, quien no sólo escribió sobre amores, amigos y vecinos, sino que habló con detalle de armadillos, de Valledupar y del río Guatapurí.
En los años sesenta y setenta las composiciones de los tres ya sonaban en radio, en cantinas, en restaurantes y en programas de televisión, y más adelante se convirtieron en éxitos en el exterior. Cuenta Gabriel Muñoz López, director del programa Así canta Colombia de Caracol Radio, que en México los bambucos se hicieron tan famosos que nació el bambuco yucateño, un ritmo que muchos mexicanos piensan que nació en su tierra. Vicente y Alejandro Fernández, Javier Solís y Chavela Vargas interpretaron composiciones de Villamil, al igual que Felipe Pirela, Leo Marini y las orquestas sinfónicas de Tokio y Moscú. Pero no fue el único que sacó su música del país: Lola Flores y Rosario pusieron a los españoles a cantar La casa en el aire, de Escalona, mientras La Sonora Matancera de Cuba adaptó El pobre Migue y El ermitaño. Armando Manzanero y Alci Acosta, entre otros, se encargaron de popularizar la música de Jaime R.
Para Bernardo Mejía, presidente de Funmúsica, fundación encargada de organizar cada año el festival de música colombiana Mono Núñez, parte de la importancia de su obra radica en la "calidad poética" y el "contenido profundo" de sus composiciones. Factores que no sólo les sirvieron para hacer una obra inolvidable, sino para enamorar. Pese a que Villamil era romántico y 'mamagallista' por naturaleza, y Jaime R. tenía fama de conquistador y parrandero, sobre todo cuando estaba en tertulias o serenatas, en este aspecto el maestro sí es Escalona, de quien se dice que tuvo más de 30 hijos. "Siempre he dicho que la poesía en una canción pone a las mujeres a los pies -comenta Mejía- A esos 'poetas' sí les quedaba muy fácil...".
Según los expertos, el legado de estos compositores sigue vivo y cada vez hay más jóvenes colombianos interesados en preservar las raíces de la música andina y vallenata. El reto ahora es que esas nuevas generaciones reinventen los viejos clásicos de una forma que resulten atractivos para las disqueras y el público, y no los dejen morir. Aunque para muchos los maestros Villamil, Escalona y Jaime R. y sus composiciones son inmortales.