testimonio
Una vida con miedo
María Angélica Mallarino reveló a SEMANA que los pánicos que la acompañaron durante años provenían de un mal oculto: la epilepsia.

Cuando María Angélica Mallarino, la actriz y directora que marcó a toda una generación con sus programas y espectáculos infantiles, siente lo que describe como “esa cosa fea”, lo único que puede hacer es sentarse y respirar. Luego necesita llegar lo más rápido posible a su nido, su hogar, el único lugar en donde se siente segura. Prefería no estar sola, ya que sus ataques de pánico usualmente vienen acompañados de alteraciones en la memoria, problemas de ubicación, una fuerte ansiedad y, ante todo, una tristeza profunda. Desde que es consciente de sí misma ha sentido estas crisis que hasta hace poco ningún médico había logrado descifrar. Cuando intentaba compartirlas para encontrar respuestas se enfrentaba a situaciones incomodas y absurdas, como cuando un obispo, amigo de la familia, intentó exorcizarla por pensar que su cuerpo estaba siendo habitado por un mal espíritu. Durante toda su vida tuvo que aprender a esconder su situación y a buscar apoyo en las personas más cercanas.
Pero el 27 de abril, cuando cumplió 57 años, renació. Ese día resolvió contarles la verdad de su diagnóstico a todos los amigos que le tendieron una mano durante los momentos más difíciles. Algunos conocían su situación, pero la mayoría ni siquiera la sospechaban. Y hoy se siente mejor que nunca, como si por fin estuviera saliendo de la oscuridad.
Hace casi dos años, el siquiatra Roberto Chaskel la remitió al neurólogo Carlos Medina Malo, cuando se dio cuenta de que el patrón de sus episodios siempre era el mismo. Y este último logró dar por fin con su enfermedad: epilepsia primaria. En su caso, como en el de muchas otras personas que tienen esta condición, sus crisis no son convulsivas. “Ella sufre siempre el mismo síntoma, siempre ocurre la misma falla eléctrica en su cerebro que conlleva una falla química. Es una crisis epiléptica sin caída. En su caso se presenta como un cuadro de pánico. Pero siempre es el mismo ‘chip’ el que se salta”, explicó a SEMANA el doctor Medina Malo, fundador de la Liga Contra la Epilepsia. Lo cierto es que, con el tratamiento adecuado, la calidad de vida de María Angélica ha tenido una mejoría casi total.
Las crisis llegaban sin previo aviso y eran imposibles de evitar. La primera que recuerda María Angélica fue muy niña, a los 3 ó 4 años, mientras veía un desfile de personas en zancos. Como la angustia aparecía de repente, ella comenzó a asociarla a lugares y cosas. Pronto empezó a tenerles miedo a los ascensores, los aviones, los espacios abiertos y las calles. Quedarse en una casa ajena, salir a paseos o fiestas era un reto sobrehumano y ella fue retrayéndose cada vez más. No le gustaría repetir su época en el Colegio Nueva Granada de Bogotá. “Era la boba de la clase y tenía un déficit de atención terrible. Me angustiaba hasta que cerraran la puerta del salón y siempre sentía el impulso de querer salir corriendo”, contó a SEMANA. La situación se fue haciendo más compleja con los años, al punto de que aunque se arreglara para salir con sus amigos, no llegaba más allá del garaje de la casa. Su novio de juventud siempre le repetía: “aunque la mona se vista de seda, la mona siempre se queda”.
‘La Mona’, como le dicen sus amigos y familiares, tuvo que empezar a trabajar muy joven. Comenzó su carrera artística a los 17 años, después de la muerte de su padre, el actor y declamador Víctor Mallarino. Hoy agradece haber tenido que empezar a esa edad, pues cree que de lo contrario no habría sido capaz de obligarse a llevar una vida normal. Pero llegar a las grabaciones no era tarea fácil. “Mi papá en alguna ocasión me había dicho que cuando me sintiera mal me tomara unas pastillas que se llamaban Valium que las vendían sin receta. Yo llegaba a la televisión y no sabía qué decir. La opción era doparme o devolverme a la casa en esa angustia”. Luego de varios años como actriz, llegaron las propuestas para hacer programas infantiles. Empezó en Pequeños Gigantes, en el cual escribía, dirigía y actuaba. Luego la llamaron de la programadora Punch en donde creó toda la franja infantil, incluida la recordada serie Imagínate. Para entonces llevaba años visitando siquiatras que insistían que su problema era emocional y no hacían más que recetarle tranquilizantes. Estas medicinas, además de sedarla, la hacían subir de peso. “A mí me daba mucho dolor cuando iba por Unicentro y oía a la gente que, ‘si es la Mallarino y está como una vaca’, y pensaba, si supieran que no me gusta estar así, pero prefiero esto a sentirme mal”.
Su entorno familiar siempre fue muy positivo. Su madre, Asita de Mallarino, que colaboraba en los espectáculos con letras de canciones e historias, nunca logró entender del todo qué le pasaba a María Angélica. Aun así, siempre estuvo ahí para recogerla en cualquier parte a la hora que fuera y para brindar su cariño en los momentos de tristeza. Helena, su hermana, cuenta que “ella ya había logrado mejorar un poco, pero tuvo un gran retroceso con la muerte de mi mamá, porque era muy apegada a ella”. Rafael, el mayor de sus hermanos, quien falleció en 1992, sospechaba de sus miedos y le daba consejos cuando la veía desanimada. Sus hermanos Víctor y Helena también le han brindado todo el apoyo. Tanto es así, que asistieron a una cita con Medina Malo para poder entender el diagnóstico y el manejo de la enfermedad.
Probablemente el soporte más grande, y el amor de su vida, es su esposo Guillermo García, con quien lleva más de 20 años de matrimonio. Él siempre tuvo la paciencia para acompañarla a las grabaciones y esperar afuera durante horas para que ella pudiera estar tranquila. Guillermo se enteró del problema por una crisis. “Después de un espectáculo debíamos regresar con el grupo de niños de Cartagena a Bogotá. Pero ella no fue capaz de montarse al avión”, contó. María Angélica encargó el grupo a las madres y a sus asistentes, inventó que quería quedarse un par de días más en plan romántico. Las excusas eran la única forma de evitar que los demás supieran su secreto. En varias oportunidades tuvo que pasar por la vergüenza de no asistir a compromisos, grabaciones, etc.
Los niños siempre han sido su mayor pasión, pero el miedo a que su enfermedad tuviera raíces genéticas y a tener que pasar el embarazo en una cama y sin medicamentos detuvo su impulso de tener uno. Pero la vida no la privó de experimentar la maternidad, pues Guillermo tuvo dos hijas de su primer matrimonio, Lina y María Paula, quienes han encontrado en ‘La Mona’ una segunda madre y han vivido la mayor parte de su vida con ella. Su propia infancia y el rechazo que sintió la han llevado a planear su nuevo proyecto, crear un colegio para niños de escasos recursos que sufren de epilepsia. Un lugar donde se puedan estar cómodos.
Hoy siente que es capaz de hacer todo lo que se proponga. A finales del año pasado viajó sola a Buenos Aires por tres meses a grabar Amas de casa desesperadas. Fue la primera vez en 20 años que separó de Guillermo y de su nido. Y lo pudo hacer con alegría y confianza, porque ya no siente miedo.