El encuentro en La Habana entre el presidente Juan Manuel Santos y el jefe de las Farc, Timoleón Jimenez, tuvo un fuerte impacto en la opinión pública. Ocho de cada diez colombianos conocieron la noticia que llegó desde Cuba y gracias a ella el optimismo, la imagen del primer mandatario y el apoyo a la continuación de los diálogos entre el gobierno y las Farc aumentaron. La guerrilla, sin embargo, conserva una imagen alta de incredulidad y la falta de confianza en ella es la principal razón por la cual los colombianos consideran que todavía se podría dañar el proceso de paz. Estas son las principales conclusiones alcanzadas por una encuesta realizada por la firma Ipsos-Napoleón Franco para SEMANA. El país, según el estudio, regresó a niveles de confianza semejantes a los que tenía hace cerca de un año y se volvió a instalar en un punto cercano al promedio que ha tenido desde la llegada de Juan Manuel Santos a la Presidencia. La percepción de los ciudadanos, recogida en la encuesta, muestra una recuperación: quedaron atrás los meses críticos que comenzaron en abril del presente año cuando las Farc asesinaron a 11 soldados en Buenos Aires, Cauca. La caída del pesimismo que se produjo a raíz de la reunión Santos-Timochenko demuestra varias cosas. En primer lugar, que hay una alta relación entre el éxito o fracaso del proceso de paz y la calificación que los colombianos le dan a su presidente. El desempeño de Santos depende en forma muy estrecha del tema de la paz. Al fin y al cabo, esa es su bandera principal, el eje de su discurso, y la promesa con la que logró la reelección en junio de 2014. Santos tiende a localizarse en un poco más de 40 puntos de imagen positiva, pero a partir de allí ha tenido picos, altos y bajos, que en general dependen de los acontecimientos del proceso de paz, aunque también hubo bajonazos con el fallo de la Corte Internacional de Justicia sobre San Andrés, y en el paro agrario. Pero si se analiza la imagen del primer mandatario desde que asumió el poder, tuvo momentos ascendentes con el inicio de los diálogos en septiembre de 2012 y ahora, con la firma de un acuerdo con las Farc para la creación de un sistema especial de justicia. En la dirección contraria, hacia abajo, el optimismo de los colombianos y la popularidad de Santos cayeron con la crisis del proceso en el primer trimestre del presente año. La imagen del presidente Santos no es estática ni sigue una sola dirección en el largo plazo, sino que es sensible a los hechos de mayor impacto, y tiende a ir de la mano del optimismo general. En esta encuesta, la imagen presidencial mejoró 13 puntos desde hace tres meses, cuando se había hecho la última investigación de Colombia Opina, para la gran alianza de medios: pasó de 29 por ciento a 42. En la misma dirección, la calificación general sobre la gestión saltó de 29 a 47 por ciento y a 44 cuando se preguntó en forma específica por el manejo de los asuntos de paz. La calificación sobre el jefe del equipo negociador del gobierno, Humberto de la Calle, también tuvo un repunte significativo y alcanzó su mejor situación desde que se iniciaron los diálogos: 48 por ciento favorable y 25 desfavorable. A la guerrilla de las Farc le pasa lo contrario. Su imagen es menos vulnerable a los cambios. Se mueve menos. De hecho, aunque los colombianos quieren mantener las negociaciones, profesan una gran desconfianza en que la guerrilla va a cumplir lo pactado. Y esa suspicacia es el principal límite que tiene el proceso para lograr una mayor aceptación y confianza entre la gente. En ese sentido, las Farc tienen en sus manos la posibilidad de generar credibilidad: la gente considera que obras son amores. En esta encuesta, la imagen de Timoleón Jiménez tuvo una leve recuperación: la negativa bajó ocho puntos y la positiva aumentó en tres. Lo cierto es que el anuncio de un acuerdo en materia de justicia restaurativa en La Habana, suscrito por Santos y Timochenko, fue bien recibido: para un 55 por ciento de los encuestados fue positivo y para el 38 fue negativo. En lo que se refiere a si la gente se siente optimista o pesimista sobre el futuro de las negociaciones, también las tendencias recuperaron los niveles de hace más o menos un año, antes de la crisis producida por el asesinato de soldados en Cauca. La visión escéptica cayó a un 52 por ciento, el nivel más bajo que ha tenido desde el inicio de los diálogos, que se acerca sin embargo al promedio de ese periodo. La posición optimista subió a 46 por ciento, la más alta de los últimos tres años. Este hecho corrobora la hipótesis de que la opinión pública no tiene una posición predeterminada y férrea, sino que reacciona ante los acontecimientos. El proceso de paz tiene un campo fértil para fortalecer su imagen pública, en la medida en que las conversaciones produzcan hechos concretos. Dudas sobre el acuerdo A pesar del aumento del optimismo los colombianos tienen temores y no ven con tan buenos ojos los detalles del acuerdo suscrito en La Habana. De alguna manera, se confirma el hallazgo de otras investigaciones, según las cuales la gente quiere una paz gratuita: que las Farc dejen las armas sin hacerles grandes concesiones. Una opción poco realista que sin embargo recoge el anhelo de sectores significativos. Y que, en la medida en que exista, sigue haciendo rentable oponerse al proceso. El expresidente Álvaro Uribe, por ejemplo, la principal voz crítica de la reunión Santos-Timochenko, también mejoró su imagen: subió seis puntos, de 56 a 61 por ciento. Y a la pregunta sobre si están de acuerdo con los cuestionamientos que ha hecho el ahora senador, un 51 por ciento responde de manera afirmativa, y un 42 por ciento está en desacuerdo. El hecho de que los colombianos quieren el proceso de paz pero tienen reparos sobre las concesiones a la guerrilla, genera la paradójica conclusión de que, después del anuncio sobre el acuerdo en materia de justicia, tanto Santos como Uribe, con posiciones divergentes, salieron bien librados. La mayor causa del escepticismo se concentra en la imagen negativa de las Farc. Incluso después de la firma del acuerdo, la reticencia a que el gobierno sea generoso con la guerrilla no ha cambiado. En materia de justicia, más gente prefiere que la ecuación entre verdad y castigo produzca una fórmula en la que haya más condena que revelaciones: siete de cada diez se manifiesta en desacuerdo con que guerrilleros y paramilitares que hayan cometido delitos paguen penas diferentes a la prisión, y una mayoría amplia, del 80 por ciento, no estaría dispuesta a ver a Timochenko en el Congreso. Un 72 por ciento dice que no les cree a las Farc y, curiosamente, ese número es menor en el estrato alto –62 por ciento– que en el bajo –75 por ciento–. Y casi seis de cada diez encuestados no creen que se fijará el plazo anunciado en La Habana por Santos y por Timochenko –el 23 de marzo de 2016– para terminar las negociaciones, una conclusión que también sorprende por sus diferencias por estrato: tienen mayor confianza los altos que los bajos. El acuerdo sobre justicia, en síntesis, corrobora hallazgos anteriores: la gente quiere paz sin dar mucho a cambio. Pero fortaleció el anhelo de que las negociaciones lleguen a un buen final. Casi siete de cada diez prefieren que el gobierno siga adelante con los diálogos –por tres que preferirían optar solamente por la vía militar– que son porcentajes superiores al 50-50 que hasta ahora, con pequeñas variaciones, había mantenido una profunda polarización. Y a la hora de preguntar por la importancia del proceso para la vida cotidiana de los ciudadanos corrientes, casi nueve de cada diez consideran que sería importante. En lo que se refiere a quién se beneficiaría con la paz, más de la mitad dicen que el país sería el ganador. Mundos opuestos El impacto que tuvo la foto de Juan Manuel Santos y Timochenko, con manos estrechadas y abrazados por el presidente de Cuba, Raúl Castro, fue ambiguo: sube el apoyo al proceso pero no mejora la confianza en las Farc. Pero igual de contradictorios fueron los acontecimientos que siguieron a la ceremonia en el Palacio de Convenciones de La Habana. Mientras la comunidad internacional recibió la firma con beneplácito, en el país se encendió un agitado debate. Santos viajó de La Habana a Nueva York, acuerdo en mano, para presentarse en esa condición ante la Asamblea de las Naciones Unidas y en múltiples entrevistas con medios de comunicación de diversos países. Las reacciones fueron muy positivas. Hubo declaraciones de presidentes, gobiernos e instituciones, y editoriales de periódicos en Estados Unidos, Europa y América Latina. Se corroboró que por fuera del país las posibilidades de un pacto final con las Farc tienen mejor acogida que en la arena política interna. Y mientras Santos recibía felicitaciones y manifestaciones de apoyo en los altos salones de la diplomacia mundial, en Colombia hubo una segunda lectura, menos favorable, del acuerdo firmado en La Habana sobre justicia transicional. Por una parte, porque se agudizaron las críticas sobre la posibilidad de que los jefes de la guerrilla que confiesen sus delitos no tengan que ir a una cárcel con barrotes y uniforme a rayas. También circularon frases sin contexto de una entrevista que Timochenko le concedió a Piedad Córdoba en las que afirmó que no se arrepiente de haber sido guerrillero y que los seis meses de plazo fijados por las dos partes se podrían quedar cortos. A eso se agregó una polémica sobre por qué no se hizo público todo el texto del acuerdo, sino un comunicado de prensa que lo resume. También surgieron discrepancias, entre el gobierno y las Farc, sobre la interpretación de algunos puntos del texto. Mientras para la guerrilla el acuerdo está terminado y no ofrece dudas ni márgenes de interpretación, para el gobierno aún hay asuntos por concretar y desarrollos por negociar. Al cierre de esta edición se conoció que la misma subcomisión de juristas que negoció el acuerdo se encargará de analizar esas diferencias, que no son de poca monta: si, para el gobierno, las declaraciones de Timochenko sobre el plazo son un aviso de que las Farc podrían poner conejo, para las Farc tiene esa misma connotación el hecho de que el gobierno quiera reabrir los temas que ya se habían cerrado en materia de justicia. Lo cierto es que, tal como ha ocurrido desde que se inició el proceso, la opinión pública recibe señales equívocas sobre para dónde van las conversaciones. Las fotos de Santos estrechando a los grandes líderes del mundo que elogian los esfuerzos por la reconciliación, por un lado y, por otra, las confusas discusiones sobre la letra menuda de un acuerdo que se presenta para distintas interpretaciones sobre sus alcances. Mensajes, sin duda contradictorios que, refuerzan la ambigua actitud de la opinión pública sobre la paz.