Solo en la Venezuela de Hugo Chávez, que se proclama independiente, socialista, revolucionaria y bolivariana, se presenta una situación que solo podría describirse adecuadamente con el realismo mágico. Una parranda para un ausente, una enfermedad que es motivo para irse de fiesta, un gobierno que pasó del drama al júbilo en pocos días y un enorme estruendo para tratar de callar el inmenso silencio que retumba desde La Habana.
Los encargados del gobierno, que 15 días antes lloraban ante las cámaras y convocaban al pueblo a rezar por la salud de Hugo Chávez, invitaron el 10 de enero a que los chavistas, en ausencia de su líder, se posesionaran como presidentes de la República. Todo en medio de un enorme jolgorio en el que no faltaron los cantantes, la comida y la bebida.
El gobierno se desbordó en atenciones para los manifestantes, gran parte de ellos empleados públicos. Les regalaron bandas presidenciales de papel, que lucieron sobre las camisetas estampadas con el eslogan #YosoyChávez. A muchos les pagaron el transporte, pues venían desde otros estados y salieron de madrugada para llegar puntuales a Caracas. En las tarimas que ubicaron sobre la avenida Urdaneta, el pueblo escuchó una versión inédita de Guantanamera, de la voz del sobrino del legendario músico venezolano Alí Primera. “Hoy 10 de enero aquí, hay un gentío pa rato, porque el pueblo vino hoy a recibir su mandato, Guantanamera, Guajira, Guantanamera”. Una cuadra más abajo un conjunto de joropo ponía a zapatear a los invitados, y a pocos metros, un fornido rapero, con gafas negras y boina militar, reventaba los parlantes.
Entre los invitados VIP estuvieron algunos presidentes latinoamericanos e Ivián Sarcos, Miss Mundo 2011, conocida como la reina chavista, quien incluso dio una vueltita para deleite de todos sobre la tarima principal. Solo faltaba el gran homenajeado, por quien todos los periodistas preguntaban.
El momento cumbre de la celebración llegó cuando el vicepresidente, Nicolás Maduro, pronunció un discurso de campaña, mientras los asistentes coreaban “Con Chávez y Maduro el pueblo está seguro”. Luego les pidió a todos que juraran lealtad al comandante y tomaran posesión de la Presidencia con una mano sosteniendo la Carta Política y la otra en el corazón. “Juro que defenderé esta Constitución…juro que me comprometo a llevar adelante el programa de la patria en cada barrio, en cada esquina, en cada pueblo… juro que defenderé la Presidencia del comandante Chávez en la calle... Comandante, recupérese que este pueblo ha jurado y va a cumplir la lealtad absoluta”.
El pueblo aplaudió emocionado, y se gozó la última pieza, Chávez corazón del pueblo a ritmo de merengue, mientras los cazabombarderos Sukhoi rasgaban el azul inmaculado. Fue una fiesta inolvidable.
La Constitución de bolsillo
Según parece, todo político venezolano carga una copia diminuta de la Constitución de 1999 en el bolsillo. Oficialistas y opositores la sacan ante las cámaras para demostrar que ellos saben interpretarla mejor que sus adversarios. Los libritos fueron protagonistas cuando la sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, un cuerpo controlado en su totalidad por el chavismo, emitió una sentencia que dividió aún más al país pero que no desembocó en choques violentos ni anarquía, como habían previsto alarmistas de ambos bandos. El fallo, de última instancia, tiene varios puntos cuestionables, según expertos constitucionalistas venezolanos.
Si bien el tribunal reconoció que el 10 de enero comienza un nuevo periodo constitucional y que la juramentación no es un mero formalismo sino una condición sine qua non para asumir el cargo de presidente de la República, coincidió en la interpretación del artículo 231 que hicieron los chavistas. Según esta, cuando se presenta una causa “sobrevenida”, el presidente puede tomar juramento en otra oportunidad, ya no ante la Asamblea Nacional como es costumbre, sino ante el Tribunal Supremo de Justicia.
Lo grave es que la presidenta de la Sala, la magistrada Luisa Estella Morales, dijo que no tenían por qué definir en estos momentos ni cómo, ni dónde, ni cuándo se haría. La sentencia dice textualmente: “Dicho acto será fijado por el Tribunal Supremo de Justicia, una vez que exista constancia del cese de los motivos sobrevenidos que hayan impedido la juramentación”. Es decir, podrían esperar indefinidamente a que Chávez se recupere, y mientras tanto, con el argumento de que hay un gobierno reelegido y una continuidad administrativa, Nicolás Maduro queda encargado, a pesar de que él no fue elegido por voto popular, sino nombrado por Chávez en el anterior periodo.
Los magistrados no consideraron que la enfermedad del presidente es causal para decretar una falta temporal, y sostuvieron en la sentencia que el propio Chávez ha debido solicitarla ante la Asamblea. La magistrada Morales también señaló que la sala “en ningún momento considera que existan motivos para convocar a una junta médica”, que evalúe la condición de salud de Chávez.
Luego de conocerse el fallo, en vez de hacer un solo pronunciamiento como Mesa de la Unidad (MUD) distintos sectores de la oposición criticaron su contenido en forma desarticulada, lo que evidenció que las facciones que la integran no han logrado superar las divisiones.
El gobernador del estado Miranda y excontendor de Chávez en las pasadas elecciones, Henrique Capriles, quien ha adoptado una postura más prudente que radical, dijo:“El gobierno quiere tratar de hacer ver que aquí hay una victoria. ¿De qué? Aquí no se ganó una elección, el Tribunal Supremo de Justicia le resolvió un problema al partido de gobierno” y retó a Maduro a que gobierne porque el país está paralizado.
Y los diputados de la Asamblea Nacional, miembros de los 16 partidos que aglutina la MUD, emitieron un comunicado en el que se preguntan quién está gobernando, “ya que quien solicita diferir la juramentación es Nicolás Maduro y no Hugo Chávez, por lo que debemos presumir que el Presidente no está en condiciones de suscribir comunicaciones y genera dudas sobre si las decisiones se toman en el país o en el asiento del gobierno cubano”. La MUD convocó a una manifestación masiva el próximo 23 de enero en todo el país, para demostrar que Venezuela no se deja someter por otros países.
El gran silencio internacional
Si bien en Venezuela quedó claro que el chavismo controla firmemente las ramas del poder, también se demostró que la diplomacia en la región es flexible, maleable y acomodadiza. Hace siete meses el juicio político y la destitución exprés del presidente paraguayo Fernando Lugo a manos del Congreso hizo que Unasur reaccionara en bloque, que Mercosur suspendiera a Paraguay del pacto comercial y que sus presidentes rechazaran lo que consideraron un “golpe blando”. En 2009, cuando el congreso de Honduras destituyó al presidente Manuel Zelaya, el país fue excluido de la OEA. Y en ambos casos eran sólidos los argumentos que respaldaban constitucionalmente las medidas. Pero esta semana, a pesar de la profunda crisis venezolana, nadie levantó un dedo para al menos cuestionar lo que estaba pasando.
En Caracas, el bloque de países amigos se unió al estruendo de miles de militantes y de la cúpula chavista. Con esa presencia José ‘Pepe’ Mujica de Uruguay, Evo Morales de Bolivia, Daniel Ortega de Nicaragua, de algunas naciones del Caribe y altos funcionarios de Argentina, Ecuador, Cuba o Perú respaldaron los malabarismos constitucionales y dejaron en claro que la democracia latinoamericana pasa por un mal momento.
Esa actitud era previsible, pues desde que llegó a Miraflores en 1999 Chávez se dedicó a construir un bloque regional a base de petróleo barato, acuerdos de cooperación y apoyo político. Ahora esa red, que es mayoría en el continente, apoya su revolución sin hacer preguntas. Según le dijo a SEMANA el politólogo venezolano José Vicente Carrasequero, “estos países vienen a pagar los favores, básicamente económicos, que han recibido de Venezuela”.
El show, sin embargo, no podía ser completo sin el visto bueno de Brasil. Aunque algunos pensaron que podía ser el árbitro de la contienda, Dilma Roussef respaldó discreta, pero decididamente la curiosa toma de posesión. Según Maduro, después de la polémica sentencia del TSJ Dilma ratificó “toda su confianza en el desarrollo de la democracia venezolana”.
Y es que el Partido de los Trabajadores (PT) es un viejo aliado de Chávez. Los brasileños han enviado decenas de estrategas a Venezuela para asesorar políticas y campañas electorales. Además Brasilia necesita una Venezuela, y una Latinoamérica, estables para seguir consolidando su influencia global. Y en los últimos años el comercio entre los dos países ha crecido de manera exponencial. Para noviembre de 2012, según la Cámara de Comercio venezolano-brasilera, los dos países habían intercambiado bienes y servicios por más de 5.600 millones de dólares.
Mientras los aliados de Venezuela hacían fiesta en Caracas, en el resto del continente se impuso el mutismo. Ni siquiera Chile, Colombia o México, países que están por fuera del eje venezolano, hicieron manifestación alguna. Ni siquiera Washington, objeto permanente de los ataques de Chávez, se tomó el trabajo de opinar sobre el tema, confirmando, de paso, que Latinoamérica y sus problemas están muy abajo en las prioridades del departamento de Estado.
Y la OEA, tan dispuesta a aplicar la Carta Interamericana para defender la democracia en los países menos influyentes, también mantuvo su silencio. Su secretario José Miguel Insulza dijo que “el tema ha sido ya resuelto por los tres poderes: lo planteó el Ejecutivo, lo consideró el Legislativo, y lo resolvió el Judicial y llamó a respetar cabalmente la decisión. Aunque la MUD calificó la respuesta a su requerimiento de francamente lamentable”, el diputado y exgobernador del Zulia, Omar Barboza, le confirmó a SEMANA que el próximo martes tendrán una audiencia ante la OEA en Washington. Pero muchos piensan, como advirtió el propio Hugo Chávez en 2010, que “la OEA no sirve para nada”.
Independientemente de quién tenga la razón en materia jurídica, lo que es indiscutible es que el chavismo ha creado un hecho político irreversible. La dimensión y el entusiasmo en la manifestación de apoyo al primer mandatario enfermo deja claro que en la actualidad la oposición tendría pocas probabilidades de ganar una elección. Por eso, si Chávez llegara a morir el interés de sus revolucionarios bolivarianos sería convocar a una elección lo más pronto posible para no darle tiempo a que los candidatos antichavistas se organicen.
Tal vez lo más delirante es que nada indica que Chávez pueda estar en condiciones de regresar de La Habana a Caracas en un tiempo previsible. O sea que esta situación se podría prolongar indefinidamente, con lo que se configuraría el absurdo, de nuevo garciamarquiano, de un país gobernado por un enfermo terminal que ni siquiera se encuentra en su territorio.
Hay un neologismo que a muchos en Venezuela les da escalofríos. Se lo inventó Fidel Castro en una visita de Hugo Chávez en 2005 cuando lanzó que ahora “somos venecubanos”. Venecuba, Cubazuel eran palabras que en ese entonces parecían casi un chiste. Ahora, muchos piensan que Fidel no estaba bromeando y que los hermanos Castro pesan demasiado sobre el destino de Venezuela.
Chávez lleva más de un mes en La Habana, sin que se conozca su diagnóstico y sin que casi nadie lo haya vuelto a ver o a oír. Han sido cuatro largas semanas en las que los vuelos VIP no han cesado de aterrizar en el aeropuerto de La Habana. A la isla han venido presidentes como Ollanta Humala y Cristina Fernández, el asesor internacional de Dilma Rousseff y todos los jerarcas del chavismo.
Todo ello, añadido al mutismo del régimen castrista, produjo un terreno fértil para que las especulaciones crezcan. Según algunos opositores, “bajo la atenta mirada de los Castro se cocinó un pacto para limar asperezas en la cúpula chavista y asegurar la continuidad del socialismo del siglo XXI”.
El oficialismo rechazó esos rumores, resaltando su unidad y su fe en la mejoría del presidente. Adolfo Taylhardatr, opositor, internacionalista y exembajador en Cuba en el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, le dijo a SEMANA que “no creo que el pacto sea cierto en sus detalles pero estoy convencido de que hay un plan tejido con filigrana y convenido por Chávez con la dirigencia cubana para administrar la sucesión en Venezuela”.
Lo cierto es que sin Chávez La Habana tiene mucho que perder. Un 60 por ciento de la energía que consumen los cubanos es suministrada por Venezuela a precios preferenciales, ambos países tienen empresas conjuntas y los venezolanos son el socio número uno de los cubanos. El terror de los cubanos es que sin chavismo vuelvan los duros tiempos del “periodo especial” que siguió el colapso de la Unión Soviética.
A cambio de su generosidad, Cuba envía a Venezuela miles de médicos, enfermeros y entrenadores deportivos. Un programa exitoso gracias al cual se han realizado 745 millones de consultas en nueve años. Los isleños también asesoran al Ejército, la Policía, algunos ministerios e incluso fueron los encargados de modernizar el sistema de identificación. Pero tal vez lo mejor que La Habana le ofrece a Chávez y su enfermedad es el silencio. La cubana es una sociedad vigilada, controlada, aislada, una de las pocas en la región que garantiza que ningún secreto se filtre.
En Venezuela eso ha despertado un nacionalismo fuerte. El alcalde opositor de Caracas Antonio Ledezma denunció que hay ”una violación de la soberanía nacional” y que Chávez “está secuestrado por el gobierno cubano”. Aunque ese sentimiento domina en la oposición, se dice que en el chavismo y en el Ejército algunos lo comparten.
Entre tanto en La Habana se han multiplicado las plegarias de sacerdotes, santeros o rezanderos por la salud de Chávez. Más allá de su ideología saben que cualquier cosa que pase en Cuba se sentirá en todo el continente.