MUNDO
Dilan Cruz: Otros jóvenes asesinados que también son símbolo de las protestas en el mundo
El joven de 18 años salió a marchar durante el paro nacional del 23N cuando un policía del Esmad le disparó. Como él, muchos otros jóvenes, incluso niños, alrededor del mundo han perdido su vida por el uso desmedido de la fuerza por parte de las autoridades.
El homicidio de Dilan Cruz en Colombia volvió a poner sobre la mesa el debate sobre el derecho a la protesta pacífica. Pues no solo en el país, sino en todo el mundo, se ha visto en los últimos meses un aumento en el uso desmedido de la fuerza durante manifestaciones.
Dilan Cruz salió a marchar por el centro de Bogotá junto a cientos de estudiantes del Colegio Ricaurte que, como él, mostraron su inconformismo con el Gobierno. Tras un disparo del Esmad, falleció en la noche del lunes en el Hospital San Ignacio de la Universidad Javeriana.
Dilan, víctima del Esmad, se convirtió en un símbolo del paro nacional y de las protestas en el mundo. Ya varios medios internacionales, como BBC, DW, The New York Times y ABC se han referido al hecho como “una tragedia”. Incluso, varios de ellos, han hecho extensos análisis, derivados del caso, sobre cómo deberían comportarse los policías durante las manifestaciones. La conclusión en la mayoría de los casos es la misma: hay que replantearse el uso de las armas no letales en las conglomeraciones ciudadanas. La protesta es un legítimo derecho de la democracia.
Sin embargo, muchos de los gobiernos parecen no escuchar. Lamentablemente los abusos son cada vez más frecuentes y muchos de los perjudicados son menores de edad. Por supuesto, a su vez hay casos de ataques a policías, muchos de ellos también jóvenes, como se presentó en Bogotá y en Cali en los últimos días.
Pero los ataques a los ciudadanos más jóvenes son los que prenden las alarmas de casi todas las organizaciones de derechos humanos del mundo.
Una situación salida de control
En Sudán cinco niños murieron por los disparos de las Fuerzas Armadas a la ciudadanía hace tres meses. En Venezuela se estima que dieciséis menores de edad murieron en 2017 durante las manifestaciones contra Nicolás Maduro; el número podría haber aumentado considerablemente en los últimos dos años, pero todavía no hay cifras oficiales. En Chile un niño de trece años murió porque una camioneta militar, que intentaba dispersar a los manifestantes, lo arrolló. Treinta y dos menores más del mismo país han resultado heridos por los enfrentamientos entre carabineros y ciudadanos, algunos de ellos han perdido los ojos por los perdigones de las balas de goma.
Y, como si fuera poco, hace dos semanas en Francia un joven estudiante de Lyon se inmoló por la ansiedad y la depresión que le causaron sus deudas universitarias. Una razón que durante esos días miles de estudiantes franceses pusieron de manifiesto también en el gran paro estudiantil que todavía pone en jaque al presidente Macron. Y que, sin duda, ayudó a los manifestantes para continuar con sus críticas, ahora con un aliciente nuevo y un gran símbolo nacional: reivindicar la lucha de Anas K., “el hombre que se quemó”. La Policía del país respondió con fuerza, sin que eso esté dando resultados todavía, antes los cientos de manifestantes, ahora unidos a los Chalecos Amarillos, que se niegan a abandonar las calles.
Algunos analistas, como Matthias Quent, quien habló con la DW sobre el incremento del odio y la violencia en el mundo, consideran que los asesinatos de estos niños en vez de causar miedo, paradójicamente tienen un efecto contrario: aumentan el descontento social y prolongan las protestas contra el gobierno y la fuerza pública.
Eso, precisamente, es lo que está viviendo también Colombia. No solo Dilan, también Duvan Villegas, el joven caleño que está en estado crítico en un hospital del Valle después de recibir un balazo de la Policía se está volviendo en un símbolo de la resistencia popular en el país.
Un caso diferente, pero escabroso
Finalmente, uno de los países con más denuncias por violación a los derechos humanos derivada de la violencia policial es Estados Unidos. Es tanto así que el diario británico The Guardian se encargó de hacer un especial en 2016 en el que contó cuántas personas, independientemente de la edad, murieron por ataques de la Policía. La cuenta les dio 1092 personas. El 7 por ciento de los asesinados fueron afrocolombianos y cerca del 4 por ciento latinos. Lo que generó férreas críticas alrededor del mundo, que no solo se enfocaron en los asesinatos sino en un sistema selectivamente racista y xenófobo.
Después de eso, las protestas en Estados Unidos por la violencia policial contra los afroamericanos se han hecho sistemáticas y recurrentes. 753 civiles han muerto por los disparos de la Policía en 2019, 150 eran negros. 67 de ellos tenían menos de treinta años. D’ettrick Griffin, tenía solo 18 años y le dispararon por intentar robar un carro, lo que por supuesto es un delito, pero nada exime al oficial de dispararle antes de intentar inmovilizarlo.
Famosos de la talla de Leonardo Dicaprio, Beyoncé, Rihanna, Brad Pitt y Morgan Freeman han puesto la lupa sobre estos casos y le han pedido a la justicia encarecidamente revisar el entrenamiento que reciben los policías y, sobre todo, en qué casos pueden utilizar armas como tasers, balas de goma, electroshocks o gas pimienta.
¿Y si las protestas ya no tienen efecto?
Curiosamente, a medida que los movimientos de protesta crecen en el mundo, sus índices de éxito se desploman, como señala Erica Chenoweth, politóloga de la Universidad de Harvard. Hace 20 años, 70 por ciento de las protestas que exigían un cambio político tenía éxito. No obstante, en la primera década del año 2000 todo cambió. Chenoweth encontró que desde entonces, solo un 30 por ciento de las protestas logra un resultado satisfactorio para la gente.
Todo esto encierra una gran paradoja: “A medida que las manifestaciones se hacen más frecuentes, pero más propensas a fracasar, se extienden aún más, y tienden a regresar a las calles al no ver cumplidas sus demandas”, insistió en una entrevista con The New York Times. Al final, el resultado puede ser un mundo donde las revueltas pierden su importancia, y se vuelven parte del paisaje, como ya sucede en lugares como Nicaragua, Haití o Venezuela, donde los levantamientos son tan frecuentes que dejaron de ser mediáticamente visibles. Y en donde los abusos se normalizan en detrimento de las democracias.