El martes 23 de noviembre de 2010, una semana antes de que la Federación Internacional de Fútbol (FIFA) votara para escoger la sede del Mundial de 2022, el príncipe de Qatar se reunió discretamente con el presidente francés Nicolas Sarkozy en el lujoso Palacio del Elíseo. A la reunión secreta también estaban invitados Michel Platini, presidente de la UEFA y Sébastien Bazin, entonces propietario del club Paris Saint-Germain. Durante el suntuoso almuerzo, se negoció la compra del club francés, en problemas financieros, un aumento en la participación accionaria qatarí en el grupo Lagardère y la creación de una cadena deportiva para debilitar a CANAL+, una cadena incómoda para el gobierno francés. A cambio de estas inversiones multimillonarias, el príncipe Tamim ben Hamad Al Thani exigió a Sarkozy, criticado por su perfil de adinerado mandatario bling bling, el voto de Platini a favor de Qatar como sede del Mundial.
Tal es el relato hecho por la revista France Football, que acaba de publicar una investigación de 16 páginas sobre la escogencia del diminuto país de Óriente Medio como sede del Mundial de 2022. Según la publicación, la nación petrolera llevó a cabo una agresiva campaña de lobbying que habría cruzado la línea entre negociaciones legales y corrupción. ¿Resultado? El país del golfo Pérsico, de tan solo 11.000 kilómetros cuadrados y millón y medio de habitantes, recibió 14 de los 22 votos del comité ejecutivo de la FIFA para ser la sede del colosal evento.
Además del pacto entre Sarkozy y el príncipe qatarí, France Football recuerda que en 2011 se conoció un correo en el que Jérôme Valcke, secretario general de la FIFA, le escribe a Jack Warner, entonces vicepresidente : “Compraron el Mundial de 2022”. El funcionario no rechazó la autoría del correo y afirmó que solo era un comentario ligero. El escándalo ya había estallado en mayo de 2011, cuando Phaedra Al Majid, empleado del servicio de comunicaciones internacionales de la candidatura de Qatar, afirmó que dos miembros del comité ejecutivo de la FIFA habían recibido cada uno 1.500.000 dólares por su voto. Al Majid se retractó dos meses después sin dar muchas explicaciones.
Las acusaciones de corrupción contra el imperio deportivo no son nuevas. El intocable Joseph ‘Sepp’ Blatter, presidente de la FIFA, fue reelecto en 2011, siendo candidato único, con más del 90 por ciento de los votos. Desde 1998, el suizo ha impulsado la apertura del Mundial, lo ha llevado a Asia y a África y así ha logrado abrir jugosos mercados a empresas de servicios, compañías de construcción y de turismo. Bajo su dirección, el proceso de escogencia de la sede del Mundial parece una burda y viciada licitación.
“Los intereses económicos y políticos y la mano de los presidentes de las naciones más poderosas del mundo, hacen que los procedimientos de la FIFA sean mucho más complejos de lo que se piensa. La organización se aprovecha para ganar poder con estas influencias”, dijo a SEMANA el danés Jens Sejer Andersen, director de la asociación Play The Game. En entrevista con France Football, Guido Tognoni, exencargado de los medios en la organización deportiva y expulsado de ella hace diez años, habla de una “pequeña mafia” donde desde hace tiempo gobierna la “cultura del deporte podrido”: “Es difícil hablar de compra de votos. Se trata más bien de una organización de votos gracias a acuerdos e intercambios. Esos favores comerciales a diestra y siniestra siempre han existido”, dice en la entrevista.
La podredumbre de estas maniobras turbias se hizo aún más evidente con la designación de un país completamente inapropiado para realizar un evento de esa envergadura: Qatar no tiene ninguna tradición deportiva, su selección nacional se encuentra en la posición 106 de la FIFA, nunca ha participado en un Mundial y algunos ironizan que el único ejercicio de los qataríes es bajar y subir de sus 4x4. Además, los inclementes 50 grados veraniegos hacen imposible llevar a cabo la competición en la época en la que normalmente tiene lugar.
El único mérito de Qatar es tener el dinero suficiente para crear de la nada una sede del Mundial. Construirán un sistema de metro y nueve lujosos estadios con aire acondicionado. El Al Shamal, por ejemplo, tendrá capacidad para 40.000 personas y su fachada estilizada será inspirada en los dhow, las tradicionales embarcaciones a vela de Oriente Medio. A 30 minutos de Doha, será posible llegar en cómodos taxis acuáticos. Aún es incierta la suerte de esos recintos una vez finalizado el Mundial, ya que ninguno se llenaría con los aficionados locales.
Todo esto se inscribe en una estrategia del país para hacer que la mayor parte de su presupuesto en 2020 provenga de fuentes diferentes a la explotación de hidrocarburos. Para ello debe invertir, pero también debe hacerse un nombre en la escena internacional. Eso explica el hecho de que sus inversiones en las naciones occidentales hayan sido hasta ahora monumentales y simbólicas. En 2012 el patrimonio internacional de Qatar llegaba a 210.000 millones de dólares. En Francia, el pequeño país no solo compró el club Paris Saint-Germain, sino que también se apropió de un pedazo de la costosísima avenida de los Campos Elíseos al adquirir un edificio de 27.000 metros cuadrados por 500 millones de dólares. En el Reino Unido ha comprado barrios enteros, en Estados Unidos adquirió la empresa cinematográfica Miramax y en Grecia ha ayudado a rescatar bancos, solo por citar algunos de sus movimientos en 40 países.
Por eso nadie duda de que los negocios en el área deportiva hacen parte de esa estrategia. “La decisión de invertir en deportes no es puramente económica. Hay quienes dicen que la forma más segura de perder dinero es invertir en el fútbol profesional. Lo que ellos quieren es construir alianzas políticas, ganar legitimidad”, señala Andersen.
Ante las serias acusaciones, cada día más voces se elevan para pedir más transparencia en la FIFA. A mediados de 2012, la institución anunció el establecimiento de la Comisión de Ética, presidida por Michael Garcia, exfiscal federal del distrito sur de Nueva York con una hoja de vida intachable. Él es el encargado de llevar a cabo las investigaciones del denominado Qatargate y probar si la nación de Oriente Medio compró realmente la sede del Mundial. Sin embargo, esa comisión no genera mucho optimismo: “¡Blatter tiene tanto dinero que es el único que puede pagarse su propio investigador! La única que puede hacer algo serio contra la FIFA es la Policía, la única que podría tener acceso a cuentas bancarias, acceso a las pruebas”, dijo a SEMANA Andrew Jennings, periodista de investigación británico especialista en organizaciones de fútbol.
La presión obligará a la FIFA a posar de vigilante en futuras votaciones, pero no cabe duda de que no querrá perder jamás su independencia y sus prerrogativas al permitir un control juicioso de sus procedimientos. Si la institución no piensa en una reforma estructural seguirá actuando como una mafia como sucedió en el caso de Qatar, un pequeño pero riquísimo país con ínfulas de grandeza que logró, sin merecerlo, llegar a la cúspide del deporte rey.