oriente medio
En busca del Kurdistán
Las acciones recientes de las milicias kurdas que operan en Turquía ponen en primer plano el complicado asunto kurdo.
Dividida por varios países y después de una larga historia de marginalidad, la etnia kurda demuestra que tiene capacidad para hacerse sentir. En medio del caos del ingobernable Irak, logró obtener un espacio político y en Turquía las milicias separatistas exasperan al gobierno del primer ministro, Tayyip Erdogan.
El pasado 4 de junio, un grupo de guerrilleros del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) atacó con granadas una estación de Policía en Tunceli, región del suroeste de Turquía, con un saldo de siete uniformados muertos y siete heridos. Las incursiones de la insurgencia kurda provocaron protestas del gobierno de Ankara, que amenazó con una respuesta implacable contra los rebeldes y anunció que adelantaría operativos en territorio iraquí.
No sería la primera vez que el Ejército turco atraviesa este límite para reprimir estos movimientos separatistas cuyas principales bases funcionan al otro lado de la frontera. Sin embargo, son advertencias que inquietan a la comunidad internacional, que ve con preocupación que los conflictos traspasen fronteras, pero que a lo largo de la historia se ha desentendido del delicado problema de los kurdos. Un pueblo de más de 30 millones de personas, considerado la comunidad más numerosa que no ha logrado ser reconocida en un territorio en el que pueda conformar un Estado.
Las últimas acciones de estas milicias dan cuenta de una organización que luce cada vez mejor constituida y que no tiene reparos en recurrir a acciones terroristas en la furiosa lucha que reclama los derechos de una etnia llena de resentimientos después de siglos de maltrato.
En Turquía un ataque suicida en un centro comercial de Ankara fue desde el primer momento adjudicado al PKK por las autoridades y la prensa. Este episodio mató seis civiles y llevó el horror a una exclusiva zona de las europeizadas ciudades prósperas del occidente del país. Allí se respira una atmósfera bastante distinta a la que reina en las provincias del otro extremo, donde vive en la miseria buena parte de los 12 millones de kurdos que se encuentran bajo jurisdicción turca.
Las autoridades turcas acusan a la guerrilla del PKK de ser la culpable de la impresionante cifra de 30.000 muertes desde su conformación, en 1984, y la Unión Europea y Estados Unidos avalan su inclusión en la lista que la califica como organización terrorista. Durante los últimos dos años, varias agresiones se presentaron en centros turísticos de Estambul, Marmaris y Antalya, y dejaron una docena de muertos, varias decenas de heridos y una multitud de viajeros adelantando su retorno a casa. Esta vital fuente de ingresos de la economía se vio seriamente perjudicada, mientras que una agrupación denominada Halcones Kurdos de Liberación (TAK) reclamó la autoría de los golpes y en su sitio de Internet sentenció horas después de una seguidilla de atentados en agosto de 2006: "Lo hemos alertado anteriormente, Turquía no es un país seguro. Los turistas no deberían venir".
La historia kurda está marcada por la marginalidad. En el siglo VII, bajo el dominio de tribus árabes, la mayoría de la población kurda se convirtió al Islam sunita. Después de la Edad Media, el territorio del Kurdistán adquirió una particular importancia al convertirse en el área que determinaba los límites entre el área de influencia de Persia y el poder creciente del Imperio Otomano, que en 1639 lo anexó a sus dominios. Distintas insurrecciones contra el yugo otomano fueron aplastadas durante el siglo XIX. Los kurdos eran víctimas de un sofocante régimen tributario y su juventud era obligada a enrolarse en el Ejército.
Las dos primeras décadas del siglo XX determinaron la desintegración del Imperio Otomano y uno de los períodos más sangrientos de la historia de esta región. En medio del caos reinante durante la Primera Guerra Mundial, un millón de armenios fue exterminado por el Ejército otomano. La mejor oportunidad para crear el Kurdistán se presentó tras la derrota de los turcos. El Tratado de Sevres, firmado entre las naciones aliadas triunfadoras y Turquía, en 1920, estableció el reconocimiento de un Estado kurdo. No obstante, el Tratado de Lausana reversó la iniciativa tan solo tres años después. La poderosa república turca que constituyó Mustafá Kemal Ataturk recuperó la tajada e impuso un régimen racista y excluyente que subyugó a los kurdos. Entretanto, Reino Unido y Francia repartieron el resto del Kurdistán entre sus protectorados: Irak, Siria y Persia.
La historia del pueblo kurdo a lo largo del siglo XX no fue más que la confirmación de su papel de ciudadanos de segunda categoría. En el desarrollo de la naciente industria petrolera, sus recursos fueron explotados por potencias extranjeras en coalición con los gobiernos autoritarios.
Tal vez sólo en los años 80 la comunidad internacional se acordó de que existían los kurdos cuando, durante la guerra entre e Irak e Irán, se filtró la información de los despiadados ataques que desde Bagdad ordenó Saddam Hussein contra el Kurdistán iraquí, que en varios casos actuó en complicidad con Teherán.
Hussein, por esos años buen amigo de Washington y de la familia Bush, autorizó el uso de armas químicas en poblados kurdos, entre los que se destaca el tristemente célebre ataque de Halabja, en marzo de 1988. En esta tenebrosa jornada, al menos 5.000 inocentes fueron víctimas del gas mostaza y otras armas químicas que habían sido elaboradas con sustancias y tecnologías proporcionadas al Ejército iraquí por compañías de las potencias de Occidente.
La invasión a Irak en 2003, y el posterior derrocamiento de Hussein, determinó una nueva aparición de la comunidad kurda en Irak por el papel determinante que cumplieron sus milicias como colaboradoras de las fuerzas invasoras que derrotaron a su verdugo. El premio llegó un par de años después con el hasta ahora infructuoso intento por constituir una democracia que le otorgó a la etnia kurda la posibilidad de adquirir un espacio político. Los kurdos obtuvieron por votación 77 escaños de un total de 275 de la Asamblea Nacional Iraquí. Un logro que Washington celebró como guardián de la democracia en cada rincón del mundo.
Muchos interpretaron también como un triunfo kurdo la ejecución de Hussein. Otros, por el contrario, consideran que permitió que el tirano se fuera con más de un secreto a la tumba. "Los estadounidenses eran muy cercanos a Saddam cuando usó las armas químicas, así que no quieren que se divulguen ciertos hechos", manifestó Mahmud Osman, miembro kurdo del parlamento iraquí.
El delicado asunto del poder en Oriente Medio tiene ahora en los kurdos un ingrediente de cuidado. El panorama muestra al gobierno pro-occidental de Ankara, que lucha hacer méritos para ser admitido en la Unión Europea, reclamando al gobierno de Bagdad que tome medidas para controlar las milicias kurdas que han sido armadas por sus compañeros de la Otan. "Es una increíble ironía que Estados Unidos se encuentre ahora atrapado entre dos aliados: las guerrillas kurdas del norte de Irak y Turquía, su gran aliado de la Guerra Fría", le dijo a SEMANA el profesor Jeffrey Stevenson Murer, estudioso del tema kurdo.
En el complicado ajedrez estratégico de Oriente Medio, los kurdos podrían pasar de ser una etnia marginal a ser protagonista, gracias a su hermandad con aquellos que están al otro lado de las fronteras arbitrariamente impuestas. Los kurdos-iraquíes, por ejemplo, podrían a su vez despertar a los kurdos-iraníes, que, necesitados de un lugar en la sociedad, resultarían un elemento desestabilizador en el territorio del díscolo Mahmud Ahmadineyad.
Los kurdos se convirtieron en otro de esos comodines que Washington suele utilizar para combatir a sus opositores, pero nunca se sabe en qué momento las cosas puedan salirse de control.