MUNDO
Exdetenidos de Guantánamo sufren en Uruguay
Como cientos de presos en Guantánamo, jamás fueron acusados de delito alguno. Su experiencia es desgarradora.
Cada día de los 12 años y medio que pasó encarcelado en Guantánamo como presunto agente de Al Qaeda, Adel bin Muhammad El Ouerghi soñaba con la libertad, pero desde su liberación con otros cinco detenidos en diciembre, el tunecino de 50 años enfrenta problemas para vivir libre: En un país extraño, con un idioma que desconoce, los problemas de la vida cotidiana lo amedrentan.
“En Guantánamo solo pensábamos en salir”, dijo El Ouerghi hablando rápidamente en árabe. “Acá tenemos que pensar en comida, ropa, toda clase de cosas”.
El Ouerghi y el sirio Omar Abdelahdi Faraj, de 34 años, hablaron con The Associated Press en la casa de cuatro habitaciones y un baño que comparten con los otros detenidos en un barrio de clase media de Montevideo, en las primeras entrevistas de ese tipo que concedieron. Se negaron a hablar de su encierro en Guantánamo o de cómo llegaron allá, tanto por miedo a las represalias como por el deseo de dejar atrás el pasado, dijeron.
Los seis hombres —cuatro sirios, un palestino y un tunecino— fueron detenidos en 2002 por presuntos vínculos con Al Qaeda. Documentos estadounidenses filtrados a la prensa los describen como milicianos acérrimos.
El Ouerghi presuntamente era entrenador en explosivos de Al Qaeda, conocía a Osama bin Laden e incluso tuvo conocimiento previo de los ataques del 11 de septiembre de 2001, según un documento del Departamento de Defensa fechado en junio de 2007. Faraj era un presunto miembro de una célula terrorista siria disuelta. Para evitar el arresto huyó a Afganistán, donde combatió contra fuerzas estadounidenses en Tora Bora, dice un documento de Defensa fechado en marzo de 2008. Como cientos de presos en Guantánamo, jamás fueron acusados de delito alguno. Estados Unidos los liberó porque las autoridades decidieron que ya no representaban una amenaza.
Uno de ellos, el sirio Abu Wa'el Dhiab, de 44 años, estuvo durante años en el centro de una batalla legal en Guantánamo debido a sus reiteradas huelgas de hambre. Después de asaltar a los guardias y arrojarles materia fecal, lo consideraban tan peligroso que lo encadenaban cuando lo examinaban los médicos contratados por su equipo legal, según documentos del tribunal.
Esas descripciones contrastan con el aspecto de los hombres en Montevideo. Vestido de pantaloncillos, camisa y sandalias, El Ouerghi, de barba cuidadosamente recortada, ofreció café. Faraj, también de barba recortada y anteojos, hablaba suavemente y con timidez, mientras sostenía un rosario de cuentas con la mano derecha. Dhiab, que anda con muletas debido a su debilidad, se mostró cordial y dispuesto a la charla, aunque no quiso que lo citaran.
Cientos de hombres han sido liberados de Guantánamo y últimamente muchos se han instalado en Estonia, Omán, Kazajistán, Georgia, Eslovaquia y Afganistán, entre otros países. Los seis en Montevideo son los únicos que siguen en Latinoamérica. En 2009 fueron liberados para ir a El Salvador, pero luego partieron.
El presidente Barack Obama prometió cerrar la prisión cuando asumió en 2009, pero el Congreso se lo impidió. Otros 55 detenidos están en condiciones de ser liberados y no está claro qué sucederá con los 67 aún sometidos a detención por tiempo indeterminado.
La libertad de los hombres ahora en Uruguay fue dispuesta en 2009, pero no había países que quisieran aceptarlos. Washington determinó que no podían regresar a sus países de origen. El presidente uruguayo José Mujica, preso durante 13 años bajo la dictadura militar en su país, los invitó a instalarse allí y les ofreció apoyo financiero y de los servicios sociales.
A su instalación no le han faltado tropiezos. A principios de febrero, Dhiab dijo en una conferencia de prensa que tenía la sensación de haber sido trasladado de una cárcel a otra y que Uruguay necesitaba mejorar su plan de asentamiento. Hace algunas semanas estalló una controversia cuando se informó que los hombres no habían aceptado los empleos ofrecidos.
Estos empleos incluían construcción y cocina, dijo Fernando Gambera, secretario de relaciones internacionales del sindicato PIT-CNT, que supervisó varios aspectos del asentamiento.
“Cuando recibieron las ofertas, fueron a las entrevistas y visitaron los lugares de trabajo, pero luego los apresó el miedo” y no se presentaron a trabajar, dijo Gambera.
Mujica visitó a los hombres en la casa y dijo luego en su programa de radio que no eran tan esforzados como los inmigrantes que poblaron Uruguay.
El Ouerghi dijo que Mujica los alentó a trabajar, pero también dijo que comprendía la necesidad de que aprendieran español y se olvidaran de Guantánamo para poder seguir adelante.
“El presidente nunca nos llamó holgazanes”, dijo El Ouerghi, quien como los demás habló con afecto del excéntrico mandatario que va a todas partes en un pequeño Volkswagen. “Si todos los presidentes del mundo fueran como Mujica, no habría problemas”.
El período de Mujica finalizó el domingo pasado.
El Ouerghi y Faraj dijeron que querían trabajar, pero antes debían resolver sus persistentes problemas de salud, desde la ansiedad y la falta de concentración hasta trastornos físicos como infecciones estomacales y visión borrosa.
Dijeron que agradecían la hospitalidad recibida y esperaban traer a sus familias, al menos de visita, pero temían por el futuro.
El Ouerghi y Faraj dijeron que el gobierno les paga el alojamiento y les da 15.000 pesos (600 dólares) para alimentos, ropa y todo lo demás.
“Comprar una casa aquí es imposible”, dijo Faraj, que pasó casi toda su vida adulta en Guantánamo y se mostró escandalizado por los precios en Montevideo. “¿Cómo habría de casarme?”
Faraj dijo que había sido carnicero en su pueblo natal de Hama, Siria y que esperaba abrir una carnicería para vender carne halal en Uruguay. El Ouerghi dijo que quería abrir un restaurante árabe que sirviera shwarma, kebab y otros platos del Medio Oriente que no encontraba en Montevideo.
El Ouerghi y Faraj también deploraban los años perdidos, en particular los que transcurrieron desde el momento en que Estados Unidos dispuso su liberación.
“¿Por qué Estados Unidos no me ayuda?”, se preguntó El Ouerghi y añadió que el país tenía esa obligación moral.
Los hombres pasan la mayor parte del día en la casa, donde el revestimiento de las paredes, decorado con flores pintadas, se está descascarando. Dos de los dormitorios tienen dos juegos de literas cada uno, los hombres ocupan las de abajo y ponen su ropa en las de arriba.
Lo primero que se ve al entrar a la casa es una gran mesa de madera con un televisor de pantalla ancha conectado a una computadora, que los hombres usan para estudiar español con programas de internet y comunicarse con sus familias, algunos diariamente, por medio de Skype.
El Ouerghi dijo que vivió en Italia durante siete años, donde trabajó de cocinero y aprendió italiano. Luego vivió en Afganistán, donde dijo que se casó con una mujer paquistaní y tenía vivienda, pero se negó a dar más detalles. El Ouerghi dijo que su esposa se divorció de él cuando estaba en Guantánamo, pero que aún deseaba formar una familia.
“Tengo una hermana y tres hermanos”, dijo. “Todos están casados y tienen hijos”.
A pesar de las dificultades, hay algunas señales de integración. La vecina Patricia Pequeña dijo que han cambiado mucho después de tres meses en Uruguay. Cuando pasaron juntos el Año Nuevo, la comunicación era prácticamente imposible y los ladridos de su caniche blanca Candy les causaban miedo. Ahora hablan un poco de español básico y levantan la perra, a la que llaman afectuosamente “Candy loca”.
Todos han pasado algún tiempo, desde un par de noches hasta un par de semanas, en un pequeño hotel a 10 cuadras de la casa. Las habitaciones no tienen aire acondicionado, lo cual es molesto en el verano caluroso y húmedo del hemisferio sur, ni baño privado.
El dueño Francisco Rodríguez dijo que dirigentes sindicales le pidieron una habitación modesta donde los hombres pudieran tener un poco de intimidad periódicamente. Rodríguez dijo que tenían buena relación con el personal, pero que la comunicación era difícil.
“Uno de ellos me preguntó si teníamos Al-Jazeera”, dijo Rodríguez en alusión al canal noticioso en árabe que transmite desde Qatar. “Dudo que se pueda conseguir Montevideo”.