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Kennedy: Castro debe morir

El presidente norteamericano, frustrado por el desastre de la invasión de Bahía Cochinos, se obsesionó con la muerte del líder cubano, con toda suerte de planes descabellados. Pero el destino tenía otros planes.

27 de noviembre de 2016
Documentos oficiales confirman los atentados de los Kennedy contra Fidel Castro. | Foto: Archivo particular

Documentos oficiales confirman los atentados de los Kennedy contra Fidel Castro. Hay varias sorpresas. Cuando John Glenn regresó a la Tierra cubierto de gloria en febrero de 1962, convertido en el tercer estadounidense en salir al espacio, Fidel Castro ganó sin saberlo una apuesta secreta de la CIA. En efecto, si el astronauta hubiera perecido el hecho habría sido atri-buido oficialmente al sabotaje cubano. Así, la opinión pública de un país mentalizado con la guerra fría y la carrera espacial habría justificado la invasión a sangre y fuego de Cuba "para eliminar la tiranía comunista".

Pero Glenn no tuvo problemas y la Operation Dirty Trick (Trampa Sucia) se quedó en los anaqueles de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos.Trampa Sucia es solo uno de los planes que fraguó el gobierno de John F. Kennedy contenidos en documentos que hace algunos años perdieron su carácter ultrasecreto.

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Incluidas allí están ideas que van de lo delirante a lo criminal, como convencer a los cubanos de que Castro era el Anticristo, inocularle una sustancia depilatoria para quitarle la barba, hundir un barco de refugiados para echarle la culpa o asesinarlo con un puro envenenado o una concha marina llena de explosivos. Los documentos confirman las revelaciones hechas por varios libros de investigadores, como La guerra secreta contra Cuba 1959-1962, de Fabián Escalante, o La vendetta de los Kennedy: cómo libró la CIA una guerra silenciosa contra Castro, de Taylor Branch. Tantos años más tarde los planes parecen sacados de la peor novela de Ian Fleming de quien, por lo demás, se dice que fue consultado para su elaboración.

‘Operation Mongoose‘

Corría abril de 1961 y el presidente John F. Kennedy estaba entre furioso y avergonzado. Acababa de fracasar la intentona de Playa Girón, o Bahía Cochinos, cuando una fuerza expedicionaria apoyada por la CIA fue arrasada en dos días y la población de la isla no se había levantado. El recién posesionado mandatario había criticado en la campaña de 1960 a la dupla Eisenhower Nixon por su complacencia con el comandante Castro, pero al mismo tiempo sectores de ultraderecha lo criticaban por ser demasiado liberal. Así que deshacerse de Castro se le convirtió en una obsesión casi enfermiza. Bajo la dirección de su hermano Robert, su procurador general y cercano confidente, fue lanzada la supersecreta Operation Mongoose (Operación Mangosta), en la cual, en sus propias palabras, "no se ahorraría tiempo, dinero ni recursos humanos".

Los aspectos operacionales quedaron en manos de Edward G. Lansdale, un general retirado de la Fuerza Aérea con experiencia en Filipinas y Vietnam y considerado el mayor experto en supresión de revoluciones. Lansdale mostró una imaginación sin límites. Diseñó una guerra sicológica combinada con sabotaje económico que generarían una rebelión anticastrista hacia octubre de 1962. Para mediados de ese año la operación funcionaba a toda máquina con ataques biológicos contra la zafra azucarera y acciones contra el transporte pero, aunque la economía isleña acusó el golpe, la situación no alcanzó ni remotamente a poner en peligro la estabilidad del gobierno.

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Otros planes eran surrealismo puro. Uno era convencer a los cubanos de que Castro era el Anticristo e iniciar una revuelta con la puesta en escena del regreso del Mesías. Para esa "eliminación por iluminación", como satirizaron sus críticos, un submarino dispararía proyectiles de fósforo para simular explosiones de estrellas sobre La Habana. El plan nunca se llevó a cabo pero tampoco dieron resultado las emisiones radiales de la CIA en las que se ofrecía a los cubanos recompensa por matar a Castro.

Lansdale alcanzó con sus ideas un puesto asegurado en la galería universal del absurdo. Estaba la Operation Free Ride, según la cual se lanzarían sobre Cuba miles de tiquetes aéreos válidos a México o Caracas; la Operation Good Times, que dejaría caer miles de fotos de un ‘Castro‘ gordo comiendo manjares y acompañado de mujeres con la Leyenda "Mi ración es diferente". Algunos aspectos del trabajo de Lansdale resultaban más siniestros, porque Operation Mongoose estaba cimentada sobre el convencimiento de que era necesario invadir Cuba. Para desencadenarla se diseñaron, además de la Dirty Trick, otras como Remember the Maine, que consistía en hundir un buque de Estados Unidos frente a Guantánamo, lo que confirmaría, indirectamente, que la voladura del buque de ese nombre en la bahía de La Habana, que desencandenó la guerra hispano-americana del comienzo del siglo XX, fue obra de manos estadounidenses.

Había planes planes aún más sangrientos, como derribar un avión norteamericano, hundir un barco de refugiados y orquestar una campaña terrorista en Miami, todo para achacárselo a los cubanos y justificar la invasión. Aunque la mayoría de las acciones de la Operation Mongoose nunca se materializaron, las actividades efectivamente desarrolladas fueron tan agresivas que una corriente de historiadores sostiene que fueron el origen de la crisis de los misiles, pues la URSS habrìa accedido a instalar éstos en apoyo de su aliado ante las evidencias de que el Ejército norteamericano estaba preparándose para una invasión masiva.

Quitarle la barba

Mucho más allá de derrocar su gobierno, los afectados por las confiscaciones resultantes de la revolución apetecían la cabeza de Castro. No sólo estaban allí los grandes intereses económicos norteamericanos y cubanos, sino la mafia, que había perdido sus casinos y sus redes de prostitución. La CIA asumió desde el comienzo la tarea de llevar a cabo la eliminación física de Castro y para ello entró en alianzas non sanctas con figuras mafiosas.

Casi todos los 33 planes se quedaron en el papel pero están consignados en el documento ‘Reporte del Inspector General sobre los planes para asesinar a Fidel Castro‘. Según ese documento, liberado por la CIA en 1994 en desarrollo de su Programa de revisión histórica, no sólo se pensó en asesinar a Castro sino en desprestigiarlo. Uno de los esquemas consistía en contaminar con un aerosol de LSD la estación de radio donde Castro lanzaba sus arengas para que comenzara a desvariar al aire. Otro consistía en tratar una caja de puros con "alguna clase de químico" que, al contacto, produjera "una desorientación temporal de la personalidad". La idea era que Castro fumara uno antes de un discurso e hiciera el ridículo. El sistema jamás fue usado, según la página 11 del documento, porque nunca se logró establecer cómo entregar la caja sin despertar sospechas.

Pero dentro de este grupo el proyecto más loco consistía en que un lustrabotas aplicara talio en los zapatos del líder en uno de sus viajes a la ONU en Nueva York. Esa sustancia tiene efectos depiladores y los norteamericanos esperaban que Castro perdiera su barba en forma instantánea, preferiblemente mientras aparecía en el Show de David Susskind, la estrella de los talk shows de la época. El plan fracasó cuando Castro canceló ese viaje.

Asesinato S.A.

Otro plan con cigarros era más siniestro. El reporte del Inspector General menciona una caja contaminada con una virulenta toxina capaz de producir la muerte en cuestión de horas luego del contacto "sin que en realidad tenga que fumar". Otros métodos considerados fueron "un veneno de molusco administrado mediante un alfiler" o un pañuelo tratado con bacterias mortales.

Envenenarlo no fue, sin embargo, idea de la CIA. El plan inicial de la agencia era "un asesinato típico de pandilleros en el que Castro sería acribillado a tiros". Pero el aliado mafioso de la Agencia, Sam Giancana (célebre por haber compartido una novia con el presidente Kennedy), contestó que sería muy difícil reclutar sicarios porque su posibilidad de supervivencia era mínima. A cambio recomendó usar "una píldora letal", aplicada a la bebida de Castro por algún contacto cubano de otro reconocido mafioso, Joe Trafficante. Según el Inspector General, "el veneno debería ser estable, soluble, indetectable y de acción retardada". Pero cuando se hicieron las primeras pruebas en un vaso de agua "ni siquiera se desintegró, mucho menos se disolvió". La versión final no pudo ser probada porque el amigo de Trafficante, Juan Orta, fue destituido de su puesto directivo y huyó de Cuba.

El traje de buzo

El mes señalado por Lansdale para la caída de Castro, octubre de 1962, pasó sin que ocurriera nada y los Kennedy, siempre pragmáticos, llegaron a la conclusión de que era tiempo de normalizar relaciones con Cuba. En abril de 1963 dos funcionarios de Robert Kennedy viajaron a la isla para continuar las negociaciones que habían llevado a la devolución de los prisioneros de Bahía de Cochinos. La CIA, la gran damnificada de ese fracaso, culpaba al presidente y no estaba dispuesta a permitir que éste arreglara las cargas con Castro. De ahí salió el esquema del traje de buzo. Conocedores de que Castro era un nadador entusiasta los estrategas pensaron que sería ideal regalarle un traje de buzo contaminado en su interior con un "hongo capaz de producir una enfermedad de la piel invalidante y crónica" y contaminar los tanques con tuberculosis.

Con este complot la CIA atentaría además contra la normalización, porque su idea era que uno de los enviados de Kennedy le entregara sin saberlo el traje a Castro, para que los cubanos dedujeran el origen de los males del comandante y así se dañara el acercamiento. Pero todo se vino abajo porque el enviado ya le había regalado, por su propia iniciativa, un wet suit.

La CIA siguió actuando por su cuenta y el último intento se presentó en octubre de 1963 con la colaboración de Rolando Cubela, un miembro del entorno de Castro que estaba en contacto con la Agencia desde 1960. Tres francotiradores dispararían contra el dirigente comunista en la Universidad de La Habana pero cayeron en poder de la policía revolucionaria con las manos en la masa. En noviembre de 1963 el destino fue al encuentro de Kennedy en Dallas. Muerto el presidente, los intentos de aproximación con Cuba se fueron a pique, y con ellos el interés de la CIA por "terminar" con Castro. De nuevo, un viraje inesperado de la historia le había salvado la vida.