POR QUE NO BOMBARDEARON?
A tiempo que se cumplen 50 años del día en que el mundo se enteró del holocausto judío, resurge el debate sobre por qué los líderes aliados, que sabían de su existencia, se negaron a bombardear los campos de concentración de Hitler.
EN ESTOS DIAS, CUANDO COMIENZA A conmemorarse el final de la Segunda Guerra Mundial, una vieja e insólita polémica vuelve a tomar fuerza, revivida por un artículo de David Horovitz en The Jerusalem Report. Allí vuelve a plantearse una pregunta que ha sido respondida de muchas maneras. ¿Qué tanto hubieran podido los norteamericanos evitar parte del genocidio que los nazis estaban perpetrando contra los judíos si hubieran bombardeado los campos de exterminio, y en especial el de Auschwitz?
Lo cierto es que, como refiere Horovitz, los bombarderos B-17 de la Fuerza Aérea de Estados Unidos atacaron objetivos muy cercanos a Auschwitz. Uno de ellos se presentó el 13 de septiembre de 1944. En esa fecha el objetivo de los escuadrones se centró en Monowitz, una planta productora de petróleo sintético situada a sólo cuatro kilómetros del fatídico campo de Auschwitz y a menos de ocho de la cámara de gas. El intenso fuego antiaéreo impidió que la mayoría de las bombas cayeran sobre su objetivo y, a cambio, algunas de ellas cayeron sobre el taller de ropa, las barracas de los guardianes, sobre un refugio y la carrilera del tren que llegaba a los crematorios de Auschwitz. El saldo de víctimas: 40 prisioneros, 15 miembros de las SS (las fuerzas nazis de choque) y 30 civiles dentro del refugio.
Cuatro meses y medio después, el 27 de enero de 1945, los soviéticos liberaron a 7.600 sobrevivientes del campo de exterminio. El mundo supo por primera vez que allí habían sido asesinados, en los últimos dos años y medio, varios millones de judíos. El primer comandante del campo, Rudolf Hoss, confesó haber autorizado personalmente el exterminio de dos millones de personas entre junio de 1941 y el final de 1943.
Ese bombardeo accidental ha servido de base a muchos historiadores para afirmar que un ataque directo contra los campos de concentración, y en especial sobre Auschwitz, hubiera podido salvar muchas vidas. "No hay duda de que era posible", dice David Silberklang, un historiador que actualmente supervisa el proyecto de ampliación del museo del Holocausto Yad Vashem en Jerusalén."No hay duda de que los aviones hubieran podido llegar hasta allí", sostiene. En ese orden de ideas, si se sabía que día a día miles de personas estaban siendo asesinadas allí, el imperativo moral era actuar.
FUGITIVOS!
Lo que el mundo supo tras la llegada de las tropas aliadas era un rumor que circulaba desde finales de 1942 en el este de Europa. En su estudio Auschwitz y los aliados, el historiador británico Martin Gilbert menciona que se hablaba de"grandes edificios de conereto" en la frontera ruso-polaca "donde la gente es asesinada y quemada". Pero los rumores sólo fueron confirmados por los altos mandos a finales de junio de 1944.
En esos días cuatro prisioneros de Auschwitz lograron fugarse y revelaron con detalles espeluznantes el verdadero destino corrido por tantos judíos que estaban "desapareciendo". Fue entonces, dos años después de que se iniciaran los rumores, cuando comenzaron las súplicas de los dirigentes judíos a los militares aliados. Si en algo coinciden los historiadores es en que ya era demasiado tarde.
Pero, aunque la mayoría de las víctimas ya había encontrado su destino, las cámaras de gas seguían en funcionamiento. Hasta su suspensión, en noviembre de 1944, siguieron llegando judíos de Hungría, Grecia, Italia, Transilvania, Francia, Bélgica, Eslovaquia, etcétera.
Ello hace que la polémica en realidad se ciña a un período muy corto pero, aún así, son muchos los estudiosos que no dudan en atacar al alto mando estadounidense por no haber asumido una actitud ante una tragedia que ya conocían. Gilbert, por ejemplo, argumenta que entre la primavera y el verano de 1944 los aliados tenían "la capacidad técnica para bombardear las carrileras de tren que llevaban al campo y a la cámara de gas".
Michael Berembaum, en su libro Lo que el mundo debe saber -La historia del Holocausto- contada en el Museo del Holocausto de Estados Unidos, asegura que la Fuerza Aérea de Estados Unidos tenía la capacidad para detener el exterminio desde 1944 "si hubiera querido hacerlo". En un libro recientemente publicado bajo el título La guerra seereta contra los judíos, John Loftus y Mark Aarons afirman que "por el precio de algunas bombas norteamericanas los campos de exterminio se mantuvieron abiertos". El sobreviviente de Auschwitz Ellie Wiesel acusa a "la lenta e insensible burocracia" por la falta de acción.
David Wyman, el autor estadounidense de otro importante estudio sobre el Holocausto, El abandono de los judíos, reprocha al departamento de Guerra de Estados Unidos por haber rechazado las súplicas de bombardear Auschwitz con el pretexto de que era impráctico, y dice que ese argumento fue nada más que "una excusa para su falta de acción ".
Wyman se apoya en varios hechos: que los aliados tenían el control absoluto de las cielos de Europa, ya que la aviación alemana estaba destruida; que los aviones tenían el alcance suficiente; que un ataque hubiera podido ser suficientemente preciso y que hasta el clima fue favorable entre agosto y septiembre de 1944. Si se hubiera intentado, dice, se hubieran salvado 150.000 vidas segadas entre julio, cuando las peticiones de acción comenzaron a llegar a Washington, y noviembre, cuando fueron suspendidas las ejecuciones. "Si los bombardeos hubieran sido aprobados inmediatamente, el transporte de 437.000 judíos desde Hungría hubiese sido evitado".
AL MENOS INTENTARLO
Es por eso que en su artículo Horovitz reseña que, a pesar de que el bombardeo aéreo de Auschwitz no hubiese sido tan sencillo como esos historiadores afirman, otros sostienen que al menos hubiera podido intentarse.
"La gente llegaba en cantidades de 10.000 a 15.000 diarios", recuerda Leo Kaufer, un sobreviviente que estuvo en el campo de Birkenau desde agosto de 1943 hasta noviembre de 1944. "Unas cuanta bombas sobre los rieles del tren, inclusive si sólo les hubiera tomado a los nazis unas cuantas semanas para reponer los daños, hubiese significado por lo menos la salvación de 100.000 personas. Los trenes de transporte hubieran tenido que ser desviados a otra parte y no existían campos alternativos donde tanta gente podía ser eliminada".
Pero la realidad es que, antes que ser consideradas a fondo, las solicitudes de ataque fueron rechazadas por la Real Fuerza Aérea británica como algo fuera de su capacidad, y nunca fueron seriamente evaluadas por los estrategas militares de Estados Unidos. El primer ministro británico, Winston Churchill, y su canciller, Anthony Eden, escucharon las súplicas de la Agencia Judía, pero el Ministerio del Aire se rehusó a actuar. En Washington, John J. McCloy, subsecretario de Guerra, ordenó a sus subordinados "matar" del todo una idea tan descabellada. Hugo Gryn, hoy un prominente rabino británico, al recordar el sonido de los aviones aliados que volaban hacia otros objetivos, comentó que "uno de los aspectos más dolorosos era la sensación de estar completamente abandonados".
NO ERA TAN FACIL
Pero también son muchas las voces que se alzan para explicar la posición oficial de los aliados, publicada por el Departamento de Guerra de Estados Unidos pero rechazada por muchos. Según ésta, "la operación sugerida era impracticable (...) y sólo hubiera podido ser ejecutada mediante la desviación de considerable apoyo esencial para el éxito de las fuerzas en operaciones en otros lugares (...). El apoyo más eficiente para las víctimas de la persecución es la derrota alemana, y a esa tarea debemos dedicar todos los recursos a nuestra disposición ". Y el objetivo fundamental de los bombardeos aéreos era romper la columna vertebral de Alemania: su producción industrial y su industria petrolera.
En su introducción a un cuidadoso análisis del tema, publicado en The Journal of Military History, James Kitchens lll, de la Agencia Histórica de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, sostiene lo siguiente: "Las limitaciones operacionales, más que los prejuicios, impidieron a los aliados bombardear Auschwitz".
Otro que se manifiesta en ese sentido es Richard Levy, un ingeniero retirado de Seattle, quien acaba de terminar una investigación titulada 'El bombardeo de Auschwitz reconsiderado: un análisis crítico'. En su trabajo, que será publicado por la editorial Saint Martin, de Nueva York, Levy dice que "el tratamiento de los aspectos operacionales por los llamados historiadores es patético. Muchos de ellos se apresuran a concluir que el bombardeo hubiera sido fácil y después saltan directamente al punto de vista de que la falta de acción fue motivada por razones políticas".
Tanto Kitchens como Irving Uttal, coronel retirado y veterano de 35 misiones de bombardeo sobre Alemania, refutan los argumentos de Wyman. Uttal anota que los bombarderos pesados de la Segunda Guerra Mundial, como el B-17, "sólo dieron en el blanco en el tres por ciento de las oportunidades", lo cual haría impracticable un ataque de la precisión requerida. Kitchens sostiene que uno de los aviones propuestos por Wyman, el Mitchell B-25, hubiese podido alcanzar el objetivo, pero la necesidad de volar en masa para su protección hubiera eliminado el factor sorpresa y aumentado el riesgo de pérdidas.
El profesor Martin van Crefeld, un reconocido historiador de la Universidad Hebrea de Jerusalén, confirma que hubiesen sido necesarios muchos bombardeos repetidos sobre Auschwitz para poder poner el campo fuera de acción. Dice que éste era comparable a la isla de Peenemunde, en la costa báltica, donde los alemanes construían sus mortíferos cohetes V-1 y V-2. "Los aliados lanzaron un ataque aéreo sobre la isla en 1942, pero no lograron detener la producción ".
Otro argumento de Crefeld es que la repetición de los ataques sobre Auschwitz era un peligro en sí misma, porque los alemanes concentrarían sus defensas, y pone un ejemplo: "En octubre de 1943 los aliados atacaron uno de los principales centros de manufactura de balineras en Schweinturt. El primer ataque no hizo daños, y cuando los aliados volvieron a atacar, perdieron 100 aviones".
El argumento aliado resultó confirmado por el testimonio del ministro alemán de armas y producción de guerra, Albert Speer, quien dijo a sus interrogadores después de su derrota, en julio de 1945, que la estrategia de los aliados de atacar sin dilación las plantas productoras de petróleo, las refinerías y las bodegas de reserva había sido tremendamente efectiva. Para el invierno de 1944, sostuvo, "en cuanto concernía al ejército alemán, la falta de petróleo (...) se convirtió en una situación catastrófica". Al respecto Levy anota sobre la contraofensiva nazi de las Ardenas en diciembre de 1944, que fracasó en repetir la victoria de 1940, entre otras cosas, por la falta de petróleo. "Si los aviones de Estados Unidos destinados a bombardear las plantas productoras de petróleo sintético en el área de Auschwitz se hubiesen desviado a Birkenau, el combustible, simplemente, les hubiera hecho menos falta".
¿ATACAR A QUIÉN?
La falta de precisión de los bombarderos de la época no sólo significaba que se hubieran necesitado muchas incursiones para desactivar el objetivo, sino que las posibilidades de matar más judíos que a los propios nazis eran extremadamente altas. Durante el verano de 1944 la población de Auschwitz era de más de 100.000 personas. Por eso Wiesel escribió que "si una sola bomba caía sobre los bloques de prisioneros hubiera cobrado miles de vidas al instante ".
Kitchens, por su parte, aclara que los B-17 y los B-25 estaban diseñados para soltar sus bombas desde 25.000 hasta 30.000 pies de altitud, lo que hacía imposible el bombardeo de precisión, y que unos estudios de la Fuerza Aérea demostraron que, aún bajo condiciones óptimas, por lo menos la mitad de las bombas hubieran caído a 200 metros del blanco, y que dos de las cámaras de gas estaban a menos de 100 metros de las barracas de los presos.
El profesor Van Crefeld argumenta también que las víctimas de un bombardeo aliado hubieran sido principalmente judíos. "Todos hemos visto las fotos de largas filas de prisioneros custodiados por dos o tres soldados. Una sola bomba les hubiera ahorrado a los nazis mucho trabajo ".
Y la verdad es que, como dice en su artículo Horovitz, muchos han olvidado que las súplicas judías no tenían el respaldo de una argumentación convincente. La opinión de los judíos informados, como afirmó Levy, estaba en contra del bombardeo de los campos. Nadie menos que León Kubowitzki, director del departamento de rescate del Congreso Mundial Judío, se opuso con el argumento de que un ataque por parte de los aliados serviría como "pretexto a los alemanes para asegurar que sus víctimas no sólo murieron por sus manos sino por acción de las fuerzas aliadas".
Gilbert propone una tesis intermedia: "la falta de apoyo de los aliados a las súplicas judías fue por una falta de comprensión e imaginación al enfrentarse con lo increíble, al fin y al cabo muchos judíos encontraban muy difícil creer en la posibilidad del exterminio".
La consideración crucial, que tal vez era muy difícil de hacer en esa época, es que aunque hoy es claro que la victoria aliada era inevitable en 1944, los estrategas no tenían tanta seguridad en ese momento. Cada bombardeo aéreo era crucial, cada desviación de su estrategia principal podía ser catastrófica. Había sólo un motivo de urgencia, dice Levy, pues los aliados nunca estuvieron seguros de qué tanto progreso habían hecho los alemanes en su proyecto de bomba atómica.
Pero lo cierto es que, aún con todos esos argumentos, bajo ninguna circunstancia hubiera sido fácil que el alto mando aliado decidiera atacar los lugares de concentración de las mismas personas que intentaban rescatar. Porque haberlo hecho hubiera significado pasarse el resto del siglo explicando que era por su propio bien.