El encuentro entre los presidentes de Ucrania y de Rusia parecía alentador. El lunes, en la cumbre de la Unión Aduanera, Petro Poroshenko y Vladimir Putin se dieron la mano en Minsk, la capital de Bielorrusia, hablaron de paz, e incluso evocaron la elaboración de una ‘hoja de ruta’ para el alto al fuego en Ucrania oriental, donde desde hace meses el Ejército de ese país se enfrenta a los grupos prorrusos. Pero, por lo que pasó días después, los augurios eran vanos.
En efecto, el jueves Poroshenko denunció una incursión del Ejército ruso en su territorio, en la que al menos unos 1.000 hombres entraron por Amvrosiivka y Starobeshevo. En la tarde, el gobierno de Ucrania anunció intensos combates con grupos rebeldes reforzados por efectivos del ejército ruso, y que estos habían tomado algunos centros urbanos cercanos a la frontera. Entre ellos, la costera Novoazovsk, en el mar de Azov, a pocos kilómetros de la península de Crimea, que Rusia anexó en marzo.
Las reacciones de la comunidad internacional no se hicieron esperar. El viernes, el secretario general de la Otan, Anders Fogh Rasmussen, dijo que “ahora está claro que soldados y equipamiento rusos han cruzado ilegalmente la frontera con el este y sureste de Ucrania (...) como parte de un peligroso patrón (seguido) durante muchos meses para desestabilizar a ese país”. Adicionalmente, esa organización presentó imágenes satelitales que muestran, al 28 de agosto, el avance de las unidades rusas en territorio ucraniano con grandes cantidades de armamento sofisticado, como sistemas de defensa aérea, tanques y otros vehículos blindados.
Por su parte, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, fue enfático al reconocer la entrada del Ejército ruso en ese país. En su rueda de prensa Obama descartó una intervención armada, pero dijo que, junto con sus aliados europeos, Washington iba a tomar medidas adicionales, pero sin especificar cuáles.
En el Viejo Continente, donde aún está abierta la herida por el derribo del vuelo MH 17 de Malaysian Airlines, el presidente de Francia, François Hollande, y la canciller alemana, Angela Merkel, anunciaron que la Unión Europea discutiría en la cumbre del sábado en Bruselas si aplica más sanciones a Rusia. Una posibilidad que sin embargo mantiene a los países europeos profundamente divididos, pues mientras Francia, Polonia, Reino Unido y los países bálticos quieren aplicar más sanciones, Hungría, Eslovaquia, Chequia, Grecia, Austria y Bulgaria se muestran reacios a continuar con las medidas, que afectan cada vez con más severidad a sus propias economías, que no levantan cabeza tras de la crisis de 2008. Lituania, que pasó casi toda la mitad del siglo XX bajo la dominación soviética, convocó el jueves a una reunión del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que se reunió el viernes en Nueva York.
Desde Moscú, el Kremlin negó la presencia de tropas rusas en la región y le achacó la responsabilidad al gobierno de Ucrania, diciendo que se habría inventado los hechos para justificar su impotencia. El viernes, Putin incrementó aun más la tensión diplomática y lanzó un mensaje con preocupantes alusiones históricas y amenazas apenas veladas de nuevos frentes de conflicto con Occidente. “El Ejército ucraniano (...) está golpeando directamente áreas residenciales con el fin de destruir su infraestructura. Lamentablemente, eso me recuerda los eventos de la Segunda Guerra Mundial, cuando los ocupantes alemanes fascistas cercaron nuestras ciudades”, dijo en un campamento de la juventud en las afueras de Moscú. Y añadió en el mismo escenario: “Nuestros intereses están concentrados en el Ártico. Y por supuesto deberíamos prestarles más atención a los temas de desarrollo de esa región y al reforzamiento de nuestra posición”.
Con las manos en la masa
Pese a las negativas de Moscú, desde hace algunas semanas Kiev ha aportado pruebas contundentes de la presencia de tropas rusas en su territorio, entre ellas un video publicado a principios de la semana pasada en el que aparecen nueve soldados rusos capturados en territorio ucraniano, quienes suministraron sus chapas de identificación y reconocieron estar en servicio activo.
Ante la evidencia, el Kremlin se desentendió afirmando que se trataba de una patrulla fronteriza que había entrado por error a territorio ucraniano “en una zona no demarcada”. El primer ministro de la autoproclamada República Popular de Donetsk, Alexander Zakharchenko, ofreció una explicación aun más peregrina para la presencia entre sus combatientes de más de 1.200 hombres ‘entrenados en Rusia’, cuando dijo que se trataba de “voluntarios” que “habían decidido tomar sus vacaciones no en la playa, sino con nosotros”.
Y aunque para Kiev y para Occidente ha sido claro desde el comienzo que los ‘misteriosos hombres de verde’ obedecen las órdenes del Kremlin, el gobierno ruso ha desatado una intensa campaña propagandística para blindar a Putin de las consecuencias políticas de un conflicto bélico. Esa situación sin embargo podría alterarse si estalla una guerra abierta. Como le dijo a SEMANA el profesor Chris Brown del Departamento de Relaciones Internacionales de la London School of Economics, “aunque muchos rusos piensen que la intervención de su país es legítima, la gran pregunta es si seguirán tan entusiasmados cuando comiencen a registrar bajas entre sus filas y la economía comience a sufrir”.
Por ahora, Putin sigue tomando por sorpresa a Ucrania y Occidente, pues esta semana, mientras hablaba con Poroshenko, tenía claro que dos días después abriría un nuevo frente de batalla a varias decenas de kilómetros al sur de la zona donde se han estado librando los combates, con la intención de abrir un corredor por el sureste del país hasta la zona de Donetsk y demostrar que la capacidad de ataques sorpresivos de Moscú sigue intacta, y que las sanciones económicas no tuvieron el efecto esperado. Y aunque los especialistas consultados por esta revista descartaron de plano la posibilidad de que los combates se extiendan a Crimea –por completo bajo la jurisdicción rusa– la intervención de esta semana le ha servido a Putin para repeler el avance del Ejército ucraniano, e incluso pasar la ofensiva.
Como le dijo a SEMANA el director del Instituto Pan-Europeo y profesor de Economía Rusa de la Universidad de Turku, Kari Liuhto, “el conflicto en Ucrania ha mostrado que las crisis externas elevan la popularidad de Putin. A medida que la disminución del crecimiento del PIB de Rusia afecte la popularidad de Putin, la elite que lidera el país podría perfectamente organizar ‘otra Ucrania’ en un país como Moldavia, que cuenta desde 1991 con un alto número de oficiales rusos en su territorio. En este contexto, hay que entender que Ucrania no es la causa del problema, sino tan solo un síntoma”.
Si bien el conflicto en el este de Ucrania se agrava cada semana, los hechos de los últimos días muestran sin ambages que Putin ha adoptado una política de riesgo extremo, en la que lo único claro es que su estrategia de confrontación militar con Occidente no tiene límites y va para largo. “En estos momentos se está desarrollando una guerra abierta en Ucrania”, le dijo a esta revista Amanda Paul, analista del think tank European Policy Centre. “A su vez, es muy relevante que la invasión haya sucedido al mismo tiempo que Poroshenko se reunía con Merkel y mientras se desarrollaba la reunión de Minsk, pues así Putin manda un mensaje según el cual, diga lo que diga Occidente, él seguirá persiguiendo sus objetivos”. En la medida en que Estados Unidos y Europa tengan su atención puesta con la crisis de Estado Islámico en Irak y Siria, Ucrania estará bastante sola en términos militares. Y Occidente, que creía haber superado las agresiones militares entre países, esperará con ansiedad dónde dará el oso ruso su próximo zarpazo.