MUNDO

Santos y Obama: halcones, presidentes y Nobel de paz

A los mandatarios de Colombia y Estados Unidos los emparenta el premio que recibieron siendo mandatarios en ejercicio.

10 de diciembre de 2016
Santos el entrega el acuerdo original de paz a Barack Obama | Foto: Cortesía Presidencia de la República

Un Nobel de Paz es probablemente el reconocimiento más alto al que pueda aspirar cualquier estadista, pero muy pocos lo han conseguido mientras ejercen como gobernantes. Barack Obama y Juan Manuel Santos, que han coincidido en seis de sus ocho años en el poder, son los ejemplos más recientes, aunque no los únicos.

“Qué mejor política pública, qué mayor logro para un estadista que conseguir reducir la guerra en su país”, señala Jorge Restrepo, director del CERAC y estudioso del Nobel, al explicar que en ambos casos se entregó para fortalecer, darle impulso y respaldo internacional, a políticas de construcción de paz.

Hay puntos en común y evidentes contrastes. Al presidente saliente de Estados Unidos, el Nobel le llegó en el crespúsculo de su primer mandato, en 2009, cuando no había siquiera cumplido su primer año en la Casa Blanca, por su “extraordinario esfuerzo en fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre pueblos” y en particular por su “visión de un mundo sin armas nucleares”.

Al presidente colombiano, el premio le entregó un tanque de oxígeno en la segunda mitad de su segundo periodo, cuando los seis años de negociaciones con las FARC tambaleaban por el inesperado triunfo del No en el plebiscito. “Fue como un regalo del cielo” para el entonces alicaído proceso de paz, admitió el propio Santos en Oslo.

Le puede interesar: “La paz parecía un sueño imposible”: Santos al recibir el Nobel

"El Comité del Nobel tomó la decisión correcta en acoger sus esfuerzos incansables para conseguir una paz justa y duradera en Colombia", manifestó Obama sobre el premio a Santos. Y es que además del Nobel, los une el decidido apoyo del estadounidense al proceso de La Habana. No solo nombró un enviado especial (Bernard Aronson) y prometió nuevos fondos para Paz Colombia, la iniciativa que relevará el Plan Colombia, sino que en su último discurso del Estado de la Unión incluso destacó que la negociación con las FARC fortalecía el orden internacional.

Aunque el colombiano se haya apropiado del símbolo de la paloma, que nunca falta en su solapa, y allí estuvo en la ceremonia del sábado, ambos tuvieron que mostrar su faceta de ‘halcones’ y ordenar acciones bélicas. Pero su trayecto se dio en direcciones opuestas. Santos lo hizo principalmente antes de acceder a la Casa de Nariño, cuando fue ministro de Defensa de Álvaro Uribe, mientras Obama fue elegido como un candidato pacifista, opuesto a la guerra de Irak, y después tuvo que tomar dolorosas decisiones cuando ya portaba la medalla dorada con el rostro de Alfred Nobel.

Santos golpeó a las FARC como nunca nadie había podido. Fueron sus “adversarios”, como recordó en su discurso del sábado. Lideró golpes como la Operación Jaque y los bombardeos contra Raúl Reyes y Alfonso Cano, pero supo hacer la transición a la diplomacia, y poner de su lado a la comunidad internacional. Así se fue cristalizando la paradoja de que es uno de los mandatarios de Colombia más impopulares en su tierra y más admirado en el mundo.

Para Obama, por su parte, el premio redobló su dimensión universal, y elevó las expectativas del mundo frente al ascenso del primer presidente negro de la primera potencia planetaria, a pesar de que ese título no se llevara muy bien con el tradicional estatus de “comandante en jefe” que acompaña a los presidentes norteamericanos.

El propio Obama reconoció que lo sorprendió el premio por prematuro, y solo se quedó en Oslo por unas 26 horas, sin participar en varios de los eventos que rodeaban la ceremonia. “Aún tengo mucho trabajo por hacer en Washington antes de que se acabe el año”, se justificó hace siete calendarios.

Incluso aprovechó su discurso de aceptación para defender como eje central la idea de que algunas guerras son necesarias y justas, y reconocer que no podremos erradicar los conflictos violentos del mundo durante lo que nos resta de vida.

Obama aceptó la inmensa carga del Nobel. Señaló que entendía el premio como un “llamado a la acción”. De entrada, llegó a la Casa Blanca heredando dos grandes guerras lanzadas por su unilateralista predecesor, George W. Bush: Irak y Afganistán. Una de sus primeras decisiones fue reversar dudosas políticas de la llamada “guerra contra el terror”, como la aceptación de la tortura, además de reconstruir lazos con el mundo islámico.

Y aunque visto en perspectiva cosechó logros durante sus dos mandatos que justificaron su galardón, como el acuerdo nuclear con Irán y el deshielo con Cuba, otras decisiones fueron más belicistas que pacifistas, como el uso reiterado de ataques con drones, aprobar los ataques aéreos contra el régimen de Moamar Gadafi en Libia en 2011 o reforzar en determinados momentos el papel militar de Estados Unidos en Irak o Afganistán (muchos recuerdan que apenas semanas después de ser laureado ordenó 30.000 soldados adicionales en ese país).

Debido a que cada vez son más infrecuentes los acuerdos de paz exitosos, el Nobel de Paz viene siendo entregado cada vez más como una suerte de estímulo a aquellos que aspiran a la paz. Algunos observadores consideran que ese fue el caso tanto con Obama como con Santos, pues se premió las buenas intenciones más que los logros concretos o palpables. Más aún al considerar que Santos acababa de ver su acuerdo rechazado en las urnas, lo que paradójicamente no hizo más que precipitar la entrega del premio, originalmente pensado para el próximo año, según admitió la presidenta del Comité Noruego en su discurso. En el caso colombiano, a pesar de que el pacto de La Habana no estuvo sellado cuando se anunció el premio, el desescalamiento ya había reducido de manera sustancial la violencia.

Formalmente, el premio corresponde a tres criterios, pues distingue a la personas que hayan hecho el mejor trabajo por la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos enfrentados o por sostener y promover las conferencias de paz. En el sentido más estricto, es difícil cuestionar que Obama o Santos lo hayan merecido. Como recordó el flamante premio Nobel de Paz 2016 en su discurso, con el acuerdo del teatro Colón comienza el desmantelamiento de un ejército –en este caso irregular– y su conversión en un movimiento político.

Otros presidentes Nobel

Santos y Obama no han sido los únicos gobernantes en ejercicio en recibir el Nobel de Paz durante sus más de 100 años de existencia. De hecho, otros dos presidentes estadounidenses ya lo habían hecho durante su mandato, pero hay que remontarse en el tiempo para encontrarlos: Theodore Roosevelt en 1906 y Woodrow Wilson en 1919. Ni Roosevelt ni Wilson fueron precisamente pacifistas, pero el galardón premió los esfuerzos para poner fin a la guerra entre Japón y Rusia entre 1904 y 1905, en el primer caso, y los principios para poner fin a la Primera Guerra Mundial en el segundo. Ambos lo recibieron, al contrario que Obama, hacia el final de su segundo mandato. El cuarto presidente de Estados Unidos y Nobel de Paz es Jimmy Carter, pero lo obtuvo mucho después de haberse mudado de la Casa Blanca, en 2002.

Estando en el poder, lo han recibido Willy Brandt (Alemania, 1971), Menahem Begin (Israel) y Anuar el Sadat (Egipto), ambos en 1978; Mijail Gorvachov (URSS, 1990), Yaser Arafat (Palestina) y Yitzhak Rabin (Israel), ambos en 1994; Kim Dae-Jung (Corea del Sur, 2000) y Ellen Johnson Sirleaf (Liberia, 2011). También el presidente costarricense Óscar Arias en 1987, pero por su papel en las guerras civiles de otros países centroamericanos.

El polaco Lech Walesa recibió el Nobel en 1983, y fue elegido presidente años después. Y en Sudáfrica se combinaron ambos casos, pues Frederik de Klerk era el presidente en ejercicio cuando lo recibió junto con Nelson Mandela, y al año siguiente Mandela se convirtió en el primer presidente negro en las primeras elecciones libres del país.