CHINA

Tiananmén, la masacre china no superada

Treinta años después de los hechos de la plaza de Beijing, el Gobierno demuestra que haría cualquier cosa por preservar su poder político. El viejo movimiento prodemocracia ya no existe, pero Xi no asume riesgos.

20 de abril de 2019
Li Peng gobernaba a China en 1989 y tomó la decisión de atacar a los manifestantes. El hombre del tanque se convirtió en símbolo de la protesta.

Los cuerpos se amontonaban unos tras otros, la sangre corría por los desagües de la ciudad, el olor era insoportable y el silencio, sepulcral. Lo decían los reporteros extranjeros que estaban en Beijing en 1989 por la visita del jefe de Estado de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov. Tal vez ninguno de ellos habría pensado dos meses atrás que el conflicto entre los estudiantes que acampaban en la plaza Tiananmén y el Estado chino terminaría en una masacre. Los periodistas estaban allá en realidad por el encuentro político más importante de ese año y no por la protesta contra el autoritarismo del partido único, que a veces tenía cara de feria.

Los estudiantes llevaban semanas en la plaza cuando el ejército atacó con tanques y ráfagas de fusil.

Sin embargo, la tensión entre aquellos que exigían un sistema democrático y el Gobierno crecía cada vez más y solo necesitaba una chispa para que la violencia estallara. Y llegó por el lado más inesperado. Hu Yaobang, el viejo dirigente comunista, afamado por sus ideas liberales, por su empatía con gobiernos occidentales y muy popular entre los estudiantes, murió por esos días de un infarto a los 73 años.

Hu Yaobang  murió el 15 de abril de 1989, lo que agudizó las protestas. En la foto en 1981, cuando era presidente del Comité Central del Partido Comunista.

La noticia amontonó a más universitarios que veían en el político a un ícono. Hu era un proscrito del Partido Comunista, un censurado de la Revolución Cultural de Mao Zedong y un supuesto traidor aliado del imperialismo. Y los cerca de 10.000 jóvenes se identificaban con esos apelativos en Beijing.

Así que el Gobierno vio en los homenajes a su muerte una afrenta a su soberanía. Hu era un fantasma peligroso para un pueblo más cansado por los escándalos de corrupción que empañaban al primer ministro Li Peng. Entonces, el sábado 4 de junio de 1989, después de interminables discrepancias en la cúpula y dos meses después de la muerte de Hu, Li ordenó arremeter contra los manifestantes. No tenían armas para defenderse. Los tanques aplastaron a cientos y la lluvia de balas acabo con los demás. La Cruz Roja china estima que 2.500 personas murieron ese día, aunque el Estado nunca ha permitido conocer la cifra real. De ese fin de semana sangriento quedó una foto que capturó el horror, la del Hombre del tanque. Allí aparece una persona con dos bolsas de supermercado en las manos que se pone frente a una fila de tanques para no dejarlos pasar. El secretario de Estado, Zhao Ziyang, prohibió aplastarlo y esa decisión le costó su carrera política y su reputación en el Partido Comunista

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Treinta años después de la masacre, nada ha variado en cuanto al control estatal en China. Tiananmén no dio paso a más partidos ni desembocó en mayor libertad. En cambio, abrió la puerta a una paranoia estatal que se ha encargado en los últimos años de fortalecer su maquinaria represiva y de censurar su historia.

Por eso todavía los chinos no pueden reunirse en la plaza para conmemorar a sus muertos, las madres de la Asociación Víctimas de Tiananmén no pueden hacer luto público, los jóvenes no pueden escribir la cifra 89 en internet ni encontrar la masacre en los libros escolares, los opositores no pueden cantar los himnos que los estudiantes gritaron en esa época. Y nadie, salvo el presidente, puede recordar la muerte de Hu Yaobang, sucedida una semana como esta, hace treinta años.

Los cuerpos se amontonaban y la sangre corría por el pavimento, pero el gobierno se encargó de borrar eso de la historia.

Paradójicamente, Xi Jinping, el actual presidente de China, recuerda a Hu con especial aprecio. Tal vez porque sabe que su padre, Xi Zhongxun, se parecía más a Hu que a él. El viejo Xi estuvo a un pelo de morir fusilado por criticar el autoritarismo de Mao y por apoyar luego a Hu en las reformas que quería implementar en el Partido. Aunque se salvó, murió en el ostracismo.

XI JINPING.

En abril de 2015, Xi Jinping levantó una escultura monumental en Liuyang, la ciudad de origen de Hu, y pronunció un discurso multitudinario en el que lo recordó como un “gran comunista” y un hombre “fiel” a la cohesión nacional. Con ese gesto demostró su deseo de reescribir la historia de Hu para hacerlo parecer más comunista de lo que realmente era y, tal vez también, “limpiar” su propio legado de “traidor”.

Para muchos internacionalistas, Xi es el presidente más autoritario que China ha tenido después de Mao. Si bien se ha abierto en términos económicos, las bases políticas son tan ortodoxas como antes.

No solo acomodó la ley para perpetuarse en el poder indefinidamente, sino que cerró toda posibilidad de poner en práctica la ‘Política de libertad de expresión y libertad de acción’ que su padre y Hu defendieron con tanta firmeza. Asimismo, ha demostrado que solo negociará con quienes acepten su ideología, pues haberse abierto al libre mercado no significa haber cedido un ápice del poder del Partido Comunista. Lo ilustra muy bien que la empresa de tecnología Apple prohibió esta semana reproducir las canciones libertarias del 89 y borró la bandera de Taiwán de sus “emoticones”. El Gobierno se lo exigió para negociar.

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Sin embargo, el sinólogo Guillermo Puyana Ramos, experto en historia contemporánea china, cree que Occidente debería dejar su obsesión con la masacre de Tiananmén, pues “los chinos la superaron hace tiempo”. Puyana le dijo a SEMANA que “en la actualidad no hay ningún movimiento democrático ni separatista serio que nos haga pensar que lo de Tiananmén podría volver a suceder. Las prohibiciones no tienen que ver con el temor de que resurja el movimiento del 89, se trata más de una simple persecución policial. Las circunstancias que permitieron ese movimiento hace 30 años ya no existen y no existen porque los jóvenes y el Partido Comunista están mucho más consolidados ahora, son menos vulnerables a la estrategia de Estados Unidos de traducir la crisis económica en un inconformismo social. La generación actual es más nacionalista, está mucho más consciente de que debe preservar su unidad política”.

Tal vez por una combinación de ambos factores, una represión preventiva fuerte y una cierta indiferencia, en la actualidad la gente solo se agrupa para recordar esos hechos en la plaza de Hong Kong o en la de Taipéi, Taiwán, que tienen sus propios motivos: los de Hong Kong para preservar su autonomía, y los de Taipéi para proteger su inestable estatus de independencia de facto.

Detrás de todo ello, subyace una realidad: el Partido Comunista chino se podrá haber abierto al mundo, pero ha dejado claro una y otra vez que no está dispuesto a ceder en lo más mínimo su control sobre el Imperio del Centro.

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