Home

Nación

Artículo

“Del diálogo permanente de antes ha pasado cada vez más a los argumentos de autoridad”

EN PLATA BLANCA

"A este Petro de hoy no lo reconozco"

Daniel García-Peña, hasta la semana pasada director de Relaciones Exteriores de la Alcaldía de Bogotá, explica por qué renunció y manifiesta su confianza en que su amigo recapacite y tenga éxito en su gestión, por el bien de la izquierda.

María Jimena Duzán
16 de junio de 2012

María Jimena Duzán: Le voy a decir lo que están diciendo: que usted renunció no por cuestiones de fondo, sino porque Petro botó a su esposa, María Valencia, de la Secretaría del Hábitat. ¿Acaso el alcalde no tiene la potestad de nombrar y de remover a quien quiera?

Daniel García-Peña:
No puedo negar que eso influyó en mi decisión, pero en realidad ese episodio fue la gota que rebosó la copa. Desde hace un tiempo he venido haciendo una serie de reflexiones que he compartido con varios miembros del equipo de gobierno. Obviamente cualquier alcalde puede nombrar y remover a quien quiera. Lo que no me gustó fue la forma en que Gustavo lo hizo. Si él fue quien los llamó a que formaran parte de su gabinete, le correspondía llamar a cada uno de ellos y explicarles las razones por las cuales había decidido sacarlos. Pero eso no sucedió: se enteraron por los medios.

M.J.D.: ¿Cómo recibió Petro la decisión de su renuncia irrevocable?

D.G.P.:
Yo llegué a su despacho y le expresé mi desconcierto con la forma como había hecho las cosas. Pero en vez de tener un diálogo como los que habíamos tenido en el pasado, la conversación se cortó muy rápido por cuenta de una intolerancia de su parte que me sorprendió. Le dije: "Gustavo, no te conozco".  

M.J.D.: ¿Y cuál fue la intolerancia que lo sorprendió?

D.G.P.:
Pues la de que María, mi esposa, había sido la que había filtrado la noticia de la renuncia protocolaria a los medios, cosa que es falsa. A Gustavo no le gustó lo que le dije y reaccionó de una manera bastante brusca. La conversación pasó a los gritos, pero cuando le conté la decisión de mi renuncia, se calmó, me escuchó -hay que decirlo- y todo lo que digo en la carta se lo dije en persona.

M.J.D.: Su carta de renuncia es muy dura: palabras más palabras menos, dice que lo abandona porque se está convirtiendo en un déspota y en un autoritario.

D.G.P.:
No, señora, no le digo eso: le estoy advirtiendo que podría convertirse en un déspota… ¡Lea bien, María Jimena! Pero, además, yo creo que los mejores amigos son los que le dicen a uno la verdad en la cara. Mire, María Jimena, en política la forma como se hagan los cambios es determinante. Le pongo un ejemplo: su decisión de pedirle la renuncia protocolaria a todo el gabinete fue totalmente insólita. No entendí ni entiendo todavía por qué lo hizo. Repito: cualquier alcalde tiene derecho a cambiar su equipo cuando quiera, pero este equipo venía de lograr la aprobación del Plan de Desarrollo en el Concejo de Bogotá, lo que hizo aún más inexplicable su decisión. Pero aún más insólito e incomprensible fue que, en lugar de anunciar los cambios inmediatamente, se demoró una semana para decidir con quién se quedaba, indecisión que afectó negativamente el ritmo de trabajo en la Alcaldía. Esa forma de actuar refleja a un Gustavo Petro que no había conocido. El de ahora es muy distinto al Gustavo Petro vehemente pero dialogante que conocí.   

M.J.D.: Y, según usted, ¿en qué aspectos específicos cambió Petro?

D.G.P.:
El poder es algo muy extraño y afecta a las personas para bien o para mal. Para no ir muy lejos, Santos antes de llegar al poder era otra cosa y ahora que lo ejerce ha cambiado para bien. En otros casos, el poder cambia para mal.

M.J.D.: ¿Como le está sucediendo a Petro?

D.G.P.:
No he dicho eso… Lo que sí veo son señales preocupantes. Hay cosas en este Petro de hoy que no reconozco y que lo alejan del que conocí en 2002, cuando era representante a la Cámara y hablaba de la importancia de buscar consensos sobre la base de un acuerdo fundamental. Desde entonces hemos estado juntos en las buenas y en las malas. Y si algo tengo claro, es que mi decisión de presentar mi renuncia busca que Gustavo reflexione y que utilice su inteligencia y su valentía -eso lo digo en mi carta de renuncia- para rectificar el rumbo.  

M.J.D.: ¿Y cuáles son esas señales que anuncian cambios que lo podrían convertir en un gobernante despótico?

D.G.P.:
En primer lugar, el trato con sus colaboradores. Petro formó un equipo de campaña a través del diálogo, del debate, pero, desde que llegó a la Alcaldía, cambió esa relación. De ese diálogo permanente de antes ha pasado cada vez más a los argumentos de autoridad.

M.J.D.: ¿A usted nunca le consultó nada?

D.G.P.:
Ni a mí ni a nadie. Inclusive el miércoles pasado, cuando anunció que salían cuatro miembros de su gabinete, yo estuve con él toda la mañana y nunca me comentó nada. Por la tarde, los funcionarios que salieron se enteraron por los medios. Y hoy es el día en que Gustavo Petro no ha tenido la decencia de llamar a ninguno de ellos a darles las gracias por el trabajo que hicieron ni ha dicho por qué los removió.

M.J.D.: Y entonces, ¿a quién escucha por estos días Gustavo Petro?

D.G.P.:
Yo no sé. Hay que preguntárselo a él. Lo único que sé es que en esta decisión de recomponer el gabinete las personas que, se suponía, éramos de la primer línea de su confianza, que le hablábamos al oído -como Guillermo Asprilla, como Daniel Winograd, como Jorge Rojas o como yo-, no teníamos ni idea y a todos nos tomó por sorpresa.

M.J.D.: ¿Y usted sí cree que el Petro arrogante de hoy va a entender su renuncia como un llamado de alerta de un amigo y no como una pataleta?

D.G.P.:
Yo no sé qué va a decir, pero estoy seguro de que él sabe que mi renuncia no es una pataleta ni un tema personal. Él me conoce a mí como yo lo conozco a él. Yo espero que rectifique el rumbo. Petro es un hombre que ha demostrado ser capaz de rectificar y de reconocer que hay que modificar posiciones. Lo hizo cuando entregó las armas y después lo siguió haciendo a lo largo de su carrera política. Su capacidad de autocrítica la utilizó para tomar la decisión de salirse finalmente del Polo Democrático, a pesar de que fue un proyecto en el que él creyó. Gustavo no es un hombre dogmático. Él nos enseñó la política del consenso, la política del amor, y yo invito a Gustavo a que vuelva a escuchar sus propias palabras.    

M.J.D.: Pero, ¿no era mejor haberse quedado para ayudarlo a corregir ese rumbo?

D.G.P.:
No. Creo que en esta etapa la mejor forma de ayudarlo es estando por fuera. Yo no quiero apostarle a su fracaso, quiero que le vaya bien, lo sigo apoyando y sigo pensando que lo que él le plantea a la ciudad es una revolución.

M.J.D.: Pero sí resulta absurdo que personas tan cercanas como usted o Navarro hayan preferido renunciar a seguir trabajando con él ¿No será que es difícil trabajar con alguien que no sabe para dónde va?

D.G.P.:
Uno tiene que saber en dónde sirve más. Hasta el miércoles pasado estaba convencido de que mi mejor aporte era el de trabajar como parte de su equipo. Hoy llegué a la triste decisión de que ese papel se había agotado. ¿Sabe qué? Estoy triste, pero aliviado.

M.J.D.: Oyéndolo, me temo que lo primero que se ha ido al cesto de la basura es la gran bandera de Petro: la política del amor.

D.G.P.:
Hay un riesgo de que eso suceda. Y de ahí mi llamado de atención. Yo recuerdo cuando él me planteó la política del amor. Mi primera reacción fue decir "¡miércoles!, este tipo se enloqueció". Una palabra como el 'amor', que nunca había hecho parte de la jerga de la política y que uno identificaba con lo sentimental o con lo religioso, terminó rescatada por Petro por cuenta de su sabiduría y creatividad. Nos invitó a pensar en el amor, en un país donde la política estaba basada en el odio y en la descalificación. Y mi llamado es a que Gustavo oiga sus propias palabras y recuerde sus enseñanzas.  

M.J.D.: ¿Y qué pasa si sus llamados de alerta no son atendidos por el Olimpo petrista?

D.G.P.:
Pues que pone en riesgo el futuro del proyecto de izquierda que muchos construimos con su liderazgo. Y todos sabemos que ese proyecto depende de lo que Petro haga en Bogotá. Yo sigo creyendo en la posibilidad de un proyecto de izquierda 'de-mo-crá-ti-co'. Ni con armas ni con despotismo. Quienes pensamos que hay que cambiar las cosas somos los más llamados a evitar las prácticas de las políticas tradicionales, a evitar la descalificación y el despotismo. Tenemos una barra mucho más alta. Un verdadero líder es el hombre que seduce, convence, que aglutina. Petro ha demostrado que tiene esas capacidades, pero me preocupa que él mismo incurra en prácticas negativas para él y, sobre todo, para el proyecto político.

M.J.D.: ¿Y no será que lo que usted está sintiendo lo sienten también los bogotanos? ¡Mire cómo está bajando en las encuestas!

D.G.P.:
Yo creo que hay mucha gente reacia al cambio y eso es normal. Por ejemplo, a mis amigos taurinos les he dicho que aprovechen lo que puedan de la fiesta de los toros, porque en el futuro la tendencia de la sociedad a nivel mundial es a que esos espectáculos se vean cada vez menos. También hay intereses políticos que le están jugando a que Petro fracase. Lo que es imperdonable es que, sabiendo ese contexto, desde nuestro lado demos papaya y alimentemos a esos lobos.

M.J.D.: ¿A qué se va a dedicar ahora que está en el asfalto?

D.G.P.:
Por ahora, a hacerle fuerza al Santa Fe, al Miami Heat en las finales de la NBA, a España en la Eurocopa y a jugar con Manuela, mi hija de 7 años.