REACCIONES

Tras cese al fuego, el mundo está pendiente de Colombia

La comunidad internacional tiene funciones específicas, y lo ve con buenos ojos, pero será muy exigente. ¿Hasta dónde cambia la imagen del país en el exterior?

25 de junio de 2016
Raúl Castro (Presidente de Cuba), Michelle Bachelet (Presidenta de Chile), Nicolás Maduro (Presidente de Venezuela), Enrique Peña Nieto (Presidente de México), Danilo Medina (Presidente de República Dominicana), Salvador Sánchez (Presidente de El Salvador). | Foto: Reuters

La ceremonia en la que se anunció el cese al fuego entre el gobierno y las Farc se convirtió en toda una cumbre de la comunidad internacional. La presencia de la plana mayor de la ONU y de seis jefes de Estado demuestra que la paz de Colombia es un asunto de interés en todos los continentes y, también, que el éxito del proceso depende en buena medida del papel que jugarán varios actores internacionales.

La foto es impresionante. En la mesa del Palacio de Convenciones estuvieron el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, y los presidentes temporales de la Asamblea General y del Consejo de Seguridad: la plana mayor de las Naciones Unidas. También los jefes de Estado de los países acompañantes y garantes: el presidente cubano, Raúl Castro, anfitrión; Michelle Bachelet, de Chile, y Nicolás Maduro, de Venezuela; el canciller de Noruega, Børge Brende; la cabeza pro tempore de la Celac, Danilo Medina, presidente de República Dominicana; los presidentes de El Salvador, Salvador Sánchez, y de México, Enrique Peña Nieto. Y los representantes de Barack Obama y de la Unión Europea.

La delegación, amplia y poderosa, tiene puntos en común: casi todos los gobiernos asistentes pertenecen a partidos de centroizquierda. Sin embargo, su vinculación al proceso de paz se debe a razones institucionales. En efecto, las negociaciones dirigidas a terminar conflictos internos suelen contar con un componente internacional. Lo tuvieron los diálogos exitosos de El Salvador, Nicaragua y Guatemala, a finales del siglo XX, y también los intentos anteriores en el Caguán, Caracas y Tlaxcala, para poner fin al conflicto colombiano.

Pero el esquema diseñado por el presidente Juan Manuel Santos, y acordado con las Farc, incluyó innovaciones frente a las experiencias anteriores. En un comienzo, con el fin de evitar un exceso de intervención de actores internacionales como en el Caguán, la presencia se limitó a dos países garantes –Cuba y Noruega– y dos acompañantes –Venezuela y Chile–. Este grupo pequeño desempeñó un papel crucial para poner a andar la Mesa de La Habana. Venezuela, con Hugo Chávez como presidente, ayudó a generar confianza entre las Farc. Cuba ha sido un anfitrión generoso y ha intervenido discretamente en momentos difíciles. Chile ha contribuido al equilibrio y Noruega –donde se llevó a cabo la ceremonia de comienzo de las negociaciones– ha contribuido con su función formal de garante –en compañía de Cuba–, y con gestiones reservadas para buscar acercamientos entre las partes y con otros actores.

En la medida en que los diálogos avanzaron, el componente internacional fue aumentando. La Unión Europea y Estados Unidos designaron enviados especiales. Más que la expresión de apoyo político a los diálogos, este último país –en cabeza de su embajador Kevin Whitaker y del enviado Bernard Aronson– asumió tareas más concretas. Como, por ejemplo, servir de puente para acercamientos entre el gobierno Santos y el expresidente Álvaro Uribe, que no llegaron a buen puerto. En visitas a la delegación de paz de La Habana en Cuba, Aronson les insistió a las Farc en la necesidad de acelerar las negociaciones y de tener en cuenta el reloj que, en la práctica, imponía la campaña electoral de su país. Nadie puede asegurar que el sucesor de Obama se juegue con igual entusiasmo por el proceso.

En la etapa final de los diálogos, las tareas asignadas a actores internacionales adquirieron mayor relevancia. En especial, por la presencia del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en materia de verificación de los acuerdos. Con una resolución que generó un mandato limitado y enfocado en el tema de la paz, este organismo asumió la responsabilidad de crear una Misión Política que estará presente en las zonas en las que se concentrarán los guerrilleros de las Farc. (Ver artículo ‘Bajo la lupa de la ONU’).

En otro aspecto crucial de los acuerdos entre el gobierno y las Farc –la refrendación–, también se incorporó una receta que incluye un instrumento del derecho internacional: considerar que los pactos de la Mesa de La Habana son ‘acuerdos especiales’ como los que están previstos en los Convenios de Ginebra –el derecho internacional humanitario– a partir de su depósito en la Confederación Suiza.

El andamiaje internacional del proceso de paz, en su última etapa, por su dimensión e importancia se convirtió en el principal asunto de la agenda diplomática del país. No por coincidencia el presidente Santos incluyó en la delegación de paz a la canciller María Ángela Holguín, quien en los últimos meses portó la doble camiseta de ministra y negociadora. Su presencia en la mesa sirvió para involucrar a nuevos países e instituciones de la arena internacional, para hacer más visible el proceso en la comunidad mundial, y para encontrar en el sistema internacional –y en la experiencia de otros procesos– mecanismos que pudieron destrabar algunos de los asuntos más difíciles de la mesa. La canciller, incluso, se convirtió en un apoyo para el equipo negociador, encabezado por Humberto de la Calle como jefe y Sergio Jaramillo en su calidad de comisionado de Paz, en la búsqueda de fórmulas de acercamiento sobre el cese al fuego.

El presidente Santos –para quien la política internacional es una de sus grandes pasiones– le apuntó a varios objetivos con su estrategia de poner el proceso de paz en la vitrina mundial. Más allá de las tareas concretas, desde el punto de vista político la participación de múltiples actores y la presencia informal de otros –el papa Francisco, el presidente Barack Obama, el exmandatario uruguayo Pepe Mujica– sirvió para construir confianza entre las partes. El jueves en La Habana quedó claro que el gobierno y las Farc deben cumplir los compromisos que asumieron no solo de cara a la contraparte. También deben hacerlo frente a una comunidad internacional presente y vigilante. La múltiple presencia de actores internacionales en el proceso es una prenda de garantía.

También implica un cambio frente a tradiciones de la diplomacia colombiana. Un país que durante años fue refractario a la intervención de organismos externos y de otros países en sus asuntos domésticos, se abrió a encontrar recetas innovadoras para invitarlos a participar. Juan Tokatlian, autor de varios libros sobre política exterior colombiana, considera que termina un periodo en el cual el país, por culpa del narcotráfico, había permanecido en una especie de “cuarentena internacional” y se pregunta si “se avecina una internacionalización positiva, con menor ‘dictum’ del Norte”. Y aunque afirma que es difícil hacer pronósticos, “en medio de un escenario internacional convulsionado Colombia podría convertirse en la única buena noticia geopolítica del año”. Lo cual, añade, genera exigencias de hacer bien las cosas, pero también abre la oportunidad de ganar un margen de maniobra inédito para su política exterior. La internacionalista Laura Gil coincide: “Los términos de la inserción internacional de Colombia cambiarán porque su capacidad de inserción estuvo limitada por la guerra”, aunque considera que los cambios serán más “de grado” que estructurales.

Pero más allá del mediano plazo, el proceso de paz puso a Colombia en la lupa de la comunidad internacional. Y no solo para los gobiernos e instituciones formales. El fin de la guerra con las Farc ha sido noticia en los principales medios de comunicación. Para Colombia, ser visible ante el mundo es una novedad. Y serlo por una razón positiva –distinta al narcotráfico y el conflicto interno– lo es aún más. Tanto, que una de las razones por las cuales “la paz no tiene marcha atrás”, como dijo Raúl Castro el jueves, es que el proceso no está solamente en manos colombianas. Se volvió un asunto de todos.