Una democracia debe preservar su legitimidad, o está destinada a perder

Entrevista

“Con terroristas no se negocia, pero hay excepciones”

Michael Ignatieff, autoridad mundial en temas de guerra, habló con SEMANA sobre los dilemas que enfrentan las democracias en la lucha contra el terrorismo.

9 de febrero de 2008

Michael Ignatieff es hoy uno de los intelectuales a los que más se hace referencia en el mundo a la hora de hablar sobre la lucha contra el terrorismo. Sobre todo porque él ha dejado al descubierto los dilemas morales que se enfrentan en este nuevo tipo de 'guerra' y en particular las zonas grises en las que quedan temas como los derechos humanos y la dificultad de tener un equilibrio entre las libertades y la seguridad para preservar la democracia.

Sus libros El honor del guerrero y el Mal Menor han despertado además un especial interés porque fue uno de los pocos pensadores que apoyaron la invasión de Estados Unidos a Irak. Ahora, además de retractarse de ese apoyo, cambió las aulas por la política. A sus 60 años es diputado y algunos lo consideran candidato fuerte a primer ministro de Canadá.

SEMANA: ¿Se puede negociar, como en el caso colombiano, con un grupo considerado terrorista y que tiene rehenes?
Michael Ignatieff: La pregunta de si se debe o no negociar con terroristas siempre es una pregunta acerca del contexto. No hay una regla general. Depende de qué se está negociando y dónde. Mi visión general es que cuando alguien recurre a las armas en contra de una democracia y comete crímenes en contra de civiles inocentes, se acaba la negociación. Uno no negocia con gente que le apunta con un arma a la cabeza. Esa es la regla general. Pero por supuesto, también tiene que haber excepciones. La pregunta es si la excepción destruye la regla o la vuelve más fuerte. Esa es la cuestión.

SEMANA: ¿Se puede ganar una guerra contra los insurgentes respetando los derechos humanos?
M.I.: Una democracia sólo puede permanecer como tal si pelea con una mano amarrada detrás de su espalda. Debe preservar su legitimidad, el respeto, el afecto y el apoyo que el público tiene por esa democracia o si no, está destinada a perder. Y esto es muy difícil. Cuando te golpean, cuando matan civiles en la calle, cuando los secuestradores raptan personas y las mantienen retenidas durante años en una selva, es natural que quieras golpearles. La intuición emocional es contraatacar. Pero sólo las sociedades que mantienen los límites pueden conservar su legitimidad, y ganar.

SEMANA: ¿Puede existir la guerra sin la barbarie?
M.I.: La guerra siempre es bárbara y siempre debe ser tomada como última medida. Pero los guerreros, a diferencia de los bandidos, los terroristas y los criminales, obedecen las leyes de la guerra que prohíben la violación, los saqueos, el uso indiscriminado de civiles como objetivo y el uso desproporcionado de la fuerza.

SEMANA: ¿Se puede justificar una insurgencia con el fin de lograr una democracia?
M.I.: Claro que hay casos en los cuales la injusticia puede justificar un levantamiento armado en contra de la tiranía. ¿Qué fue la revolución americana si no insurgencia? ¿Qué fue, si no eso, la Revolución francesa? Pero ninguna insurrección puede justificar el barbarismo, no puede justificar el secuestro de personas inocentes ni la toma de rehenes civiles, no puede justificar el asesinato y la tortura. Así, las insurrecciones pierden su legitimidad.

SEMANA: ¿Después del 11 de septiembre seguimos en un dilema sin resolver entre seguridad y libertades?
M.I.: Es muy importante recordar quiénes somos y qué somos como democracias. La democracia no es sólo la voluntad del pueblo, sino la decisión del pueblo de limitar el poder. Es el gobierno de las mayorías equilibrado por los derechos de las minorías. La mayoría puede pedir la guerra contra el terrorismo, pero una democracia no puede hacer una guerra total contra el terrorismo. Necesita equilibrarlo con los principios del derecho a las libertades individuales, o deja de ser una democracia. Y muchas sociedades -Israel, Canadá, Estados Unidos, Gran Bretaña- han tenido que marcar el punto de equilibrio donde creen que deben marcarlo. No hay una regla al respecto, cada país lo marca en un lugar diferente.

SEMANA: ¿Pero el balance parece ganarlo la seguridad?
M.I.: Las democracias no lo hacen bien por naturaleza, lo hacen bien cuando la gente trabaja duro. La gente olvida que desde el momento en que apareció Guantánamo, ha habido norteamericanos llenos de valentía que han luchado en contra de eso. Si Estados Unidos logra un buen balance entre seguridad y libertad no es por la administración de Bush, sino porque la pequeña minoría dijo: esto no lo vamos a aceptar. Así que pongo mi fe en esas minorías. Ellos son los que importan.

SEMANA: ¿Se ha logrado exportar al mundo árabe esa idea de democracia occidental?
M.I.: Creo que la palabra exportar está mal usada. Lo que usted ve cuando va al norte de Irak es que los kurdos quieren vivir en libertad, aunque su idea de democracia no sea la misma suya o la mía. En Afganistán, donde Canadá tiene tropas, no creo que ellos tengan la misma visión de la democracia que nosotros, pero quieren vivir en un país en el cual puedan controlar su destino. Puede ser un destino islámico, y puede que no sea muy democrático, pero quieren ser libres en el sentido de ser los amos y señores de su propia casa. Así que no creo que sea una idea occidental.

SEMANA: ¿Por qué apoyó la guerra contra Irak?
M.I.: Lo hice porque tenía un amigo muy cercano, exiliado iraquí, que el 19 de marzo de 2003, cuando comenzaron los bombardeos, me dijo "este es el único momento que mi generación va a tener para vivir en libertad en Irak". Él tenía razón. Después lo que ocurrió fue un desastre. Pero no estaba mal pensar eso y yo no estaba mal al apoyarlo como amigo. En lo que sí estábamos equivocados era en que nadie tenía idea de qué tantos iraquíes iban a morir. Nadie tenía idea de que los norteamericanos iban a ser tan incompetentes. De que el precio de la libertad iba a ser astronómicamente alto. Sin embargo, no eran los norteamericanos quienes estaban bombardeando los templos chiítas para crear una guerra civil, no eran ellos quienes estaban matando a los sunitas para provocar una guerra civil. Era Al Qaeda.

SEMANA: ¿Fue difícil retractarse?
M.I.: No. Yo siempre he creído que uno tiene que responsabilizarse de todo en su vida privada y en su vida pública.

SEMANA: ¿El liberalismo puede convivir en las teocracias?
M.I.: Creo que los problemas son el fanatismo y el odio. La civilización europea ha convivido con el Islam desde el siglo VII. El diálogo entre civilizaciones en la península ibérica fue el que ayudó a Europa a despertar del oscurantismo. El problema es el fanatismo, el problema son las personas que creen que su ideología les da derecho de cometer actos violentos y asesinatos. El fanatismo no es un monopolio del Islam. Mi problema es con personas de fe y conciencia islámica que han permitido que se propague una ideología en contra de Occidente. Pero ese es un problema de simple cobardía.

SEMANA: ¿Y los fanáticos de la democracia?
M.I.: No se puede ser un fanático por la democracia. Pero hay que luchar por ella en muchos momentos. Si mi padre y mi madre no hubiesen luchado en Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial, todos estaríamos hablando alemán.