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Y si se desacata el fallo de la CIJ…
Muchos han levantado su voz para desacatar el fallo. Esta opción es tan impensable como peligrosa.
Desacatar el fallo de la Corte Interamericana de Justicia puede llegar a ser más desastroso que el fallo mismo. Hay quienes dicen que no es el fin del mundo. Pero se podría hacer el siguiente ejercicio: ¿Colombia dice que no acata la sentencia y qué sucede al día siguiente?
Hay consecuencias de todo tipo. Primero, Colombia podría terminar en la mira del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. O denunciada ante él. Y Nicaragua ya tiene experiencia en ello. En 1986 los nicas le pidieron al Consejo de Seguridad que hiciera cumplir el fallo dictado por la Corte contra Estados Unidos por el apoyo de este país a los contras. Estados Unidos ejerció su derecho al veto, pero en 1991, cuando se dio el cambio de gobierno en Nicaragua, las negociaciones entre las partes permitieron llegar a un acuerdo.
Colombia, sin el poder de veto de Estados Unidos, podría llegar a verse muy afectada si termina como niña castigada ante el Consejo de Seguridad, como ya ha pasado con varios países. "El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas entraría a decidir si emite una resolución que obligue a Colombia a acatar el fallo de la CIJ", dice Ricardo Abello, profesor de derecho internacional público de la Universidad del Rosario. "Eso podría traducirse en sanciones económicas, ruptura de relaciones diplomáticas y bloqueos, entre otras opciones que están contempladas en el capítulo siete de la Carta de Naciones Unidas", agrega. Es evidente que no se llegaría a esos extremos pero quedamos muy mal parados y perdemos credibilidad ante la comunidad internacional.
El segundo efecto de desacatar el fallo, tal vez el más delicado, es que podría provocar un reacomodo de las alianzas en el vecindario o, para decirlo de otra manera, podría recibirse como una provocación en el grupo de los 'nuevos mejores amigos'. El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, y en general todo su país son inseparables del presidente Hugo Chávez. No respetar un fallo en el que ellos resultan ganadores puede echar por tierra todo el trabajo que la canciller María Ángela Holguín, y el propio presidente Juan Manuel Santos, han hecho en los últimos dos años para sanar las heridas que quedaron abiertas en el pasado. Más allá de sintonías ideológicas, que no las hay, lo que mantiene esa relación es la confianza y el pragmatismo. ¿Qué haría Hugo Chávez ante una declaración de desacato del fallo de Colombia?
Y no son solo Chávez y Ortega, cualquier posición que ellos tomen sería asumida por todo el Alba, asociación de la cual hacen parte otros países vecinos, como Ecuador, con el cual Colombia tiene un litigio pendiente en la Corte, y caribeños como Haití y Honduras, con los cuales Colombia tiene tratados limítrofes que podrían ser revisados. Por no hablar de la propia Venezuela, con la cual el país tiene el más grande diferendo limítrofe, que podría ser sacado del congelador ante cualquier gesto que se perciba como agresión por parte de Colombia a los amigos del Alba. O Cuba que también hace parte del Alba y hoy es la anfitriona de los diálogos de paz. ¿Qué pasaría con el proceso de paz si Cuba protesta por la falta de acatamiento de Colombia al fallo de la Corte Internacional?
El tercer efecto de desacatar el fallo, que se deriva del anterior, sería la constante situación de zozobra en la que se verían no solo los habitantes del archipiélago de San Andrés, sino en toda Colombia. En general, cuando se han demorado en acatarse los fallos, los países partes del litigio terminan enfrascados en conflagraciones bélicas. Este, sin duda, sería el peor escenario.
En el país se ha dado una división de opiniones, muy curiosa, con respecto a si se acata o no el fallo. De un lado, el del desacato, se han ubicado varios de los congresistas más reconocidos del país. Y del otro lado, el del acatamiento, humanistas y filósofos. Mientras el senador Armando Benedetti dice: "Canciller, deje el miedo y desconozca el fallo", el historiador Jorge Orlando Melo escribía en su columna de 'El Tiempo': "El nacionalismo de banderitas está excitado y pide que no obedezcamos la decisión de la Corte, como si fuéramos un país de matones , donde la ley se cumple solo cuando le sirve a uno".
Y ahí viene el otro impacto importante en caso de que se llegara a desacatar el fallo: el manto de duda que se cerniría sobre el respeto por la ley y la Justicia internacional. El mundo, durante los últimos sesenta años, ha venido construyendo una arquitectura para resolver de manera pacífica conflictos entre las naciones. Y de hecho, en la Corte Internacional de La Haya, el máximo organismo de justicia de las Naciones Unidas, se han resuelto muchas diferencias entre naciones.
Es curioso que sea Álvaro Uribe el que se ha puesto como abanderado de desacatar el fallo. Hace recordar aquella frase suya cuando era presidente, que fue muy cuestionada, en la que les decía a los congresistas investigados por la parapolítica: "Vayan rapidito a votar los proyectos en el Congreso antes de que los metan a la cárcel". En un país como Colombia, donde el cumplimiento de las leyes sigue siendo una tarea pendiente de consolidar, no sería el mejor ejemplo que la cabeza del Estado termine desacatando el fallo de la Corte Internacional de Justicia.
Y en este caso particular el desacato puede ser peor. Pues Colombia legitimó la competencia de la Corte de La Haya al aceptar el primer fallo de 2007, en el que ratificó su soberanía sobre San Andrés, Providencia y Santa Catalina. Venir ahora, en la derrota, a desacatar su fallo le pondría a Colombia cierto inri, por decir lo menos, de mal perdedor. "No puede ser que los fallos solo se acaten cuando son favorables. El fallo no se puede desconocer", afirmó el excanciller Guillermo Fernández de Soto.
El expresidente Uribe al exponer sus argumentos de por qué desacatar el fallo, trajo a colación en su cuenta de Twitter los nombres de otros países que según él se han hecho los de oídos sordos a las decisiones de la Corte de La Haya. Sin embargo, al revisar uno a uno los casos, se encuentra que varios de ellos se demoraron en aceptar pero finalmente lo hicieron. Uribe menciona el caso de Nigeria, que según él, rechazó y desacató una decisión de la Corte que le otorgó la Península de Bakassi a Camerún. En realidad, ese caso ya se resolvió desde 2006. También menciona el caso de Estados Unidos y Nicaragua, ya mencionado.
A pesar de lo que muchos han dicho, en realidad en cuanto a fallos de límites marítimos hasta ahora solo se ha mantenido un desacato a la Corte de La Haya, el de Hungría en su litigio con Eslovaquia.
El hecho de que los desacatos hasta ahora no han prosperado, no quiere decir que la idea sea fácil de vencer en Colombia. Sin duda, apelar al patriotismo es una de las claves que las cartillas de relaciones públicas dan para ganar puntos en las encuestas. Por eso no es extraño que Uribe haya resucitado su teoría del Estado de opinión para proponer que sea el pueblo el que decida si se debe desacatar el fallo. Por eso tampoco es raro que el presidente Juan Manuel Santos no se decida a resolver de una vez por todas la incertidumbre de si Colombia va a desacatar el fallo o no. Puede ser, sin duda, muy contraproducente irse en contra del ánimo exaltado por el legítimo sentimiento patriótico del pueblo.
Sin embargo, si se quiere marcar una diferencia, entre un antes y un después, es precisamente en momentos como estos en los que la calidad del estadista se pone a prueba. No es una situación fácil ya que en política los tres conceptos del Estado se conjugan en este lamentable episodio: soberanía, territorio y población.