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Diálogos: la propuesta de Uribe
La idea de concentrar a las FARC sin que entreguen las armas es poco práctica pero no es improvisada ni ligera. ¿Qué busca el expresidente?
Al expresidente Álvaro Uribe se le considera el mayor opositor a los diálogos de La Habana y la voz más dura contra las FARC. Por eso llamó la atención que la semana pasada hiciera pública una propuesta de negociación con ese grupo guerrillero, que incluye generosas concesiones en la eventualidad de que se termine la guerra. Justo en el momento más crítico del proceso, cuando las acciones militares de las FARC han indignado a la opinión pública hasta el punto de poner en peligro la continuidad de la Mesa, muchos se preguntan qué busca el ahora senador con esta salida.
Y las opiniones están divididas. Unos consideran que la iniciativa es un torpedo porque busca imponer condiciones poco realistas que, en plata blanca, llevarían a la terminación de los diálogos. Otros piensan, por el contrario, que ante la evidencia de que el proceso va mal se necesita un giro y que Uribe está poniendo sobre la mesa algunas ideas para rediseñarlo. Y no faltan quienes no ven más que una jugada política, cuando empieza a calentarse la campaña para las elecciones de octubre, que busca quitarle al Centro Democrático la imagen de enemigo acérrimo de la paz que le hizo daño en 2014, en la segunda vuelta presidencial, a la candidatura de Óscar Iván Zuluaga.
Más allá de las consideraciones electorales, la propuesta del uribismo tiene un alto grado de elaboración. Se le puede cuestionar por inviable y hasta por inoportuna, pero no por improvisada ni ligera. De hecho, no es totalmente nueva. Recoge planteamientos que Uribe ha hecho durante varios meses y que son coherentes con sus postulados, incluso durante los años de la seguridad democrática, para buscar contactos con las FARC y con el ELN. Una primera versión había sido presentada en Semana Santa, pero el relanzamiento reciente recibió más atención porque fue hecho en una versión más completa y porque despertó más interés en una coyuntura de crisis como la que atraviesan los diálogos de La Habana.
El proyecto de Uribe parte de un diagnóstico sobre la frustración que se siente en el ambiente político. Y es, en el fondo, un cuestionamiento a la idea de negociar en medio de la confrontación. Según el senador Alfredo Rangel –principal asesor de Uribe en el tema– “esa es la clave del fracaso”. Según dice, en los procesos de paz exitosos que se han llevado a cabo en Colombia –con el M-19, el EPL y el PRT– ha habido una concentración de los guerrilleros anterior a la firma de los acuerdos de paz. En cambio, con los intentos fallidos –en Caracas, Tlaxcala y el Caguán– la guerra se mantuvo mientras se dialogaba. “Lo que está pasando es lo previsible –dice Rangel–. Se está acabando la confianza de la opinión pública”.
El núcleo de la propuesta es reunir a todos los miembros de las FARC en unas zonas de concentración “de extensión prudente, no en zonas de frontera, tampoco que coincidan con áreas estratégicas para la economía y carentes de población civil”, en palabras de Uribe. Allí estarían todos los hombres de la guerrilla, con todas sus armas, con algún tipo de financiación que les asegure su supervivencia, pero sin posibilidad de entrar y salir. El Ejército se abstendría de atacarlas, pero mantendría su facultad de operar en todo el resto del país, y se incluiría un mecanismo de verificación internacional, punto en el que Uribe vuelve a sacar una carta que ha intentado jugar, sin éxito, desde los tiempos de la Gobernación de Antioquia: los cascos azules de las Naciones Unidas.
El proyecto tiene otra concesión generosa para las FARC: el tiempo que permanezcan concentradas se descontaría a la pena que al final se acuerde dentro de la llamada justicia transicional.
Según el exmandatario, su fórmula serviría para fortalecer la confianza de la opinión pública porque el cese unilateral de las FARC, en las condiciones propuestas, demostraría que la voluntad de la guerrilla es real y que ha llegado a la conclusión de que “las negociaciones son irreversibles”, como dice Rangel.
El gobierno recibió la propuesta de paz de Álvaro Uribe con prudente cautela y no la rechazó de plano. “Estamos estudiando con cuidado las reflexiones del Centro Democrático sobre el proceso de conversaciones en La Habana. En especial, sobre el cese de fuego”, le dijo a SEMANA el jefe del equipo negociador, Humberto de la Calle. Sin embargo, expresa también su desacuerdo de fondo: “No compartimos la descalificación de la negociación en medio del conflicto, porque esta conducta obedece a consideraciones basadas en la protección de las instituciones y la prevalencia del Estado de derecho”. Este principio, el de negociar en medio de la guerra, fue adoptado por el presidente Santos desde el comienzo del proceso con una actitud pragmática y para evitar que los rompimientos de una tregua o un cese al fuego alteraran el proceso de negociación, que era lo que había ocurrido en procesos anteriores.
Sobre otros aspectos de la propuesta uribista, De la Calle afirma: “Sí encontramos ciertos puntos sobre el funcionamiento de un futuro cese definitivo que son útiles y provechosos. (Y) como lo hemos dicho, en la Subcomisión Técnica estamos estudiando diversas posibilidades con la presencia de militares activos de alto grado”. SEMANA pudo establecer que en esa instancia, la Subcomisión Técnica, se está explorando alguna fórmula de concentración, ligada al cese al fuego bilateral. Solo que se contemplaría, en principio, para una etapa posterior a la firma de un acuerdo sobre todos los puntos de la agenda.
Precisamente allí está la mayor dificultad de la fórmula uribista. En los tiempos. En cómo encajar las acciones que ellos plantean con la negociación que ya está en marcha. Esta última se está llevando a cabo con base en un acuerdo –que se hizo en la fase exploratoria– que para los negociadores de ambos lados de la Mesa se considera una biblia inamovible.
Una cosa es que las FARC se concentren sin haber determinado sus futuras condiciones para los procesos judiciales y para participar en política, y otra, muy distinta, que lo hagan después de haber pactado unas reglas sobre su vinculación a la legalidad. La primera alternativa, la de los uribistas, para ellos es una rendición. Consideran que es una propuesta que solo cabría en el caso de una fuerza sometida. Y lo que está en juego en Cuba no es una capitulación de la guerrilla sino una negociación entre dos partes. El uribismo plantea, precisamente, que los diálogos no les deben permitir a las FARC actuar en igualdad de condiciones al Estado.
La concentración de las FARC traería otras dificultades. La zona de despeje del Caguán, donde se realizó la negociación del gobierno de Andrés Pastrana, o Ralito, lugar de concentración de los paramilitares en la administración Uribe, fueron cuestionadas porque eran vistas como santuarios de protección para criminales que no habían definido su situación jurídica. El uribismo asegura que su oferta es totalmente distinta, porque en el Caguán y en Ralito se reunieron solo los jefes y negociadores, y no las bases. Pero en la otra esquina, la del gobierno, recuerdan que si el proceso actual se lleva a cabo por fuera del territorio nacional es, precisamente, porque el gobierno quiso evitar los problemas del despeje militar o zonas de distensión: la contradicción entre aplicar la ley y no frenar a las Fuerzas Armadas, por un lado, y proteger a los negociadores de las FARC, por el otro. Por eso los diálogos se llevaron a Cuba.
Un aspecto más de discusión ha sido si la propuesta de Uribe contribuye a acelerar los diálogos. Todo el mundo dice que la paciencia de la opinión pública se está agotando y que su prolongación indefinida afecta la confianza. El senador Iván Cepeda del Polo Democrático –y presidente de la Comisión de Paz del Congreso– considera que la idea de concentrar a las FARC bajo condiciones y desde ahora “es dilatoria. Ese punto ya se está discutiendo en la Subcomisión Técnica, y sería parte del acuerdo final. Ponerla como requisito previo es peligroso y demoraría más las cosas”.
En lo que se refiere a la aceleración de las conversaciones y la necesidad de imponer plazos, la Alianza Verde presentó a finales de la semana otra fórmula: que en las elecciones del 25 de octubre se vote en una ‘séptima papeleta’ el siguiente texto: “Voto para que las negociaciones de paz entre el gobierno nacional y las FARC terminen antes del 9 de abril de 2016”. La idea sería reforzar –y legitimar– el proceso de paz con una base de apoyo popular, e imponer un término. Según el senador Antonio Navarro, esta fórmula es más conveniente que la de Uribe “porque además de celeridad, los diálogos necesitan simplificarse en vez de hacerse más complejos”.
No deja de ser una coincidencia que tanto en el Centro Democrático como en la Alianza Verde se estén haciendo propuestas sobre el proceso de paz. El momento es crítico. El fin del cese al fuego unilateral de las FARC, el derramamiento de petróleo, el derribamiento de torres de energía, la muerte de policías y soldados han debilitado el apoyo de los ciudadanos hacia el proceso. No es extraño que se planteen fórmulas para reencauzarlo.
La pregunta es si todos estos proyectos van en la misma dirección y son constructivos. Hasta el momento, la polarización entre el santismo y el uribismo en torno al proceso de paz ha sido uno de los mayores obstáculos para el avance de las negociaciones. Se ha llegado a decir que es más fácil lograr un acuerdo en La Habana que construir una paz política en Colombia que permita su ejecución. Y en tiempos de crisis, como el actual, lo que se esperaría es que la polarización se agudice.
Lo paradójico es que en el plan de paz del uribismo no hay un rechazo de plano a la negociación. El Centro Democrático está haciendo propuestas que pueden no ser viables pero que no implican una oposición a una negociación de paz. Por momentos parecería que la discusión no es sobre el fin sino sobre el camino para llegar a él. ¿Es sustancial, por ejemplo, la diferencia sobre si la concentración se debe hacer ahora y no al final de las negociaciones? ¿Son más generosas las concesiones que planea Santos que las que propone Uribe? ¿Hay una polarización en blanco y negro entre la paz y la guerra?
No hay respuestas sencillas para estos interrogantes. La propuesta de paz de quien ha fungido como el mayor opositor a los diálogos –Álvaro Uribe– es vista por sus partidarios como un gran aporte y, por sus enemigos, como un torpedo. La verdad podría estar en el medio: tiene elementos para explorar acercamientos. Los santistas la podrían bautizar como una rosa con espinas. Pero, al fin y al cabo, así fue como el presidente bautizó en su momento al ahora anhelado cese al fuego unilateral de las FARC.