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Muchos ya se refieren a los barrios San Miguel y San Fernando como un camposanto. | Foto: Carlos Julio Martínez

TRAGEDIA

La muerte y la incertidumbre no dan tregua en Mocoa

Tres listas macabras cuelgan en las puertas del cementerio, la morgue y el hospital. Para 273 familias allí comenzó su dolor, las otras siguen cayendo en el abismo de la incertidumbre. Ellos ven en cada roca una sepultura. Crónica desde el lugar de la tragedia.

Rodrigo Urrego
3 de abril de 2017

Decenas de buitres y gallinazos volaban haciendo círculos con sus alas extendidas encima de lo que eran los barrios San Miguel y San Fernando, hoy convertidos en playas rocosas y en una pista de lodo. Mocoa amaneció con un cielo azul despoblado de nubes. Segundo día después de la tragedia, pero lejos de ser el primero de un nuevo porvenir.

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El barro nada que se seca, por el contrario sigue saliendo de numerosas viviendas, y se escurre sin furia por donde antes había calles. Ya son más de 48 horas de drama en la capital de Putumayo, a medida que pasan los minutos la paciencia se empieza a agotar.

A las 6:00 a.m., y mientras los rescatistas de la Policía, el Ejército, la Defensa Civil alistaban sus provisiones para la segunda jornada humanitaria, Gabriel Rodríguez atravesó con su carro fúnebre el Parque General Santander (en Mocoa la plaza principal no lleva el apellido de Bolívar). Es el dueño de la funeraria La Ascensión y llevaba un ataúd el cuerpo del patrullero de la Policía Deciderio Ospina, quien perdió la vida por sacar del barro y salvar de la creciente a una niña. Los uniformados rompieron filas y se fueron a cargar el féretro. “Cuidado, es un héroe de la patria”, decía uno de los comandantes. Así, levantado por varios de sus compañeros, entró a la estación de Policía.



Gabriel se subió a la camioneta, pues su jornada apenas comenzaba y no le permitía las licencias de perder un minuto. Le restaban por lo menos doce horas para que se hiciera oscuro, había mucho por hacer. Como la funeraria estaba cerrada,  tradición de los domingos, se la pasó de la morgue al hospital, y de allí al cementerio Normandía, a las afueras de Mocoa, donde desde tempranas horas cientos de personas se agolpaban contra la reja para reconocer entre los cadáveres (que no paran de llegar) a los seres queridos que no han vuelto a ver después de la avalancha.

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Ellos ya completan dos días haciendo el mismo periplo que el dueño de la funeraria. Del hospital a la morgue, de la morgue al cementerio. Hasta el momento apenas dos familias han podido enterrar a sus familiares muertos.

Los que tienen moto se montan en ella, otros tienen que caminar varios kilómetros casi que de un extremo a otro de la ciudad. Y no siempre al final del recorrido, después de horas de camino, encuentran la respuesta.

Ya no saben qué hacer, a dónde ir, o cómo levantar las gigantescas rocas que muy probablemente habrán sepultado a su familiar


Hay quienes vienen de Cali, como Oswaldo, de apariencia hippie, mochila y pelo largo, que viajó a buscar a su hija. Ya la identificó en la lista que cuelga en el portalón del cementerio. Esas listas, como las que hay en el hospital y la morgue, son en parte la luz de esperanza. Allí buscan entre los nombres, con el dedo índice bajando los renglones.

Después de tantas horas de la tragedia las ilusiones por encontrar a los desaparecidos con vida se apagan. Cuando leen el nombre de sus padres o de sus hermanos, por lo menos ponen fin a la incertidumbre, y el dolor empieza.

Los que no, ya no saben qué hacer, a dónde ir, o cómo levantar las gigantescas rocas que muy probablemente habrán sepultado a su familiar. Muchos ya se refieren a los barrios San Miguel y San Fernando como un camposanto.

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En la morgue hay desespero y angustia, pues han pasado dos días y los familiares dicen que no les han dejado recoger los cuerpos. Quienes han entrado y los han reconocido tienen que ir por un documento a la Fiscalía. Lo traen y les practican pruebas de ADN.

“Tengo a mi hermano ahí, me dijeron que esta tarde y ahora dicen que nos hace falta el examen; acá me lo hice, ¿cuánto tiempo más debo esperar para enterrar a mi hermano?”, dice Jhon Jairo, quien vino desde Neiva. 

La misma escena se repite al otro extremo, en el cementerio Normandía. A un costado una larga fila de personas que quiere ver los cadáveres para identificar a sus muertos, al otro la de quienes ya hicieron el reconocimiento y quieren llevarse los cuerpos. Lloran, unas veces al recordar la pérdida, otras cuando les dicen que no se ha autorizado ninguna entrega.

Zonia Rosero, médica forense de Puerto Asís, agarró un bus para buscar un familiar, el cual encontró entre los heridos, pero se quedó para ayudar a sus coterráneos. “Es una tragedia de todo el Putumayo”, dice.

La mujer entra y sale del cementerio y trata de llenar de paciencia a la gente, los abraza y les explica que hay procedimientos forenses, que para evitar cualquier error no solo basta el reconocimiento, también la carta dental y el cotejo de huellas dactilares, exámenes que se cotejan en Bogotá. En aquel parque cementerio, dice, son más de treinta agentes del CTI y científicos que trabajan para la plena identificación de los cuerpos.

"Lo perdimos todo. No pensamos volver, no queremos repetir esta tragedia"


Los que no encuentran a sus seres queridos en ningún lugar se aferran a cualquier información. Este domingo, en el hospital, corría la versión de que por lo menos unos 80 cuerpos habían sido encontrados entre Villagarzón, Puerto Limón y hasta Puerto Asís. Sin embargo allí no llegó nadie este domingo.

En el cementerio, entre las 2:00 y las 4:00 de la tarde entraron dos camiones del CTI. Y a medida que se conoció la noticia, fueron llegando personas a esperar respuesta tras la reja de metal.

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En la zona de la tragedia el segundo día también ha conmovido las personas sacando barro de sus casas tratando de salvar hasta lo inservible. Otros no buscan lo perdido sino que empaquen de cualquier manera para trastearse de lugar. Se ven procesiones de personas, con el barro hasta las rodillas, cargando encima de sus cabezas camas, sillas, tocadores, estufas, neveras.

Son varias las familias, como las de Jhony Molina que decidieron emprender el éxodo para nunca más volver. “Lo perdimos todo. No pensamos volver, no queremos repetir esta tragedia. No vamos a volver a vivir a la orilla del río”.

Como también el drama de los que siguen caminando la zona de desastre buscando a los desparecidos. Jeniffer Andrade camina por los escombros abrazada de su hijo Brian, de 10 años. Ellos sobrevivieron por un milagro, pero también por la pericia de su hermano Jonathan, quien por salvarlos fue arrasado por la avalancha. “Se lo tragó el río, no sabemos nada de él. Tiene dos tatuajes, uno en cada brazo, con los nombres de sus hijos”.

El pequeño Brian rompe en llanto “Héroe es mi tío el que está desparecido. Él arriesgo su vida por la de otras personas”.

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El día dos, después de la tragedia, Mocoa fue un infierno de más de 30 grados centígrados a la sombra, pero en la tarde el cielo se puso muy gris, amenazando con una nueva tormenta. Soltó un aguacero corto, pero fuerte, tanto que aterrorizó con una nuev avalancha. El pánico fue general, hasta en el cuerpo de rescatistas. Los únicos que no se inmutaron fueron los buitres y los gallinazos que todavía siguen revoloteando.


*Rodrigo Urrego B.
Enviado especial Mocoa (Putumayo)

** Si usted quiere auxiliar con dinero a los afectados de esta tragedia, puede consignar a través de esta cuenta de ahorros habilitada por la Presidencia de la República: Banco Davivienda, N° 021666888.