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El brazo urbano
Con lo ocurrido en las últimas semanas los colombianos se preguntan hasta dónde puede llegar el terrorismo de las Farc en las ciudades. ¿Qué tanto hay de paranoia y qué tanto de realidad?
A raiz de los atentados de la semana pasada se desató otro tipo de terrorismo: el virtual. Una avalancha de correos electrónicos de supuestos o reales jefes de seguridad de multinacionales, medios o entidades públicas advierten sobre lugares de “alto riesgo”. Centros comerciales, teatros y parques súbitamente parecen convertirse en lugares más peligrosos que el mismo campo de batalla.
Ante este bombardeo de alertas rojas los colombianos en las ciudades comienzan a sentir que la guerrilla está a la vuelta de la esquina. Tras una extensa reportería SEMANA busca aclarar cuál es el tipo de presencia urbana que tienen hoy las Farc y hasta dónde puede llegar su brazo citadino.
Tal vez tranquilice a los colombianos saber que la guerrilla está en las ciudades desde hace más de 20 años, aunque su forma de actuar ha ido evolucionando con el tiempo (ver cronología). Es que sin apoyo urbano no existe guerrilla rural. Las milicias son el soporte logístico de los frentes que están en el monte: les consiguen alimentos, medicamentos, vestuario, radios de comunicación, armamento, munición. Ayudan a realizar secuestros, atacan puestos de Policía, cuidan heridos y adelantan un trabajo político en los barrios más deprimidos.
Las Farc hablaron por primera vez de trasladar la lucha del campo a las ciudades en la VII conferencia en 1982, cuando se propusieron iniciar el trabajo militar urbano con miras a producir una insurrección popular. Hoy tienen frentes urbanos en Bogotá, Cali y Medellín aunque su presencia en las ciudades supera estas cuatro estructuras y opera a diferentes niveles.
El primer nivel —y el más conocido— es el de las milicias bolivarianas, redes urbanas a las órdenes de las Farc, que son autónomas en la forma como realizan sus tareas pero que dependen en mayor o menor grado de los frentes rurales. El perfil del miliciano bolivariano promedio es el de una persona que no pertenece a la guerrilla directamente pero que tiene una preparación académica ligeramente superior a la del guerrillero raso y que recibe un entrenamiento en el manejo de armas.
Su función consiste en propaganda, consecución de material de intendencia, ataques a los CAI, labores de inteligencia a la Fuerza Pública además del asesinato de delincuentes en los barrios de su influencia. Muchos de ellos trabajan medio tiempo de milicianos y medio tiempo de delincuentes comunes. Por ejemplo, un joven de 19 años recientemente capturado intimidaba a gente en Ciudad Bolívar alegando ser un miliciano de las Farc. Cuando la Policía lo capturó en flagrancia recibiendo la plata de una extorsión de las Farc el joven, que ya tenía antecedentes judiciales, confesó que estaba haciendo un simple mandado por 50.000 pesos.
Estos milicianos con frecuencia establecen alianzas con el crimen organizado. Como está comprobado que la mayoría de secuestrados que se mantienen en cautiverio en la ciudad son rescatados, los delincuentes comunes prefieren ‘vender’ el secuestrado a la guerrilla para asegurar por lo menos 50 millones de pesos. El miliciano es el encargado de hacer el contacto con la guerrilla y de sacar el secuestrado hacia la zona rural.
El DAS calcula que el frente urbano Antonio Nariño de las Farc en Bogotá está compuesto por unas 60 personas, ubicadas principalmente en Usme y Ciudad Bolívar. En Cali el frente urbano Manuel Cepeda Vargas con no más de 50 milicianos, depende del frente 30 de las Farc y agrupa las milicias bolivarianas localizadas principalmente en Los Chorros, Siloé, Terrón Colorado, Alto Aguacatal y Distrito de Aguablanca, según la Policía Metropolitana. En Medellín las Farc recogieron a ex milicianos que desertaron del ELN ante la arremetida de los paramilitares y se ubicaron en las zonas periféricas de la ciudad, donde crearon una retaguardia y tienen una presencia insinuada en las comunas. Nadie los ve pero todo el mundo sabe que están ahí.
Además de estos jóvenes milicianos de las periferias urbanas
—muchos de los cuales han caído en las redadas que ha intensificado la Fuerza Pública desde la ruptura del proceso de paz— las Farc tienen otro tipo de presencia más sofisticada en las ciudades.
Son redes de inteligencia que penetran zonas menos marginales de la ciudad y que se juntan para realizar operativos tipo comando con fines específicos, como llevar a cabo un secuestro o dar un golpe estilo el de La Picota en Bogotá o la Brigada del Ejército en Medellín.
Son personas altamente politizadas que llevan una vida en apariencia normal, casi todos con una especialidad o un oficio montado por la guerrilla desde el cual adelantan labores de inteligencia. Es el caso de un señor en Puerto Carreño, Vichada, al que las Farc le montaron una tienda a una cuadra del batallón del Ejército. Muy pronto este ‘tendero’ se ganó la confianza de los militares y se convirtió en el principal surtidor del batallón. Por cada remesa que llevaba salía con información importante que pasaba a la guerrilla. Es el caso de un empleado bancario que vende las listas de los clientes más adinerados o de un experto en comunicaciones que intercepta llamadas en una multinacional petrolera. “Es gente urbana y rural. Estudiantes, trabajadores cualesquiera que llevan una vida normal pero a veces se activan y hacen una tarea específica por encargo”, explica un experto.
Nadie sabe cuántos de estos ‘durmientes’ están infiltrados en las ciudades. Estos comandos urbanos también facilitan la entrada de grupos de guerrilleros rurales para labores específicas, como el secuestro de los diputados en Cali. El robo de la camioneta en la que se los llevaron, los uniformes, la ruta para entrar y salir de la ciudad estuvo a cargo de militantes urbanos. Pero la mayoría de los guerrilleros que adelantaron el operativo venían de afuera pues sabían que tendrían que escapar por Los Farallones. Lo mismo sucedió con el secuestro del edificio en Neiva. Porque una de las últimas estrategias de las Farc es acercar frentes a las ciudades. Lo está haciendo al sur de Bogotá y en La Calera. En Antioquia están desplazando el frente 9 hacia la comuna nororiental y el 34 hacia la noroccidental. En Belencito, Corazón y Blanquizal, en la comuna centrooccidental, hay guerrilleros uniformados patrullando y librando combates abiertos con el Ejército y las autodefensas.
El daño
Las Farc hablan de que cuentan con 10.000 milicianos —cifra que también mencionó el Ministro de Defensa en una entrevista reciente—, pero fuentes policiales, de inteligencia y académicas calculan que sumándolos a todos no hay más de 1.000 milicianos y que incluso esta cifra puede ser exagerada.
Su capacidad de intimidación en las ciudades es mucho menor que en el campo pues en la urbe es más difícil crear un grupo de cualquier cosa sospechosa sin que los vecinos alerten a las autoridades. Por eso ninguna de las personas entrevistadas por SEMANA cree que Alfonso Cano llegue a realizar algún día su sueño de entrar a Bogotá por Ciudad Bolívar con una masa de gente insurrecta detrás.
Pero no quiere decir que se pueda desestimar la capacidad que tiene la guerrilla para infligir daño en la ciudad. “Veinte milicianos bien entrenados en acciones terroristas pueden ser más peligrosos que 3.000 guerrilleros en la zona rural”, dice un estudioso del tema.
Esto no significa, sin embargo, que la guerrilla vaya a adelantar acciones terroristas indiscriminadas. “No se van a meter en terrorismo tipo Pablo Escobar”, agrega. Varios expertos consultados coinciden en que las acciones guerrilleras en la ciudad —salvo que haya un giro radical en sus políticas— se concentrarán, como lo han hecho hasta el momento, en atentados a la infraestructura eléctrica, vial y militar. Tratarán de evitar al máximo la muerte indiscriminada de civiles pero seguirán adelante con los secuestros políticos y extorsivos. Esta tesis que esbozan algunos analistas quedaría desvirtuada con el atentado de Villavicencio, donde un carrobomba estalló en la zona rosa de la ciudad y dejó 12 muertos y 67 heridos, si se llegara a comprobar que efectivamente fueron las Farc y no narcotraficantes como aseguran otras versiones.
Para acciones terroristas de mayor envergadura, como las realizadas en Cali, no todas las ciudades son igualmente vulnerables. La de mayor riesgo es la capital vallecaucana por Los Farallones, una extensión montañosa, selvática, con salida hacia el Pacífico. Por otro lado, Ibagué, Neiva, Popayán, Pasto, Bucaramanga y Valledupar también son de alto riesgo porque la estrategia de salida es más fácil. En cambio Medellín y Bogotá están más protegidas. Las zonas altas de Ciudad Bolívar darían un movilidad mínima con Sumapaz, pero desde que se instaló un batallón permanente del Ejército allí esa salida está más controlada.
En todo caso todavía hay mucho por hacer, sobre todo en inteligencia. “El Estado no ha reconocido que hay que hacer una política de paz de Estado que incluya lo urbano y lo rural. El tema de las ciudades ni siquiera lo entienden y es allí donde se dará el escalonamiento”, afirma Luis Fernando Quijano, quien cuando era miliciano lideró la desmovilización de cientos de compañeros suyos y ahora trabaja como director de la ONG Corpades de Medellín, que adelanta procesos de convivencia en las comunas.
Lo que definitivamente no ayuda es encerrarse en las casas, muertos del miedo, o dejarse amedrentar por quienes no ponen bombas pero sí contribuyen al pánico a punta de rumores.