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El cambio no fue ahora

SEMANA hace el balance del gobierno de Andrés Pastrana.

22 de julio de 2002

Cuatro años despues de haber encarnado la ilusión colectiva de un país, Andrés Pastrana se va de la Casa de Nariño con la peor imagen que haya tenido un presidente en la historia política de Colombia. Ni siquiera Ernesto Samper, con el peso del elefante y sin visa a Estados Unidos, llegó a tener una imagen desfavorable de 64 por ciento al finalizar su período. La euforia de cambio que produjo el triunfo del candidato 'Andrés' es hoy la amarga decepción del gobernante Pastrana. Los colombianos están hoy mucho peor que hace cuatro años y ese es, al fin de cuentas, el termómetro con el que la opinión mide la gestión de su presidente.

En junio de 1998 Pastrana fue elegido para buscar la paz y para sacar al gobierno del ostracismo internacional en el que lo había sumido Samper. Y cumplió. Nadie puede negar la obsesiva terquedad de Pastrana con el proceso de paz o su excelente química con los mandatarios del Primer Mundo.

La gran paradoja es que el presidente que buscó la paz de manera desesperada -y bastante ingenua- se convirtió en el gobernante que preparó el país para la guerra. Y el hombre que se hizo amigo de Bill Clinton y que fue recibido como un príncipe de la realeza en palacios y sedes de gobierno del mundo entero es el primer mandatario de un país cuyos ciudadanos tienen que sacar visa para 172 países y son tratados como parias en los aeropuertos.

Porque una cosa es la imagen del Presidente y otra la del país. Una cosa es el carisma de Pastrana y su don de gentes -importante, sin duda- y otra las condiciones para la inversión extranjera, la arremetida de las Farc o el millón de desplazados. El problema de Colombia no es la imagen de su Presidente sino la realidad de su país.

Y la realidad, aunque era difícil de creer, empeoró dramáticamente. Por primera vez en la historia se han conjugado al mismo tiempo una bomba social (62 por ciento de pobres), la fragilidad económica (la deuda externa al tope) y la situación de violencia e inseguridad. Un coctel explosivo que tiene al país al borde del abismo.

En estos momentos de crisis y transición es cuando más se necesita liderazgo. Y Pastrana no lo tuvo. Con este gobierno quedó claro que no basta con estar bien rodeado. Era difícil encontrar mejores ministros que los que acompañaron a Pastrana: un Guillermo Fernández en Cancillería, un Juan Manuel Santos en Hacienda, un Eduardo Pizano en Desarrollo o un Rodrigo Lloreda en Defensa. Pero en Colombia se necesita Presidente.

La falta de norte terminó por convertir a los ministerios en repúblicas independientes donde cada ministro fue como presidente de su cartera. Los escenarios naturales donde el Presidente debe tirar línea, como los consejos de ministros o los consejos de política económica y social (Conpes), no fueron casi convocados. Hubo momentos en que la falta de liderazgo fue tan clara que las contradicciones entre los ministros hacían pensar que en el interior del propio gobierno había un insólito esquema de gobierno-oposición. Fue el caso, por ejemplo, de las peleas públicas entre los ministros Angelino Garzón y Juan Manuel Santos sobre la reforma pensional. Nunca se supo si la política de gobierno era la que defendía Santos o la que enarbolaba Garzón.

En Estados Unidos, donde las instituciones funcionan como un reloj, el presidente Jimmy Carter salía de su oficina oval todos los días a la 5 de la tarde, trotaba por el Rose Garden de la Casa Blanca y luego veía una película en su sala privada de proyección. Sabía que en el país todo seguía funcionando. En Colombia, en semejante crisis de gobernabilidad y donde las instituciones dependen de quienes las manejan, el Presidente tiene que estar, trasnochar y mandar. Y Pastrana no mandó.

Reinventar la politica

Otra lección que deja este gobierno es la necesidad de recuperar la política -la de verdad, no la de contratos y puestos- para salir de la crisis. La llegada de Pastrana al poder fue, en su momento, el símbolo de la renovación. Y con él llegó una refrescante camada de tecnócratas cargados de buenas intenciones, pero cuya torpeza política los hizo estrellarse contra la pared. Y, en momentos, sus errores de cálculo casi no los dejan gobernar.

El episodio del referendo -con la revocatoria del Congreso incluida- tenía, en la teoría, la intención de purificar las costumbres políticas (y de paso, subir en popularidad). Pero, en la práctica, fue el hara kiri de este gobierno. Cuando se necesitaba un frente común contra los violentos que tienen al país en llamas, el gobierno de Pastrana le declaró la guerra al Congreso. Y ahí fue Troya. Aún hoy es difícil imaginar qué razonamiento lógico lo llevó a tomar semejante decisión. ¿Los cantos de sirena de la opinión? ¿Cortina de humo? ¿La soledad del poder?

Lo cierto es que de un tiempo para acá, más allá de los prejuicios ideológicos y de los fundamentalismos morales, lo que necesita el gobierno es recuperar la gobernabilidad del país. Volver a Colombia viable. Y eso requiere una alta dosis de pragmatismo, imaginación y destreza política. El país necesita generar consensos en torno a unas prioridades y a una estrategia que le permita enfrentar el terrorismo, el déficit fiscal o la pobreza. Y en la capacidad de generar esos consensos está la estatura política. La situación del país es tan grave que ya no se trata de preguntar si las medidas son de izquierda o de derecha, sino si sirven o no. Como dijo un funcionario del nuevo gobierno, aquí lo que se necesita es el modelo LQF: "Lo Que Funcione".

Un tercer aprendizaje de estos cuatro años es que los gobernantes, como los marinos, no pueden desaprovechar los vientos a favor. Pastrana llegó con un amplio respaldo popular y cuando tuvo margen de maniobra no se dio las pelas que hoy el país se tiene que dar. Pastrana tuvo la oportunidad de oro de tener unas facultades extraordinarias que le otorgó el Congreso para reducir el tamaño del Estado y no las utilizó. Hoy, Alvaro Uribe tiene que hacerlo. El Presidente contó también con su luna de miel con aliados inmejorables para sacar adelante la reforma política (desde Fabio Valencia Cossio hasta Ingrid Betancourt) y desfalleció en el intento. Lo mismo podría decirse de la reforma pensional. Si él se la hubiera jugado cuando todavía no se le había agotado su capital político el país se hubiera ahorrado algunos años de incertidumbre económica y el alto costo asociado a esta.

¿La historia lo absolvera?

En la Colombia de hoy son cuatro los grandes ejes (o mejor, los cuatro 'cómos') que definen un gobierno: cómo salir de la crisis económica, cómo cerrar la brecha entre ricos y pobres, cómo insertarse en un mundo global y cómo devolverles la tranquilidad y seguridad a sus ciudadanos.

En el manejo económico Pastrana fue más responsable que sus antecesores. A pesar de que heredó una situación difícil, tomó las medidas que tocaba. Salvó y organizó al sector financiero, rescató de la quiebra a las entidades territoriales y avanzó en el camino del ajuste fiscal con importantes medidas, como la de las transferencias. Con todo y este esfuerzo, las cifras son aterradoras y el fantasma de la 'argentinización' todavía no se ha desterrado. Lo positivo en esta materia es que evitó el desastre aunque este siga respirando en la nuca.

Con una economía deprimida, y que no despegó en cuatro años, la pobreza se agudizó y el desempleo se disparó. Como símbolo de la impotencia del Estado para enfrentar el drama social queda el edificio de la calle 81, al norte de Bogotá, que hace tres años fue tomado por unos humildes desplazados y hoy no hay poder o instancia que resuelva el problema.

En relaciones exteriores Pastrana encontró un país aislado y en varias listas negras. Y lo devuelve, a pesar de una crítica situación que perjudica la inversión, con credibilidad internacional y con la cooperación de países clave como Estados Unidos.

De lo que sí es responsable Pastrana es del deterioro del orden público. Si bien la guerrilla nunca había estado tan lejos de tomarse el poder, los colombianos nunca se habían sentido tan desprotegidos. El proceso de paz de Pastrana logró deslegitimar políticamente a la guerrilla pero la zona de distensión tuvo enormes desventajas militares y estratégicas para el Estado colombiano. En esos tres años las Farc aumentaron 8.000 hombres -según el Ministerio de Defensa- y trazaron corredores tácticos que les ha permitido arrinconar a los departamentos del sur del país, como Caquetá y Huila.

Lo más grave de que se haya empeorado la situación de violencia es que el destino de las otras dos variables -la economía y la pobreza- está atado a lo que suceda con el orden público. La ecuación es sencilla: si no hay seguridad no hay inversión, si no hay inversión no hay crecimiento, y si no hay crecimiento no hay empleo. La química entre 'Tirofijo' y Pastrana no funcionó y le costó al país.

A la hora de los balances una cosa es hacerlos al calor de los acontecimientos, cuando aún está demasiado fresca la impronta de un gobierno, y otra muy distinta es hacerlo con la distancia de la historia. Una cosa fue el presidente Virgilio Barco del 7 de agosto de 1990: aislado, abucheado e incomprendido. Y otra el Barco que le tenía reservado la historia: visionario, realista y estratégico. Algo va del controvertido Harry Truman que lanzó la bomba atómica al aclamado presidente de la posguerra. La historia es inexorable a la hora de los juicios a los gobernantes.

Con Pastrana, por ahora, parecen quedar dos cosas claras. Una, que fue un hombre con las mejores intenciones de acertar. Y dos, que su personalidad y su estilo, más bien livianos y efectistas, no le permitieron tener el talante y el liderazgo para gobernar un país en la peor crisis de su historia. Quizá, para otros tiempos, Pastrana hubiera sido un buen presidente.