A LA GUILLOTINA CON GUSTAVO GÓMEZ

"El capo va a ponerle un carro bomba al Congreso"

Gustavo Bolívar, el guionista de las historias más oscuras de la televisión, habla de su nueva serie, de sus experiencias al estudiar el mundo de los narcos, de sus malas relaciones con algunas productoras y del general Maza.

29 de agosto de 2009

Ese mundo oscuro que se mueve al margen de la ley es el que alimenta a Gustavo Bolívar. El padre de Pandillas: guerra y paz y Sin tetas no hay paraíso, comienza a apoderarse del rating con El capo, una historia repleta de lo único que no falta en los libros y libretos de Bolívar: realidad. Habla aquí de traquetos, prepagos, políticos y habla de un secreto que ha guardado por 10 años sobre el asesinato de Luis Carlos Galán.

Gustavo Gómez: ¿Qué hay en la mente de un capo?

Gustavo Bolívar: Una justificación social: soy así porque el mundo me hizo así.

G.G.: ¿Por qué lo sabe?

G.B.: Llevo 10 años estudiando el comportamiento de los traquetos. Conversando con ellos, escuchándolos, conociéndolos. Una vez, incluso, les dicté un curso de libretos en La Picota y me iba saliendo caro. El cierre del taller era hacer un guión en común y escogieron de tema una fuga. Me les inventé una fuga tan buena, que aplicaron el libreto y se volaron. Dejaron el libreto botado y tuve que ir a poner la cara en la Fiscalía.

G.G.: ¿Lo llamó alguno a agradecerle?

G.B.:
Ninguno.

G.G.: ¿El traqueto es poco agradecido?

G.B.: Algunos sí. Hernando Gómez, alias 'Rasguño', me mandó hace poco una carta de puño y letra en la que me da las gracias por no haber mencionado los nombres de él y su familia en Sin tetas.

G.G.: ¿Por qué no lo hizo?

G.B.: No tenía pruebas concretas, sólo datos investigativos. En el libro, Cardona, Morón y el Piti son 'Rasguño', 'Don Diego' y 'Johnny Cano', pero no lo sabía cuando lo escribí. Con el que sí está molesto 'Rasguño' es con Andrés López por las imprecisiones de El cartel de los sapos. López se lava las manos. No creo que exista un narco, como parecen plantear los libretos de esa serie, que haya llegado a la cima sin haber matado a nadie.

G.G.: ¿No teme que otros lo manden matar?

G.B.: Sí, pero igual siempre los he atacado y los seguiré atacando. Trabajé con Enrique Parejo, el hombre más honesto que he conocido, y era su asistente cuando Escobar estaba fugado. Contestaba llamadas en las que lo amenazaban de muerte y aprendí a despreciar a los traquetos. Conocí toda la historia de Parejo y, a través de él, la de Enrique Low Murtra, que terminó asesinado por pura desidia del entonces canciller Luis Fernando Jaramillo.

G.G.: Desprecia a los narcos, ¿pero los justifica?

G.B.: Entiendo por qué hacen lo que hacen. A Pedro León Jaramillo, protagonista de El capo, lo voy a ir mostrando desde niño para que la gente capte que son el Estado y la clase política los culpables de que existan narcos.

G.G.: ¿Pedro León es Escobar?

G.B.: No. Tiene el bajo perfil de Urdinola, la sagacidad de Leonidas Vargas, la capacidad de engaño de Perafán, la diplomacia de los Rodríguez Orejuela y la sevicia de Escobar. Físicamente es un capo que conocí en una fiesta de actores en la que las niñas de Protagonistas de novela negociaban sexo con los invitados. Ya lo asesinaron.

G.G.: ¿Es consciente de que al actor Marlon Moreno le está colgando una cruz que va a pesarle toda la vida?

G.B.: Sí, este papel marca. Lo sabe y lo ha tomado tan a pecho, que Marlon no hace el papel de capo; él es el capo. Hará cosas inauditas.

G.G.: Cuénteme.

G.B.: Siempre soñé con que se acabara el Congreso y por eso voté por Uribe, que prometió al menos reducirlo a sólo 100 curules, pero nunca lo hizo. El capo va a cumplir mi sueño, pero a su estilo: va a ponerle un carro bomba al Congreso. Los políticos son tan peligrosos, que los narcos encontraron su fin cuando se juntaron con ellos.

G.G.: ¿Admira a algún capo?

G.B.: A Corleone… o quizás al actor que le dio vida en la película El padrino.

G.G.: Otro Marlon. No Moreno, sino Brando...

G.B.: Sí. En el fondo he querido que en la literatura colombiana haya un padrino como el de Mario Puzo. Y será Pedro León, porque la serie es también un libro que está listo.

G.G.: ¿Los escritores lo han menospreciado?

G.B.: Héctor Abad me atacó en una columna de SEMANA. Me criticó con una dureza que no es noble cuando proviene de alguien que también vende libros. Mencionó Sin tetas y dijo que los hampones estaban escribiendo la historia de Colombia. Puede decir de mi libro lo que quiera, pero no puede llamarme hampón.

G.G.: ¿Esta novela escapa a la narcoestética convencional?

G.B.: Aquí no hay ni culos ni tetas. Lo hice a propósito porque con Sin tetas me criticaban diciendo que vender culos y tetas era muy fácil.

G.G.: Usted es de origen humilde. ¿Lo prejuzgaban cuando presentaba sus proyectos?

G.B.: En Bernardo Romero Producciones, el día en que llevé mi primer proyecto grande, me atendió Clara Inés Enciso y, sin siquiera mirarme a los ojos, me dijo: "Deje eso ahí, que después lo miro". Era la historia de Diomedes Díaz, y cuando fue un éxito, ella se ufanaba de haberme descubierto.

G.G.: ¿Usted mandó a Diomedes a la cárcel?

G.B.: Sí, porque cuando me le metí al caso ya un juez había fallado a favor de Diomedes. Mi investigación reorientó todo. Me amenazaron constantemente…

G.G.: ¿Diomedes?

G.B.: Los escoltas, porque sostuve la tesis de que, si en la vagina de Doris Adriana Niño había tres tipos de semen y tejidos suyos en las uñas de la mujer de Diomedes, había que llamarlos a juicio.

G.G.: ¿Qué le pasó a Doris Adriana?

G.B.: La niña enamorada llegó a buscar a su ídolo. Diomedes se metió cocaína en la uretra del pene para aplicársela a ella en la eyaculación y el torrente sanguíneo de su vagina absorbió eso, y la dejó muy alterada. Los demás llegaron a abusar de ella y empezó a gritar. Le taparon la boca y murió asfixiada. En su barrido nasal no había coca ni huellas de jeringa en sus brazos.

G.G.: ¿Diomedes es una especie de capo?

G.B.: Es un hombre presa de los vicios, ignorante, de escasos recursos y, por su perfil, si no hubiera sido músico, habría podido terminar siendo narco. Nadie conquista la fama sin haberlo querido antes y él habría llegado por la música o por otro camino.

G.G.: ¿Ha hecho dinero con sus historias?

G.B.: Me han tumbado. En Madrid compré la colección en DVD de la serie y no aparece mi nombre por ninguna parte. Negocié 26 capítulos y han estado vendiendo licencias como la de España, donde va a empezar la tercera temporada, pero no he visto esa plata. En el canal Caracol hay una señora, Cristina Palacio, que sale en todas las revistas atribuyéndose el éxito de Sin tetas.

G.G.: Ha recreado magnicidios en varias series. ¿Lo atraen?

G.B.: Bastante. El que más me marcó fue el de Galán, que trabajé para Galán: su vida, su lucha y su muerte. Hice una recreación en la que usé la tarima en que mataron al candidato, el carro que lo transportó en Soacha y contraté al animador que estuvo en la noche del atentado. Fue en 1999 y ya había involucrado en el argumento a Santofimio y a Maza Márquez.

G.G.: ¿Qué piensa de Maza?

G.B.: En la entrevista que me dio para el programa le pregunté si había tenido parte en el asesinato. El general se puso furioso, me tapó la cámara, me llevó a otra oficina y me dijo, off the record, que me iba a contar la verdad, pues estaba harto de que lo señalaran.

G.G.: ¿Qué le contó?

G.B.: Que su jefe de escoltas era muy cercano a la familia y que él temía que cierto asunto muy privado terminara no siéndolo tanto. Galán, me dijo Maza, había pedido personalmente el cambio de escolta. Maza me hizo prometer que no haría mención del asunto personal que habría originado la petición, y le cumplí.

G.G.: Usted preguntó cuál era ese asunto…

G.B.: Sólo puedo decirle que respeté mucho a Galán y no quisiera decir ni una palabra que manchara su memoria.

G.G.: ¿Le pareció sólida la historia de Maza?

G.B.: Le soy sincero: no le creí.