EL CHICO DEL TERRAPLEN
Acaba de aparecer en español el libro "Nuestro hombre en Panamá" del norteamericano John Dinges, sobre Manuel Antonio Noriega. Por considerarlo de interés, SEMANA reproduce un capítulo con el perfil del ex-hombre fuerte panameño.
Esta es la imagen que perdura en la mente de un hombre que conoció a Manuel Antonio Noriega personal y profesionalmente, durante cerca de treinta años:
Noriega tiene un trago en la mano, con hielo y un poco de agua. Es mucho más de medianoche, y él ha estado bebiendo largas horas: sus ojos están pues ribeteados de rojo, pero destellan con precisión y energía.
Noriega conversa o, mejor, interroga.
La otra persona no puede librarse de la atención de Noriega hasta que él no lo ha explicado todo, no lo ha dicho todo, ni ha escrutado desde todos los ángulos el tema de la conversación. Noriega vuelve a preguntar, luego escucha, con una sonrisa benévola en el rostro. Mira de soslayo y hacia arriba, por debajo de los pesados párpados, como escéptico o indiferente, y el hielo entre el trago tintinea, y va y viene, una y otra vez:
es un metrónomo que anima o reprocha, según su conformidad con lo que escucha. Un gesto apenas visible, un dedo ligeramente alzado, pone en movimiento a un acucioso edecán, graduado en West Point, quien en cuestión de segundos sirve otro whisky. La fiesta prosigue hasta que Noriega resuelve ponerle fin.
Nadie, entre su íntimo círculo de oficiales, se va, no importa que desde hace rato sus esposas hayan dejado de disimular su fastidio, y bostecen de cansancio.
Los tópicos cubren una amplia gama, y a menudo son fascinantes, desde filosofía oriental hasta teorías relativas a la vida extraterrestre; cuando Noriega examina a un recién conocido sobre temas especializados, escoge la materia que domina, e interroga exhaustivamente a su interlocutor. Al concluir, ha dominado la charla, sin que sobre él mismo se pueda conjeturar nada. Es siempre el oficial de inteligencia, en servicio y alerta. Es cordial, a veces ensimismado, pero que siempre sospecha de los amigos. Creó, definió y fortaleció un círculo de fieles, en la vida civil y militar, pero siempre rehuyó definirse, como si fuera un agujero negro estelar, que absorbe inmensas cantidades de energía sin reflejar la luz.
En ese marco negativo les dejó vía libre a sus enemigos para que lo pintaran como el resumen y compendio del mal, induciéndolos a mayores execraciones, en medio de la gloria del exagerado poder que se le atribuía. Asesino, torturador, violador, pederasta, desviado, comunista, ladrón, drogadicto, beodo, narcotraficante, adorador del demonio: todos esos epítetos ya se habían acumulado sobre él antes de asumir el poder. Un periódico norteamericano, en 1978, intituló un perfil suyo: "El hombre que inspira inmediato terror". Alguna vez accedió risueño a que un reportero le examinara la coronilla de la cabeza en busca del satánico signo 666. Un solo insulto lo inmuta: "Cara de piña". Alusión a su rostro, cruelmente cicatrizado como consecuencia de una batalla de toda la vida contra el acné.
En una de las contadas ocasiones en que Noriega pareció desnudar su alma, lo hizo con asombrosa suficiencia. Con motivo de su ascenso como jefe de la Guardia Nacional, en 1983, concedió una rara entrevista a la redactora de La Prensa, Migdalia Fuentes. Soslayó preguntas sobre su juventud y su familia. Cuando le preguntó, ¿quién es realmente Manuel Antonio Noriega? él repondió: "Ego sum qui sum". Soy el que soy. Soy Manuel Antonio Noriega. Siempre lo he sido. Tengo mis rasgos personales. En mi no hay nada misterioso".
Noriega no sólo se describió, sin inmutarse, con las mismas palabras con las que se dirigió Dios a Moisés desde la zarza en llamas, sino que utilizó la expresión para producir el mismo efecto: ocultar su más íntimo ser revelando al tiempo un vasto poder.
En la entrevista llegó a confesar que su reputación de inspirar temor se la ganó por su antiguo trabajo como jefe de los servicios secretos de Torrijos. Su disculpa, naturalmente, sólo sirvió para reforzar la imagen del omnisciente y todopoderoso sicario que, desde la muerte de Torrijos, quedó incluso sin la relativa restricción de su más humano mentor. Fue como si un J. Edgar Hoover negro hubiera sucedido a John F. Kennedy en el cargo de presidente de los Estados Unidos. Tenía los expedientes de todos, de los presidentes y ex presidentes, así como de las idas y venidas y de los tratos oscuros hasta de los más destacados hombres de negocios. No importa que nadie hubiera visto los archivos: era la certidumbre de su existencia y la amenaza de su eventual utilización lo que le confería poder a Noriega. Sus enemigos llegaron a propalar la especie de que alguna vez mantuvo prisionero al propio general Torrijos durante varios días: versión imposible de confirmar, pero insistentemente difundida.
Noriega es como un risueño y malévolo Mago de Oz, que sopla el humo y toca los pitos y empuja las palancas para manipular su propia imagen detrás de una cortina. Su sonrisa y el guiño son lo más irritante.
La sonrisa puede ser franca, casi tímida, desprevenida, y el guiño que siempre la acompaña sugiere que de alguna manera todos participamos en una gran farsa, que a todos nos toca, amigos y enemigos, y que todos representamos con afectada gravedad.
Es como si Noriega espetara:
"¿Por qué tanta bulla y preocupación? ¿Cómo puede alguien temerme? En el fondo no soy sino el chico de Terraplén".
Desde cuando en 1513 Vasco Núñez de Balboa anduvo treinta millas a través del istmo, y halló el océano que apellidó Pacífico, Panamá ha sido un punto de trashumancia, un lugar de paso más bien que para quedarse. Los trasbordos de oro, de Perú a España, le dieron vida a Ciudad de Panamá, un pequeño puerto alojado en una encrucijada de roca volcánica que se repliega dentro de la bahía de Panamá. La primera vía férrea a través del istmo fue construida en 1855, a tiempo para acoger a las decenas de millares de buscadores de fortuna que se precipitaban desde la costa oriental de los Estados Unidos en procura del oro de California. El ferrocarril redujo a cuatro horas el paso del Atlántico al Pacífico, que antes se hacía a lomo de mula en tres arduos días.
El malecón y el mercado público, construidos alrededor del terminal férreo del Pacífico, se convirtieron en el centro de Ciudad de Panamá. Y al laberinto de estrechas calles, de plazuelas y de desvencijados edificios adyacentes al mercado se le dio el nombre de Terraplén. Albergues de dos pisos, de marcos verticales de madera, eran el hogar de quienes trabajaban en el puerto, desde modestos comerciantes y estibadores hasta prostitutas, todos al servicio del flujo de pasajeros y mercancías, que era inagotable fuente de riquezas para Panamá. En la época del nacimiento de Manuel Antonio Noriega, febrero de 1936, había un canal, y la vía férrea principal, así como el tráfico portuario, se habían trasladado a su desembocadura, una milla al occidente. Las vecindades de la bahía de Terraplén eran desastradas y estrepitosas cuando transcurría la infancia de "Toño" Noriega.
Los detalles de sus primeros años son fragmentarios. Se dice que su padre, Ricaurte Noriega, era un contabilista cuyos modestos ingresos provenían de los libros que llevaba para humildes negocios. Su madre, María Moreno, se desempeñaba como cocinera y lavandera. No está claro si ella y el padre de Noriega se casaron, aunque, siguiendo la costumbre, Ricaurte Noriega reconoció la paternidad, dándole a su hijo el nombre completo de Manuel Antonio Noriega Moreno. Sus dos progenitores desaparecieron de su vida -las circunstancias de tal marginamiento nunca se supieron cuando Noriega iba a cumplir los cinco años. Fue criado como huérfano por una parienta, o madrina, a quien se refiere como Mamá Luisa.
En Terraplén, la pobreza de Noriega no se notaba. Ni su piel oscura.
Era una mezcla de negro, de indio y de sangre española: era lo que los panameños llaman un criollo. Posteriormente, Noriega aludiría con orgullo a sus modestos orígenes, llegando a contratar un librillo sobre él, que se publicó con el título de "El criollo de Terraplén".
La vecindad hervía de actividad y no escaseaban los más disímiles oficios para un muchacho anhelante de hacer dinero para gastarlo. Noriega recorría las calles vendiendo periódicos. Sin alejarse de su hogar más de una milla, el jovencito recalaba en los principales centros de poder de Panamá: unas cuantas cuadras al oriente, por la bahía, estaban el Palacio de las Garzas, residencia presidencial, y el exclusivo Club Unión.
Caminando hacia el oeste, llegaba a los cuarteles de la guardia Nacional.
Desde allí podía recorrer la Avenida Cuatro de Julio, bordeando el inalcanzable mundo de la Zona del Canal, controlada por los norteamericanos, y devolverse a su casa desde el Parlamento Nacional.
Creciendo entre marinos extranjeros y prostitutas, y con una vida señalada día tras día por la embriaguez y la violencia, se convirtió en un virtuoso de la calle, sin degenerar en un rufián. Era bajito para su edad y tendía a ser el blanco de las malas pasadas que urdían los muchachos más perversos. Su supervivencia se debió a que supo ser más rápido de pensamiento y de palabra que sus eventuales adversarios. Fue tanto lo que lo acosaron y golpearon que, siendo apenas un adolescente, portaba una pequeña pistola.
Mamá Luisa, maestra de escuela, inculcó la afición a los libros a su joven protegido para que saliera adelante. Un condiscipulo de bachillerato lo recuerda vestido siempre con esmero y como miembro de una rara especie de estudiantes que leían todos los libros asignados y recomendados por los profesores. Su medio hermano mayor, Luis Carlos, lo impulsó también hacia las actividades intelectuales, y lo introdujo en la política. Desde 1952 hasta 1955, Manuel Antonio asistió al Instituto Nacional, considerado el mejor plantel oficial de bachillerato en Panamá. A pie, la escuela distaba poco de Terraplén, cerca de la Avenida Cuatro de Julio. Alguna vez, durante la secundaria, Noriega se fue a vivir con Luis Carlos en un cuarto alquilado. Luis Carlos también había asistido al Instituto Nacional y todavía era allí un activo organizador del Partido Socialista.
Manuel Antonio fue reclutado rápidamente por el ala juvenil del partido socialista. El partido estaba bajo la dirección de uno de los grandes nombres de la política panameña, Demetrio Porras, cuyo padre, Belisario Porras, había creado el primer movimiento político panameño de base amplia, a comienzos del siglo, organizando a los trabajadores negros y urbanos. En los años cincuenta, el partido de Demetrio Porras abonaba el terreno para los jóvenes idealistas que se rebelaban contra la oligarquía de sangre española, a cuyos miembros se les motejaba despectivamente de "rabiblancos", y bajo cuyo control estaba buena parte del poder político y económico de Panamá. El anticomunismo del partido socialista y la plataforma social demócrata al estilo europeo, no lo inmunizaron contra la prevención anticomunista, y el partido fue proscrito de las listas electorales en 1953. Informes de la inteligencia militar norteamericana se refirieron posteriormente a los socialistas como de "tendencia marxista", y contemplaron con desconfianza la afiliación de Noriega.
Noriega no se destacó como dirigente del movimiento: prefirió apegarse a sus libros y graduarse no muy lejos de los mejores de su clase. Pero escribió y publicó poemas y artículos en que atacaba la presencia norteamericana en Panamá como una afrenta a la soberanía panameña.
También participó en ataques a piedra contra la policía panameña, hecho que destacarían posteriormente los informes de los servicios secretos norteamericanos.
Sin embargo, su vinculación con el movimiento socialista no fue tan sólo un impulso idealista y pudo servirle de introducción al doble juego que caracterizaría la mayor parte de su carrera militar. Según un antiguo aliado político, el dirigente socialista Porras le concedía a Noriega un estipendio de 15 dólares mensuales, quizá por compasión hacia el brillante joven sin padres, quizá como inversión para el futuro político de Noriega. El dinero le ayudó mucho en el Panamá de los años cuarenta y le garantizó la permanencia en la escuela. Y pronto halló otra manera de sacar partido de sus conexiones socialistas: de acuerdo con fuentes norteamericanas y panameñas, se dice que sirvió como "agente doble" para suministrar informes confidenciales a las agencias norteamericanas de inteligencia sobre las actividades y los planes de sus camaradas de izquierda.
En su anuario de graduación, Noriega registró entre sus aspiraciones la de ser "Presidente de la República", y no manifestó ningún interés por la milicia. Los miembros de la Guardia Nacional eran considerados más policías que soldados profesionales; sólo en 1953 fue promovida oficialmente la Policía Nacional de Panamá para convertirla en la paramilitar Guardia Nacional.
En todo caso, Noriega aspiraba a ser médico y, eventualmente, psiquiatra.
Le parecia, sin embargo, que llegaba a un punto muerto: un pobre joven mulato que pretendía competir con los hijos de las altas clases panameñas y que no alcanzaba uno de los codiciados cupos de la facultad de medicina de la Universidad de Panamá; he ahí un motivo permanente de resentimiento. En sus luchas contra la oposición, treinta años más tarde, se burlaría de la clase superior de los "rabiblancos" afirmando que su mayor error fue acaparar los cupos de medicina. Noriega tuvo, pues, que conformarse con seguir cursos de laboratorista médico, al acecho de una oportunidad para pasarse a la facultad de medicina.
En 1956, un ex condiscípulo del Instituto Nacional, Boris Martínez, se tropezó con un insatisfecho Noriega que trabajaba para el Hospital de Santo Tomás tomando muestras de sangre. Noriega le reveló a Martínez que estaba escaso de dinero y que no podía seguir un curso de tiempo completo en la universidad. Dijo que se había pasado a practicante en ciencias Martínez, en cambio, le habló con entusiasmo de la carrera que había escogido. Estaba para graduarse en la Escuela Militar de México y esperaba calificar para una comisión como subteniente en la Guardia Nacional Panameña. Este encuentro pudo inspirarle a-Noriega la forma de salir de la vida oscura que vislumbraba.
No tenía sino una conexión política a la cual recurrir, y la utilizó. Su hermano medio, Luis Carlos había recibido un nombramiento político como empleado secundario en la embajada de Panamá en Perú. Entre el escaso patrocinio que Luis Carlos podía dispensarle había unas becas para la Escuela Militar de Chorrillos, en el Perú. Entonces le consiguió una a Manuel Antonio.
En 1958, luciendo el muy elegante uniforme de estilo francés de la academia peruana, Noriega inició su carrera estudiando ingeniería militar.
Estando allí pudo conocer a otro candidato a oficial panameño, Roberto Díaz Herrera, que estudiaba en la Academia Peruana de Policía. Los panameños se sentían como ciudadanos de segunda clase entre los peruanos, ya que la historia militar de éstos se remonta orgullosamente a las guerras de independencia contra España; y a diferencia de los cadetes panameños, muchos de los estudiantes peruanos eran hijos de familias aristocráticas. Se burlaban de los burdos modales de Noriega, de su rostro picado de viruelas y de sus facciones negroides, raras veces vistas en esa región de Suramérica. La actitud de los peruanos fue también motivo de dificultades para el hermano medio de Noriega, Luis Carlos: la descarada homosexualidad de éste, que había sido tolerada con algo más que riñas ocasionales en Panamá, se convirtió en piedra de escándalo en el menos tolerante Perú, y marchitó su incipiente carrera diplomática.
Según Díaz Herrera, Noriega, para compensar el ridículo a que fue sometido su hermano, adoptó una actitud externa de "supermacho", hablando en forma tosca y disimulando cuidadosamente cualquier sintoma de debilidad. A pesar de los obstáculos que encaró durante sus cuatro años en el Perú, Noriega forjó muchas amistades duraderas con los estudiantes peruanos, y solía regresar a reunirse con ellos, aun después de convertirse todos en oficiales de alta jerarquía.
Cuando Noriega regresó a Panamá, en 1962, se vinculó de inmediato a la Guardia Nacional como soldado raso. Recibió su nombramiento de subteniente en septiembre de ese año, y fue destinado a Colón, la segunda ciudad de Panamá, y puerta del canal sobre el Atlántico.
Su comandante en la guamición de Colón-fue el apuesto hijo de una maestra de escuela de la provincia de Veraguas, el mayor Omar Torrijos Herrera.
"En el país de los ciegos, el tuerto es rey", reza el tipico e irónico dicho español. En los sesenta, a la Guardia Nacional Panameña le faltaba formación intelectual, y hombres como Torrijos y Noriega pronto se considerarían faros de inteligencia e idealismo que alumbraban un mar de mediocridad.
Torrijos, de 33 años, algo mayor que Noriega, era un visionario a quien apasionaban más la estrategia geopolítica y los conflictos sociales que los encuentros militares. Su única participación en combate, como joven teniente, a fines de los cincuenta, lo marcó para siempre. A Torrijos se le ordenó perseguir Y aplastar a un grupo de estudiantes revolucionarios. Más tarde reflexionó sobre el incidente en una carta al senado Edward Kennedy:
Fuí herido, el más gravemente herido, pero también el más convencido de que los jóvenes guerrilleros muertos no eran la verdadera causa del descontento, sino más bien el síntoma. También pensé, al leer sus manifiestos, que si yo no hubiera portado uniforme, me les habría unido en las trincheras. Así fue como surgió en mí la determinación de que, si algún día llegaba a dirigir nuestras Fuerzas Armadas, las congregaría al servicio de los mejores intereses del país.
Torrijos había asimilado su ecléctico análisis de las clases latinoamericanas cuando era estudiante en la Escuela Normal de Santiago, institución provincial para la formación de maestros en su pequeña ciudad natal.
Juan Matemo Vásquez, dirigente estudiantil negro, organizó a un grupo de estudiantes en un taller literario llamado Vanguardia Idealista Juvenil.
Torrijos y sus compañeros estudiaron las obras de José María Mariátegui, cuyos libros, escritos en los años veinte, dieron una interpretación auténticamente latinoamericana al fermento de la revolución rusa. Leyeron a muchos otros poetas y novelistas españoles y centroamericanos y aprendieron el abecé del marxismo en el Manifiesto Comunista. Algunos profesores, refugiados del fascismo español, explicaban sus ideas acerca de los propósitos y fracasos del experimento de un cambio social radical en la España republicana.
Resultado de este revoltillo ideológico fue el pragmatismo de centro izquierda que Torrijos predicaría años más tarde con lemas tan simplistas pero tan efectivos como "No creemos en la lucha de clases, sino en la lucha en el salón de clase y "No estarnos contra los ricos, sino con los pobres".
Como Noriega, Torrijos habría entrado al ejército tal vez como único recurso para realizar sus ambiciones de progreso personal, y sólo remotamente para promover sus aún vagas ideas de cambio social. Los dos hombres se complementaban. Noriega era calculador y absolutamente amoral; Torrijos, intuitivo y apasionado. La inteligencia de Noriega se dirigía hacia la táctica; Torrijos se inclinaba a la gran estrategia. A Noriega le gustaba trazar organigramas, dominar los intringulis organizativos de una tarea; Torrijos establecía metas y objetivos de acuerdo con principios y valores muy arraigados. Torrijos se convirtió en el mentor, protector y gurú militar de Noriega, y durante los cuatro años siguientes, Torrijos siempre procuró que Noriega estuviera bajo su mando directo.
No obstante el incipiente radicalismo de Torrijos, a comienzos de los años sesenta, la Guardia Nacional Panameña, no era ninguna marmita de idealismo intelectual. El primer oficio de Noriega fue supervisar los carros patrulleros de la policía de tránsito; la mayoría de las multas se pagaban en el sitio, como sobornos para los policías y no como dineros para el tesoro . Inglés y español se mezclaban en la frase acuñada para ofrecer un soborno, "dame un chance", que más exactamente significa "darne una oportunidad". Un soborno de varios dólares no era obligatorio, pero siempre resultaba más bajo que el costo de la multa, y el "chance" raras veces se rechazaba. Los agentes de Noriega vigilaban los bares de mala muerte, las casas de lenocinio y los garitos baratos que atendían a los marineros que disfrutaban de licencia mientras sus barcos esperaban turno para atravesar el canal.
El mundo, para oficiales como Torrijos y Noriega, no era más que corrupción, tragos y hazañas sexuales.
El medio le resultaba familiar a un veterano de la calle como Noriega, pero por alguna razón sus primeros años en la Guardia Nacional fueron desdichados y conflictivos tiempos de lucha contra sus demonios internos y externos. Sin la amistad y protección de Torrijos es poco probable que el joven subteniente hubiera supervivido como oficial. Aun de acuerdo con los elásticos patrones de conducta panameños, Noriega tuvo problemas desde los primeros días de su traslado a Colón. Era detestable cuando se embriagaba, y esto ocurría casi todas las noches. El sexo era fácil y barato para un oficial jactancioso, que rondaba los bares porteños, pero Noriega ganó reputación al mezclar violencia y sexo. Un incidente llegó a los periódicos antes de que se le echara tierra apresuradamente. Una mujer callejera acusó a Noriega de violarla y golpearla en un carro patrullero después de estar ella bajo arresto rutinario. Torrijos sacó a Noriega del lio, pero en enero de 1963, a los tres meses apenas de haber sido promovido, la beodez y la brutalidad de Noriega fueron tan desaforadas que Torrijos lo sancionó con 30 días de arresto en el cuartel.
Unos meses después, a Torrijos se le dio un nuevo y más prestigioso comando, el de la Zona Norte de la Guardia Nacional, en la frontera con Costa Rica. La zona comprendía las provincias de Chiriquí, la región agrícola más rica de Panamá, y Bocas del oro, donde estaban localizadas las extensas plantaciones bananeras de la United Fruit Company. Noriega fue trasladado con él, y de nuevo le correspondió hacerse cargo de la policía de tránsito.
Torrijos también logró el traslado del teniente Roberto Diaz Herrera, que era su primo y protegido, cuya inteligencia y habilidad para la política práctica él realmente apreciaba. Noriega y Díaz Herrera renovaron la amistad que habían iniciado en el Perú, pero era una amistad con visos de rivalidad. Díaz Herrera se daba cuenta de que Noriega, varios años mayor, se resentía por el hecho de que el más joven ya era primer teniente y se dirigía a Torriios con el familiar tú español, en lugar del formal usted , que todavía utilizaba Noriega. Fuera del servicio, pasaban el tiempo bebiendo y buscando mujeres. Díaz Herrera recuerda que Noriega cortejaba abiertamente a una mujer que frecuentaba. Cuando le hizo el reclamo a Noriega, éste le dijo: "la deseo. ¿Ella que tanto le importa a usted?". Diaz Herrera le replicó "Hoy, mucho. Mañana, quién sabé" En últimas, Noriega tuvo que esperar seis meses, hasta que Diaz Herrera le dió vía libre. Entonces le ofreció un puesto a la mujer en su sección a fin de convertirla en su amante.
Noriega hizo muy poco por amoldarse a las conservadoras costumbres de la provincia y la atmósfera pueblerina de su capital, David. Y no había dejado en Colón sus oscuros apetitos. Ahora no fue a una prostituta porteña, sino a una adolescente de la ciudad, a quien obligó a tener relaciones sexuales con él. Los padres de la jovencita no eran ricos, pero se dieron mañas para obtener la ayuda de un sacerdote y de un prominente médico, quienes denunciaron la violación directamente al comandante en jefe de la Guardia Nacional, el coronel Bolivar Vallarino, en Ciudad de Panamá. Solicitaron un proceso criminal y la remoción de Noriega de la Guardia Nacional. De nuevo intervino Torrijos. Se reunió con los acusadores de Noriega y, gracias a su amistad con el médico, logró que aceptaran un castigo menor para él:
Su exilio en un remoto puesto en Bocas del Toro, durante varios meses, hasta que se olvidara el ultraje a la comunidad.
De regreso a Chiriquí, en un año electoral, 1964, Noriega fue amonestado disciplinariamente de nuevo por una mala conducta que tenía connotación política. Chiriquí era el hogar de Arnulfo Arias, hacendado cafetero y dos veces presidente, quien combinaba el populismo político con el rechazo a los militares. Arias se preparaba para otra campaña por la presidencia contra el partido del presidente en ejercicio, Rodolfo Chiari. El partido de éste presionó a Torrijos para que hostilizara a los "arnulfistas", como se les llamaba, en un esfuerzo por neutralizar su impulso político. Torrijos le asignó la tarea a Noriega.
Los hombres de Noriega arrestaron a docenas de personas, entre las cuales habla ciudadanos prominentes, tales como maestros, abogados y hacendados; a diferencia de los estudiantes radicales que Torrijos ayudó a aplastar en los cincuenta, los arnulfistas constitufan la mayoría política panameña. Algunos prisioneros dijeron que habían sido torturados; otros manifestaron haber sido violados en las cárceles por delincuentes comunes. Cuando las revelaciones sobre abusos se filtraron al exterior, hubo manifestaciones de protesta. Torrijos proclamó públicamente que el maltrato era una aberración y que sería investigado. En privado, le confió a un colega oficial que Noriega era el responsable de la brutalidad, y que sería castigado. Se le suspendió durante diez días; esta determinación denigrante no se hizo pública, pero se incorporó al archivo de la inteligencia militar nortearnericana sobre Noriega.
Torrijos quizás había visto en Noriega a un potencial oficial de inteligencia durante la breve incursión del joven teniente en los terrenos de la represión política, pero después de tres años en la Guardia Nacional, Noriega no había podido satisfacer las expectativas de Torrijos. Bebiendo todavía en exceso, y con una creciente reputación de ferocidad, Noriega estaba lejos todavía de merecer su primer ascenso. En un esfuerzo por amoldarlo, Torrijos envió al subteniente Noriega a hacer un curso de operaciones en la selva a la Escuela del Ejército Norteamericano para las Américas, en la Zona del Canal. Las calles de Terraplén no habían preparado a Noriega-para los aguaceros en la selva. Salió mal librado en pruebas prácticas que exigían dominio de las técnicas de supervivencia en la jungla, terminando en el puesto 147, en un curso de 161. En la materia fundamental, desplazamiento por la manigua, apenas recibió 5 puntos de 100: fracasó totalmente.
Luego, en 1966, Noriega vinculó de pronto sus actividades personales y profesionales. Obtuvo su primer nombramiento de tiempo completo como oficial de inteligencia, fue ascendido a teniente y conoció a una inteligente y juvenil maestra de escuela, Felicidad Sieiro, hija de inmigrantes españoles, dueños de un pequeño negocio en David. La relación de Noriega con Felicidad, que honraba su nombre, hizo que él se encarrilara. Se casaron y tuvieron la primera de tres hijas, en 1967.
Un paso casi más afortunado fue el que Noriega dio como jefe de inteligencia de la Zona Norte de la Guardia. Por fin halló Torrijos un puesto productivo para su errático protegido; Noriega habla revelado una vocación que le acomadaba perfectamente, y le gustaba. Su principal obligación era la de infiltrar y desbaratar los sindicatos de tendencia socialista que hablan organizado a la mayoría de los doce mil trabajadores bananeros en las plantaciones de la United Fruit Company. Noriega posela la extraña habilidad de absorber información, apreciar las opciones al alcance del adversario, ponerse en el lugar de otros y anticiparse astutamente al curso de las probables acciones. La sección de inteligencia de Chiriqul, bajo Noriega, fue la primera que se organizó en debida forma en Panamá y se convirtió en el antecedente inmediato para la rama nacional de inteligencia, el G2, que alcanzó pleno desarrollo y cobró importancia después de 1970.
Al mismo tiempo que se restauró la carrera de Noriega, Torrijos fue promovido a un cargo en el estado mayor general. Su reemplazo en Chiriquí, el nuevo jefe de Noriega, fue el mayor Boris Martinez, ex compañero de clase de Noriega en el Instituto Nacional. Martinez controló rigurosamente la tendencia de Noriega a beber, y lo mantuvo muy ocupado en la sección de inteligencia.
Martinez era un fervoroso anticomunista y al respecto no le faltó el decidido respaldo de Noriega. Este regresó a la Escuela de las Américas en 1967, con el objetivo de seguir los cursos para oficiales de contrainteligencia militar e infantería: esta vez se graduó muy cerca de los mejores.
De su instructor en contrainteligencia obtuvo la mención de "sobresaliente" .
Hay indicios plausibles de que por entonces Noriega reanudó su actividad como agente doble, compartiendo con agencias de los Estados Unidos sus informes de inteligencia sobre la potencial "amenaza izquierdista" de los obreros de las bananeras. La existencia, si no el contenido de sus relaciones con los militares norteamericanos, aparece confirmada en un aparte de 1976 de los servicios secretos del ejército de los Estados Unidos sobre Noriega. En alguna parte del documento precisa que "la asociación con militares norteamericanos se remonta por lo menos 15 años atrás" y, más adelante, que "Noriega ha mantenido una relación cordial y cooperativa con personal militar norteamericano desde antes de ingresar a la Guardia Nacional en 1962".
Las vidas y carreras de oficiales de la Guardia Nacional como Torrijos, Noriega y Díaz Herrera, todavía importaban poco dentro de la perspectiva general de las cosas en Panamá, pero esto pronto cambiaría. El ascenso de Torrijos, de oscuro guardia provincial a carismático dirigente nacional, fue un caso único en Panamá, que precipitaría la volátil mezcla de políticas raciales, nacionalistas y de clase del país, en una historia que transcurría el telón de fondo de la incontrastable presencia, e influencia, de los Estados Unidos.
Hasta Torrijos, los centros de poder en Panamá eran el palacio presidencial, la élite rabiblanca y la embajada norteamericana. Desde 1903 Panamá había sido gobernada como una especie de república de negociantes: los presidentes civiles, generalmente financiados por sus antecesores, se sucedían unos a otros en el gobierno, yendo y viniendo. La violencia casi no formaba parte de la ecuación, y en los contados casos en que los militares intervinieron para sostener o expulsar a un dirigente, ello fue dentro de la tradición latinoamericana de inclinar la balanza hacia la facción política más favorable. Había habido un solo presidente de las filas de la Guardia Nacional: José Antonio Remón, que fue asesinado en 1955. Los presidentes y los intermediarios del poder procedían, por lo común, de un círculo de individuos con los mismos apellidos. Todos eran blancos, de ascendencia europea, en un país cuya población de menos de dos millones de habitantes es mezclada casi en un 90 por ciento, o sea mestiza. Colectivamente, eran la oligarquía, y no les daba vergüenza autocalificarse así.
Todos los protagonistas importantes, su