Si se tratara de elegir al más inteligente, bastaría un examen que mida el IQ de los aspirantes

POLÍTICA

El llanero solitario

Gustavo Petro es un hombre muy lúcido y sabe como pocos cómo es el arte de conquistar votos. Pero su pasado guerrillero y la derechización del país no le dan por ahora ningún chance de ser Presidente. Perfil de Luz María Sierra.

17 de abril de 2010

Un domingo como este, hace 40 años, el pequeño Gustavo Petro se sentó al frente del radiotransistor de su casa en Zipaquirá y se quedó un buen rato sumando los resultados parciales de las elecciones de ese día. Cuando se fue a dormir el general Gustavo Rojas Pinilla, según sus cuentas, iba ganando.

La anécdota hoy no tendría importancia si no fuera por dos detalles. Uno es que ese mismo día -el 19 de abril de 1970- Petro estaba cumpliendo 10 años. Lo cual habla de una cierta precocidad que suele marcar a muchos de los que luego se destacan en la política. Y el otro detalle es que así como nadie se imaginaba que ese día iba a cambiar la historia del país, Gustavo Petro tampoco tenía idea de que esa fecha le daría un vuelco a su propia vida.

Petro era lo que hoy llaman un niño superdotado. Un mes después de haber comenzado el kínder, la profesora llamó a sus papás para que lo pasaran a primero de primaria porque ya había aprendido a leer. En segundo se repitió la historia. Que lo pasara a tercero, le dijeron al papá, pero él prefirió que su primogénito, al que veía pequeño y frágil, siguiera sin afanes. En el Icfes sacó el segundo puntaje del país. En el Externado estudió Economía becado gracias a sus notas de 4,8. Y se fue a Bélgica sin saber una pizca de francés, pero antes de terminar el primer semestre de posgrado no solo lo manejaba sino que terminó de primero en su curso.

A Petro le gusta ser siempre el primero de la clase. Como congresista tiene el récord de títulos que lo consagran como el mejor del año.

Pero si en la democracia se tratara de elegir al más inteligente, entonces bastaría un examen que mida el IQ de los aspirantes. Lo cierto es que en Colombia la gente tiende a votar por la idea que encarna un candidato o su partido y en este momento, con un país dividido entre el uribismo y una propuesta de renovación que no es ni uribista ni antiuribista, la izquierda no tiene por ahora cabida.

Gustavo Petro se atrevió a desafiar al rey de las encuestas, el presidente Uribe, y ahora está pagando esa audacia. Sus debates en el Congreso, en los que denunció los vínculos entre políticos y paramilitares, y tendió un manto de duda sobre un hermano del primer mandatario, marcaron la historia reciente del país. Pero en materia electoral las cosas funcionan de otra manera.

Ni Petro fue un niño rebelde ni mucho menos su familia. Su papá, don Gustavo, que venía de una dinastía campesina de pequeños ganaderos del Valle del Sinú, era laureanista. El bisabuelo había llegado de Italia, huyéndole al hambre. Don Gustavo, un apasionado lector, se vino a Bogotá a estudiar Administración de Empresas en el Externado, conoció a su esposa y se fueron a vivir a Zipaquirá cuando le ofrecieron un puesto en la escuela normal de varones.

Ese 20 de abril de 1970, cuando el pequeño Gustavo Petro se levantó, se dio cuenta de que las cuentas ya eran otras: el ganador era Misael Pastrana. Pero apenas lo registró como un dato más. Se oía una fuerte algarabía afuera. Y cuando se asomó a la ventana, vio que ese pueblo se había volcado a las calles. Los miles de obreros de la industria estaban desconcertados por la derrota de Rojas Pinilla. Esa experiencia, años después, le sirvió para justificar su entrada a la guerrilla: si uno gana las elecciones en las urnas se las roban y si las gana por las armas, como en Nicaragua, triunfa. Y así pensó. El M-19 se creó en 1974 y Petro llegó unos años después al grupo de la mano de un profesor de primaria. "Me emocionaba la idea de cambiar a Colombia. Y todos los hechos de la década de los 70 demostraban que era posible".

Su tarea fue siempre política. Al fin y al cabo su mayor fortaleza no era su cuerpo. Hizo un periódico, después fue personero (1981) y más tarde concejal (1984-1986). Sus 10 años en la guerrilla se pueden dividir en tres actos. Primer acto: el sueño. Lideró la construcción de un barrio, en un lote que era de la iglesia, dejó a su familia y se fue a vivir en él (1983-1985). "Me imaginaba el barrio como una pequeña revolución utópica". Todas las decisiones se tomaban en asamblea, nunca hubo un hecho de sangre e hicieron un 'pacto' con los ricos para que les dieran a los pobres leche y papa a cambio de "no hacerles nada".

Segundo acto: la tortura. Los militares sitiaron el barrio durante tres meses. Hasta que un día entraron, tocaron casa por casa, un niño les dio la clave y a Petro lo sacaron, literalmente, del pelo. No sabe si fueron exactamente cuatro o cinco días los que estuvo debajo de unos caballos. Sin comer y sin dormir. "Uno se pone como un escudo. Y los golpes no le duelen". Eso fue en octubre de 1985, un mes antes del holocausto del Palacio de Justicia.

Tercer acto: la paz. Tras dos años salió de la cárcel y se fue a replicar su trabajo político en Santander y Tolima. De pura casualidad, le tocó participar de una reunión entre Carlos Pizarro, entonces comandante del M-19, y Rafael Pardo, entonces comisionado de Paz. Y hasta escribió en enero de 1989 uno de los párrafos del comunicado que abrió la puerta para el histórico desarme.

Hoy, y para sorpresa de muchos, Gustavo Petro no se arrepiente de lo que ha vivido. A pesar de la violencia que generó ese grupo guerrillero al cual perteneció. A pesar de sus secuestros, sus 'ajusticiamientos' -léase asesinatos-, tomas de pueblos, muertos en combate. El dice de frente: "Era una generación brillante que no he vuelto a ver nunca. Y me da nostalgia, porque a veces siento que me hace falta".

Frente a uno de los episodios más sombríos del M-19, el holocausto del Palacio de Justicia, donde murió una de las Cortes más honorables de la historia, Petro trata de demostrar que el asalto al Palacio más que "una estupidez del M-19" fue "un acto de ignominia del Estado". Dice que ningún magistrado murió por balas de la guerrilla, según las vainillas que quedaron adentro del Palacio, y que la teoría de que el narcotráfico le pagó al 'Eme' para hacer la toma se basa en un testimonio de 'Popeye' que no puede ser cierto porque a quien supuestamente le dieron la plata, Iván Marino Ospina, había sido asesinado tres meses antes.


El senador del Polo

Esa mezcla de mente brillante y soñador empedernido produce un especial talento para ganar votos. Desde la primera vez, cuando fue elegido concejal con 780 votos, su caudal no ha dejado de crecer. Y en su momento ha sido el congresista más votado, tanto a la Cámara como al Senado. Solo se quemó una vez, en 1994, cuando su partido se hizo el haraquiri con la Operación Avispa.

Ese tipo que además de flaquito es extremadamente tímido se vuelve un gigante en la tarima. Roberto Gerlein, que ha estado en el Congreso más de dos décadas, decía: "Petro es impresionante porque siempre habla con fundamento". Su discurso no es de palabras rebuscadas sino de lógica y de impacto. Su fuerte han sido los debates de control político. Denunció a Banpacífico, puso en el banquillo al ministro Fernando Londoño por las acciones de Invercolsa, al fiscal Luis Camilo Osorio por la penetración de los paramilitares en la Fiscalía, y se consagró en los últimos cuatro años cuando denunció los nexos criminales entre políticos y paramilitares: fue el primero que habló con nombre propio del senador Álvaro García, recién condenado a 40 años por la masacre de Macayepo.

En sus correrías como candidato la gente disfruta de sus discursos. Petro es un político de muchos quilates para la plaza pública. "Nos tenemos que ganar el pan con el sudor de la frente. Así dice en la Biblia -decía la semana pasada en la plaza de Valledupar-. El gobierno les quitó la educación con la reforma de 2001. La mafia les quitó las tierras. Y el banco les quita el crédito. Yo les voy a dar un lugar, un saber y un crédito".

En la consulta interna del Polo nadie daba un peso por él. La mayoría de los congresistas que apoyaban a Carlos Gaviria pensaban que la consulta era solo un asunto de trámite. Petro meditó mucho su decisión de quedarse en el Polo. Ya había criticado lo blando del partido con las Farc, sin tener ninguna respuesta. Había criticado duramente a las vacas sagradas del partido y había puesto en tela de juicio el desempeño del Polo en la Alcaldía de Bogotá. No parecía existir razón alguna para quedarse. Sus más cercanos consejeros, Julio Roberto Gómez, de la CGT, y el senador Guillermo Alfonso Jaramillo, le dijeron que se retirara. Pero de repente Petro los sorprendió anunciando que se quedaba "por una corazonada".

Puede que la corazonada le haya servido para ganarle a Gaviria, pero quedó atrapado en un partido que le ha cobrado cara su victoria. No lo eligieron, como se acostumbra, presidente del Polo; en las cuñas de televisión para las parlamentarias no pusieron su imagen y hace apenas un mes Carlos Gaviria decía en un diario argentino que la izquierda en Colombia se había quedado sin candidato, a pesar del apoyo que le expresó la semana pasada.

Gustavo Petro está como el Llanero Solitario haciendo campaña, a pesar de su partido, y viendo cómo los votos se escurren hacia Antanas Mockus. "El Partido Verde, eso que me está afectando más, fue inventado por mí", dice Petro con algo de resentimiento. Lo dice porque él fue quien primero habló con Mockus y Lucho Garzón para hacer una alianza.

En esa frase también se refleja una característica de su personalidad. Petro suele ser un hombre arrogante. Sobre todo en materia intelectual. Y eso que en otros escenarios lo hace brillar, en la vida cotidiana lo convierte en un hombre solitario.

Cuando Petro estaba en el M-19 se hizo llamar 'Aureliano', como el general de las mil batallas de Cien años de Soledad. "Un nombre premonitorio", dice ahora él. Y sin duda, a Petro todavía le falta ganar algunas batallas. Y en el terreno que escogió pelear este general de la izquierda, el de la política, la historia está en su contra. Su pasado, que es su mejor aliado, también es su peor enemigo. Su capacidad intelectual y su consagración serían suficientes para llevarlo a la Presidencia. Pero los hombres públicos no solo dependen de sus méritos propios, sino de su contexto y de los estados de ánimo de los pueblos que va moldeando la historia. Y la historia reciente de Colombia tiene en su rostro la cicatriz de la violencia guerrillera. Por eso, mientras existan las Farc es muy difícil que Gustavo Petro sea Presidente de este país.