EL SEGUNDO AIRE DE JUAN MARTIN
Descartado el tema de su candidatura presidencial, la gestión del alcalde comienza a aflorar.
El 12 de marzo de 1990, Juan Martín Caicedo como cualquier, primero de la clase cuando es llamado a izar la bandera, se paseaba con el pecho en alto con la certeza de pertenecer al grupo de los grandes. Y no del todo sin razón. Los 600.000 votos obtenidos la vispera, lo colocaban por encima de las Guerra Sernas, Santofimios y Name Terans de este mundo. Sus rivales dentro de la política liberal colombiana eran más bien los presidenciables y particularmente Ernesto Samper Pizano. Al fin y al cabo nadie que no fuera candidato presidencial había alcanzado una votación de semejante magnitud.
Posesionado como alcalde en junio, sus actuaciones parecían más encaminadas a preparar una futura campaña presidencial que a resolver los principales problemas de la ciudad. Como cualquier Presidente se trazó un plazo de 100 días para mostrar sus ejecutorias y con gran despliegue de avisos de página en los principales diarios capitalinos le presentó a los bogotanos un extenso y detallado memorando sobre lo que su administración ya había logrado en tan corto periodo. Este estilo más que generar adeptos le granjeó antipatías, especialmente entre algunos de los principales columnistas de la prensa escrita.
Pero el revolcón en el clima político, parece haber afectado también al alcalde, pues es tanto lo que ha cambiado la política en tres meses con motivo de la Constituyente que la candidatura de Caicedo ha pasado a segundo plano. Su posicionamiento como candidato se basaba en representar el centro-derecha frente a la amenaza de centro-izquierda de Ernesto Samper. Ahora con Navarro a la vista, Samper como ministro de Desarrollo ha pasado a representar la derecha y a convertirse en el candidato del sistema para atajar a Navarro. En estas circunstancias, el nombre de Juan Martin Caicedo ha dejado de estar sobre el tapete y los observadores políticos en lugar de buscarle la zancadilla al aspirante presidencial, han comenzado a fijarse en la gestión del alcalde. Y lo que han visto les ha gustado.
Caizedo se defiende de las críticas sobre sus aspiraciones a destinos mayores, afirmando que no tienen fundamento.
Considera que la falta de brillo que sus criticos le atribuyen a su labor en la alcaldía hasta ahora, se debe al hecho de haber considerado necesario un período inicial para poner orden en la casa. Esta frase parece ser un eufemismo para no criticar abiertamente a su antecesor, pero quienes siguen de cerca los asuntos distritales atribuyen el bajo perfil de la administración a la circunstancia de que se encontraron sin recursos financieros y con prácticamente la totalidad del presupuesto correspondiente a la vigencia de 1990 ejecutado en los primeros cinco meses del año.
Lo cierto es que en este período en que los bogotanos no han visto obras concretas, el equipo distrital ha estado muy activo preparándose para 1991 que según Juan Martín Caicedo, "va a ser el gran año de Bogotá, porque todo el trabajo gerencial y el esfuerzo de seis meses va a redundar en benefico de todos los habitantes de la ciudad". Y ya las cosas comienzan a andar: ya se obtuvo un crédito del Banco Mundial por 120 millones de dólares para financiar la terminación de la troncal de la Caracas, la pavimentación de vías de acceso a las zonas periféricas y el soporte que necesita la Secretaría de Tránsito y Transporte. El 15 de diciembre entregará lo que considera la primera obra completa de su administración: la autopista Monte Blanco-Usme. Ese mismo mes aspira a entregar dos mil viviendas hechas por autoconstrucción y el tanque del acueducto en El Silencio que abastecerá de agua a tres millones de personas.
En materia de seguridad, le entregará a la ciudad, 500 radiopatrullas traídas de Polonia. Creó junto con el sector privado el Fondo de Promoción Turística, que aspira a convertir a la capital en el primer centro turístico del país. Piensa igualmente crear la Secretaría Metropolitana de Salud que racionalizará las funciones hoy día adscritas a la Secretaría de Salud y el Servicio de Salud de Bogotá.
Caicedo asegura que 1991 también será el año en que se defina la suerte de la descontaminación del río Bogotá, la construcción del embalse de San Rafael -que hará a Bogotá menos dependiente de Chingaza-, se resuelva el problema del Guavio, se comience el programa de abastecimiento de hogares con gas natural para reemplazar el cocinol y se le instalen 500 mil líneas telefónicas nuevas a la capital.
Hay algo que ha sorprendido también a los observadores políticos. Se trata de la capacidad de Juan Martín Caicedo -un hombre que siempre ha pretendido quedar bien con todo el mundo para coger el toro por los cuernos y emprender una serie de tareas impopulares que pisarán muchos callos, pero que de no llevarse a cabo comprometerían seriamente el futuro financiero de la ciudad. Ejemplos de éstas son la racionalización del gasto, la mejora en el recaudo de los pagos por servicios, la liquidación de entidades parásitas como la Empresa Distrital de Buses y la EDIS y un recorte burocrático de grandes dimensiones en algunas de las empresas, donde los costos laborales han llegado a niveles absurdos. Algunos de estos propósitos ya comienzan a hacerse realidad. El controvertido sistema de valorización permitirá sanear las finanzas del IDU. Está en camino un acuerdo del Concejo para liquidar la Empresa Distrital de Buses. Se le quitaron ya algunas prebendas excesivas a los empleados de la Energía y se decidió congelar indefinidamente la nómina de Bogotá. No serán pocos los obstáculos que tendrá que enfrentar el alcalde para sacar adelante estos temas de cuyo éxito depende el buen funcionamiento de la Bogotá del siglo XX y su calificación de gran alcalde.