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Peñalosa resurge de entre las cenizas
Con todas las candidaturas estancadas, Enrique Peñalosa se perfila como posible contrapeso al presidente Santos.
Colombia definitivamente es un país raro. Si alguien ha sido derrotado una vez tras otra en los últimos años ha sido Enrique Peñalosa. Y ahora, por cuenta del resultado de la consulta verde del domingo pasado, se perfila como el candidato que más posibilidades tiene de convertirse en un contrapeso al presidente Santos.
Las derrotas del exalcalde hubieran acabado con la carrera política de cualquier persona. Fue candidato al Senado en 2006 y no alcanzó el umbral. Se lanzó a la Alcaldía en 2007 y fue derrotado por Samuel Moreno. Luego se lanzó a la consulta interna del Partido Verde de 2010 para la Presidencia de la República y perdió frente a Antanas Mockus. Y en 2011, se volvió a lanzar para la Alcaldía de Bogotá y fue derrotado por Gustavo Petro.
Teniendo en cuenta que es considerado por muchos el mejor alcalde que ha tenido Bogotá, la doble derrota fue considerada una humillación, y teniendo en cuenta sus contrincantes, su entierro político. Lo mejor que se dijo en ese momento fue que era un gran administrador, pero un pésimo político; y lo peor, que nunca iba a poder volver a ganar una elección porque su mayor enemigo era él mismo.
Sin embargo, el domingo de elecciones no solo ganó sino barrió. En la consulta interna del Partido Verde superó los 2 millones de votos. En una consulta comparable cuatro años antes Antanas Mockus, el fenómeno de la ola verde, había obtenido menos de la mitad de esa cifra (822.424). El propio Peñalosa en esa consulta obtuvo el segundo lugar con 489.075 votos y Lucho Garzón 275.214. Claro que en esa elección se presentó un factor de distorsión, pues coincidía con la consulta interna del Partido Conservador entre Noemí Sanín y Andrés Felipe Arias y no se podía votar por ambas. Eso explica, en parte, que hoy los votos sean más significativos pues el domingo pasado solo tenía lugar la consulta de los verdes.
No obstante lo anterior, 2 millones y pico de votos son una cifra que impresiona en momentos en que el denominador común de la campaña presidencial es que nadie despega. Y la votación de Peñalosa no fue la única sorpresa en esa consulta. Camilo Romero, senador del Polo Democrático, poco conocido nacionalmente, sacó casi 700.000 votos. Y John Sudarsky, senador de los verdes, quien tampoco es una figura nacional, sacó alrededor de 350.000. Esas votaciones son tan altas que algunos se las atribuyen en parte al hecho de que el tarjetón de la consulta de la Alianza Verde era el único fácil de entender. Mientras los otros eran unas sábanas llenas de logos y de números, el de Peñalosa, Romero y Sudarsky tenía simplemente tres fotos y el único requisito era poner una cruz. Además, se lo daban a la mayoría de las personas sin preguntarles y era el primero que se llenaba.
Sea lo que sea, los 2 millones de votos convirtieron a Peñalosa en el hombre del momento. Lo que nadie sabe es cuánto durará ese momento. Queda por verse si la teoría de que su peor enemigo es él mismo es una maldición del pasado o una realidad. El origen de esa leyenda negra es su fama de hombre arrogante y autoritario. La reputación de terquedad del exalcalde está llena de anécdotas. Su obsesión de volver al Country Club un parque público lo antagonizó para siempre con buena parte del estrato 6. Se dice también que cuando era candidato a la Alcaldía líderes políticos importantes lo buscaban para ofrecerle sus votaciones cautivas y él se negaba a recibirlos. Indignados, inmediatamente se iban donde Samuel Moreno o donde Petro, quienes seguramente los recibían con los brazos abiertos.
Ahora, sin embargo, se dice que hay un nuevo Peñalosa. Más tranquilo, menos testarudo y con la mano tendida frente a amigos y adversarios. En las entrevistas, después de su victoria, ha declarado que no es antisantista, ni antiuribista, ni antipetrista sino pro Colombia. Ese es un posicionamiento electoral que a veces funciona y a veces no, pues se expone a que le critiquen como a Santos la obsesión de quedar bien con todo el mundo. A su favor no obstante está el hecho de que esa filosofía funciona más en las elecciones que en el gobierno.
Puede haber algo de verdad en la ambigüedad del posicionamiento ideológico de Enrique Peñalosa. En su obra de gobierno en la Alcaldía y en su carrera política ha habido tanto de derecha como de izquierda. En materia de economía y orden público es de derecha. Cree en la iniciativa privada y en la mano dura en materia de seguridad. También su fracasada alianza política con el expresidente Uribe lo encasilló en ese nicho ideológico.
Sin embargo, su vena izquierdista es más contundente. En política social muchos creen que hizo más que Lucho Garzón, que Samuel Moreno y que Petro. Durante su administración el sur de Bogotá fue el mayor beneficiario del gasto público. Se construyeron colegios, parques y bibliotecas que nunca habían existido en ese sector de la ciudad. Su visión del transporte y del espacio público más que de izquierda pueden llegar a ser radicales. Para él la ciudad perfecta es en la cual todo el mundo monta en bus o en bicicleta y pocos en carro. Y en cuanto al espacio público, lo que ha sido exclusivo para los ricos con él automáticamente dejaría de serlo. Por ejemplo, cuando él fue alcalde las zonas verdes de los edificios residenciales fueron declarados abiertos para todos los bogotanos.
Si sus inclinaciones ideológicas son discutibles, su capacidad de ejecución no lo es. Si alguna explicación tiene su resurrección política después de tantos fracasos es que el legado de su obra de gobierno en la Alcaldía es incuestionable. Peñalosa transformó la capital en tres años, el tiempo que toma normalmente hacer un edificio en Colombia.
El problema que va a enfrentar el exalcalde en el futuro no va a ser el de posicionamiento ideológico sino político. Su candidatura se basa en su prestigio personal, pero carece de claridad y está llena de contradicciones. Su propio partido, la Alianza Verde, no lo quiere. Antes de las elecciones, tanto Antonio Navarro Wolff como John Sudarsky dijeron que no lo acompañarían si ganaba. Hoy puede que no insistan en este planteamiento pero el corazón no les ha cambiado. Tan poco confían en él que le pidieron que firmara un documento comprometiéndose a no lanzarse con Uribe y a no atacar a la administración Petro, a pesar de que él había dicho que no iba a hacer ninguna de las dos cosas en varias ocasiones.
Por otra parte, como él y Petro se odian, tiene algo de incoherencia que sea candidato de una alianza en la que priman los Progresistas, movimiento creado por el actual alcalde. No solo eso, hasta hace poco era públicamente partidario de la revocatoria de este y ante esa insostenible posición le tocó invocar que el voto es secreto.
Su relación con Uribe no es menos confusa. Después de la alianza para la Alcaldía de Bogotá en la que los derrotó Petro, las relaciones entre ambos se deterioraron. Que el político más popular del último cuarto de siglo y el mejor alcalde que ha tenido la capital no pudieran conquistar el Palacio de Lievano luego del desastre de Samuel Moreno, llevó a cada uno a echarle la culpa al otro. Antes de los 2 millones de votos de la semana pasada se decía dentro del uribismo que si llegaba a haber un colapso de la candidatura de Óscar Iván Zuluaga, el expresidente prefería a Marta Lucía sobre Peñalosa. Ahora, con las nuevas realidades, no se sabe. Pero lo que sí se sabe es que si llega a haber una alianza entre los dos, sería una alianza semiclandestina y vergonzante pues no estaría basada en buena química sino en necesidades del antisantismo. Foto de Enrique Peñalosa y Álvaro Uribe abrazándose no va a haber.
Y es que la viabilidad de la candidatura de Enrique Peñalosa depende no tanto del positivismo de sus declaraciones sino de los antis que él simboliza. En estas épocas de rechazo al clientelismo, él representa el antipolítico, lo cual es bueno. Sus fracasos electorales recientes, en vez de ser un pasivo en el ambiente actual se convierten en un activo. Como Santos está estancado y los otros candidatos no despegan, él podría acabar convirtiéndose en una alternativa de los que quieren votar en blanco.
Su otro anti es más polémico y tal vez más definitivo: el antisantismo. Si el exalcalde despega su respaldo no se basaría tanto en el recuerdo de su obra de gobierno como en la circunstancia de que se habría convertido en el principal punto de convergencia de los opositores del presidente. Y estos son muchos. El expresidente Uribe y los José Obdulios y los Londoños, para comenzar. Aunque no son peñalosistas fanáticos, son fanáticos antisantistas y eso es suficiente. Lo mismo se podría decir de Marta Lucía Ramírez y sus seguidores. La izquierda curiosamente es menos antisantista. Cree en el proceso de paz, la Ley de Víctimas y la Restitución de Tierras, bandera que el actual presidente en cierta forma le quitó.
El gran interrogante es: ¿Tendrá Enrique Peñalosa posibilidades de llegar a la segunda vuelta y poner en peligro la reelección de Juan Manuel Santos? No va a ser fácil. El antisantismo une a muchos pero no despierta el entusiasmo que despertó la ola verde de Mockus. Por ahora, Peñalosa se perfila más como un candidato viable que como un fenómeno electoral. Y si algo ha demostrado la historia reciente de Colombia es que los candidatos que solo tienen opinión sin maquinaria nunca llegan a la cima. Peñalosa tiene opinión, pero prácticamente nada de maquinaria para la primera vuelta y muy poca si llega a la segunda. Si lo llegan a apoyar los parlamentarios de Uribe, todos son novatos, sin votos propios, pues fueron jalonados por el prestigio del expresidente. Lo mismo sucede con los de Marta Lucía. La bancada conservadora que tiene votos está alineada con Santos. Y como se dijo anterioremente, la Alianza Verde, que de por sí no es una fuerza parlamentaria importante es bastante escéptica de su candidato.
Al respecto vale la pena recordar la experiencia de la última elección presidencial. Hasta los últimos días, Juan Manuel Santos y Antanas Mockus estaban empatados en las encuestas. Sin embargo, el primero tenía toda la maquinaria y el segundo prácticamente nada. En el momento de la votación, Santos obtuvo 9 millones de votos y Mockus apenas 3,5. El presidente hoy por hoy no es el hombre de los 9 millones de votos, pero Peñalosa tampoco es Mockus. La única constante es que Santos tiene todavía la maquinaria.