EN PLATA BLANCA

“Los que más queremos que pare esta guerra somos nosotros”

Laura Villa, una estudiante de Medicina que se fue a la guerrilla hace 11 años, habla del machismo en las filas y de sus planes si se firma el acuerdo en La Habana.

María Jimena Duzán
7 de diciembre de 2013

MARÍA JIMENA DUZÁN: ¿Hace cuánto entró a las Farc?

LAURA VILLA: Hace unos 11 años.

M. J. D.: ¿Qué estudios tiene?

L. V.:
Entré a estudiar Medicina en la Nacional en 1996 y me salí antes de terminar mi carrera en 2002, cuando decidí entrar a la guerrilla.

M. J. D.: ¿Y por qué terminó en las Farc?

L. V.:
Le cuento que antes de entrar a estudiar Medicina yo era una persona normal. Provengo de una familia de clase media de Tunja, Boyacá, y mis estudios de primaria y bachillerato los hice en un colegio público en esa ciudad. Mis padres nos educaron diciéndonos que lo único que nos iban a dejar era el estudio y efectivamente todos llegamos a la universidad. Para felicidad de ellos todos mis hermanos son profesionales, menos yo, que no terminé.

Fui siempre muy buena estudiante y me presenté a Medicina a la Universidad Nacional y me aceptaron. Sin embargo, ya traía una preocupación por los problemas sociales y en especial por la situación de la educación pública. Desde que entré a la Nacional esa preocupación se acrecentó porque me di cuenta de la miseria que se vivía en los hospitales públicos. Fui líder estudiantil y di muchas batallas para que se mejorara la educación universitaria y fue durante unas prácticas en Cundinamarca que tuve mi primer contacto con la guerrilla en el momento en que se estaban rompiendo los acuerdos del Caguán. Conversé con el comandante y vi cómo andaban apenas con lo necesario por el monte cargando su fusil para defender su vida y me quedé…

M. J. D.: No me queda claro qué le podía ofrecer a una joven como usted una guerrilla como las Farc, que lleva 60 años combatiendo y que ha ocasionado con sus actos terroristas tanto dolor a miles de colombianos…

L. V.:
Hay gente que cree que uno ingresa a la guerrilla porque le gusta matar, porque le gustan las armas o porque es una vida fácil, se es pobre y como no se tiene qué comer, pues para la guerrilla. Yo entré a las Farc porque quería cambiar muchas cosas y porque me convencí de que la vía armada era la única forma de hacerlo. Si hubiera visto que lo podía hacer por la vía política, no me meto a las Farc. Se lo aseguro.

M.J.D.: Se fue a la guerrilla porque quería cambiar el mundo y se encontró con la guerra y sus degradaciones. Con el secuestro, con las minas antipersona. ¿Nunca se arrepintió al ver la verdadera cara de la guerra?

L. V.:
Yo no soy ninguna boba: cuando ingresé sabía que era para toda la vida. Y que no iba a ser fácil ni física, ni psicológica ni militarmente. Cuando uno entra a las Farc le dan una formación ideológica y se nos enseña que es una organización política y que el fusil es una necesidad porque no se pudo por las vías políticas. Pero además aquí aprendí que lo hermoso nos cuesta la vida, como dice una canción de Pablo Milanés. Es decir, lo difícil se aprende en seguida y lo hermoso nos cuesta lo más preciado que tenemos. No me arrepiento de haber entrado a las Farc.

M.J.D.: ¿La primera vez que disparó su fusil y mató se sintió que estaba cambiando el mundo o que usted era quien estaba cambiando?

L. V.:
Las veces que he disparado lo he hecho en entrenamiento. Soy médica. Mi trabajo es atender heridos, dar instrucción en salud y manejo de hospitales. Sin embargo, yo soy guerrillera y cuando sea necesario estaré lista para entrar en combate. Eso no significa que no le haya visto la cara a la guerra. Mire, la guerra es una vaina muy tesa que lo cambia a uno en muchos aspectos. Se pierde el sentido del tiempo y toca aprender las cosas de manera acelerada. Tiene uno que hacer cara dura frente a muchas cosas y resistir vainas que nunca pensó que podría aguantar. Uno no puede andar llorando porque se le acaban las lágrimas.

M. J. D.: ¿Y la guerra no la ha degradado a usted como persona?

L. V.:
La guerra sí lo pone a uno ante una situación compleja. Pero yo estoy acá porque quiero estar y en ese sentido no me siento degradada.

M. J. D.: ¿Como médica le ha tocado atender la salud de los secuestrados por las Farc?

L. V.:
En donde yo he estado no me ha tocado. Pero la instrucción era que había que darles un trato humanitario y que si no había qué comer, primero tenían que comer ellos…

M. J. D.: Eso no dicen los secuestrados en sus memorias y verlos tras esas rejas de púas, como los mostró un documental de Jorge Enrique Botero, es inhumano…

L. V.:
Esas imágenes fueron desafortunadas, es cierto, pero quiero que entiendan que esas son las cárceles de las Farc. Nosotros no tenemos para hacer una edificación, solo podemos hacer unas rejas.

M. J. D.: ¿Son las Farc tan machistas como la sociedad colombiana?

L. V.:
No le voy a mentir. Las Farc están en Colombia y Colombia es una sociedad machista. ¿De dónde vienen los guerrilleros?... pues de ese mismo país. En las Farc por lo menos se intentan romper los estereotipos: si usted es mujer no se va para la cocina mientras los hombres van y pelean. No. Hay una minuta en la que hombres y mujeres cumplen esas mismas tareas.

M. J. D.: Pero en las estructuras de poder, son pocas las mujeres comandantes…

L.V.:
Ya le dije que las Farc son el reflejo de la sociedad. Sin embargo, le voy a contar mi experiencia por lo menos en el Bloque Oriental, que dirigía hasta su muerte el Mono Jojoy. Casi el 33 por ciento son mujeres y entre ellas hay varias comandantes.

M. J. D.: Tengo entendido que el Mono Jojoy tenía como Gadafi una guardia pretoriana integrada solo por mujeres. Dicen que Gadafi lo hacia por dos razones: porque las consideraba menos inquebrantables que los hombres y porque les hacían sus favores sexuales. ¿Ese era el caso del Mono Jojoy?

L. V.:
Una cosa es que el Mono estuviera rodeado de mujeres y otra que se acostara con ellas. Yo estuve con él ocho años y nunca me hizo siquiera una insinuación. Él, por el contrario, promovía a la mujer. Con decirle que el camarada antes de morir estaba muy enfermo y ya no podía caminar debido a una diabetes que tenía muy avanzada y tocaba llevarlo en hamaca. ¿Y sabe qué pidió? Que lo cargaran las mujeres de las Farc. Y esas viejas guapas lo cargaron. 

Ahora esa cercanía con las mujeres se ha querido mostrar como un tabú pero en realidad él promovía a las mujeres en los cargos de dirección y nos decía que no nos podíamos quedar en labores de radio o de enfermería o contentarnos con buscar pareja.

M. J. D.: ¿Usted estuvo en el bombardeo en que murió el Mono Jojoy?

L. V.:
Ese día no estaba en ese campamento si no en otro cerca, porque el Mono nos había mandado mover. Sabía que venían por él y nos movió a todos, pero él se quedó en el mismo sitio. Su muerte nos golpeó mucho.

M. J. D.: Cuando usted habla del Mono Jojoy como impulsor de las mujeres en las Farc me dan escalofríos. El país lo recuerda pero por su vocación sanguinaria.

L. V.:
Esa es una injusticia mediática. Lo que pasa es que guerra es guerra. Él era un buen comandante y tenía mucho respeto por la tropa.

M.J.D.: ¿Cómo llegó a la Mesa de La Habana?

L. V.:
Llegué en abril proveniente del Guayabero. Me vine en el helicóptero cuyas coordenadas publicó Uribe en su Twitter junto con Sergio Ibáñez. La decisión me la comunicó el camarada Losada. Me dijo: ‘Vaya a Cuba para que aporte’. Salimos de San José del Guaviare, paramos en San Andrés y luego en La Habana. Desde que llegué a La Habana formo parte de la Mesa.

M. J. D.: ¿Y cómo ha sido la experiencia?

L. V.:
Muy interesante, me siento muy orgullosa de estar participando en este proceso, sobre todo porque le ha permitido al país conocer realmente a las Farc. Vaya hoy a un campamento guerrillero y se va a sorprender de ver la cantidad de gente joven, estudiantes que quieren entrar. A nosotros no nos hierve la sangre por matar como muchos piensan. Téngalo por seguro que los que más queremos que pare esta guerra somos nosotros. Y si hay las posibilidades de que nos den garantías para hacer los cambios por la vía política, pues los más contentos vamos a ser nosotros.

M. J. D.: ¿Tiene hijos?

L. V.:
No, no tengo.

M. J. D.: He conocido a guerrilleras que los han tenido y que no los han vuelto a ver porque han puesto por encima la lucha guerrillera… ¿Usted lo haría?

L. V.:
Por eso no he tenido hijos. Uno tiene los hijos para criarlos y para formarlos, si no no vale la pena tenerlos. Es más, si yo hubiera tenido un hijo no me vengo a la guerrilla porque habría tenido que desempeñarme de otra forma en la sociedad. En la guerrilla se planifica, y eso hago. Esa es una regla fundamental.

M.J.D.: ¿Ha vuelto a ver su familia?

L. V.:
Mi mamá supo de mí a los diez años de haberme ido a la guerrilla. Después de mucho pensarlo accedí a hacerle caso al Mono Jojoy, que me insistió en que les enviara una carta para que ellos supieran que yo estaba bien. No lo había hecho por temor a que algo les pasara, pero al final les envié una carta contándoles dónde estaba. Me enviaron una de vuelta.

M. J. D.: ¿Y no los ha vuelto a ver?

L. V.:
Los vi ahora que vinieron a La Habana. Una foto mía salió en el periódico y mi hermano la reconoció.

M. J. D.: ¿Y cómo fue el encuentro?

L. V.:
Pues muy intenso. Lloramos y nos abrazamos. Mi mamá me contó que tenía cáncer de seno y que se quería morir, pero que desde que le había mandado la carta había vuelto a nacer y ahora sí se iba a hacer el tratamiento con ganas.

M. J. D.: Y si se firma el acuerdo en La Habana, ¿a qué se dedicaría?

L. V.:
Sería todo menos congresista… Quisiera seguir trabajando en el tema de la salud, que es mi pasión. Quisiera seguir aportando y aprendiendo. Tengo 32 años. Siempre he tenido la convicción de que adquirir conocimiento es un compromiso de uno y el hecho de que estos 11 años haya estado en la guerrilla no significa que haya perdido el tiempo como muchos creen. He aprendido no solo de medicina, sino de la vida.