Separadas por una delegada de Noruega y uno de Cuba, las delegaciones del gobierno y las Farc lanzaron en Oslo, el jueves 18 de octubre, la fase de negociación del proceso de paz en Colombia. | Foto: AFP

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Gobierno y FARC en Oslo: golpe de realidad

La arremetida de Iván Márquez preocupa pero no descarrila el proceso de paz. ¿Estaba dirigiéndose a la galería o es que las Farc se arrepintieron de lo acordado en La Habana?

20 de octubre de 2012

Oslo fue una inyección de realidad para el considerable optimismo que venía despertando el incipiente proceso de paz en Colombia. Esto no va a ser nada fácil: esa es la obvia conclusión de la cita en la que el gobierno y las Farc aparecieron juntos por primera vez ante el mundo para dar inicio formalmente a la fase de negociación en La Habana a partir del 15 de noviembre.

Por sus evidentes diferencias con los anteriores –una agenda limitada y para poner fin al conflicto armado, un proceso en tres etapas acordadas de antemano, sin despejes y en el exterior, lejos del ruido de la guerra–, las negociaciones entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc habían generado optimismo. Sin embargo, contra las expectativas de muchos, la cita del jueves 18 de octubre en Oslo frenó de golpe ese estado de ánimo pues dejó claro en qué medida los representantes del Estado y los de la guerrilla pertenecen a dos mundos diferentes.

En especial el discurso de Iván Márquez que en tono desafiante se salió de la agenda pactada y pidió lo divino y lo humano, dejó flotando en el aire una pregunta inquietante: ¿se trató de una previsible manifestación político-propagandística del Secretariado de las Farc para la galería, o bien ese discurso indicaría un cambio de estrategia, para exigir en la fase de negociación todo lo que no quedó en la agenda acordada por sus plenipotenciarios en la fase de exploración? Lo primero es algo a lo cual las Farc, como cualquier actor en una negociación, tienen derecho a hacer, así el tono y el contenido molesten a muchos. Lo segundo sería tan grave que podría dar al traste con el proceso.

Lo que pasó

El vocero del gobierno, Humberto de la Calle, fue breve, de un cuidadoso pragmatismo y tendió puentes. Reconoció que las Farc-EP –como las llamó todo el tiempo– han cumplido sus compromisos y dijo que el gobierno está de acuerdo con ellas en que el fin del conflicto no es solo la firma del acuerdo. Insistió en la confidencialidad y la seriedad del proceso y dijo que el país espera que no haya “dilaciones ni trucos”. Reconoció la inequidad y la desigualdad de Colombia y dijo que el gobierno estaba dispuesto a la transformación social e, incluso, a la revisión de “prácticas e instituciones insuficientes” y a la creación de nuevas. Se mostró enfocado en la negociación que empieza en un mes en Cuba y en el objetivo acordado: “de lo que se trata es de convenir una agenda para la terminación del conflicto que permita a las Farc exponer sus ideas sin el acompañamiento de las armas, y con plenas garantías”.

Iván Márquez habló el doble de tiempo que De la Calle. Pero lo que sorprendió fue el contenido y el tono que parecieron revivir los tiempos del Caguán cuando las Farc exigían la revolución por contrato. “Una paz que implique una profunda desmilitarización del Estado y reformas socioeconómicas radicales”, pidió, exigiendo incluir en la discusión el modelo económico, la inversión extranjera, la doctrina militar, los acuerdos de libre comercio, la minería, la propiedad de la tierra. A diferencia de los mecanismos regulados que contempla la agenda, para él, el pueblo debe estar en la mesa. Calificó la titulación de tierras de este gobierno como “una trampa (…) para lavar el rostro ensangrentado del despojo”, que atribuyó al “terrorismo de Estado”, al que culpó de todos los males del país. Declaró la justicia transicional un agravio y dijo que es el Estado el que debe someterse a un marco jurídico para responder por sus atrocidades. Dijo que venía a poner en el banquillo la criminalidad del capital financiero. Defendió el alzamiento armado como derecho universal y el carácter de fuerza beligerante de las Farc, llamó “rendición y traición” la desmovilización y declaró invencible la guerra de guerrillas. Fustigó a los “filibusteros” de la inversión en la Orinoquia: “Sarmiento Angulo y Julio Mario Santo Domingo hijo, los terratenientes Eder del Valle del Cauca, el señor Efromovich”. Incluyó de forma algo desconcertante al ex vicepresidente Francisco Santos, al que llamó “gestor del paramilitar Bloque Capital” y a los hijos de Álvaro Uribe Vélez que no tienen tierras en esa región. Esto provocó una furiosa respuesta del expresidente, que lo llamó “secuestrador mentiroso.”

Ante esta arremetida inesperada, en su rueda de prensa De la Calle cambió el tono. “Los temas que han aflorado en el día de hoy no pertenecen a esa agenda ni serán discutidos por los delegados del gobierno colombiano”, dijo categórico, exigiendo a las Farc respetar lo acordado por sus plenipotenciarios en la fase exploratoria. Las llamó a darles la cara a sus víctimas y a exponer sus ideas sin ponerle nombre de particulares a los temas lo cual no aporta nada y complica mucho. Si las conversaciones no avanzan, terminó, “el gobierno no se sentirá rehén del proceso”.

Al corresponderle el turno a Márquez en la rueda de prensa salió a flote cual era el truco de las Farc. Consistía en ampliar la agenda de negociación invocando no los cinco puntos pactados sino el preámbulo del documento donde estos estaban contenidos. Ese preámbulo enumera una serie de puntos generales sobre la equidad y justicia social con los cuales nadie podría estar en desacuerdo, pero que de interpretarse libremente abren una compuerta donde cabe todo. A nombre de la equidad y la justicia social se puede desde hacer una reforma tributaria hasta establecer la dictadura del proletariado. Para el gobierno esos considerandos eran principios universales que se cumplían ateniéndose a la agenda original. Para las Farc daba la impresión de que eran un mecanismo para salirse de esa agenda. Esa contradicción se convirtió en el primer escollo de un proceso menos armonioso de lo que se anticipaba. A esto, Márquez y sus compañeros le agregaron que el pueblo debe participar en las negociaciones y declararon inadmisible que se considere a las Farc victimarios y que un Congreso como el colombiano les formule un marco jurídico de justicia transicional.

Pregunta de fondo

Pero el preámbulo no era el único punto que generaba controversia. Las Farc quieren a Simón Trinidad en la mesa (Marcos Calarcá se cambió de puesto para dejar en el suyo un cartel con el nombre de su compañero preso en Estados Unidos). El gobierno dice que eso no está en sus manos sino en las de la justicia norteamericana. Las Farc piden cese al fuego y el gobierno dice que solo lo habrá con la firma de un acuerdo final. Los guerrilleros manifestaron estar dispuestos a acuerdos parciales para disminuir el impacto del conflicto sobre la población civil; De la Calle les respondió que la mejor manera de mitigarlo era ponerle fin cuanto antes.

Una gran diferencia surge en torno a la participación de la sociedad civil en la mesa: Márquez y sus compañeros fueron enfáticos en ‘meterle pueblo’ a la mesa de negociación, mientras De la Calle insistió en hacerlo a través de canales limitados en esta fase y en una participación más amplia en la siguiente. Otra piedra en el zapato es que las Farc no se mostraron dispuestas a reconocer culpabilidad o a responder por sus víctimas por lo tanto no aceptan someterse a ningún tipo de justicia transicional, que es lo que espera no solo el gobierno sino la comunidad internacional. Lo que está detrás del término ‘justicia transicional’ en la práctica es si hay cárcel o no para los guerrilleros acusados de delitos de lesa humanidad.

También afloraron divergencias en torno al tema que siempre se anticipaba como el más espinoso: la tierra. Mientras el gobierno habla de Ley de Desarrollo Rural y Restitución de Tierras, Márquez anuncia que quieren mirar lo que está en el suelo, el subsuelo y el sobresuelo (la propiedad de la tierra, el desarrollo minero-energético, agroindustrial y forestal y el papel de las multinacionales y la inversión extranjera), así como el territorio y las relaciones sociales.

Pero más allá de esos aspectos puntuales la intervención de Márquez dejó flotando en el aire un gran interrogante. ¿Se trata de un pronunciamiento político-propagandístico, que busca empalmar con el movimiento y la protesta social en Colombia y posicionar a las Farc, ante una audiencia internacional por primera vez en una década, como organización política, no terrorista (calificativo que pidieron a la Unión Europea quitarles)? ¿O es un giro en la estrategia de negociación para tratar de ampliar la agenda?

La respuesta no está clara y solo la marcha de la negociación lo dirá. En todo caso los tuits recientes de Timochenko son de tono y contenido similares al discurso de Márquez: “Santos sigue orondo la tradición criminal de todas las oligarquías”; “La mano firme de la oligarquía produjo 5 millones de desplazados, 50.000 desaparecidos, 200.000 asesinados en los últimos 20 años”, escribió hace poco. No es buen pronóstico que tanto el número uno de las Farc como su vocero en la mesa de negociación sigan utilizando esa retórica. Sobre todo si se tiene en cuenta que durante toda su intervención Márquez nunca mencionó los cinco puntos de la agenda acordados que sus propios compañeros habían aceptado después de unas negociaciones serias que tuvieron lugar en secreto durante casi un año.

El tiempo dirá si las palabras de Márquez son un cambio en las reglas de juego. Y este es un tema de un alto calibre. Porque la confianza mutua es difícil de obtener en estos procesos, y se vuelve el elemento más importante para que llegue a feliz término. La aproximación de las partes está sembrada de sigilos y dificultades y todo retroceso pasa la cuenta, en tiempo y posibilidades de acuerdo. Otro resultado de esa retórica que las Farc no podían ignorar es que alimentan prevenciones frente a la negociación en sectores claves del establecimiento como los empresarios, los gremios, los militares y los uribistas. Y esto para no mencionar todavía los inversionistas internacionales que están mirando con lupa todo el proceso. La mención con nombres de varios empresarios provocó indignación en algunos de esos sectores. Para llegar a firmar un acuerdo de paz el gobierno necesita contar con el respaldo del sector empresarial, los militares y la opinión pública. Flaco servicio le hizo Márquez a esa causa al ‘alebrestarlos.’ Al introducir este tipo de perturbación Márquez no solo revive entre la opinión los fantasmas del Caguán sino que les da munición a los enemigos del proceso en la extrema derecha. Las sonrisas este fin de semana las tenían todos los José Obdulios que podían jactarse de haber dicho: “yo les advertí.” En esta ala, el que expresó más lucidamente esto fue Fernando Londoño en una columna el día anterior al discurso cuya conclusión era: “¿Qué son hoy las Farc? Nada. ¿A qué aspiran? A quedarse con el país”.

Como lo pactado en la agenda era la aceptación explícita de que la paz empieza con el fin de la confrontación armada y no con un cambio de modelo de desarrollo, surge la inevitable pregunta: ¿Qué tan unificada está la cúpula de las Farc en torno a lo que se acordó en La Habana? Del equipo negociador salió Mauricio Jaramillo, el Médico, comandante del Bloque Oriental y miembro del Secretariado. Él había liderado la negociación de la agenda de los cinco puntos y acabo siendo reemplazado por Iván Márquez. ¿Es esto indicio de qué línea ‘dura’ se ha impuesto en el Secretariado después de la firma? ¿Intenta esta línea dura introducir en la segunda fase del proceso lo que no quedó en la primera? Llama la atención también que del Bloque Sur no se ha oído una palabra. Sus jefes, Joaquín Gómez y Fabián Ramírez, no están entre los negociadores. ¿Obedece esto a necesidades militares en el terreno, al igual que la salida del Médico de la mesa, o a eventuales diferencias de estos con el proceso?

Solo la evolución de la negociación dará respuesta a estas preguntas. Es prematuro decir con certeza si las Farc están dispuestas a una negociación exclusivamente dedicada a poner fin a la confrontación y convertirlas en una organización política –como sugiere la agenda que firmaron– o si vuelven a la mesa con las aspiraciones del Caguán, como podría interpretarse lo que dijo Márquez. El caso es que la cita en Oslo introdujo en este nuevo intento de paz, que había generado quizás un desmedido optimismo entre la opinión pública, un nórdico baño de realismo.

Dos frases de Humberto de la Calle reflejan la confusión en la que quedó el proceso después de las intervenciones de Oslo. Cuando le pidieron que contestara en forma sintética si le había sorprendido la actitud de Márquez, contestó sin titubear en forma monosílaba “No”. Con esto lo que quiso transmitir es que no hay que dramatizar más de lo necesario un discurso previsible y en cierta forma comprensible de una guerrilla que lleva 50 años en el monte. Y su otra frase resume lo que la opinión pública está dispuesta a aceptar. Palabras más, palabras menos dijo “si las Farc quieren salirse de los cinco puntos y cambiar el modelo de desarrollo y el modelo de Estado, que firmen la paz, se conviertan en un partido político y ganen las elecciones.” Bajo esas reglas de juego los colombianos respetarían el resultado.