Narcotráfico, paramilitar, Fuerzas Armadas, políticos, guerrilla, impunidad. A lo largo de Guerras recicladas, el libro de la periodista María Teresa Ronderos que se lanza la próxima semana, hay palabras que vuelven una y otra vez, como un horroroso mantra. La extensa investigación, que cubre la historia reciente de Colombia desde las autodefensas de Henry Pérez en el Magdalena Medio hasta las actuales bandas criminales, identifica los momentos, las alianzas y las responsabilidades de una atrocidad que, para la autora, “fue nuestra era nazi, pero son pocos aun los que alcanzan a concebirlo”.
Durante dos años Ronderos, que fundó el portal Verdadabierta.com especializado en el conflicto armado, buscó “hilar las historias que salían y salían de nuestro cubrimiento”. Se sumergió en cientos de horas de versiones libres de paramilitares, desenterró archivos judiciales, entrevistó a decenas de testigos y protagonistas.
Como escribió en el prólogo el profesor de Harvard James Robinson, autor de Por qué fracasan las naciones, el resultado es “la obra definitiva sobre el paramilitarismo en Colombia”. La investigación descubre los momentos clave en que se definió el rumbo de Colombia. El macabro modelo de Puerto Boyacá, donde cuajó en los ochenta la alianza de sectores del Ejército, los narcos, autodefensas y políticos, una “receta básica de lo que ha sido el paramilitarismo en Colombia en sus 30 años de historia”. El caso de Amalfi, ese pueblo antioqueño donde nacieron los Castaño, Monoleche, Miguel Arroyave y los hermanos Rendón Herrera. La coalición de bandidos de los Pepes, “levadura de otra ola de paramilitarismo, la peor y más devastadora”. Las AUC y sus franquicias que devoraron regiones enteras. La enredada desmovilización de hace unos años.
Pero Guerras recicladas también resalta historias de resistentes, como la religiosa de Nariño Yolanda Cerón, del periodista del Cesar Guzmán Quintero, de los fiscales Silva y Pinto de Cúcuta, personas que en estos “agujeros negros de la democracia colombiana (…) en lugar de lanzarse al abismo de la violencia, han hecho todo lo posible por transformar el odio autodestructivo en acción comunitaria”.
Pues a lo largo de las páginas hay un trasfondo estructural: una dirigencia central que desdeña las regiones; que por votos entrega porciones de Estado al mejor postor; que dejó que sectores militares hicieran y deshicieran; que abandona a su suerte a los funcionarios más valerosos. Para Ronderos, “así quedaron impunes las masacres y los magnicidios fraguados en conjunto por narcos y paramilitares”.
Se trata de una reflexión esencial ahora que se negocia con las Farc en medio de la guerra, mientras en el país operan poderosas bandas criminales. Pues si el poder no cambia profundamente, está una vez más servida la situación para que guerrilleros, paras, narcos y políticos reciclen de nuevo la guerra colombiana.
Las Convivir, Uribe y Ernesto Samper
En entrevista con María Teresa Ronderos, el expresidente Samper dijo que Uribe usó las Convivir como parte de su “ajedrez de guerra”.
La semana pasada en el Congreso el debate sobre el paramilitarismo volvió a poner el foco sobre las Convivir, esas cooperativas de seguridad creadas por el gobierno de César Gaviria, reforzadas por el de Ernesto Samper e impulsadas en Antioquia por el entonces gobernador Álvaro Uribe.
Las Convivir fueron la columna vertebral de muchos bloques de las AUC. Samper dice a la autora en el libro que la idea era “darle la posibilidad al ciudadano de que se defendiera aliado con el gobierno y no aliado con los grupos narcoterroristas”.
El expresidente añadió que “el tema se nos comenzó a salir de las manos cuando nos dimos cuenta de que Álvaro Uribe estaba utilizando las Convivir como instrumento, como parte de su ajedrez de la guerra en Antioquia. Entonces ya las estaba proveyendo de armas largas, y las tenía en operaciones punitivas; digamos, las volvió parte del conflicto”.
El padre castaño: mitos y verdades
Los Castaño dijeron que entraron a la guerra para vengar el asesinato de su padre a manos de las Farc. El libro desmitifica la versión.
Uno de los mitos fundacionales de las AUC es el secuestro y asesinato por las Farc de Jesús Castaño, padre de Fidel, Carlos y Vicente. Se presentaron como víctimas de la guerrilla que terminaron arrastrados en la guerra. Pero nada cuadra en el relato, “como si no hubieran querido que alguien supiera lo que de verdad pasó”.
Primero, ninguno de los Castaño pudo dar una fecha exacta del hecho. Segundo, no hay claridad sobre lo que les exigió la guerrilla por su padre. Tercero, se contradicen las versiones sobre la negociación con las Farc. Cuarto, es falso que la familia no tuviera dinero, pues para ese momento Fidel gozaba de una fortuna sólida, fruto de sus negocios turbios, entre otros la importación de pasta base de coca desde Bolivia.
Lo único cierto es que esa muerte justificó masacres y asesinatos políticos en todo el noreste antioqueño. Como escribe la autora los hechos “enfurecieron a Fidel Castaño, un mafioso en pleno apogeo, que no le gustaba que contrariaran su voluntad. Pero su colaboración con el Ejército ya había comenzado desde antes. La venganza personal del finquero les sirvió de pantalla a oficiales del Ejército y gamonales para lanzar una ofensiva violenta contra la izquierda”.
La alianza Farc-castaño
Uno de los máximos líderes paras planeó un pacto con la guerrilla.
Puede sonar extraño que uno de los paramilitares más poderosos coincida con su peor enemigo. Pero en esta guerra de alianzas retorcidas ya nada debería sorprender. El libro revela varios testimonios en los que Fidel Castaño piensa que se equivocó de guerra y que el verdadero combate era contra la oligarquía. Dice que en 1992 hubo varias reuniones secretas con la guerrilla, que hablaron de repartirse territorios, que Castaño entregó armas a los subversivos y canecas de dólares y que incluso montaron un operativo conjunto para acabar con la disidencia del EPL. ¿La razón de esa amistad contra natura? La autora avanza que Fidel “se había sentido usado por esa oligarquía para acabar con la guerrilla y después con Escobar. Ahora que estaba lleno de dinero y había probado que podía matar, robar fincas y hacer lo que le viniera en gana impunemente, no es tan extraño que se sintiera lo suficientemente potente para convertirse en un revolucionario y destronar a esa dirigencia política que lo había traicionado”.
Guerra fría en tierra caliente
¿Por qué nunca respondieron ante la ley los mercenarios que entrenaron a una generación de narcoparamilitares?
Entre 1987 y 1989 dos grupos de mercenarios extranjeros operaron en Colombia. Por un lado estaban los exmilitares británicos David Tomkins y Peter McAleese, traídos para atacar a las Farc en Casa Verde pues, “los altos mandos militares ya estaban hasta la coronilla de que las políticas de Barco los paralizaran”. El operativo nunca se hizo y terminaron enseñándole manejo de explosivos a paramilitares y sicarios en Puerto Boyacá, que luego pusieron las bombas del DAS, del avión de Avianca, de El Espectador y desataron “la peor ola de terrorismo que había conocido el país”. Los gastos corrieron por cuenta de Gonzalo Rodríguez Gacha. Un año después los británicos volvieron, esta vez al servicio del cartel de Cali, para montar una frustrada acción contra la Hacienda Nápoles.
El otro grupo era el de Yair Klein, de quien se sabe adiestró paramilitares en el Magdalena Medio. Lo que no es tan conocido es su rol para traer un cargamento de diez toneladas de armas a Colombia a través de la isla de Antigua en el Caribe. El arsenal de fusiles Galil y metralletas Mini-Uzi equipó a los narcoparamilitares y parte del armamento fue después encontrado en la investigación del asesinato de Luis Carlos Galán y en fincas del Mexicano.
En ambos casos se fraguó una alianza entre paras, militares, narcotraficantes y mercenarios, sin que ellos tomaran mayores precauciones para disimularla y sin que casi nadie haya respondido. La cadena de impunidad se puede ver como uno de los últimos capítulos de la guerra fría, siguiendo el modelo que Estados Unidos implantó en Centroamérica con los Contras, abiertamente financiados por Washington con cocaína colombiana para acabar con los sandinistas.
Así, los narcos “aprendieron rápidamente que si se hacían del lado anticomunista enfrentarían menos obstáculos” compartiendo un enemigo común con el Estado. Se juntaron además con oficiales del Ejército obsesionados con la guerra fría y convencidos de que cualquier cosa justificaba el objetivo de arrasar a la subversión.