CRÓNICA
Henrique Capriles: el mesías en campaña
Con su campaña del “bien contra el mal”, se convierte en un líder cuasi religioso. Por Catalina Lobo-Guerrero
En las afueras del aeropuerto de Mérida, la ciudad universitaria, en pleno corazón de los andes venezolanos, esperaba la llegada de Henrique Capriles desde las 10 de la mañana. Los merideños han sido tradicionalmente más opositores que chavistas y Mérida fue uno de los pocos estados en donde Capriles le ganó en las pasadas elecciones al presidente Chávez. “Y va caer, y va a caer, este gobierno va a caer”, gritaban emocionados cuando aterrizó el avión del candidato.
Entre quienes fueron a recibirlo con pitos, pancartas, y vuvuzelas, estaban varios padres de familia y abuelos. “Es la oportunidad de verlo más cerca”, decía Carmen, una maestra de escuela con una niña de 3 años que no paraba de saltar de la emoción. “Fue ella la que me hizo venir, me decía: 'mamita, mamita, quiero ver a Capriles'”.
Al ritmo de la canción de salsa Mentira fresca, dedicada a Nicolás Maduro, empezó la caravana de Capriles por las calles de la ciudad. La gente corría al lado de su camioneta, incluso, con bebés de meses en brazos, a quienes alzaban para que él los saludara o bendijera. Los merideños parecían salirse de las ventanas desde los edificios, se trepaban a los árboles, a las vallas de publicidad y encima de los carros, con tal de verlo.
Unos “empujadores” voluntarios iban abriéndole el paso al candidato para que su camioneta pudiera transitar entre el río de gente que en vez de alejarse del vehículo, se arrimaba para entregarle cartas, camisetas, libros, flores, rosarios, imágenes religiosas, o tomarle una foto de cerca. A medida que iba llegando a la tarima, se hacía más difícil avanzar. La multitud se convirtió en una marea tan poderosa e impenetrable, que era difícil respirar y no había forma de sostenerse con los dos pies sobre piso firme. No quedaba otra que dejarse llevar por la inercia de la turba y rezar para que la euforia se calmara.
Milagrosamente, Capriles pudo poner pie sobre la tarima y, tras cantar el Himno nacional, con los ojos cerrados y la mano en el corazón, agradeció a todos la bienvenida. “Mérida, vengo a rendirme a tus pies”, gritó emocionado el candidato, luciendo la camiseta de fútbol del equipo local. Mientras la gente coreaba “Sí se puede”, Capriles gritaba: “Me duelen los huesos, me duele el cuerpo, pero vengo a dejar el pellejo con todos ustedes”. Y la gente estallaba en gritos, pitos y aplausos.
Nada parecía emocionarlos tanto como cuando hablaba de su espíritu luchador y su épica, como si fuera un mártir, y les pedía que tradujeran esa euforia y esa devoción, cuasi religiosa, en votos el próximo domingo, cuando acudieran a las urnas y demostraran su fortaleza, especialmente los estudiantes, que en Mérida se han caracterizado por protestar activamente y denunciar algunos atropellos del Gobierno.
A los estudiantes les echó la culpa el gobernador oficialista del Estado de estar detrás de los disturbios que se presentaron en la concentración y dejaron varias personas heridas. La oposición denunció que los actos violentos habían sido causados por un grupo de radicales chavistas que habían atentado contra la gente y algunos edificios de la ciudad, mientras Capriles terminaba su discurso para luego partir a Maracaibo, en el estado Zulia, a continuar su recorrido de campaña como el misionero errante en el que se ha convertido, no sólo desde cuando empezó esta campaña, sino desde hace un año, cuando fue elegido en las primarias el candidato de la oposición en Venezuela.
En el Zulia no sólo se había anunciado la llegada del candidato, casi a las 4 de la tarde, sino también la presencia del cantante Ricardo Montaner, quien después de cantar dos temas pidió una oración colectiva por los chavistas. Como si fuera un pastor de iglesia, le pidió a la gente que levantara la mano y repitieran después de él: “Padre, dale discernimiento a este ser humano”, y luego pidió otra oración, y que la gente se agarrara de las manos con sus vecinos para pedir por los que no van a votar.
Una vez terminó la sesión de oración colectiva, Montaner le dio el paso a Capriles, quien dijo que le había faltado cantar “En la cima del cielo” y luego se dirigió a los miles de zulianos que llenaban cerca de 15 cuadras en Maracaibo: “¡Los invito a que alcancemos la cima del cielo!”.
Luego descargó una serie de críticas contra “los enchufados”, como llama a la cúpula del gobierno, y contra Maduro, la presidenta del Concejo Nacional Electoral, y el presidente de PDVSA, Rafael Ramírez. Advirtió: “Nadie se distraiga contra por las ridiculeces de estos enchufados. El domingo los desenchufamos con votos”. Con frecuencia ha hecho alusión a que ellos representan “el mal” y “la mentira”, mientras que él representa “lo bueno” y “la verdad”.
Luego de sus denuncias pasó a las promesas. Un aumento salarial del 40 por ciento, beneficios adicionales para los pensionados, un fondo de seguridad social para los miembros de las fuerzas militares, entre otros auxilios, y cero recortes a la abultada nómina estatal. A la luz de la difícil situación económica de Venezuela, sólo un milagro le permitiría cumplir todo lo que prometió.
En medio de sus promesas, Capriles fue interrumpido por un hombre que logró burlar a los agentes de de seguridad y corrió hasta su atril para abrazarlo, y gritó por el micrófono: “Capriles, el próximo presidente de Venezuela, te amo”, y se abalanzó sobre él. Algunos de los asistentes se asustaron porque pensaron que era un atentado, pero Capriles y el hombre solamente se abrazaron y luego la gente de seguridad se lo llevó del escenario. No era un tipo peligroso, sólo un fanático.
El discurso de Capriles se extendió un poco más de la cuenta, pero volvió a arrancar en aplausos al mencionar a Dios. “Muy pocas veces se presenta una segunda oportunidad tan seguida. Dios me puso esta oportunidad en el camino”. Y luego de volver a recordarle a la gente cómo votar e insistir en que había que derrotar el miedo a que el voto no es secreto, aseguró: “Solo Dios y cada uno de ustedes sabrá por quién votar”.
Se despidió de la tarima bendiciendo al Zulia, y casi ya sin voz, pronunció el último amén, mientras los voladores estallaban en el cielo y la gente bailaba con los brazos en alto al ritmo de su canción y lo aplaudían sin parar con devoción.