Juan Manuel Santos dice que la reunión en la Abadía de Monserrat, moderada por el experto canadiense Adam Kahane, fue el catalizador de sus gestiones de paz

DOCUMENTO

Historia de mi “conspiración”...

El ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, responde a las acusaciones del jefe paramilitar Salvatore Mancuso.

19 de mayo de 2007

Diez años después hago memoria y recuerdo dos momentos históricos que a estas alturas pueden parecer hasta anecdóticos, pero resumen lo complejo de aquel fallido proceso de paz, que el gobierno de entonces fue el único en catalogarlo de conspiración, y que hoy un confeso criminal quiere revivir tan absurda tesis. El primero fue en La Abadía de Monserrat, al norte de Bogotá, cuando llegaron más de 100 personalidades representativas de todos los sectores. Al entrar Aida Abella, combativa dirigente de izquierda, y ver sentado en la mesa a Víctor Carranza, me preguntó con estupor: "¿Doctor Santos: usted pretende que yo me siente con ese señor que me ha mandado a matar en cinco ocasiones? Y yo le contesté, 'Aida pues precisamente para que no la mande matar la sexta, vaya y siéntese"'. Y se sentó.

La segunda fue cuando ya el proceso había hecho agua, por el torpe nerviosismo de un gobierno tambaleante, cuando García Márquez me escribió desde España una carta expresando sus reticencias de firmar el documento final, pese a todo su entusiasmo y activa participación en el proceso y me aconsejó hacer una nueva ronda de exploraciones con guerrilleros y paramilitares con el fin de recibir de ellos, "si no un compromiso, al menos una intención firmada o protocolizada en la prensa, no sea que nos dejen con el culo al aire…".

Pero todo comenzó un año antes del escándalo, en una comida con el Embajador de España y el entonces presidente de la Andi, Carlos Arturo Ángel. El país no hablaba de nada diferente al proceso 8.000. Entre los tres comentamos lo importante que sería poner otro tema en la agenda pública, y como la guerra fratricida que tanta sangre les ha costado a los colombianos se mantenía en todo su fragor, el tema obvio era la paz. Pero ¿qué hacer?

A Carlos Arturo Ángel se le ocurrió que trajéramos algún gurú en esos temas y mencionó al canadiense Adam Kahane, experto en la 'Planeación por Escenarios' y que aparentemente había jugado un papel determinante en el éxito del proceso de paz en Suráfrica.

Coincidencialmente, me tocaba viajar a ese país a entregarle la presidencia de la Unctad a Nelson Mandela. Allí tuve la oportunidad de preguntarle por el papel de Kahane había jugado en el proceso de paz, que con tanto esfuerzo él había logrado llevar a feliz término. El presidente Mandela me dijo que había sido muy útil e importante, pues inclusive varios de sus ministros habían salido del trabajo que Kahane realizó con todas las partes del conflicto, uno de los más cruentos en el mundo de la historia reciente.

Fue así como me puse en la búsqueda de Kahane, que estaba en ese momento asesorando a Irlanda del Norte y al Canadá en sus problemas con los separatistas. Gracias a mi antiguo profesor Roger Fischer, el experto negociador de la Universidad de Harvard, lo encontré. Me dijo que solamente podía venir en tres semanas en tránsito de Canadá a Suráfrica, porque tenía los próximos 18 meses totalmente comprometidos. Me advirtió que no creía que en un término tan corto se pudiera reunir a los actores de un conflicto tan complejo como el colombiano.

Cuál sería la sorpresa de Kahane, quien vino financiado por la Fundación Carvajal, cuando encontró en el salón principal de la Abadía de Monserrat, a representantes del gobierno sentados al lado de sus más acérrimos contradictores. A la Sociedad de Agricultores (SAC), al lado de la Asociación de Usuarios Campesinos (Anuc), a los industriales al lado de los sindicatos y lo que fue más importante, a representantes de las autodefensas participando directamente con voceros de las Farc y del ELN.

En efecto, allí estaban el ex presidente Alfonso López; el ministro de Defensa, Juan Carlos Esguerra, y los ex cancilleres Rodrigo Pardo y Augusto Ramírez Ocampo, la cúpula de la Iglesia y de las Fuerzas Militares, el alcalde Antanas Mockus, dirigentes como Rodrigo Rivera, Luis Fernando Jaramillo, Sabas Pretelt, Hernán Echavarría, Eduardo Pizarro, Mario Suárez Melo, Jota Mario Aristizábal, el ex general Salcedo Lora y Víctor Carranza, entre muchos otros. Por parte de los alzados en armas participaron vía teleconferencia desde Itagüí, Felipe Torres y Francisco Galán, del ELN, y desde Costa Rica, Raúl Reyes, de las Farc.

Fue tal el poder de convocatoria de esta reunión, que la dirigencia guerrillera quedó muy interesada en continuar los contactos para explorar caminos hacia la paz, según me lo transmitió Álvaro Leyva. La cumbre de la Abadía de Monserrat fue entonces la semilla para iniciar una serie de conversaciones, que para ese entonces estaban totalmente rotas entre el gobierno y los grupos al margen de la ley. Fue también el primer paso para el famoso ejercicio que se denominó 'Destino Colombia' realizado en Quirama y en el que participaron durante varios meses representantes de la mayoría de los sectores que estuvieron presentes en la cumbre.

Trabajando con varias de estas personalidades se diseñó una ruta crítica teniendo en cuenta las pretensiones de los diferentes grupos alzados en armas y con el propósito de ir ambientando una posible propuesta entre los diferentes sectores de la sociedad. Desde un principio, se determinó que dadas la polarización política y la susceptibilidad del gobierno Samper, que veía conspiraciones en todas partes, lo mejor sería ir cocinando la propuesta, y cuando estuviera lo suficientemente madura, presentársela.

La propuesta debía cumplir con unas condiciones básicas: el mantenimiento del orden constitucional, un cese al fuego de las hostilidades, respaldo internacional, la convocatoria de una Constituyente y el establecimiento de una zona de despeje con garantías para entablar los diálogos. Pero lo que era más importante e histórico, se trataba de un proyecto de paz integral que consultaba a 'calzón quitao', los intereses de todos los actores del conflicto: la guerrilla, los paramilitares, el gobierno y la sociedad civil.

Con la autorización de la Cancillería de Costa Rica, me reuní en San José con Raúl Reyes y Olga Marín, por entonces los voceros internacionales de las Farc. A través de Morris Ackerman, hablé en la cárcel de Itagüí con Felipe Torres y Francisco Galán, voceros del ELN. Y dos veces con Carlos Castaño en Córdoba. La primera de carácter exploratorio, solamente para saber si estaban interesados en ese tipo de proyecto, acompañado por el periodista Germán Santamaría. En esa ocasión Castaño estaba acompañado por varios miembros de las autodefensas, entre los que estaba Mancuso. La segunda vez me acompañó Álvaro Leyva, quien siempre ha sido considerado como un facilitador con la cúpula de las Farc y que por primera vez se veía cara a cara con la cúpula de las autodefensas.

Finalizados estos y otros contactos, ya participaban de la propuesta muchos colombianos como el entonces monseñor Pedro Rubiano y el empresario Nicanor Restrepo, dirigentes como Rudolf Hommes, Luis Fernando Jaramillo, el hoy gobernador del Valle, Angelino Garzón, el hoy secretario de Gobierno de Bogotá, Juan Manuel Ospina, Fabio Valencia Cossio, Antonio Gómez Hermida, Luis Carlos Villegas, y fueron enterados del mismo los ex presidentes Alfonso López y Belisario Betancur. Entonces con el Nobel Gabriel García Márquez, quien estaba muy entusiasmado con el proceso, y yo, nos fuimos para Madrid a presentarle la propuesta al ex presidente español Felipe González, en octubre de 1997. González, quien había sido escogido como garante por todas las partes, se mostró interesado y aceptó su participación si se cumplía una serie de condiciones tales como: la participación de otros gobiernos latinoamericanos, el aval de la Unión Europea, específicamente de España, y el aval de Estados Unidos.

Estábamos celebrando, en el restaurante Casa Lucio de Madrid, cuando Lucio, el dueño, me pasó el teléfono con una llamada urgentísima desde Bogotá. Era Julio Sánchez Cristo. Me dijo que los asesores del gobierno Samper acababan de denunciar que se estaba fraguando una conspiración para derrocarlo. En ese momento redactamos con García Márquez un comunicado que firmamos los dos, donde registramos el vivo interés del ex presidente español por el proyecto. Precisamos que era una fórmula constitucional para lograr la paz y que: "de ninguna forma se trata de un esquema para producir efectos políticos de corto plazo, sino la única forma viable planteada hasta el momento para que termine el baño de sangre".

De inmediato retorné a Bogotá por consejo de Felipe González y me reuní con los principales participantes de la propuesta, entre los que estaban los voceros de los partidos y líderes gremiales y sindicales y se convocó a una rueda de prensa para explicar los avances logrados hasta el momento y ratificar que todo se había hecho dentro del marco constitucional, pues ésta había sido una condición inicial de todo el proceso.

Al mismo tiempo, se produjo un cruce de cartas con el presidente Ernesto Samper, que fue ampliamente divulgado por la prensa. En mi comunicación le menciono los puntos fundamentales del proceso y le explico que: "se hizo contacto directo y por separado con las Farc, el ELN y las autodefensas. En un hecho que ha sido catalogado como histórico por quienes lo han conocido, las partes expresaron su total interés y disposición a participar en el proceso". De esta manera y desde entonces quedó público el hecho de mis reuniones con los líderes tanto de la guerrilla como de las autodefensas.

Por su parte, Samper respondió en su carta que a lo que seguramente se referían sus asesores de paz, cuando denunciaban la conspiración, era a la realización de "procesos paralelos de negociación con la subversión y las autodefensas sin informar ni contar con el gobierno ni las Fuerzas Militares". Era obvio que bajo esas circunstancias en pleno proceso 8.000 y con todos los canales rotos con la guerrilla, el Presidente desautorizara este proceso. A partir de ese momento vino una gran campaña de desprestigio, que incluyó la filtración de una conversación mía por radioteléfono con Raúl Reyes, donde lo que se buscaba era confirmar el compromiso de las Farc a continuar el proceso iniciado en Costa Rica. Esta confirmación había sido exigida por Felipe González. A raíz del escándalo, García Márquez emitió un comunicado diciendo que eso no era ningún complot y que todo se había fundamentado, "en el derecho y el deber que tenemos todos los colombianos de buscar la paz a toda costa". A su vez, monseñor Rubiano dijo públicamente: "no sé por qué cada vez que surgen esquemas serios y objetivos para buscar la paz, el gobierno sale con bobadas de que existe una conspiración para derrocarlo".

Aunque la propuesta estaba herida de muerte, y a manera de constancia histórica se la entregué personalmente el día 22 de octubre a la Comisión Nacional de Conciliación de la época, que presidía monseñor Alberto Giraldo, y que incluía como miembros a monseñor Rubiano, Alfredo Vázquez Carrizosa, Ana Mercedes Gómez, Diego Uribe Vargas, Jota Mario Aristizábal, Álvaro Leyva, Angelino Garzón, Augusto Ramírez Ocampo y Ernesto Borda. Su secretario era el padre Jorge Martínez (q.e.p.d).

En resumen, 10 años después de mis encuentros con líderes de los grupos armados ilegales, la información a la que se le dio tanto bombo no es más que una noticia trasnochada. Lo que dice Mancuso es sólo un refrito de las imprecisiones que escribió Carlos Castaño en su libro, publicado en el año 2001 y de lo que dijo Samper entonces. Otras interpretaciones de los hechos aquí narrados sólo caben en mentes de personas maliciosas, o perversas. Por el contrario, era una propuesta seria y generosa, enmarcada en la legalidad y que no insinuaba ruptura alguna del orden constitucional, ni la anticipación de las elecciones, como bien aparece en todos los documentos. Todo lo que aquí se ha dicho está debidamente soportado. Los lectores podrán formarse su propia opinión sobre "las verdades" de Mancuso y Samper.

Lo único cierto y triste es que, con la miope reacción del gobierno de entonces, Colombia perdió la oportunidad de parar el baño de sangre que ha enlutado a miles y miles de colombianos.