REPORTAJE

La mirada de Aída Abella y Clara López

Por primera vez en la historia, dos mujeres de izquierda aspiran a la Presidencia de la Colombia: una por el Polo y otra por la UP.

23 de noviembre de 2013
“LO QUE NECESITA COLOMBIA SON LOS VALORES DEL CUIDADO, LA SOLIDARIDAD Y EL BUEN ENTENDIMIENTO, Y ESO LO REPRESENTAMOS LAS MUJERES”

Ambas tienen un sueño: el día que ganen las elecciones presidenciales ir hasta las tumbas de sus amigos y camaradas asesinados, hincarse de rodillas y decirles: “Compañeros, hemos vencido”. Es tal el rosario de muertes que han visto en su militancia política, que poco lloran, incluso en algún pasaje de su vidas sintieron que se les habían agotado las lágrimas.

Ahora, Clara López Obregón (Bogotá, 1951) y Aída Abella Esquivel (Sogamoso, 1949) se sienten revitalizadas para iniciar una campaña presidencial a nombre de la izquierda: el Polo Democrático Alternativo (PDA) y la Unión Patriótica (UP), respectivamente. Pero, ¿por qué no se unen en lugar de ir separadas? 

“Es cierto. Son más las cosas que nos unen que las que nos separan. Vamos a ver”, responden. Y es verdad. Aunque con orígenes y formación diferentes, sus historias se han cruzado por sus sueños de país y por haber sufrido la guerra sucia y el exilio.

Clara López nació en la capital. Es hija de Álvaro López Holguín, primo hermano del expresidente Alfonso López Michelsen, y de Cecilia Obregón, prima del pintor Alejandro Obregón. Creció en un mundo feliz, de casas grandes, cabalgatas en haciendas, buenos modales, educación de calidad, especialmente en Estados Unidos y “definitivamente en inglés”, como ella dice.

Muy joven se encontró con la intempestiva muerte de su padre, de quien recuerda, “no le aprendí a obedecer, pero sí a cuestionar”. Su formación, entonces, fue completada por quien considera su tutor, López Michelsen. “A su lado –recuerda Clara– primero en la campaña y después en la Presidencia, hice mi doctorado en Colombia y en el delicado arte de tomar decisiones y asumir responsabilidades ya no sobre la propia esfera, sino sobre la de los demás”. El expresidente la impregnó de política.

Aída Abella nació en la provincia. Es la segunda de los nueve hermanos del matrimonio Avella Esquivel; pasó su infancia en la ciudad del sol y del acero. Como Clara, el primer gran dolor de Aída fue la muerte de su padre cuando ella tenía 14 años.

Su abuelo, un liberal vargasvilista, asumió las responsabilidades paternas. Con él pasaba horas leyendo los editoriales de los diarios liberales. Además de interesarla en la política, le inculcó la importancia de la educación. Aída hizo su primaria en el colegio Integrado y salió bachiller de la Presentación, donde la recuerdan como una niña muy aplicada y ‘cuadernera’, demasiado religiosa.

“Siempre era la primera en pasar a comulgar”, dice una de sus amigas de infancia en Sogamoso.
Clara López estudió en Harvard, donde vivió a fondo la rebelión juvenil de los sesenta y participó en el movimiento contra la guerra de Vietnam. Mientras tanto, Aída por primera vez salía de Sogamoso.

Viajó a Bogotá, a donde llegó para graduarse de Psicología en la Universidad Nacional. Allí, en 1967, lideró su primera manifestación contra la presencia del presidente Carlos Lleras Restrepo en el campus, que terminó con unos estudiantes enardecidos que le tiraron huevos y tomates al gobernante.

Tras conseguir su grado en la Nacional, Aída se vinculó al Ministerio de Educación, lo que le permitió ayudar a su madre a sacar adelante a su familia, a la vez que se matriculaba en el sindicato de trabajadores, del cual pronto fue elegida presidenta.

En los setenta estas dos mujeres ya habían trazado los que serían sus caminos. Clara al lado de su tío y Aída desde el sindicalismo. Y allí empezó a recibir las primeras amenazas de muerte: ella no se intimidó sino que se vinculó a la Juventud Comunista (Juco) y luego al Partido Comunista (PC).

Entre 1974 y 1978 vivieron días intensos. En el gobierno de López Michelsen, el 14 de septiembre de 1977, se produjo un paro cívico nacional de enorme impacto. Aída fue una de las más activas dirigentes, precisamente contra el hombre que había formado intelectual y políticamente a Clara.

Ya en los ochenta, Clara fue asistente personal de Luis Carlos Galán y luego de Jaime Pardo Leal. En ese tiempo Clara y Aída se cruzaron por primera vez.  Tuvieron mucha ilusión pues la UP participó en las elecciones y ganó 14 escaños en el Congreso. Pero la alegría duró poco, pues los dirigentes a quienes seguían serían asesinados y Clara y Aída llorarían desconsoladas.

Clara se lanzó antes que Aída a las urnas. En 1987 a la Alcaldía de Bogotá por la UP, en las elecciones que ganaría Andrés Pastrana. Aída esperó tres años, y en 1990 encabezó la lista de candidatos del movimiento a la Asamblea Nacional Constituyente. Entonces cambió la v de su apellido por la b y esa circunstancia le permitió instalar la Constituyente, por ser la primera en orden alfabético. Clara fue la asistente de Horacio Serpa Uribe, uno de los copresidentes de la Asamblea que creó la Carta hoy vigente.

Tras un rosario de muertes, la UP proclamó a Aída presidenta del movimiento. Era la primera vez que una mujer presidía un partido político en Colombia y, además, en medio de una persecución inclemente. Pero ella no se intimidaba. Fue la primera que se atrevió a denunciar ante el país el asesinato de los trabajadores bananeros en Urabá, cuando aparecieron los ‘mochacabezas’, que mataban de ese modo a los miembros del sindicato. 

“Les cortaban las cabezas y las mandaban en bandejas a los casinos de los trabajadores en la hora del almuerzo, con el mensaje de que si seguían en el sindicato, seguirían rodando”.

Aída denunció el hecho ante el general Rito Alejo del Río y días después la atacaron con un rocket en la Autopista Norte. Milagrosamente salió ilesa del atentado pero comprendió, para tristeza suya, que tras el asesinato del senador  Manuel Cepeda Vargas ella era la siguiente de la lista. Abandonó el país con destino a Suiza, desde donde volvió 17 años después para ser candidata presidencial.

Clara, en cambio, se dedicó a la academia y a apoyar el trabajo político de su esposo, Carlos Romero, concejal de Bogotá por la UP. Sufrió en carne propia las amenazas contra su marido, quien después de que Aída se marchó al exilio fue presidente del movimiento. 

En 1998, ante las continuas amenazas, ambos salieron apresuradamente al exilio, con las maletas a medio hacer, rumbo a Caracas. Regresaron  cuatro años después con la promesa de nunca más abandonar el país. Al volver, fue elegida auditora general de la República, y se convirtió en la primera mujer al frente de un organismo de control.

En  2006 Clara volvió a medirse en las urnas. Se lanzó a la Cámara por el Polo, pero no alcanzó a obtener una curul. Años después fue la primera mujer en presidir el Polo, labor que alternó con la candidatura de Gustavo Petro a la Presidencia, de la cual fue su fórmula vicepresidencial. Y también fue la primera mujer en ocupar el segundo cargo del país. Tras la destitución de Samuel Moreno, administró por tres meses los destinos de la capital, y le entregó a Petro la Alcaldía en 2012.

Hoy, la vida ha vuelto a cruzar a Clara y Aída. Ambas comparten la aspiración de convertirse en la primera mujer en llegar a la Presidencia. “A las mujeres nos deberían ordenar la casa que tanto desordenaron los hombres”, dice Aída. “Lo que necesita Colombia para la reconciliación y la convivencia son los valores del cuidado, la solidaridad y el buen entendimiento, y eso es lo que representamos las mujeres que, siendo fuertes, no necesitamos pelear para gobernar”, piensa Clara. Ambas buscan el poder desde la izquierda, pero en movimientos distintos: el Polo y la renacida UP.

El miércoles pasado volvieron a encontrarse en un hotel de Bogotá. En el inicio de un primer diálogo. Saben que para tener chance en las elecciones deben unir de nuevo sus caminos. Y la paradoja, ambas quieren derrotar en las urnas al presidente Santos, quien hoy lidera un proceso de la mayor ilusión de ellas: que haya paz con las Farc para que los colombianos no sigan matándose y nadie tenga que volver al exilio.