ITINERARIO DE UN ATENTADO
Reveladora investigación de SEMANA sobre el asesinato de Guillermo Cano.
El día que lo iban a matar, a Guillermo Cano Isaza se le "refundieron" las llaves del carro. Eran las doce y media del día de ese miércoles 17 de diciembre de 1986, cuando el director de El Espectador, como casi todos los días, se disponía a viajar hacia su casa para para almorzar. En el instante en que salía se dio cuenta de que las llaves de su carro Subaru no aparecían ni en su saco ni en su escritorio y entonces le pidió al jefe de transportes del diario que le consiguiera una "chiva" (como llaman a los carros del periódico) para que lo llevara hasta su casa, al norte de Bogotá.
La "chiva" iba por la avenida 68 y cuando cruzó para subir por la calle 80, el conductor, que venía observando por el retrovisor que una moto blanca le seguia los pasos, le transmitió su alarma a Cano. "Nos viene siguiendo una moto con un par de tipos, don Guillermo". Y el periodista, que venía entretenido repasando las tarjetas navideñas que le habían llegado por la mañana, pareció no perturbarse. Entonces el conductor que ya estaba nervioso porque insistentemente el parrillero de la moto se estiraba tratando de identificar a la persona que iba de copiloto, le dijo: "Esos son sicarios, don Guillermo". Este, un poco más inquieto pero conservando su serenidad, le dijo: "De esos sinverguenzas está lleno el país mijo".
Mucho más preocupado, por tener permanentemente en el retrovisor la presencia de la moto que los perseguía, el conductor tomó la iniciativa de escapárseles y lo logró en el semáforo de la calle 80, frente a la Escuela Militar. Había sido tanto el acecho de la moto y tan visible la actitud del parrillero, que al chofer se le grabó para siempre la cara de quien participaría, seis horas y 45 minutos después, en el atentado que le costó la vida al director de ese diario.
La pérdida de las llaves y el obligatorio cambio de carro, despistó tanto al sicario (Luis Eduardo Osorio Guizado, alias "La Guagua"), que el plan de asesinar a Guillermo Cano ese medio día tuvo que ser aplazado hasta la noche. Según la investigación de las autoridades, el pistolero no se atrevió a disparar por temor a equivocarse de víctima y su asedio al vehículo era con el fin de tratar de reconocer a la persona que viajaba al lado del conductor, quien coincidía con la descripción del hombre al que tenía que matar, pero no iba en un Subaru como lo indicaba el plan.
LA BUFANDA, UNA CLAVE
Según la versión de los tres detectives que investigaron el caso, el fracaso del plan ese medio día, obligó a que en el atentado final de por la noche actuara otro pistolero a bordo de otra moto. SEMANA conversó amplia y secretamente con los investigadores del caso, tres detectives de mediana edad, que coinciden en el uso del bigote y en la costumbre de llevar un arma al costado derecho, que han caminado tantos lumpanares y convivido con tantas lacras, que han asimilado de ellos el lenguaje para camuflarse, que no se parecen para nada a los Kojak ni mucho menos a los Magnum de la televisión, pero a quienes les brillan los ojos de malicia indígena y de satisfacción de haber llegado casi al final de la pesquisa.
A las siete y quince de la noche, cuando el Subaru de Guillermo Cano hacía la U frente al El Espectador para enrumbar hacia el norte, apareció otro pistolero, Alvaro García Saldarriaga, alias "El Zarco". Desde la parrilla de una moto roja, con la cara cubierta por una bufanda, el atentado se concretaba: disparó una ráfaga de metralleta sobre el periodista que viajaba solo en el vehículo y tras consumar el crimen huyó con dirección al norte de Bogotá por la avenida 68.
De esta manera "El Zarco" había logrado lo que "La Guagua" no consiguió al medio día. Pero, sin darse cuenta, había cometido un error que condujo a los investigadores a identificarlo como autor material de la muerte del periodista: después de disparar la metralleta y cuando volvía a subir a la parrilla de la moto, la bufanda que le cubría el rostro se le cayó y varios testigos lograron verle la cara. A pesar de la fugacidad del momento y de la confusión que crearon los disparos y el posterior estrellón del carro de Cano contra un poste al costado oriental de la Avenida 68, los testigos no dudaron que se trataba de un rostro difícil de olvidar: "El Zarco" era lo que se llama un buen mozo, no sólo por el color de sus ojos, sino por las cejas pobladas, su pelo corto y su mirada profunda. Estas razones hicieron que el retrato hablado que de él se hizo fuera reconocido por consenso por quienes presenciaron el crimen. Sus rasgos eran tan definidos y el retrato hablado se acercaba tanto a la realidad, que los detectives consiguieron sin pensarlo un aliado para agilizar sus pesquisas: cuando se trasladaron a Medellín en cumplimiento de las investigaciones y mostraban el dibujo a los informantes, casi siempre había una exclamación inmediata:"Ese es "El Zarco"" decían.
Aparte de la falla de la bufanda de "El Zarco", sobre el escenario del crimen quedaron otras pistas que en los días siguientes fueron recogidas por los sabuesos del DAS. Una de ellas era la evidencia de que días antes del 17 de diciembre, por los lados del El Espectador, estuvieron rondando dos jóvenes con mochilas en las que presumiblemente cargaban armas. Uno de ellos era Castor Emilio Montoya Peláez, alias "Quimilio", quien también había tenido participación en la muerte del magistrado Hernando Baquero Borda (ver SEMANA N°236) y que, según las averiguaciones, actúa como intermediario entre el alto mando de la banda de "Los Priscos" y los sicarios que participan en los operativos. El otro era Edison Harvey Gil Muñoz, alias "Moquis", quien era el conductor de la moto blanca en la que se transportaba "La Guagua", de donde se debían hacer los disparos sobre Guillermo Cano al medio día del 17 de diciembre. "Quimilio" está hoy prófugo y "Moquis" muerto, al igual que Norvey y Alvarán, conductor de la moto de "El Zarco" como consecuencia de la guerra de pistoleros que se desató a comienzos de este año en Medellín, sus alrededores y en el Valle del Cauca.
Pero estos dos no fueron los únicos muertos en la guerra de sicarios. También en ella cayeron los "capitanes" de las motos ("El Zarco" y "La Guagua"), que tenían a su cargo el manejo de las armas del crimen y cuya fiereza, trayectoria y fama entre los pistolocos los hacía merecedores al respeto entre ellos por ser "los más tesos entre los tesos".
LOS TESOS TAMBIEN MUEREN
Mientras,el país se conmovia por el asesinato de Cano y sus voceros pronunciaban un "hasta aquí" como señal de guerra a las bandas de sicarios y a sus manipuladores. Los autores del crimen regresaron a Medellín con la sonrisa de "misión cumplida" que, de acuerdo con los investigadores, fue el parte que rindieron a la jefatura de "Los Priscos", la organización criminal más mencionada en los ultimos días en Colombia y cuyas ramificaciones y modus operandi quedaron al descubierto en las dos últimas semanas (ver recuadro).
Pero a los pocos días de estar celebrando "el corone", cuando las fiestas de Navidad estaban por concluir, comenzaron a destaparse las discrepancias entre "El Zarco" y "La Guagua" con "Los Priscos".Al parecer las rencillas surgieron por el incumplimiento en el pago de la totalidad del dinero pactado: cerca de tres millones y medio de pesos para cada uno de los "comandantes" de moto. Según una versión, parte de la pelea fue por la pretensión de " La Guagua" que quería cobrar como si hubiera hecho el trabajo final. Y "Los Priscos" consideraban que no debian pagarle todo lo pactado porque, por los motivos que fueran, quien había disparado era "El Zarco" .
Entonces "La Guagua" y "El Zarco", a quien también le incumplieron, decidieron hacer toldas aparte. Uno de los policías secretos conto a SEMANA que fue "La Guagua" el que en principio más abiertamente les declaró la guerra a "Los Priscos", en una actitud que en los bajos fondos de Medellín se consideraba un verdadero suicidio. Pero con todo los riesgos, "La Guagua" decidió jugársela toda por defender su honor y su prestigio entre los pistolocos. "Estos faltones van a ver quién soy yo", habría dicho en una oportunidad "La Guagua". A partir de ese momento, sin tener conciencia de ello, la ciudad dejó de ser el escenario de la guerra entre narcos y empezó a presenciar la guerra entre sicarios.
Reviviendo jornadas del viejo oeste, con la tecnología motociclística de este tiempo, en "las ollas" por donde se mueven los mototiros en Medellín, empezó a hacerse leyenda un episodio de "El Zarco", que no se quedó atrás en el enfrentamiento contra " Los Priscos". Dice el cuento que una noche, a bordo de su moto, y con su escolta, "El Zarco" "frentió" a un carro Mercedes Benz donde iba un grupo de "Los Priscos". Sacó revólver. Los insultó. Los reto. Le disparó a las llantas y mandó a decir a su antiguo jefe, David Ricardo Prisco Lopera: "Díganle a esa lacra de Richard que si me va a dar candela nos vamos a dar".
Y les dieron.
Al primero fue a "La Guagua", quien "ya había quebrado" a varios integrantes de la banda de sus antiguos jefes, que habían intentado "quebrarlo" a él. El último atentado al que sobrevivió fue en la cárcel de mujeres de Medellín, a donde había ido a visitar a su esposa, detenida por porte ilegal de armas. Pero cuando salió libre su esposa bajó la guardia. Para celebrar el acontecimiento "La Guagua" se fue a pasar un fin de semana en el lujoso Hotel Quimbaya, de San Jerónimo, un veraneadero a dos horas al occidente de Medellín en el camino hacia Santafé de Antioquia. "Los Priscos" que venían siguiéndole la pista, esta vez fueron a la fija: se llevaron un piquete de veinte hombres, que llegaron en la tarde de ese domingo al Hotel, mientras los veraneantes miraban por televisión la final de Campeonato Juvenil de fútbol entre Colombia y Brasil. Cuando se percato de la llegada de la banda de sus asesinos, dijo: "Mi amor, mirá quien llegó: Richard, Beto-500 y todo el mundo... y me cogieron sin una aguja", contó su esposa a uno de los detectives. En chancletas y en pantaloneta de baño, "La Guagua", intentó escabullirse en medio de los turistas y cuando saltaba una malla para huir, lo alcanzaron cuarenta tiros. "Si hubiera tenido un arma, se lleva por lo menos a seis por delante", comentaron quienes lo conocían.
VIAJE SIN REGRESO
Diez días después de la muerte de "La Guagua", "El Zarco" corrió la misma suerte. El 18 de febrero viajó a Cali "a unos negocios", según le dijo a su madre. Pero las investigaciones indican que le fue tendida una trampa final. La noche anterior habia recibido una llamada de alguien que decía haberse abierto también de " Los Priscos" y que le tenía un negocio. SEMANA supo que el hombre de la llamada le dijo que no se preocupara por ropa y arma. Que allá se la entregaban.
De "El Zarco" no se volvió a tener noticias hasta cuando su madre decidió ir a buscarlo, el lunes 23 de febrero. "Pasó el jueves, pasó el viernes, pasó el sábado y pasó el domingo y no me llamó. Entonces el lunes tempranito me fui para Cali", dijo María Ofelia Saldarriaga de García en conversación secreta con el general Miguel Maza Márquez, jefe del DAS quien la indagó personalmente.
En Cali, luego de visitar hospitales, comisarias, juzgados y cárcel, la mamá de "El Zarco" llegó al anfiteatro y tampoco lo encontró pero halló una pista. Un comisionista de funeraria le dijo que en el anfiteatro de Palmira había un cuerpo sin reclamar que encontraron entre ese municipio y Pradera y tenía algunas características de la persona que ella describía. El comisionista de la muerte llamó por teléfono a su colega en Palmira y le pidió detalles sobre el cadáver. Los rasgos eran los mismos. El colega palmireño le agregó tres datos que serían definitivos: tiene un tatuaje en el hombro izquierdo, lleva un escapulario de la Virgen del Carmen amarrado al tobillo derecho y lo único que tenía en el bolsillo era una boleta de chance. La madre le dijo al comisionista: pregúntele si el número del chance es el 321. Desde Palmira dijeron sí y la mamá de "El Zarco" estuvo segura entonces que se trataba de su hijo porque en las últimas épocas sólo jugaba a ese número.
La mamá de "El Zarco" pensó entonces que con la muerte de su hijo "había concluido mi calvario". En la conversación con el general Maza describió a su hijo como un joven díscolo, rebelde y violento, que siempre le dio dolores de cabeza. Pero su calvario no concluyó con la muerte de "El Zarco" porque, en la investigación, los detectives encontraron una cuenta a su nombre, abierta con tres millones de pesos y un cheque que ella giró a nombre de Luis Eduardo Osorio Guizado, "La Guagua".
Estos documentos bancarios y las indagatorias simultáneas permitieron a los investigadores enlazar todas las pistas dejadas por los autores de la muerte de Guillermo Cano Isaza y llegar a la certeza de que los organizadores fueron "Los Priscos". Satisfechos por haber logrado desenredar la pista del asesinato de Cano, los tres detectives, sin embargo, consideran que todavia hay camino para andar en esta investigación. Porque se tiene plenamente establecido la autoría material, identificada la banda que organizó el crimen, pero, en cuanto a los autores intelectuales, dicen saber quiénes son pero no tienen pruebas.
PRISCO Y SUS TESOS
Cuando empezaron a sonar, "Los Priscos" fueron para la opinión pública un nuevo grupo delictivo, al estilo de "Los Tiznados" o "Los Nachos". Pocos pensaban que no se trataba de una "marca", sino de un apellido, como en efecto lo es. Prisco es un apellido escaso, del que sólo hay diez nombres en la lista de teléfonos de Medellín y uno en la de Bogotá, que desde hace dos semanas ocupa espacios en las crónicas rojas de los periódicos.
La primera vez que se supo de ellos fue en noviembre pasado, a raíz de las investigaciones del asesinato del magistrado Hernando Baquero Borda. Las averiguaciones condujeron a que la organización del crimen había partido de Medellín, que los sicarios habían salido de esa ciudad y que toda la operación habia sido comandada por David Ricardo Prisco, de la banda de "Los Priscos", el nombre que reciben los integrantes de la familia Prisco Lopera, que habita en el barrio Aranjuez, uno de los más populosos de la comuna nororiental de Medellín.
Allí, donde todavía viven sus padres, los Prisco son los mandamás. Según las versiones, recogidas por investigadores a través de informantes, no todos los hombres de esa familia están dedicados a las actividades delictivas. "Entre ellos hay un médico honorable", dijo a SEMANA una fuente. Pero está comprobado que cuatro hermanos Prisco sí han actuado en la organización de la banda, considerada la más grande y peligrosa de las que aglutinan a sicarios en Medellín, con ramificaciones en todo el país. Con visos de leyenda, se cuenta que en la entrada de la casa de los Prisco hay una virgen de yeso, protegida por un vidrio y alumbrada constantemente con veladoras. Es una especie de altar donde se le rinde homenaje a los muertos de la familia: a los pies de la virgen, hay placas de hierro como la de los cementerios, con el nombre inscrito de quienes han caido. La versión dice que la primera placa está consagrada a uno de los Prisco -de sobrenombre "Eneas"- que murió en enero del año pasado. Y la última es la de José Rodolfo, quien murió acribillado el 31 de julio por la noche en la Avenida 127 de Bogotá, a donde había llegado en compañía de tres integrantes de la banda para ejecutar una operación que, según las autoridades, incluía el asesinato del juez 71 (que investiga el crimen contra Guillermo Cano) y de varias personalidades no identificadas.
Para la Policía, la muerte de José Rodolfo fue un golpe fatal para la organización. De acuerdo con lo que han averiguado, éste era considerado la eminencia gris de la banda en el campo en donde es más fuerte: el asesinato. "Era el que planeaba los golpes, el que decía qué armas llevar, cómo hacer los seguimientos de las víctimas, por dónde huir", contó un investigador a esta revista.
De los Prisco sobreviven dos. El principal, David Ricardo, a quien le dicen Richard y Armando, que hace pocos meses salió libre de la cárcel de Bellavista de Medellín, en donde estuvo dos años preso, acusado de participar en hechos de sangre contra un agente del F-2 de la Policía, ocurridos en su "reino de Aranjuez". De acuerdo con las versiones fue esa la única vez que hasta allí ha entrado un policía. Conocido como "el hueco", el lugar donde los Prisco son reyes es inexpugnable. La cantidad de "campaneros" que usan (especialmente niños al borde de la adolescencia) ha hecho imposible la acción de las autoridades para llegar hasta ese sitio, que se considera la mata de pistolocos. "Allá los únicos que se atreven a entrar son los soldados de la IV Brigada" dijo a SEMANA un conocedor de lo que se mueve en esos lados de Aranjuez. Y fue la IV Brigada la que practicó un allanamiento y encontró en la casa de los Prisco el revólver y la motocicleta del agente que se había atrevido a meterse al "hueco".
A pesar de los golpes recibidos por esta banda (a quien se acusa de haber participado no sólo en el asesinato de Guillermo Cano y de Baquero Borda, sino del coronel Jaime Ramírez, el del jefe de la sección de tránsito de Medellín, Mauro Alfredo Benjumea Hernández, de los magistrados del Tribunal de esa misma ciudad, Alvaro Medina Ochoa y Gustavo Zuluaga Serna, y del atentado contra el representante a la Cámara Alberto Villamizar), se considera que no están aniquilados. Actualmente se estima que la banda de "Los Priscos" tiene entre 20 y 30 efectivos y que, dadas las condiciones de los barrios en donde se mueven, sus "divisiones inferiores" son tan numerosas que el grupo puede renovarse constantemente.