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Santos pasó del infierno al cielo

El presidente fue el gran derrotado político en el plebiscito, pero a los cinco días era el ganador del Premio Nobel de la Paz. ¿Cómo incidirá esto en el proceso?

8 de octubre de 2016
El viernes pasado fue tal vez el mejor día de la vida de Santos. El Premio Nobel le asegura un lugar en la historia. | Foto: Juan Carlos Sierra

En su testamento Alfred Nobel, el creador de los premios que llevan su nombre, dejó un párrafo especial sobre el tema de la paz. Este decía que ese galardón, el más importante, debería otorgarse anualmente a quien le hubiera prestado a la humanidad los siguientes servicios: “Haber laborado más y mejor en la obra de la fraternidad de los pueblos, a favor de la supresión o reducción de los ejércitos permanentes, y en pro de la formación y propagación de procesos de paz”.

Al leer esa frase se llega a la conclusión de que era difícil que Juan Manuel Santos no ganara el Premio Nobel de Paz. Lo único que sorprendió fue que tuviera lugar después de la desconcertante derrota en el plebiscito y que solo incluyera al presidente, sin Timochenko.

Las dos cosas tienen explicación. El premio se otorga más por el esfuerzo que por los logros. Y la derrota del Sí no minimiza el enorme trabajo que el presidente ha llevado a cabo durante cinco años en busca de un acuerdo con las Farc. Se requirieron mucha fuerza de voluntad y mucha tenacidad para no tirar la toalla en un proceso que ha estado lleno de enemigos, obstáculos, desinformación y crisis reales.

En cuanto a Timochenko, él se hubiera ganado el Nobel con el presidente si el resultado del plebiscito hubiera sido diferente. Pero ante una crisis política de la dimensión materializada por cuenta de la derrota, el Comité del Nobel concluyó que su prioridad sería no solo premiar el esfuerzo, sino tirarle un salvavidas al proceso. Y las palabras de la presidenta del Comité del Nobel de Noruega, Kaci Kullmann, lo dejaron claro al decir: “El comité concentra su reconocimiento en el actor que considera necesita la fuerza para anclar su posición por la paz y aunar en su figura el respaldo internacional que el premio suele encarnar”.

No deja de ser paradójico que una persona del establecimiento bogotano, identificada hasta hace poco con la derecha y con la mano dura, haya acabado convertida en el símbolo de la paz en el mundo este año. Más aún teniendo en cuenta que llegó a la Presidencia por los éxitos militares de su gestión como ministro de Defensa. Mientras estaba en ese cargo y como presidente, las Fuerzas Armadas dieron de baja a Raúl Reyes, el Mono Jojoy y Alfonso Cano. Hasta ese momento se creía que el secretariado de las Farc era invulnerable. Y si a eso se le agrega la Operación Jaque, posiblemente el golpe más audaz de las Fuerzas Militares en toda su historia, se podría pensar que Juan Manuel Santos Calderón era ante todo un halcón.

Con esos antecedentes, todo el mundo esperaba que se convirtiera en el continuador de la obra de Uribe y privilegiara la vía militar para acabar con el conflicto. De ahí la acusación de traición, el rompimiento con su exjefe y el proceso de paz de La Habana. Pero así como es un halcón, es ante todo un hombre pragmático y realista. Tenía claro que la paz solo era posible después de haber debilitado sustancialmente a las Farc y esa etapa se había cumplido. También tenía claro que el presidente que obtuviera la paz en Colombia, después de que muchos lo habían intentado, tendría un lugar en la cima de la historia y para él ser un presidente más no estaba entre sus planes. Detrás de este premio, hay una compleja mezcla de talento, ego, perseverancia y suerte.

Pero a esos atributos hay que agregarle el de la convicción. Un proceso de paz como el que él montó no es simplemente la respuesta a una coyuntura, sino el resultado de una suma de vivencias. Cuando fue el delegado de Colombia ante la Organización Internacional del Café en Londres tuvo la oportunidad de visitar la mayoría de los países africanos. En muchos de estos había conflictos internos y experimentos de paz que conoció de primera mano. A lo largo de su carrera periodística y política ha llegado a tener contacto con varios de los protagonistas de los procesos de paz de las últimas décadas. En esa lista están nombres como el de Nelson Mandela, Bill Clinton, Jimmy Carter, Shimon Peres, Frederik de Klerk, Joaquín Villalobos, Jonathan Powell, Shlomo ben Ami y Adam Kahane. A cada uno de estos le sacó algo de información sobre sus respectivas experiencias.

El actual proceso de paz, sin embargo, no fue su primer intento en la materia. Durante el gobierno de Ernesto Samper, Santos trató de solucionar la crisis política del proceso 8.000 buscando un consenso entre todos los actores del conflicto que desembocara en una negociación de paz. La idea era que, de llegarse a un acuerdo que diera fin al conflicto, estarían sentadas las bases para la salida del presidente. Santos trabajó esa iniciativa con la meticulosidad que lo caracteriza. Buscó el apoyo de personalidades con peso internacional como Felipe González y Gabriel García Márquez, y también de las fuerzas vivas del país como la Iglesia y los sindicatos. Después de una de esas reuniones dio una rueda de prensa con el anuncio de que “la paz está de un cacho”.

El anterior episodio fue bastante controvertido pues para el gobierno se trató de un complot para tumbar al presidente, mientras que para los allegados de Santos era una conspiración por la paz. La famosa frase, que en su momento fue objeto de críticas y hasta de burlas, 20 años después se ha convertido en una realidad.

Lo que vio el comité

Luego del resultado del plebiscito muchos expertos descartaban que Colombia quedara en la mira del Comité del Nobel, máxime cuando este año hubo un récord de 376 postulados. Santos mereció el premio porque el de Colombia ha sido un proceso de paz considerado ejemplar a nivel internacional, muy a pesar de las controversias que ha desatado en Colombia. Por un lado, es la única negociación exitosa reciente en todo el planeta en un momento en el que la guerra de Siria tiene en jaque al mundo.

El comité destacó que se hubiera logrado un acuerdo con las Farc, lo cual no fue fácil y requirió de una gran persistencia, paciencia y sentido de la política por cuatro años. Muchas personalidades del mundo que conocen de cerca las experiencias de guerra y paz elogiaron el resultado final. Uno de ellos, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, en Cartagena el pasado 26 de septiembre destacó el acuerdo por su calidad y sobre todo porque pone a las víctimas en el centro de sus preocupaciones. De manera similar se pronunció la fiscal de la Corte Penal Internacional Fatou Bensouda. El propio comité destaca en su comunicado que “una característica importante del proceso de paz colombiano ha sido la participación de los representantes de las víctimas de esta guerra”. De hecho el presidente Santos les dedicó el premio en especial a las víctimas.

Paradójicamente, los colombianos han hecho más reparos que nadie al acuerdo y lo rechazaron en las urnas. Ahora, parte de esa negativa se explica por el clima político polarizado que hay en el país, y no solo por los contenidos de lo que se pactó.

Un segundo elemento importante que tuvieron en cuenta los responsables del Nobel es que a pesar de que el acuerdo ya fue firmado y hay un cese del fuego que ha tenido cero incidentes, se puede volver a la confrontación. “Existe un riesgo cierto de que el proceso de paz sea interrumpido y que la guerra civil se reanude. Por ello se hace aún más importante que las partes, lideradas por el presidente Santos y por el líder de la guerrilla de las Farc, Rodrigo Londoño (Timochenko), sigan respetando el cese el fuego”, dice el comité.

En tercer lugar el Nobel busca darle un espaldarazo a Santos en el diálogo con todos los sectores en el entendido de que se ha llegado demasiado lejos ya y se deben encontrar alternativas para conciliar las diferencias. Es decir, que no abandone el barco dado que la Corte Constitucional le dio herramientas para mantener el proceso de paz a pesar de que haya perdido el plebiscito.

El Premio Nobel cumple el sueño de Santos de pasar a la historia y aunque no le resuelve el problema interno que tiene para construir un consenso sobre los acuerdos, sí le permite elevar la estatura histórica del proceso de paz. Ratifica que el mundo tiene fe en que este se logre consolidar y arroje lecciones, dados sus contenidos novedosos en materia, por ejemplo, de justicia y víctimas.

Está por verse cuál será el efecto político del reconocimiento a Santos. Sin embargo, ya se nota el impacto psicológico. El rostro del presidente al agradecer el premio era muy distinto al que se le había visto a comienzos de la semana. Pero más que la imagen, había cambiado su estado emocional. Se le vio con energía y optimismo. Posiblemente, eso le permita retomar la iniciativa política.