ORDEN PÚBLICO
La batalla por la Sierra
Familiares del exjefe paramilitar Hernán Giraldo y antiguos militantes del Frente Resistencia Tayrona, declararon la guerra a sus exaliados los urabeños. Van nueve muertos en el último mes.
A las cinco de la tarde del 20 de julio varios hombres armados sacaron a tres jóvenes de sus viviendas en la vereda Don Diego, corregimiento de Guachaca, Santa Marta. Cuentan los vecinos que los encerraron en una casa conocida como La Gallera, donde los asesinaron después de torturarlos.
Testigos anónimos de la red de informantes afirmaron a los organismos de seguridad que los sacaron de sus casas hombres que vestían prendas militares e insignias del Gaula. Cuando los encontraron sin vida vestían bluyines, camisetas negras y botas pantaneras, pero cuando los sacaron de sus viviendas tenían otras prendas. Los testigos sostienen que los uniformaron para que creyeran que pertenecían a uno de los combos armados, el de los Urabeños.
Desde entonces una larga serie de hechos ha ensangrentado la región, en una especie de guerra a muerte entre los seguidores de Hernán Giraldo Serna, el capo de la región extraditado a Estados Unidos, el grupo conocido como las Autodefensas Gaitanistas o los Urabeños y el de los Rastrojos. Una fuente que conoce bien el territorio dice que hay enfrentamientos a diario con muertos, pero los desaparecen. Uno de ellos fue Herney Acevedo Patiño, alias Mollejo, casado con Gladys Giraldo, una de los 38 hijos reconocidos de Giraldo Serna. En Santa Marta no creen que la muerte de Acevedo haya sido cometida por los Urabeños como retaliación, sino por los mismos Giraldo. Acevedo era desmovilizado del Resistencia Tayrona, había estado preso y aunque estuvo postulado a Justicia y Paz hace seis meses recuperó la libertad. La hipótesis es que como no quería volver a la guerra, sino continuar con su negocio de venta de guineos, lo mataron.
Desde el comienzo del año han sido capturados 53 miembros de la banda de los Urabeños, 23 de los Rastrojos y dos de los Paisas; también han incautado armas de fuego, granadas y municiones.
Los organismos de seguridad pusieron en marcha mecanismos que al parecer dieron resultados, pues capturaron a Jesús María Aguirre, alias Chucho Mercancía, segundo cabecilla de los Urabeños, y en Mendihuaca capturaron en flagrancia a cinco de los más peligrosos, identificados como alias Cúpula, la Mona, Letrina, Chupeta y el Mono, les incautaron armas, proveedores, municiones, granadas, chalecos antibala y un uniforme de las Fuerzas Militares. Durante los tres meses siguientes los combos se ausentaron del mercado, pero regresaron en abril cobrando la 'vacuna' con retroactivo.
Un comerciante dice que a los Giraldo les falta poco por tener el control total y que los Urabeños ya se replegaron hacia Ciénaga, pero agrega que, en el tiempo que la ciudad estuvo bajo el mando de alias Belisario, el comandante de los Urabeños, llegaron a tal nivel de descaro que se pavoneaban por la ciudad y recibían el dinero del 'impuesto' o 'vacuna' en los cafés de los centros comerciales rodeados por escoltas estratégicamente ubicados.
El jueves 27 los Urabeños enviaron un comunicado en el que reconocen la existencia del grupo y aclaran que el conflicto en la Sierra Nevada no es contra los Rastrojos sino contra los llamados Giraldo. Afirman que estos "pretenden sembrar terror y perturbar la tranquilidad de los habitantes de la zona", pues, según afirman, están amenazando a la población civil para obligarla a colaborar y si no lo hace la declaran objetivo militar. También acusan a los Giraldo de asesinar a nombre de los Urabeños. Pero en la región todo el mundo sabe que parte de la familia Giraldo se alió desde 2009 con los Urabeños mientras otros se fueron con los Paisas, la famosa Oficina de Cobros de Envigado.
En su comunicado, los Urabeños mencionan como cabecillas del combo de los Giraldo, entre otros, a Rubén y Aldemar Giraldo, sobrinos de Hernán Giraldo. Un conocedor del conflicto dice que los Urabeños tratan de ganarse a la población con esta declaración, pero que también es cierto que los Giraldo se hastiaron de tener que estarles tributando y quieren restablecer su tradicional hegemonía en la región.
Entre tanto, el terror cunde entre los comerciantes y gran parte de la población que se encuentra entre dos fuegos. De ahí que en la zona impere una ley del silencio solo rota, con inquietante frecuencia, por el llanto de los familiares de las víctimas.