LIBERTADES
La consecuencias del “Cristo” de Santander
La teoría con la que se prohibió poner el nombre del Santísimo a una estatua en Santander podría transformar a Colombia y acabar con los festivos.
La pelea que se ha armado por cuenta del monumento en Santander del Ecoparque Cerro del Santísimo, demuestra que cuando se enfrenta la libertad y la religión se encienden las más profundas pasiones. Esta semana una magistrada del Tribunal de Santander prohibió a la Gobernación de ese departamento inaugurar su proyecto bandera: un megaparque que tendrá una estatua casi del mismo tamaño del Corcovado de Brasil. A su juicio, su nombre, el Santísimo, va en contra del principio de un Estado laico y discrimina a quienes creen en otras religiones. Con esa decisión Colombia, el país del Sagrado Corazón, se monta en una de las discusiones más aireadas de la actualidad mundial.
El año pasado, la máxima instancia en esta materia, la Corte Constitucional, falló a favor del proyecto pues consideró que la estatua “no representa una religión sino la idealización de un ser superior”. En una tutela analizó los contratos de la obra y el testimonio del artista Juan José Cobos, quien aseguró que esta no tiene una “iconografía específica” y que “así como puede ser Cristo podría ser Zeus (el Dios de los griegos) o Krishna (el de los hindúes)”. Pero cuando el caso llegó por una acción popular al Tribunal de Santander la magistrada Solange Blanco no aceptó esta tesis y concluyó que “es claro que se trata de Jesús de Nazaret… un judío a quien muchos reconocen como el hijo de Yahveh”.
Lo primero que habría que señalar es cómo una magistrada de un tribunal va en contravía de la jurisprudencia de la corte.
Lo segundo, es que la discusión puede parecer absurda si se tiene en cuenta que en cada municipio de Colombia hay millones de Cristos, vírgenes y santos. Pero tiene un gran trasfondo: si el Estado puede imponer la laicidad. Este tema es desde hace varios años una de las principales preocupaciones de los gobiernos en Europa y casi una bandera desde el atentado a la revista francesa Charlie Hebdo.
En el mundo abundan los ejemplos. En Italia, el país del corazón del Vaticano, están prohibidos los crucifijos en las escuelas. La Corte Europea de Derechos Humanos estableció que estos símbolos son “una violación a la libertad religiosa de los alumnos” cuando el gobierno italiano le pidió conservarlos por ser parte de la tradición del país. En Argentina, el país del papa Francisco, un juez también obligó retirar a la Virgen María del Palacio de los Tribunales. En Suiza, por referendo se prohibió la construcción de minaretes en las mezquitas. Francia va mucho más allá y prohíbe que las mujeres musulmanas vistan el velo islámico en lugares públicos.
Es toda una paradoja. Así como en el pasado se quemaban los libros que contrariaban la fe reinante, en la actualidad las vírgenes y los crucifijos en lugares públicos están amenazados. Para saltarse las normas del Estado secular, muchos gobernantes han hecho algunas piruetas. En Quebec, Canadá, ordenaron quitar un crucifijo que había adornado por siglos el Parlamento. Fue tal la polémica, que el gobierno tuvo que salir a decir que la cruz no era católica sino parte del “patrimonio cultural”. Algo similar ha dicho el gobernador de Santander, Richard Aguilar, quien asegura que su proyecto no tiene fines religiosos, sino de desarrollo económico para consolidar a la región como un polo turístico. Además de la estatua el parque tendrá un teleférico, un mirador, un hotel ecológico, un megaauditorio y un museo.
Cuando en Francia comenzó la discusión sobre si el Estado podía decidir cómo se vestían las mujeres, el diario Le Parisien escribió en su editorial ‘¿Por qué no prohibir también la Navidad?’. Muchos monumentos y celebraciones han tenido origen en el deseo de la humanidad de honrar a sus dioses. Colombia es uno de los países del mundo con mayor número de días festivos por cuenta de San José, el Corpus Christi, San Pedro, San Pablo, la Inmaculada Concepción, e incluso hay un puente para ‘todos los santos’. Si el país adopta la secularización a la francesa habrá mucho barrio, mucho hospital y mucho parque que tendrá que volver a ‘bautizarse’.