VIOLENCIA
La intolerancia, el enemigo público de Bogotá
Las riñas no discriminan edad, sexo ni estrato y son el enemigo de la seguridad en Bogotá. Con una intolerancia rampante, algunos plantean que quienes incurran en lesiones personales vayan a la cárcel.
“Encontré a mi hijo cubierto en sangre, vuelto nada y sin dientes. Los porteros me decían que me calmara, que menos mal no había pasado nada más”, contó el atribulado padre de Simón Araújo, de 18 años. El joven estaba con sus amigos del Gimnasio Moderno –la mayoría menores de edad– en el condominio Sierras del Este, en los cerros orientales de Bogotá. Iban de salida cuando se toparon con 11 adultos que, al parecer, estaban consumiendo alcohol desde el mediodía. Bajo la mirada impasible de los celadores y de un patrullero de la Policía que fungía como escolta de uno de los residentes, los presuntos borrachos atacaron a los jóvenes porque no les dieron trago y Simón se llevó la peor parte. Tras la denuncia por lesiones personales agravadas, los agresores ya están identificados y la investigación está ahora en manos de la Fiscalía.
Este es solo uno de los múltiples casos que suceden a diario en Bogotá a causa de la intolerancia o del consumo problemático de alcohol. Solo en 2016, la línea de emergencias 123 recibió 506.000 llamadas para reportar riñas, con un pico en diciembre de 51.200. Pero se disparan particularmente los fines de semana, pues el sábado llegan a un promedio de 2.058 y el domingo, de 2.143. Según los expertos, a veces puede haber hasta 3.000 reportes de peleas callejeras en la capital. “La cifra es escandalosamente alta frente a estándares nacionales e internacionales”, dijo a SEMANA el secretario distrital de Seguridad y Convivencia, Daniel Mejía. Precisamente, mientras en Bogotá el 86 por ciento del total de homicidios se debe a riñas, en Ciudad de México la cifra es de 70 y en Quito solo de 30 por ciento.
En consecuencia, este tipo de altercados dejan más de 50 lesionados diarios en Bogotá. Y es llamativo que, como sostiene el secretario de Seguridad, sus protagonistas “van desde el estrato 1 hasta el más alto de la ciudad: los más y los menos educados, los de menos y mayores ingresos igual se van a los golpes”. Hasta ahora el asunto se agravaba pues meterse en peleas no representaba mayores problemas para los involucrados. Solo ahora con el nuevo Código de Policía las autoridades pueden actuar sin esperar a que haya algún herido. Esto es fundamental pues las peleas callejeras causaron el 94 por ciento de las lesiones personales sucedidas en Bogotá en 2016 y, de estas, en el 80 por ciento de los casos los camorristas usaron armas contundentes, es decir, palos, tablas o varillas capaces de causar heridas graves e incluso la muerte.
Según el Instituto de Medicina Legal, el año pasado hubo 21.000 casos reportados de violencia interpersonal, modalidad cada vez más representativa en la tasa de muertes violentas en el país. Para enfrentar la problemática, el Distrito está lanzando estrategias preventivas, sobre todo en las zonas de bares y discotecas de Kennedy, Ciudad Bolívar, Tunjuelito y Chapinero. Así mismo, iniciativas como la Conciliatón, que tuvo lugar en varias localidades a finales de 2016, están buscando resolver los conflictos de convivencia de forma pacífica.
Sin embargo, los números no dan tregua y algunos han planteado la necesidad de adoptar medidas más duras. Por ejemplo, Jaime Lombana, penalista apoderado del caso del joven Araújo, le dijo a SEMANA que “la jurisdicción penal debe obrar ejemplarmente para que quede el mensaje de que golpear a una persona indefensa en el rostro no es excarcelable: debe haber pena privativa de la libertad”.
Ya sea a través del diálogo o por medio de la mano dura, lo cierto es que la situación en la capital es preocupante, pues los estudios demuestran que las peleas callejeras no solo se deben a un problema de tragos. ni suceden simplemente a la salida de un bar. Las riñas están enraizadas en lo más profundo de la cultura capitalina. Por pitar de más en un semáforo, un pequeño golpe entre vehículos en una intersección e incluso en situaciones cotidianas sin mayor trascendencia como colarse en una fila, la intolerancia abruma a los bogotanos. Y es ahí cuando se hace esencial que el Código de Policía refuerce el concepto de autoridad para avanzar hacia una verdadera convivencia. El debate está sobre la mesa, y mientras tanto las autoridades deberán tomar todas las cartas en el asunto para controlar un flagelo que está disparado.