PROTAGONISTAS
¡La paz sí se puede!
Con ocasión del Día Internacional de la Paz este 21 de septiembre, SEMANA y Reconciliación Colombia reunieron a 16 figuras públicas para hablar de sus diferencias.
Una sociedad que ha vivido una guerra como la colombiana necesita símbolos para llenarse de valor y progresar. Momentos que permitan que las buenas intenciones puedan empezar a hacerse realidad y que, además, marquen lo más profundo que tiene un ser humano: los sentimientos. Los colombianos necesitan tener experiencias positivas, y muy auténticas, pues solo de vivencias como esas surgen los ejemplos a seguir; más allá de lo que ocurra en La Habana, y más allá de los escándalos y el pesimismo que hoy tanto le bajan a la gente la moral.
Uno de esos símbolos es el abrazo. Y también lo son un apretón de manos o un simple saludo. Se trata de gestos de significado profundo que adquieren fuerza cuando sus protagonistas son rivales. Por esto, SEMANA y Reconciliación Colombia convocaron a 16 líderes, todos a primera vista adversarios, para que se reunieran, se dieran la mano y conversaran sobre el valor de principios tan básicos como el respeto y la comprensión.
Clara Rojas le dio la mano a su antiguo carcelero de las Farc, Martín Sombra. Marco Fidel Ramírez, el concejal de la Familia, no tuvo problema en compartir con Brigitte Baptiste, famosa representante de la comunidad transexual. La directora de Noticias RCN, Claudia Gurisatti, señalada de cubrir la actualidad desde la visión del uribismo, se saludó con el también polémico Hollman Morris, exgerente de Canal Capital, autodeclarado defensor del petrismo en Bogotá y hoy candidato a concejal.
No hay sociedad en la que no haya diferencias. Es más –como le dijo a SEMANA el economista Eduardo Sarmiento–, un grupo de personas dedicadas a elogiarse entre sí es algo muy aburrido. Para salir adelante, toda nación ha debido aceptarse como es: con sus polémicas y sus disensos. Pero ha debido entender que la clave para lograrlo ha sido aprender a convivir.
Perdón en la Picota
El jueves, un equipo de SEMANA acompañó a Clara Rojas a la cárcel donde Martín Sombra purga una condena de 24 años. El carcelero de las Farc había sido uno de los hombres de confianza de Manuel Marulanda y de Mono Jojoy, y su tarea consistía nada menos que en vigilar y, de ser necesario, aterrorizar a algunos de los secuestrados más valiosos de la guerrilla.
La relación de Sombra y Rojas tuvo un tinte especialmente dramático, pues él la atendió cuando tuvo que dar a luz en medio de la selva. En 2008, ella recobró la libertad y, aunque una vez lo había visto brevemente para pedirle a la guerrilla dejar libres a todos sus secuestrados, no se había vuelto a reunir con él. Sombra, por su parte, nunca le había pedido perdón.
Durante el reencuentro no hubo lágrimas, pero sí un ambiente de respeto, y los asistentes percibieron una intensa melancolía. Después de saludarse y permanecer algunos minutos en silencio, Rojas sacó un paquete de colores con un regalo y le dijo: “Usted era libre cuando yo perdí mi libertad. Hoy yo estoy libre y usted encarcelado. Le traje esto porque sé que cuando uno no tiene libertad, necesita escribir”. Era una libreta.
Se rompe el hielo
Aprincipios de 2015, Viviane Morales se metió en la grande por cuenta de su propuesta de un referendo para que los colombianos, y no la Corte Constitucional, decidan si las parejas del mismo sexo pueden adoptar. La reacción más dura corrió por cuenta de Claudia López, quien acusó a Morales de discriminar a los gais y de basar su juicio en “prejuicios irracionales de una fe irracional”. López llegó incluso a hacer público un asunto familiar de Morales, por lo cual la primera fue duramente criticada por la opinión.
Desde entonces, las dos mujeres, antaño aliadas en temas de género, casi no habían vuelto a hablar y, sobre todo, nunca habían vuelto a sentirse cercanas. Pero el miércoles, en el Congreso de la República, se encontraron frente al recinto de la comisión primera. El saludo fue frío, pero poco a poco empezaron a entrar en confianza y salieron a caminar por un corredor del edificio.
López parecía relajada con su café en la mano, mientras que Morales, un poco más prevenida, habló primero de asuntos de trabajo. Al final se refirieron a la polémica, a la que ambas consideran magnificadas por los medios y la opinión. Admitieron, sin embargo, que siempre hace bien encontrar un espacio para dialogar. E insistieron, ambas enfáticamente, en que las diferencias deben existir en una democracia.
Paz entre eminencias
“Yo siempre he pensado que la cultura de debate en este país todavía es muy precaria, y esto, en el campo económico, ha llevado a decisiones equivocadas”. Mientas Eduardo Sarmiento hablaba el viernes en una terraza del edificio de SEMANA en Bogotá, Armando Montenegro lo miraba y asentía. Sin embargo, durante los últimos 20 años estos dos pesos pesados del pensamiento económico en Colombia han tenido más bien pocas coincidencias.
Montenegro ha defendido a capa y espada la apertura económica, pues, junto con Rudolf Hommes, fue uno de los encargados de sacarla adelante durante la administración Gaviria. Tanto, que consideraba en esa época que no se debía seguir protegiendo a “un puñado de empresas parasitarias, privilegiadas, que recibían grandes subsidios”. En la otra orilla estaba Sarmiento, quien calificó de “cínicos” a los funcionarios que promovieron la liberalización comercial y no tuvo pelos en la lengua para acusar al propio Gaviria de “montar la sociedad más desigual del mundo”.
El encuentro, por supuesto, no logró terminar el debate pero sí sirvió para dejar claro que es posible debatir a pesar de las diferencias. Sarmiento y Montenegro hablaron largamente de la crisis actual del petróleo y de la situación de los países del sur de Europa. Al final se dieron la mano, lamentando no haber podido quedarse para conversar más.
Chao, intolerancia
Tendencias
“Yo he dicho de todo sobre la comunidad LGBTI, pero quiero que entiendan que lo mío es defender mis principios”. Mientras hablaba, Marco Fidel Ramírez tenía frente a sí a Brigitte Baptiste, acaso la representante más mediática de esa comunidad en Colombia, quien no tuvo ningún problema en comprender lo que decía. Pues a pesar de estar en extremos distintos, estos dos personajes saben lo que es la intolerancia.
Ramírez ha sido blanco de críticas y burlas por su forma de pensar y por el radicalismo de algunas de sus propuestas. Baptiste, que hace 17 años decidió vestirse de mujer y hoy lidera la escena transexual en Colombia, cuenta que aún hoy hay gente que la ve y se detiene para gritarle en la calle, sin importar si está con sus dos hijas. A ambos, sin embargo, nada de esto los ha afectado, sino más bien los ha impulsado. Así, coinciden en el liderazgo y en la lucha por una causa.
Al final del encuentro, Ramírez le regaló una Biblia, y ella le confesó que le encanta el Evangelio de San Juan. Y el concejal también hizo una confesión: que él no había tenido una familia como la que había querido. Su mamá era una humilde campesina y su padre los abandonó cuando él era niño. “Quizá por eso insisto tanto en construir familia”, dijo. Ambos lamentaron no haber tenido antes un espacio para dialogar. Y se quejaron, pues consideran que en Colombia pensar distinto sigue siendo difícil.
Periodismo sin fronteras
Ajuzgar por sus preferencias políticas, Hollman Morris y Claudia Gurisatti están en orillas distantes. Él lideró el Canal Capital con la bandera del petrismo, y ella asumió el mando de Noticias RCN con el fin de darle un revolcón a la forma de cubrir el proceso de paz desde la visión del uribismo. Cualquiera podría creer que Morris y Gurisatti no quieren verse ni en pintura, y de hecho llevaban años sin encontrarse.
Pero la percepción demostró ser equivocada el miércoles, cuando Morris entró al salón donde Gurisatti lo esperaba. Se saludaron efusivamente: con abrazos, sonrisas y preguntas sobre la vida. La razón: ambos fueron compañeros de estudio y amigos. Durante la charla no faltaron las pullas, pero siempre con respeto e, incluso, con espacio para el humor. “A Claudia le dicen que ella volvió a RCN el Fox News colombiano, y yo no disiento mucho de esa percepción”, dijo él, mientras ella alzaba las cejas. “Pero déjenme decirles algo: a mí me dicen que fui el director del Telesur colombiano”.
Ambos se consideran blanco de ataques excesivos que, en redes sociales, perciben incluso como un matoneo sistemático. Pero están convencidos de que solo con el ejemplo y, como periodistas, desde el uso del lenguaje se puede construir una verdadera paz.
Hombres de acción
Primero hubo tensión. Alfredo Rangel entró serio al salón e Iván Cepeda lo recibió con una cara larga. Pero el solo apretón de manos alivió el ambiente, y las cosas mejoraron cuando tomaron asiento y Cepeda comenzó a hablar de paz. Ambos coinciden en que es posible, pero no necesariamente por lo que se firme en La Habana, sino sobre todo por lo que hagan los colombianos: respetar principios que no son negociables como el derecho a la vida y el respeto al otro.
La charla fluyó, y Cepeda y Rangel terminaron hablando de los proyectos que deberían llevar a cabo juntos. Los temas fueron curiosos: una política sobre el agua, y, ya casi jocoso, una ley que les permitiera solucionar uno de los asuntos que más ira les produce a los dos en el Congreso: la ausencia de tantos colegas durante las sesiones. “Ese sería un proyecto en pro del país”, dijo Cepeda con ironía.
No era la primera vez que se encontraban. Es más, en el Congreso suelen toparse y lo único que les queda claro cuando lo hacen es que, a pesar de estar en orillas distintas, deben respetarse. Antes de la despedida, Cepeda comentó que está sorprendido porque cada vez lo invitan más a participar en foros con sus adversarios, por ejemplo, algunos militares retirados. Rangel le confesó con una mezcla de melancolía y humor que en cambio “a mí ya no me volvieron a invitar a ninguna parte”.
La congresista y el exguerrillero
Al principio, María Fernanda Cabal no quería acceder al encuentro. Tenía reparos sobre la finalidad de un escenario donde la pondrían a hablar con una persona contra la cual tenía tantas críticas. “Sentía que no tenía que exponerme a esto”, confesó luego durante la cita mirando a los ojos a su interlocutor. “Pero al final me dije: voy a ir, voy a hablar claro, y también porque quiero conocerlo mejor a usted”. Carlos Velandia escuchó con atención y fue paciente y respetuoso mientras ella enumeraba crímenes de la guerrilla y lanzaba duras críticas al gobierno y al proceso de paz.
Luego él tuvo la palabra. Pero antes de hablar le dio un regalo: un libro de ensayos suyos titulado La paz es ahora, carajo. Y le recomendó especialmente leer un texto en el cual “dejo claro que una reunión Uribe-Santos le daría a este país un impulso necesario para alcanzar una paz real”. Velandia habló de su paso por la cárcel y de las lecciones que eso le dejó: pues, según él, le permitió dejar de ver al país y, sobre todo a sus enemigos, “a través de la mira del fusil”.
A ambos les habría gustado quedarse más tiempo para hablar. Pero aprovecharon los minutos antes de la despedida para intercambiar teléfonos y considerar una cita para conversar. Luego vino el abrazo. Un abrazo sincero que quedó para la foto y que refleja el enorme sentido de dialogar.
¡No a la violencia!
No parece bastar que Colombia ya tenga tantos problemas. En el último año se sumó uno desde un sector inesperado: el de los taxis y el servicio de transporte público en la ciudad. La llegada de la empresa tecnológica Uber a Colombia y éxito en cuatro ciudades colombianas fue un alivio para miles de ciudadanos, pero un motivo para la furia del gremio de los taxis amarillos. Esta última ha llevado a algunos taxistas de Bogotá a recurrir a la violencia, a organizar persecuciones e, incluso, increpar a los usuarios.
Ante las alarmas que estos hechos han generado, SEMANA intentó reunir a los líderes de ambas partes: el gerente de Uber en Colombia y uno de los dueños de una de las empresas de taxis amarillos del país. El esfuerzo fue infructuoso, pero esto no impidió llevar a cabo un encuentro de paz. Este tuvo lugar a pocos metros del edificio de SEMANA. Dos conductores, uno de un carro blanco de Uber y otro de un amarillo, se bajaron de sus vehículos, se dieron la mano y conversaron. Las diferencias de opinión entre ambos eran abismales y el tono alcanzó a subirse en cierto momento de la conversación. Pero ambos quedaron satisfechos de haber hecho el ejercicio. E insistieron en que nada de esto puede llevar a la violencia.
La foto que falta: la de Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe Vélez.