FRONTERA
Vacaciones en Venezuela: mal sueño para familia colombiana
Regresar de Isla Margarita a Medellín resultó toda una odisea. Su experiencia es un reflejo del caos en la frontera.
Las vacaciones de Nathalee Giraldo y su familia terminaron en el encierro de un cuarto de hotel en San Antonio del Táchira, en el que no había la mínima posibilidad de comprar comida.
Estar encerrados a diez cuadras de la frontera con Colombia, sin la posibilidad de comprar medicamentos o provisiones, escuchando helicópteros sobrevolar a ras de los techos, no son precisamente las vacaciones que uno se sueña.
“Esos dos días allá encerrados fueron una odisea terrible, primero por la alimentación. Allá no hay nada qué comer. El comercio está cerrado. Muy pocas personas abrían sus negocios. Lo único que se encuentra es mecato y gaseosas”, dice Nathalee.
Esta familia antioqueña se encontraba en Isla Margarita para el momento en el que Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, dio la orden de cerrar la frontera entre San Antonio y Cúcuta por el término de 72 horas.
Al no haber vuelos directos entre Isla Margarita y Cúcuta, la única opción era tomar un avión que los llevara al aeropuerto internacional de Santo Domingo, Buenaventura Vivas, con escala en Caracas.
De Santo Domingo la única opción era tomar carretera hasta San Cristóbal y de ahí a San Antonio del Táchira. Para el sábado ya se oía en los noticieros que Maduro había decretado el estado de excepción y que estaba deportando a cuanto colombiano se cruzara por frente a la guardia.
Según datos de Migración Colombia, en la mañana de este lunes, Venezuela había deportado a 751 colombianos, esto es, 612 adultos y 139 menores de edad. “De esta cifra, 514 personas se encuentran en albergues en Cúcuta y Villa del Rosario”, reportó esta oficina colombiana.
“Pero nos decían que no podíamos acercarnos a la frontera porque nos disparaban. La tensión que se vive en este momento es muy grande”, continúa Nathalee.
Los colombianos, así cuenten con estatus legal, tienen miedo de encontrarse con un miembro de la Guardia Venezolana, los mismos que patrullan día y noche las calles de San Antonio. “La presión es terrible porque lo primero que hacen es requisarlos, pedirles pasaporte. Y si no les encuentran todos los papeles, inmediatamente se los llevan”, continúa esta joven.
Tal como se aprecia en las fotografías, en los hoteles de esta ciudad fronteriza venezolana no hay cupos. Y en las habitaciones ocupadas están durmiendo hasta 12 personas. Ante la imposibilidad de cruzar la frontera por vía legal, hay venezolanos que por 500.000 bolívares ofrecen pasar colombianos por río o por una trocha.
“Nosotros no queríamos salir de ilegales, ni pagar ese dinero. No tomamos esa decisión. Preferimos viajar por tierra hasta Arauca, en un viaje de siete horas. En ese trayecto hubo muchos retenes, nos revisaban los equipos, pasaportes, documentación. En el último trayecto, el cónsul estuvo pendiente de nosotros para poder salir del país con los sellos respectivos. Ya estábamos muy agotados”.
Pese a que la familia de Nathalee no tuvo la mejor de las experiencias en Venezuela, estas vacaciones sí les sirvieron para ser más conscientes de lo que ocurre en el vecino país.
“Tenemos que mirar hacia ese país. La gente está aguantando hambre. Tienen que hacer fila por todo. La tensión se vive hasta en las estaciones de gasolina. Los conductores sólo pueden tanquear una vez por día y son estrictamente vigilados por la Policía Bolivariana o por un fiscal de turno. Nosotros no podemos seguir siendo indiferentes a lo que está pasando allá”.
En el momento de la publicación de esta nota, Nathalee y su familia ya estaban de regreso a Medellín, después de pasar por Arauca y Bogotá, es decir, tres días más de viaje, como parte de las vacaciones más tortuosas de las que tuviesen memoria.