PERFILES

Las vidas que apagó un conductor ebrio

Ana Torres y Diana Bastidas murieron tras ser atropelladas por Fabio Salamanca.

María del Pilar Camargo, periodista de Semana.com
17 de julio de 2013
Ana Torres y Diana Bastidas | Foto: Archivos particulares.

Una colisión de dos vehículos, en la madrugada del pasado 12 de julio, giró en 180 grados varias vidas. Desde ese día, cuatro familias lamentan ese momento, cuando Fabio Andrés Salamanca -en estado de embriaguez- despedazó el taxi que conducía Holman Iván Cangrejo, y en instantes, terminó con las vidas de Diana Milena Bastidas y Ana Eduvina Torres, quienes pidieron el taxi después de la una de la mañana, luego de trasnocharse en su oficina.

Las historias de vida de Diana y Ana coinciden sorprendentemente. La semana entrante cumplían años. Diana, 27; y Ana, 29. Ambas amaban la ingeniería de sistemas, y en algún momento de sus vidas, trabajaron como docentes. Sus familiares cuentan que las dos jóvenes eran responsables, exigentes y hogareñas. Sin duda, sus proyectos de vida concluyeron muy rápido.

Semana.com visitó las casas de Diana y Ana y habló con sus familiares sobre ellas.

“Veía mucha televisión y podía verse 20 veces la misma película. ‘Otra vez está viendo Toy Story I’, le decía. También veía mucho Crepúsculo y la molestaba: ‘Qué dirían allá en su oficina, usted toda ingeniera y toda fanática de Crepúsculo’”, recuerda Júnior Bastidas, el hermano mayor de Diana. María Camila, la hermana menor, lo interrumpe: “Últimamente, le gustaba ver unas novelas japonesas”.

Júnior tiene 30 años y María Camila, 17. La mente de una mujer mayor que ellos, de 33 años, también se llena de recuerdos. Ella es Marta Torres, una de las hermanas de Ana. “Tengo muchos recuerdos de mi hermana cuando era pequeña, jugábamos mucho, le encantaban los perros y los gatos. Convivimos todo el tiempo en el campo, en una vereda”.

Juan Carlos Montoya, quien desde hacía siete años era el novio de Ana, también habla sobre la mujer de su vida. "La conocí hace unos ocho años en un curso de fotografía en la Casa de la Cultura de Fusagasugá, y al poco tiempo nos hicimos novios y compartíamos todos los días. Era una niña echada pa´lante, trabajadora, emprendedora...".

Montoya recuerda los momentos inolvidables de su convivencia. "Mi madre la quería muchísimo, todos en mi familia la apreciaban. Ella me impulsó a meterme en la universidad y hoy curso octavo semestre de ingeniería agronómica (...) Con ella tenía las mismas pasiones: nos gustaba la fotografía y éramos amantes de la naturaleza. Recuerdo que le empezó a gustar un grupo de rock que me gustaba a mí, y escuchábamos esa música cuando arreglábamos la casa. Le encantaba como cocinaba, decía que yo era su chef preferido... Su comida favorita era la carne en bistec con ensalada de remolacha y zanahoria".

Tanto Diana como Ana eran profesionales. Diana “era muy pila”, dice su mamá, Mercedes Cubillos. El bachillerato lo estudió en los colegios bogotanos Claretiano y El Rosario, en este último ofrecían énfasis en informática. “Ahí fue cuando se enamoró de los sistemas. Nunca habló de otra carrera”, aclara su madre.

En el 2008, Diana se graduó como ingeniera de sistemas de la Universidad Autónoma de Colombia, donde trabajó varios meses. En ese mismo tiempo y hasta el 2011, laboró en el Instituto Británico, donde comenzó como profesora y terminó como administradora general de tres sedes. “Los alumnos la querían mucho. Era muy amiguera”, relata Mercedes.

A comienzos del 2012 empezó su camino en Local Systems, que la contrató para trabajar en BBVA. “El 2 de septiembre del 2012 se fracturó una mano, pero durante la incapacidad, personas del banco le pidieron que trabajara con ellos directamente a partir de octubre (…) Se preocupaba demasiado por todos los trabajos y no se negaba a explicarle a algún compañero”, cuenta Mercedes. “Tuvo como tres ascensos en el año. Ella siempre buscaba ascender. Creo que habría llegado muy lejos”, agrega su hermano.

Roberto Bastidas, el padre de Diana, recuerda que en los últimos meses llevó a su hija al banco en dos ocasiones y la esperó. Eran las tres de la mañana. “Si algo pasaba en el banco y no podía solucionarlo desde la casa, ella debía salir a la hora que fuera. Me decía que se iba en un taxi, pero prefería llevarla porque la calle en Bogotá es muy insegura y peligrosa”.

A diferencia de Diana, Ana vivió gran parte de su vida en el campo. Su primaria la estudio en una escuela de una vereda cercana a Fusagasugá, mientras su bachillerato lo cursó en la Normal Superior de Pasca. El destino la llevó a ser profesora de niños del grado kínder. Tras dejar la docencia estudió ingeniería de sistemas en la Universidad de Cundinamarca.

“Ella perteneció a la Casa de la Cultura de Fusagasugá. Escribía muchos poemas. Le gustaba la música clásica y lírica, y la fotografía. También dibujaba espectacular”, recuerda su hermana Marta, quien no olvida que en diciembre llegó a Local y a BBVA. “Estaba muy contenta. Su patrón me contó que mi hermana era una berraca porque estaba al frente de tres proyectos súper difíciles y los había sacado adelante sin errores. A veces trabajaba hasta la una de la mañana. Era muy responsable”.

De los siete hermanos, Ana fue la única que estudió. “Mi hermana hizo su carrera con mucho sacrificio. Con un trabajo en un internet de Fusa se pagó sus fotocopias y sus pasajes. También hizo toda la gestión para hacer una especialización en la Universidad de Cundinamarca y estudiar en las noches de los viernes y los sábados durante el día. Ya tenía todos los papeles listos porque empezaba a estudiar la primera semana de agosto”, recuerda Marta, quien no evita llorar ante el equipo periodístico de Semana.com.


Marta Torres, la hermana de Ana. Foto: Diana Sánchez / SEMANA

Sus familias y sus amistades

Mientras Diana tenía muchos amigos y le gustaba hablar por teléfono y celebrar eventos como un ascenso o un ‘baby shower’, el día más feliz de Ana era el viernes, cuando viajaba a Fusagasugá para visitar a sus padres y su novio. Ella decía: “’¡Yupi, hoy es viernes!” cuenta Marta. “Mi hermana era el motor del muchacho porque ella era muy estricta. Hablaban demasiado, desde si había salido tarde del trabajo hasta qué comía. Era una relación muy chévere”.

Ni Diana ni Ana pensaban en ser madres, por ahora. “Ana anhelaba que mis papás tuvieran una casa en el pueblo y no trabajaran más en la finca. A ella no le importaba trabajar para mis papás y hacerse cargo de ellos. Tenía demasiados sueños con la familia, a la que agradecía por enseñarle a ser luchadora y trabajadora (…) Fue una excelente hermana, hija y compañera. Le gustaba ver películas e ir a piscina. Recuerdo que no le gustaba para nada Bogotá y llegó aquí por el trabajo. De la ciudad no le gustaban los trancones, la apretura de los transmilenios, el estrés”, relata Marta.

El novio de Ana piensa en los planes futuros que tenían como pareja. "Queríamos tener hijos cuando estuviéramos bien profesionalmente. Como ella conoció conmigo el mar y le gustaba muchísimo el (Parque) Tayrona y Taganga, nuestro sueño era vivir en la costa. Pensábamos en una finquita con cultivos, animalitos. No hablábamos sobre el matrimonio, hablábamos de que nos amaríamos siempre". El futuro ingeniero de 41 años también recuerda que tenían planeado viajar a Costa Rica y San Andrés, y celebrar el cumpleaños de Ana, el próximo 28 de julio, con un asado en la finca de sus padres.

Mercedes también asegura que su hija los hizo muy felices. “Me pongo a pensar cuál mal recuerdo tengo de ella y no lo encuentro. Solo buenos recuerdos. Era muy cariñosa y regañona con el papá: ‘Papi, me estás regañando a mi mami’, le decía. Ella me sabía reemplazar cuando yo no estaba. Sabía ocuparse de sus hermanos y prepararles comidas especiales”, narra la madre de la joven con lágrimas. Luego, se ríe y dice: “También se tomaba fotos con la perra”, a la que llamaba ‘Chuqui mami’.

“Diana siempre fue alegre y carismática. Ponía esos apodos lindos, a ninguno nos decía por el nombre. Tenía una forma especial de comunicarlo todo. Recuerdo que me molestaba porque me había quedado bajita... Se fue una profesional excelente. Voy a tratar de seguir ese camino que me dejó”, dice su hermana menor.

“Ella molestaba a mi papá y le jalaba las orejas. Siempre será la niña con quien crecí, crezco y creceré. Mi apoyo”, relata Júnior. “Ella me decía ‘orejitas, nariz’ y me tocaba la cara. Se encaramaba sobre mí y me hacía cosquillas”, recuerda su padre. “Uno se pregunta: ¿quién hará eso? No lo hará nadie”, responde su mamá.

En una triste confesión, la pareja de Ana reconoce que la última vez que se vieron, él sintió que ella se despidió para siempre. "Hubo muchas cosas que las veo como una despedida que ella me hizo. Cuando se fue el lunes, le empaqué su almuercito preferido sin saber qué pasaría esto. En la noche del viernes, cuando llegó, se quejó por el conductor del bus que la trajó desde Bogotá, decía 'ese viejo asqueroso parecía una bestia como manejaba, casi nos mata', ella llegó asustada y el sábado volvió a hablar de eso. También me dedicó una canción cubana que le dediqué hace mucho tiempo, El amor de mi bohío, que dice 'se ve a lo lejos el bohío, una manita blanca que me dice adiós', el día que se fue de nuevo para Bogotá me dijo: 'Ahora te la voy a dedicar a ti'".


Mercedes Cubillos, Junior Bastidas, María Camila Bastidas y Roberto Bastidas. La familia de Diana. Foto. Diana Sánchez / SEMANA

La gran lección

La familia Bastidas asegura que el hecho que acabó con la vida de Diana no fue un accidente. “Esto se pudo haber prevenido porque las calles no son pistas. A veces, nos acordamos de los derechos, pero se nos olvidan los deberes que tenemos hacia los demás”, dice Júnior. Su madre añade: “Cuando se maneja con licor no solo se irrespetan las vidas de los demás, sino la propia vida”.

“Diana era la que conducía cuando salíamos porque ella no tomaba esas veces. No encuentro la razón porque mi Dios tiene que llevarse a estas personas tan carismáticas, viendo en la calle tanta irresponsabilidad de la juventud. Duele mucho”, agrega Roberto, quien hace un llamado a los padres para que no presten el vehículo a sus hijos si estos van a tomar. “Recapacitemos. Está el conductor de los seguros o el carro se puede dejar en un parqueadero o en la casa de un amigo. No salgan a hacer daño. Un conductor alicorado en un carro se convierte en un asesino con un arma”.

Por su parte, Marta espera que se haga justicia. “Me gustaría que hubiera una ley en la que la condena fuera tal que diera miedo. En algunos casos no hay justicia y las personas siguen manejando embriagadas y causan mucho dolor a otras familias. Quiero una justicia bien dura y bien brava, que el hecho de tener dinero no sea la excusa. Igual, ante el de arriba no importa si hay dinero, en algún momento Él va a cobrar justicia a cada quien”.

"El daño que ese muchacho (Salamanca) me causó fue inmenso. Era mi mujer, la mujer que me adoraba con el alma y yo la amaba con el alma. Nuestros planes se derrumbaron. Estoy destruido...", relata el novio de Ana, quien rompe en llanto. "Quisiera que esto no quede en la impunidad y él pague con cárcel lo que causó, a la familia y a mí. ¿Ya qué se puede hacer? No la puedo tener", lamenta.

Finalmente, el padre de Diana le envió un mensaje a Salamanca. “Desafortunadamente, usted tiene que pagar, porque nos hizo un mal muy grande a cuatro familias, incluyendo la suya. Su familia debe estar también destrozada, pero lo visitarán detrás de muros y se tiene la esperanza de que algún día salga a la calle, pero, ¿nosotros qué, Fabio Andrés?, ¿cómo nos dejó usted? Con las manos vacías. Usted dejó de ser una persona próspera y pasó a ser un delincuente, porque usted asesinó a mi hija y la justicia tiene que seguir su rumbo… Ojalá que otras personas no cometan el mismo error”.


 Fabio Andrés Salamanca y el estado de los vehículos tras el choque. Foto. Diana Sánchez / SEMANA