LOS YUPPIES CONSTITUYENTES
Si la Constitución de 1991 resulta de la revolución de los sardinos, hay dos, sin los cuales esto no hubiera sido posible.
El día que entre en vigor la Constitución colombiana de 1991, César Gaviria, junto con Rafael Núñez, Rafael Reyes y Alfonso López Pumarejo, pasará a formar parte de la galería de próceres asociados con los grandes cambios institucionales, cuyos nombres los niños del futuro se tendrán que aprender de memoria y recitar en sus lecciones. Son ellos, los hombres que han determinado la historia constitucional de Colombia. Pero si la tenacidad política de César Gaviria será considerada el motor que hizo posible todo este proceso, para aquellos que se dediquen a leer la letra menuda, hay dos nombres que no podrán pasar inadvertidos: los de Manuel José Cepeda y Fernando Carrillo.
Todo este proceso de reforma constitucional arranca a principios de 1988 con un memorando que los entonces ministros de Gobierno y Comunicaciones, César Gaviria y Fernando Cepeda, presentaron al presidente Virgilio Barco. Allí se hacía un detallado análisis de la jurisprudencia constitucional de la Corte Suprema de Justicia y se concluía que nuestra centenaria Constitución podía ser reformada mediante un plebiscito o una Asamblea Constitucional, siempre y cuando el pueblo lo convocara. De esta manera, creían los ministros que se podía lograr una reforma de fondo sin que ésta tuviera que pasar por el Congreso y corriera la misma suerte de la Constituyente de López y la Reforma del 79, de Turbay.
Lo que no se sabía era que el autor del acucioso estudio de los ministros, no era ninguno de los firmantes, sino el hijo de uno de ellos. Se trataba de Manuel José Cepeda, un joven abogado que acababa de regresar al país con un máster de Harvard debajo del brazo y que era, por aquel entonces, asesor del gobierno en materias constitucionales, contratado por el Banco de la República. El tema no era nuevo para él. Su tesis, con la que culminó una carrera que mereció uno de los pocos grados cumlaude que ha otorgado la Universidad de Los Andes, sostenía precisamente que el control constitucional, más que un asunto jurídico, era un tema político. Su principal interlocutor sobre el tema era nada menos que el profesor universitario Fernando Cepeda: su papá.
Recogiendo la iniciativa de "Junior" los ministros Gaviria y Cepeda le sugirieron al Presidente que se podía aprovechar la proximidad de las elecciones que debían celebrarse el 13 de marzo de 1988, para convocar un plebiscito que terminó aplazado por la intervención del ex presidente Pastrana y el Acuerdo de la Casa de Nariño. Como resultado de este último, se decide hacer un referéndum cuyo texto debía ser sometido por el Congreso al pueblo. Sin embargo, el Consejo de Estado tumba este proyecto. Esto obliga al gobierno a replantear su estrategia de reforma constitucional y a recurrir al escarpado camino del Congreso.
En agosto de 1988, después de la crisis ministerial en que se retira del gobierno Fernando Cepeda, su hijo Manuel José, pasa a la palestra al ser nombrado asesor presidencial para asuntos constitucionales. La principal tarea de su nuevo cargo era la de orquestar el proyecto de reforma constitucional. Desde ahí prepara memorandos, escribe discursos, da sus opiniones al Presidente y hasta se enfrenta con el entonces ministro de Gobierno, Carlos Lemos Simmonds. Pero su empeño en reformar la constitución de Núñez y Caro vuelve a frustrarse en diciembre de 1989 cuando el gobierno se ve obligado a retirar el proyecto ante la inclusión de la no extradición en el texto de la Carta Fundamental.
Por el camino del lado, venía otro abogado de 27 años como Cepeda, que había sido siempre el primero de la clase como Cepeda, constitucionalista como Cepeda, con máster de Harvard como Cepeda y con ganas de hacer su propia constitución, también como Cepeda: Fernando Carrillo. Se habían conocido en Harvard donde estudiaron al tiempo. No tomaron ninguna clase juntos, pero fueron muchas las horas que pasaron a las orillas del río Charles y en los cafés de Boston, pensando en la necesidad de sacudir la Carta de Núñez y Caro, que según ellos no correspondía a las circunstancias de la Colombia actual y había perdido su vigencia. Se hicieron íntimos. Al punto de que el día que regresaba Cepeda a Colombia, Carrillo lo fue a despedir y, cual Bolívar en el Monte Sacro, frente a la salida 7 del muelle internacional del aeropuerto Logan de Boston, se dieron un gran abrazo y decidieron no ahorrar esfuerzos en su empeño de modernizar la vetusta constitución colombiana.
De regreso a Bogotá, Carrillo se había dedicado a la cátedra del Derecho y enseñaba simultáneamente en las universidades Javeriana, del Rosario y de Los Andes. En agosto de 1989, una semana después del asesinato de Galán, las universidades de Bogotá organizaron la Marcha del Silencio, de la cual Carrillo fue uno de los promotores. De ahí surge un gran movimiento estudiantil que busca un cambio fundamental en la estructura política colombiana. Se establecen mesas de trabajo sobre diferentes temas en todas las universidades del país. Carrillo entonces, echa mano de la oportunidad de coordinar aquella sobre temas constitucionales. De agosto a diciembre pasa tardes enteras presenciando desde las barras del Congreso, los debates sobre la reforma que cursa en ese momento.
Entre tanto Cepeda, frustrado por el retiro del proyecto del gobierno, llama a su amigo Carrillo en enero de este año y lo invita a comer al restaurante La Brochete en la calle 82 de Bogotá.Esa noche Carrillo, que estaba tan frustrado o más con el hundimiento, le presenta una fórmula que había estado madurando para resucitarlo. En esencia, consistía en aprovechar las elecciones de marzo para incluir un voto más cuyo texto decía:"Sí a la Asamblea Constituyente- No a los Auxilios Parlamentarios".
Carrillo continuó en su empeño y decidió recurrir a la decana de Derecho del Rosario, Marcela Monroy de Posada quien le dio todo su apoyo. Recurrió también al movimiento estudiantil donde recibió una acogida con reservas, que sólo se despejaron la víspera de la elección, pues les preocupaba que la papeleta se convirtiera en un cheque en blanco. La segunda semana de febrero fue determinante para todo el proceso. Carrillo publicó un artículo en El Tiempo donde por primera vez utilizaba la expresión "Séptima papeleta" y explicaba en qué consistía su proyecto. Inmediatamente tuvo una gran acogida y fue respaldado por un editorial de ese periódico pocos días despues. Esa misma semana el presidente Barco recibió a Carrillo y a 8 estudiantes. El precandidato Gaviria, apoyó de entrada el proyecto y fue el primero en hablar de él en la plaza pública. También tuvieron una audiencia con el ex presidente López quien les dijo que el espíritu de la Séptima papeleta era muy similar al de su candidatura disidente de 1962.López sugirió la fórmula de que se dictara un decreto de estado de sitio ordenando que se contara la papeleta. A raíz de esta declaración, Carrillo busca a su amigo Cepeda con el propósito de conseguir apoyo en el gobierno para ese decreto.
Cepeda no estuvo de acuerdo con la idea. Tenía un argumento de fondo y otro de forma. En cuanto al primero, consideraba que no existía una teoría constitucional para evitar que el decreto que autorizaba el conteo de las papeletas fuera declarado inexequible por la Corte. En cuanto al segundo, pensaba que las elecciones estaban muy cerca, que no había suficiente tiempo para dar a conocer el proyecto y que, por ende, era un error "dejarse contar".
A pesar de que no se consigue la expedición del decreto, Carrillo persiste.Los adeptos eran cada día más numerosos y el problema más grave que tenía la víspera de las elecciones- la impresión de la ya denominada Séptima papeleta- se supera con la ayuda de El Tiempo, El Espectador, César Gaviria, Juan Martin Caicedo, Fernando Botero y Diego Pardo que regalan un millón de papeletas por cabeza.
En su discurso del 10 de marzo el presidente Barco apoya la Séptima papeleta. Se adelanta una campaña radial que invita a la gente a elaborarla " por que ese es el voto libre". Carrillo aprovecha su condición de comentarista invitado en RCN para promoverla durante el 10 y 11 de marzo. El éxito es grande y a pesar de los problemas, lo gran contar extraoficialmente cerca de dos millones de votos.
A raíz de los resultados, el ya entonces candidato Gaviria, llama a Carrillo a formar parte de su equipo. Desde su nueva posición se dedica, con el apoyo del candidato, a promover su proyecto hasta que el pasado 3 de mayo el gobierno expide el Decreto 927 de 1990, mediante el cual se autoriza el conteo de la papeleta en favor de la Constitu yente. El 27 de mayo los colombianos se pronuncian abrumadoramente por el Sí. De ahí en adelante la historia es bien conocida.
El 7 de agosto, Cepeda y Carrillo que habían venido luchando desde diferentes trincheras por una reforma constitucional, se encuentran por fin en los corredores de la Casa de Nariño combatiendo juntos. El martes de la semana pasada eran sin duda, los dos colombianos más contentos. De ellos se tiene hoy en día opiniones polarizadas. Pero lo que no se puede negar, es que sea un éxito o un fracaso, la reforma constitucional que se inicia no se hubiera podido llevar a cabo sin ellos.