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Morir para contarlo

Manuel Vicente Peña, fallecido hace más de un año, sigue alborotando con sus denuncias. ¿Quién era este hombre que desde ultratumba inquieta a tantos?

10 de noviembre de 2002

Hasta comienzos de octubre El general Serrucho, un ídolo con pies de barro, la obra póstuma del periodista Manuel Vicente Peña editada por la desconocida Fundación Deberes Humanos, era uno de los 10 libros más vendidos en Colombia. Un hecho sorprendente para un verdadero mamotreto que por su calidad, aun en los ejemplares que se consiguen en las librerías, parece pirata y que, pese a lo burdo de la edición, vale 36.000 pesos. Lo cuantioso de la cifra se pone de presente cuando se tiene en cuenta que Vivir para contarla, la autobiografía de Gabriel García Márquez, editada con todas las de la ley por Norma, cuesta 49.000 pesos. Si el libro del Nobel se vende por el sólo prestigio de su autor y por la seguridad de encontrar en sus páginas líneas memorables, ¿por qué se vende tan bien el de Peña, que está a años luz de ofrecer calidad literaria? La razón está en las temerarias afirmaciones que hizo, justo en uno de los momentos más críticos de la Policía Nacional, sin dejar títere con cabeza.

A lo largo de las 662 páginas de El general Serrucho se revelan intimidades de la vida personal de muchos oficiales y sus familias, se describen los entresijos y las luchas intestinas de poder en la cúpula de esta institución, se publican los secretos a voces que se comentaban en voz baja en los corredores de la Dirección General de esta fuerza armada y se destapan algunos de los recientes escándalos policiales más sonados. El libro es demoledor y apasionado. Tal y como lo habían sido en su momento El narcofiscal y La traición de Andrés Pastrana, las dos obras anteriores de Peña. Ahora se rumora que va a ser publicado el segundo tomo de El general Serrucho. Si esto resulta cierto es seguro que el nuevo libro le sacará canas a más de uno y producirá más de un dolor de cabeza. ¿Cómo es posible que después de llevar más de un año muerto, Manuel Vicente Peña siga dando tanto de qué hablar y siendo tan polémico como lo fue en vida?

Vida extrema

Hace unos años, durante una comida, el empresario Carlos Ardila Lülle le preguntó con curiosidad al médico Jaime Pastrana que quién era ese tipo del que todo el mundo hablaba (refiriéndose a Manuel Vicente Peña), tan amigo de su hermano Juan Carlos. Enrique Santos Castillo se le adelantó a todos con la respuesta y, palabras más palabras menos, le dijo: "Carlos, es el único tipo más rico que tú en Colombia". O por lo menos pudo haberlo sido en una época. Manuel Vicente Peña fue hijo único del abogado Juan Manuel Peña Dávila, un excéntrico miembro de la clase alta a quien todos conocían como 'Pipo', y de Gloria Gómez Sierra, nieta de don Pepe Sierra, uno de los hombres más acaudalados de Colombia a comienzos del siglo XX y heredera de uno de los mayores hatos lecheros de la Sabana de Bogotá. Peña nació en cuna de oro pero cuando murió, el año pasado, en el hospital de Funza, apenas si tenía lo justo para sobrevivir. Entre estos dos instantes vivió al extremo. "El nunca fue café con leche en nada", dice el abogado Luis Xavier Sorela, quien fue su amigo desde la adolescencia.

Peña estudió primaria en el Liceo Francés y luego hizo tres años de bachillerato en el San Carlos. Allí lo conoció Sorela. En esta época el futuro periodista, según recuerda su amigo, era un estudiante normal, muy bueno académicamente, pero sin ningún rasgo que permitiera vislumbrar su futuro de rebeldía hippie. Lo que sí mostró desde entonces fue esa capacidad de inmersión profunda en los temas por los que se apasionaba. Sorela no olvida, por ejemplo, que a los 12 ó 13 años Peña investigó y se aprendió de memoria los nombres coloniales o republicanos de todas las calles y carreras del barrio La Candelaria. En el colegio también nació su pasión por la radio y la televisión. En quinto de bachillerato Peña y Sorela se retiraron del San Carlos.

El primero se fue a vivir a Princeton, donde una charla de Thimothy Leary, uno de los gurúes legendarios de la generación de los 60, le cambió la vida en forma radical. Peña vivió en el Greenwich Village neoyorquino, rodeado de la pomada del movimiento contracultural de los 60. Trabajó en un periódico underground y participó en el rodaje de una película con el artista pop Andy Warhol. Después de un tiempo regresó a Colombia con una importación alucinante en su cabeza: el 'hipismo'. En el país se convirtió en Manuel Quinto (por aquello de que la V de su segundo nombre es el número cinco romano), el rey de los hippies. En 1971 fue uno de los organizadores del Festival de Ancón, la versión criolla de Woodstock, y en el callejón de la 60, el escenario por excelencia de los hippies made in Colombia, montó un almacén de ropa llamado Las Madres del Revólver.

Del 'hipismo' al periodismo

Manuel Quinto abandonó el mundo del flower power y volvió a ser Manuel Vicente Peña gracias a la ayuda de su padre. Juntos fundaron la Asociación Nacional de Choferes no Matones, a la cual se consagró en cuerpo y alma el ex hippie. En una camioneta, que reforzó con rieles de tren, potentes reflectores y que en vez de chapas tenía un candado y unas cadenas, hasta hacerla parecer un tanque y no un vehículo familiar, se dedicó a buscar accidentes de carretera. Cuando encontraba uno tomaba fotos, ayudaba a sacar a las víctimas y envalentonaba a los sobrevivientes para que denunciaran a los conductores imprudentes responsables de su tragedia. Peña se volvió una pesadilla recurrente para los choferes de flota. Sus denuncias encontraban eco en El Tiempo porque Enrique Santos Castillo, gran amigo de su padre 'Pipo', le tenía aprecio. Por este camino fue incursionando en el periodismo. Trabajó en las cadenas radiales Super, Colmundo, Todelar y Santa Fe, escribió el libro Las dos tomas sobre los trágicos sucesos del Palacio de Justicia en 1985 y su cuarto de hora le llegó cuando la familia Pastrana fundó el diario La Prensa.

En este medio Peña dio rienda suelta a su tenacidad de sabueso para investigar y a su escritura hiperadjetivada. Allí también se gestaron los temas que no lo abandonaron hasta el día de su muerte: la violación de los derechos humanos por parte de la guerrilla, las minas antipersonales, los presuntos abusos de poder de personajes como el fiscal Alfonso Gómez Méndez o el general Rosso José Serrano, entre otros. Con estas historias Peña era como los pitbull, que cuando muerden no sueltan a su presa por ningún motivo y ejercen sobre el área que tienen entre sus fauces una presión descomunal. Presión que el periodista liberaba sólo cuando aparecían sus obras publicadas. La última, si es cierto que comenzará a circular la segunda parte de El general Serrucho, podrá ser considerada con razón el último suspiro de un hombre apasionado al extremo que aun después de muerto sigue alborotando el avispero.