POLÍTICA

“Se comen el cuento porque les alimentan el ego”

Olga Albornoz, expresidenta de la Asociación Colombiana de Psiquiatría y experta en salud mental comunitaria, habló con SEMANA sobre la psiquis de los votantes y los candidatos en la actual campaña electoral.

11 de noviembre de 2017
Los candidatos que creen que pueden ganar sin siquiera figurar en las encuestas tienen ideas delirantes

SEMANA: En la actualidad se han postulado 53 candidatos a la Presidencia, entre los cuales hay hombres y mujeres de todos los perfiles. ¿Por qué razón personas que ni siquiera salen en las encuestas creen que pueden ganar?

OLGA ALBORNOZ: Estamos en un momento especial de la política, en el que por fenómenos como el de Trump o Macron se ha generalizado la idea de que cualquiera puede ser presidente. Buena parte de esos 53 creen que sus posibilidades están dadas precisamente por por no haber estado antes en la política. Creen que ser empresarios o venir del sector privado los convierte en outsiders con posibilidades. Se olvidan de que Trump además de empresario es político y de que Macron, siendo joven, es un gran estratega.

SEMANA: ¿Cree que racionalmente esos candidatos consideran que la crisis de los partidos les da más posibilidades?

O.A.: Sí. Y algunos creen que tienen más posibilidades si se presentan como ajenos a la política. En su cabeza están dos ideas: “Es el momento de todos” y “me lanzo, porque en este contexto de incertidumbre quién quita que yo gane”. Pero la mayoría de argumentos que ese tipo de candidatos se dan a sí mismos para justificar sus posibilidades no son del todo ciertos. Las clases políticas están desvalorizadas, pero ahí están. Las maquinarias, que no son buenas ni malas, siguen funcionando en este país que es extremadamente político.

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SEMANA: Pero ¿por qué alguien que ni en el mundo político ni en las encuestas es un candidato viable se come el cuento de que puede ganar?

O.A.: Recientemente, Nikole Malliokatis, la candidata republicana a la Alcaldía de Nueva York que perdía en todas las mediciones, dijo en una entrevista que tenía “sus propias encuestas”. Las encuestas a las que se refería son las de los grupos que la seguían, los asesores y la gente que iba a votar por ella. Aquí pasa algo similar; más de uno se come el cuento porque sus asesores le alimentan el ego y el narcisismo, y le hacen creer un delirio. Las ideas delirantes no tienen piso de realidad, pero se siguen defendiendo. Los candidatos que creen que pueden ganar sin siquiera figurar en las encuestas tienen ideas delirantes.

SEMANA: ¿Está diciendo que, en Colombia, un candidato puede tener ese delirio por llenar un salón comunal o por encontrarse un grupo de seguidores que lo aplauden?

O.A.: Exactamente. Mucha gente decide ir a un salón comunal a oír un candidato porque dan un tamal y una gaseosa. Llenar un salón es relativamente fácil. El delirio lo tienen los candidatos que a pesar de no figurar en las mediciones y tener niveles casi nulos de reconocimiento, creen que la mayoría de la gente va por ellos. Es un delirio creer que sin reconocimiento se puede ser presidente. Y es un disparate creer que llenar un salón comunal o incluso un estadio es una condición suficiente para llegar a la Casa de Nariño.

SEMANA: ¿Cuál es la explicación psiquiátrica de que, más allá de lograr reconocimiento, haya desconocidos que tengan el delirio de ser presidentes?

O.A.: Se trata de una falta de juicio de realidad. Obviamente, hay gente que sí tiene posibilidades, pero entre ellos no está el problema. Está en la mayoría que no las tiene. Y es que hay muchos que sienten que ser candidatos alimenta sus hojas de vida, pero una vez lo son sienten que pueden ser elegidos. “¿Quién quita que lo logre?”, se preguntan.

SEMANA: Los candidatos que no tienen sentido de la realidad, y sienten que las adulaciones son suficientes para elegirlos, no tienen conciencia de que se están sobreactuando?

O.A.: No. En el caso de los que no tienen posibilidades pero se las creen no hay esa conciencia. Su ego y su narcisismo hacen que se blinden con una armadura. Y esa armadura no es permeable de afuera hacia adentro. Son personas que no oyen, no entienden y cuestionan a quienes les dicen que no se metan en esa aventura. No creen en las encuestas e insisten en que una cosa es lo que estas dicen y otra lo que pasa en la calle. Acomodan las mediciones a su favor, y todo lo vuelven una posibilidad. Más de uno dice, por ejemplo, que es mejor tener niveles bajos de reconocimiento para construir una imagen positiva desde ceros. “O estás conmigo o estás contra mí”, así piensan quienes pierden el sentido de la realidad. Por la noche llegan a su casa, se acuestan y sienten que mañana tendrán más adeptos.

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SEMANA: Después de la elección, ¿tampoco caen en cuenta de que estaban en una aventura sin futuro?

O.A.: Algunos aterrizan, otros no. Goyeneche, el ‘eterno candidato a la Presidencia’, fue ejemplo de eso y lo intentó varias veces entre 1958 y 1970. Los candidatos que deliran pierden incluso conciencia de lo que vale una campaña política y dicen que lo quieren seguir intentando.

SEMANA: Una reciente medición del Centro Nacional de Consultoría dice que el 61 por ciento de los colombianos tiene un perfil autoritario. Como experta en salud mental comunitaria, ¿cómo ve esa realidad?

O.A.: El autoritarismo en Colombia tiene razones históricas. Desde la Colonia y la Conquista fuimos educados en que la legitimidad del poder está dada por la capacidad de ofrecer soluciones (paternalismo) en el corto plazo. El día a día es lo nuestro. En Colombia nos acostumbramos a lo que en psiquiatría llamamos falta de prospección. El péndulo político cambia cada cuatro años y temas como la educación, que son de largo plazo, no son rentables.

SEMANA: ¿Cómo se articulan las visiones de corto plazo con el autoritarismo?

O.A.: Por un lado, porque ese 61 por ciento quiere soluciones inmediatas, que en teoría les proponen políticos con personalidades más autoritarias que reflexivas. Y por otro, porque desde la Colonia estamos acostumbrados a que los políticos nos guíen. Los juicios críticos son pocos, la cultura política es débil, y la gente respeta a los poderosos solo porque tienen poder. Además, el político autoritario da recetas de cocina y como elector siento que ‘decide por mí’.

SEMANA: Esta campaña está marcada por el miedo, que se difunde desde todos los sectores aún sin razones objetivas. Se habla de miedo al castrochavismo, miedo a que los acuerdos de paz se vuelvan trizas, miedo a que las Farc hagan política. ¿A qué se debe el miedo generalizado?

O.A.: El autoritarismo trae miedo y se reproduce en contextos de baja cultura política, en los que es más fácil obedecer que cuestionar. En un país de crianza y educación autoritaria, el pensamiento crítico es débil. Y el miedo no es exclusivo de esta campaña. Antes era el miedo al narcotráfico, a los liberales, a los conservadores y a la oposición. Los colombianos solemos votar más, no por el que nos ayude, sino por el que nos defienda. Para cambiar ese chip, hay que promover una educación política que le permita a la gente defender posiciones políticas y dejar de creer noticias falsas. Los miedos, basados en el arraigo de esas noticias, son promovidos por simplificaciones a las que acuden los políticos autoritarios y que no son cuestionadas por buena parte de la gente.

SEMANA: La paz vuelve a estar en el centro del debate de la campaña. ¿Por qué lograr un acuerdo que le puso fin a una guerra de 50 años no fue una fiesta colectiva?

O.A.: Primero, porque muchos no hemos estado acostumbrados a la paz. Segundo, porque la paz va más allá de la firma de un acuerdo con las Farc. El narcotráfico, las bacrim, la inseguridad siguen estando ahí. Y tercero, porque las narrativas de la paz no han sido adecuadas. Quienes las han promovido hablan de ‘perdón y olvido’. Pero el perdón es una decisión personal.

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SEMANA: ¿Cuál habría sido la narrativa ideal para posicionar la paz?

O.A.: La narrativa ideal habría sido la de la convivencia: firmamos un acuerdo para no matarnos y convivir como adultos. No necesariamente para perdonar, menos después de años de resentimiento y de haber dividido el país, desde el discurso político, entre buenos y malos. Llama la atención que hasta quienes firmaron la paz insisten en que hicimos un acuerdo con los malos, pero siguen considerándolos malos. La educación para la paz debe estar orientada más hacia la convivencia que hacia el perdón.