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Atención: Gana el No en el plebiscito para la paz

La victoria del No en las urnas con el 50,24 % pone en entredicho el proceso de paz con las FARC y deja a Colombia ad portas de una crisis institucional. ¿Qué va a pasar?

2 de octubre de 2016
| Foto: Álvaro Sierra / SEMANA

Los resultados de este domingo en las urnas no habrían podido ser más sorpresivos. Al momento, el rechazo al proceso de paz supera el 50 % sobre el 49 % que se fue con el Sí. En principio, es difícil precisar las consecuencias inmediatas de esta decisión dado que no hay un solo escenario sino varios, que van desde un arreglo a la brava para llegar a una fórmula de paz alternativa, hasta que las dos partes se paren de la mesa definitivamente y vuelva a comenzar el conflicto armado.
 
Lo primero que hay que decir es que con la victoria del No, Santos no podrá implementar los acuerdos. Así quedó consignado en el fallo que la Corte Constitucional publicó en agosto donde explica que el plebiscito es un acto político que obliga al presidente a cumplir lo que el pueblo ordene con su voto. Por lo tanto, ahora cuando el pueblo ha dado su negativa, todos los procesos jurídicos posteriores a la firma de los acuerdos quedan suspendidos.
 
En el papel, esto significa que los procedimientos legales que estaban dispuestos para arrancar la implementación quedan sin piso. El primero es el Acto Legislativo para la Paz, el cual había habilitado un proceso transitorio y expedito (fast-track) para agilizar la aprobación, a través de proyectos y reformas constitucionales, de lo pactado con las FARC.

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Este acto legislativo también le había dado facultades extraordinarias al presidente para pasar proyectos con fuerza de ley en temas relacionados con la paz y sobre todo tenía el propósito de blindar constitucionalmente el Acuerdo Final y darle el título de Acuerdo Especial en los términos de los convenios de Ginebra. Sin embargo, dado que todos los instrumentos de este Acto Legislativo estaban condicionados a la refrendación popular, ya no podrán entrar en vigencia.
 
No obstante, el presidente cuenta aún con as bajo la manga. En su fallo la Corte aclaró que la falta de competencia para implementar lo pactado no cubre sino el acuerdo derrotado en las urnas, pero que el presidente mantiene las facultades que otorga la Constitución como responsable directo del manejo del orden público. Por lo tanto, tiene el derecho de seguir buscando la paz con un acuerdo distinto, que podría someter a un plebiscito, aunque esto no sería necesariamente obligatorio, pues, como se ha dicho, la refrendación ha sido un ofrecimiento voluntario del presidente y no una exigencia constitucional.
 
En ese caso, jurídicamente, existe la posibilidad de que el presidente modifique el acuerdo de La Habana ahora cuando los colombianos lo han rechazado. Lo que no significa automáticamente que ambas partes regresen a la mesa a renegociar.
 
No habría cese ni dejación de armas
 
Cuando el presidente Santos y el expresidente Gaviria hablaban durante la campaña de que con la victoria del No el país volvería al terrorismo urbano y el enfrentamiento fratricida de hace unos años, se interpretó como un argumento exagerado para inducir a votar por el Sí. Mucha gente consideraba imposible volver a la guerra porque ni la guerrilla, ni el Gobierno, ni los colombianos lo deseaban. De hecho, todas las partes expresaron en el pasado que, ante una eventual derrota en las urnas, buscarían otras salidas jurídicas para salvar el acuerdo.
 
Ese escenario es muy incierto y la verdad es que no se puede saber lo que va a pasar. A pesar de que las partes no lo quieran, algunas consideraciones de orden práctico desembocan en eso. Para comenzar, el No deja sin piso el cese del fuego y hostilidades bilateral y definitivo. Eso quiere decir que de inmediato se debe comenzar a desmontar el dispositivo de concentración de las FARC, en el que estaba previsto que participara la ONU. Detener este proceso significa que los guerrilleros no se agruparan en las Zonas Veredales de Normalización ni en los campamentos dispuestos para este propósito y que por consiguiente, no van a entregar las armas. Aunque se creía que el presidente podía decretar una nueva tregua bilateral para resolver el impase jurídico que significa la victoria del No en las urnas, la realidad del país deja sin cabida esta posibilidad. Dado que el Estado no cuenta con los recursos para mantener a las FARC durante esa posible tregua, es muy probable que la guerrilla vuelva a la extorsión, el narcotráfico y la minería ilegal para financiar sus estructuras. Ante esta nueva realidad, la fuerza pública deberá actuar contra ellas y es muy probable que estos enfrentamientos resultarán en tragedias que radicalicen la postura de las dos partes.
 
Por otra parte, el concepto de renegociación es difícil de solucionar en la práctica. Además de las razones militares mencionadas, algunas consideraciones políticas y económicas complican las cosas. Cuando se hablaba de renegociación, se infería por las encuestas que la gente rechazaba sobre todo el modelo pactado de justicia transicional. En la última encuesta Colombia Opina de Ipsos- Napoleón Franco, el 88 % de los colombianos dijeron que los jefes guerrilleros debían ir a la cárcel y el 75 % no quería que participaran en política. A eso se suma que algunos sectores de la opinión exigian que las FARC entregaran el dinero que se presume tienen escondido.
 
Pero el tema de la cárcel es innegociable para las FARC. Es un asunto de honor. Ellos no quieren volver al monte, pero prefieren hacerlo antes que aceptar que los traten como criminales. Así lo plasmaron en las tesis que discutieron durante la Décima Conferencia de las FARC hace dos semanas en los llanos del Yarí. En el documento, las FARC aclaran:, “No contemplamos en absoluto la renegociación de un acuerdo cerrado y construido con tanto cuidado. No hay otro posible, como no lo fue en el pasado”. Por lo tanto, aún con la victoria del No, no habrá celdas con barrotes.
 
La participación en política es un tema difícil de renegociar en especial porque la esencia de todo proceso de paz negociado es cambiar las armas por los votos. Eso lo reconocen hasta los críticos. Por lo tanto, la representación que consiguieron las FARC en el Congreso con cinco curules en el Senado y cinco en la Cámara, y 16 circunscripciones especiales territoriales, es un asunto de fondo al que difícilmente se le daría marcha atrás.
 
Y sobre el dinero, el problema es que, al igual que pasó con Pablo Escobar y los paramilitares, nadie sabe cuánto tienen ni dónde está. Y en ese sentido, todo depende de la voluntad política de las FARC. Ellos aceptaron en el acuerdo participar en la reparación material, pero es difícil que vaya más allá de eso, pues su plata está más en caletas y en extensiones de tierra que en bancos suizos. Por lo tanto, es un punto en el que el Gobierno no tuvo instrumentos para negociar ni los tendrá para renegociar.
 
Lo anterior deja la impresión de que con la derrota del Sí en el plebiscito, el margen de renegociación es bastante limitado. Lo de la cárcel es un inamovible para las FARC y bajo ninguna circunstancia aceptarían nada diferente de la justicia transicional, que a regañadientes aceptaron en La Habana. Lo hicieron para blindar el proceso frente a una posible intervención de la Corte Penal Internacional, que no acepta impunidad total para los delitos de lesa humanidad.
 
Por lo anterior, la derrota en las urnas de un acuerdo escrito con filigrana y cuidado durante cuatro años, y por el que el presidente Santos se jugó su capital político, significa que cualquier modificación que se podría hacer sería marginal. Tal vez por eso Santos descartó esa posibilidad desde el principio a pesar de que la Corte Constitucional abrió esa puerta. Para él y para las FARC, este acuerdo significaba todo o nada. Con una aprobación de apenas el 49,76 %, este fracaso en las urnas lo deja en la lona en términos políticos y con muy poca gobernabilidad para una renegociación, sobre todo ahora cuando se comienza a debatir en el Congreso la reforma tributaria. Lo mismo le puede suceder a Timochenko y al secretariado, quienes no sólo han tenido que negociar el contenido de los acuerdos con el Gobierno sino con sus bases. Con esta caída, su liderazgo interno se deteriora y se fortalece la línea dura.
 
Algo que poco se mencionó durante la campaña al plebiscito fueron las consecuencias económicas que pueden llegar ahora cuando ha ganado el No. La comunidad internacional ya se había hecho a la idea de una Colombia en paz. Varios de los mandatarios que asistieron a la firma del acuerdo final el lunes 26 de septiembre se comprometieron con ayudas para el posconflicto que habría de comenzar al día siguiente al plebiscito. Sin embargo, con los resultados de este domingo es probable que es inversión no llegue al país. Para expertos como Armando Montenegro, Rudolf Hommes y Bruce Mc Master, la pérdida de esa expectativa podría producir efectos como los que tuvo el brexit en el Reino Unido. La incertidumbre inevitablemente se traducirá en una caída en la economía.
 
El anterior escenario, sin embargo, es preocupante pero no es el único. Cómo volver a la guerra es hoy un riesgo real, muchos creen que otros poderes y protagonistas podría intervenir en los próximos días o semanas para evitar que el triunfo del No se convierta en un rompimiento total.

Seguramente en los niveles nacional e internacional se moverán fichas para reacomodar en alguna forma las cosas. El gobierno de Estados Unidos, el Vaticano, la ONU y múltiples jefes de Estado presionarán para evitar el hundimiento. En Colombia el único paso a seguir sería darles legitimidad a los acuerdos a través del Congreso. Algunos puntos, como los que tienen que ver con tierras, drogas y participación política, se pueden tramitar como iniciativa legislativa de los partidos que apoyan al presidente, lo cual lo dejaría a él con el sartén por el mango.
 
No obstante, la realidad de este resultado en el plebiscito es que el gobierno de Santos pasará a la historia como otro de los que intentaron hacer la paz y fracasaron. Es paradójico que a pesar de ser el único que logró un acuerdo con sus enemigos, no haya podido convencer a su pueblo de las bondades del mismo. Y aunque puede que este no sea el último capítulo de la paz en Colombia, por el momento es claro que se desperdició un esfuerzo demasiado grande y que habría llevado al país demasiado lejos.