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Proceso de paz: la batalla por la opinión
Ya se siente en las calles el pulso entre el Sí y el No por el plebiscito para refrendar los acuerdos de paz en La Habana. ¿Cuáles son los puntos fuertes y débiles de cada uno?
Aún no se sabe si habrá plebiscito para refrendar los acuerdos de paz con las Farc y, si lo hay, no están determinadas plenamente las reglas del juego bajo las cuales se realizará. Sin embargo, las campañas ya se sienten en la calle.
El equipo del Sí se tomó la foto de su alineación titular el lunes pasado, después del Consejo de Ministros. Aparecen el presidente Juan Manuel Santos y el vicepresidente Germán Vargas Lleras, rodeados de los ministros y funcionarios más cercanos. Todos, sin excepción, llevan en la solapa el símbolo de la nueva estrategia: una paloma que ya no es blanca, sino que está formada por dos manos que se unen y que lleva los colores de la bandera nacional.
La evolución de la paloma busca enviar el mensaje de que lo que está en juego no es “la paz de Santos”, como señalan algunos críticos del proceso y que en lugar de dividir, el tema de la paz debe servir de convergencia a colombianos de distintos credos y colores. En los días siguientes, el logo del “Sí a la Paz” apareció en camisetas que vistieron estatuas y monumentos históricos en las principales ciudades del país.
En la otra orilla también hay movimiento. Después de las manifestaciones que el Centro Democrático promovió el 2 de abril, para cuestionar el modelo de negociación de La Habana y fustigar en general al gobierno de Juan Manuel Santos, los uribistas pusieron en marcha una ‘firmatón’. Hasta el 11 de septiembre, en todos los departamentos y en otros países, se pondrán a consideración de los ciudadanos una proclama y una planilla en la que se van acumulando las firmas de quienes quieren expresar su acuerdo con el texto.
Se trata de una declaración de diez puntos que recoge, en general, las críticas que la oposición uribista le ha hecho al proceso de paz: pide cárcel para los autores de delitos de lesa humanidad y narcotráfico, exige la entrega de las armas por parte de las Farc, cuestiona la elegibilidad futura de quienes han estado en la guerrilla, y rechaza que se incorporen a la Constitución los acuerdos de la mesa por medio de la figura –que denomina “truco”– de acuerdos especiales humanitarios, contemplados en los protocolos a los tratados de Ginebra.
En la parte de arriba de la planilla, aparece el logo y el eslogan de “No Más”, seguido de varios de los temas que concentran la oposición del Centro Democrático al gobierno: desgobierno, impunidad, corrupción, desempleo, impuestos, paz armada. En el fondo de estos símbolos también está el amarillo, el azul y el rojo. Para el uribismo, la firmatón es una especie de fase dos de la “resistencia civil” puesta en marcha por el expresidente Álvaro Uribe, que se inició con las marchas callejeras hace dos meses.
Informales por ahora
En estricto sentido, ni el “Sí a la Paz” de Santos ni el “No Más” de Uribe son campañas formales para recoger votos en la eventualidad de un plebiscito. En primer lugar, porque hasta que se pronuncie la Corte Constitucional no se sabrá si este tipo de votación se llevará a cabo. Ya hay ponencia, positiva, pero no habrá una decisión final antes de un par de meses. Los nueve magistrados no se limitarán a tumbar o darle la bendición a la ley y podrían modularla para incluir criterios sobre la manera como debe ponerse en práctica.
Y en segundo término, porque en la mesa de La Habana no se ha llegado a un acuerdo sobre el mecanismo para refrendar los acuerdos y las Farc han expresado su oposición tajante al plebiscito. Esos dos factores de incertidumbre podrían concluir con una fórmula alternativa como la consulta popular. El propio Partido de la U, a través del senador y miembro del equipo negociador con las Farc Roy Barreras, ha puesto en marcha una propuesta de consulta que considera un plan B ante el incierto panorama del plebiscito.
En las dos orillas hay razones adicionales para no lanzar aún las campañas definitivas. En la del gobierno, hay restricciones de tipo legal. No puede lanzarse una empresa proselitista para una elección que todavía no tiene vida normativa. Menos aún bajo la mirada inquisidora de un procurador como Alejandro Ordóñez, al acecho de cualquier ‘papayazo’ gubernamental en materia de participación en política de los funcionarios. Ordóñez ya declaró que los miembros del gobierno no podrán hacer campaña por el Sí.
Aunque el gobierno considera que sí puede hacerlo, dentro de su potestad natural de promover su gestión –y el proceso de paz es la columna vertebral de su agenda- por ahora en la Casa de Nariño se impone la prudencia y la campaña en si aguardará hasta que la corte determine qué puede hacer y que no el gobierno en materia de proselitismo.
La foto de Santos y Vargas Lleras es una iniciativa de la Secretaría General, liderada por Luis Guillermo Vélez, y la Consejería para las Comunicaciones que dirige Camilo Granada en la Presidencia, estrictamente limitada a la difusión de un programa de gobierno. Pero por fuera de despachos y terrenos oficiales, Fabio Villegas –con apoyo del sector privado y con la agencia de publicidad Lowe, liderada por Francisco Samper-encabeza una fundación que hará la campaña formal para pedir el voto por el Sí en el plebiscito, referendo, consulta, o cualquiera que sea la opción que se adopte. Por otro lado, el exministro Lucho Garzón va a jugar un papel muy importante en acercar a los movimientos sociales, las oenegés y la izquierda. El ministro del Interior; Juan Fernando Cristo, será el responsable de coordinar los partidos de la Unidad Nacional y al Congreso, para que trabajen sincronizadamente en torno al Sí a la Paz.
En la orilla del uribismo la firmatón tampoco es una campaña para pedir el voto por el No. Es, más bien, una iniciativa del propio Uribe, que en materia operacional y logística está en cabeza de Óscar Iván Zuluaga, director del Centro Democrático. Y en el diseño de las piezas gráficas y del logo del “No Más” –de innegable parecido al que usa en Venezuela María Corina Machado- está Claudia Bustamante, en calidad de voluntaria.
Más que hacer un llamado directo al voto, el objetivo de la firmatón uribista es enviarle a la Corte Constitucional un mensaje contundente con la esperanza de que incorpore los puntos de vista del Centro Democrático en sus fallos sobre el acto legislativo que estableció el plebiscito y sobre la ley que se aprobó la semana pasada para blindar los acuerdos entre el gobierno y las Farc. Los uribistas consideran que sus críticas de fondo y forma no han sido escuchadas –ni mucho menos incorporadas–, pero piensan que la corte puede hacerlo. Llevarán al alto tribunal las firmas que se recojan en los próximos dos meses.
Resulta paradójico, pero el objetivo del uribismo con las firmas es que la Corte Constitucional modere los mecanismos diseñados por el gobierno Santos para implementar los acuerdos con la guerrilla, de la misma manera que lo hizo durante el gobierno de la seguridad democrática para evitar desafueros en dos de sus iniciativas fundamentales: el referendo de 2003 y el que en 2009 habría permitido la segunda reelección de Uribe para un tercer periodo. En el Centro Democrático no hay una decisión sobre qué hacer en el caso de que haya plebiscito o consulta. Un sector sería partidario de hacer una campaña activa por el No a los acuerdos de La Habana, y otro considera que sería más conveniente hacer un llamado a la abstención para deslegitimar el procedimiento y debilitar el proceso.
Sí o No
Pero más allá de aspectos formales, la realidad es que el gobierno y la oposición uribista ya están en la calle, enfrentados por el proceso de paz y calentando motores para definir el pulso en las urnas. Que uno y otro bando ya estén utilizando símbolos que involucran la palabra Sí y No, no es una coincidencia. Es una consecuencia de la realidad. Es casi seguro que en el segundo semestre de este año habrá algún tipo de votación para que los ciudadanos se pronuncien sobre los pactos de La Habana –una vez se firme el acuerdo final- y es muy probable que los debates electorales que seguirán después, y que culminarán con las presidenciales de 2018, agrupen a las fuerzas políticas según sus posiciones sobre el proceso de paz con las Farc.
¿Quién está en mejor posición para un debate de esa naturaleza? ¿Qué pesa más: el anhelo de un país en paz o el rechazo a los horrores que hicieron las Farc en el pasado? ¿Puede un presidente desgastado liderar una campaña proselitista con éxito? ¿Cambiará la percepción negativa de los colombianos –sobre el rumbo del país, Santos y las Farc- con la firma de un acuerdo final?
Y un punto crucial: ¿qué papel jugarán las Farc en la campaña? Timochenko y sus compañeros no querrán ser convidados de piedra en un proceso político en el que se define su suerte y por eso no es descartable que busquen una forma de apoyar las iniciativas que fortalecen los acuerdos. Eso sí, cualquier respaldo de las Farc a la campaña del Sí puede ser contraproducente y restarle votos y de ahí el peligro de quedar matriculados en la alianza de partidos y fuerzas aglutinados en torno al santismo.
En principio, el Sí es una palabra más vendedora. “Es más fácil decir Sí que No”, según el semiólogo Armando Silva. “En términos de símbolos que se movilizan, le toca más difícil a la oposición impulsar el No, pues de modo escueto significa ir en contra del más preciado bien de una colectividad que es la paz”, agrega. Hasta el momento, las encuestas indican que el Sí arranca con ventaja. En las últimas versiones de los principales encuestadores del país, realizadas en momentos en los que el presidente Santos está en su punto más bajo –inferior al 20 por ciento– y en que reina un profundo pesimismo en la opinión pública, la intención de voto en un eventual plebiscito ha crecido, y el Sí es mayoritario: según Opinómetro, 57,2 por ciento contra 33,2; de acuerdo con Gallup, 66 versus 24. Y para Polimétrica, la relación es 61 contra 29. Todas estas mediciones fueron hechas en el último mes, y en todas gana el Sí.
Sin embargo, todo dependerá del diseño de las campañas. El publicista Carlos Duque, experto en comunicación política, afirma que “para el uribismo es mucho más fácil la comunicación porque trabajan alrededor del discurso del miedo”. Pero en la historia reciente de América Latina hay dos casos en los que la opción del No resultó victoriosa. En el plebiscito que sacó a Pinochet del poder en Chile, en 1988, la campaña de la oposición a favor del No apeló a una estrategia emotiva que miraba hacia el futuro, en lugar de pasarle una cuenta de cobro a la dictadura en el pasado y anunció un panorama positivo y optimista: “La alegría que viene”. Y en 2004 Hugo Chávez, en Venezuela, triunfó con el No a la revocatoria de su mandato con un mensaje dirigido a que los electores rechazaran un supuesto regreso a los desprestigiados gobiernos bipartidistas de Acción Democrática y Copei. El publicista político Germán Medina dice que “la clave es cómo volver el No un mensaje positivo”.
Decisiones...
Santos y Uribe están abocados a varias decisiones difíciles sobre el camino a seguir. El primero es qué tanto asociar el Sí y el No a causas personales del presidente y de su antecesor: el Sí con Santos, el No con Uribe. Para el gobierno será clave despersonalizar la campaña y convencer a los electores de que lo que está en juego es la paz, y no la evaluación del mandatario o de la gestión de su gobierno. Es una apuesta por el futuro y no un juicio al presidente. En el uribismo es todo lo contrario. La estrategia estará orientada a capitalizar el mal momento que atraviesa el presidente en las encuestas. Según Carlos Duque, “los que están con Uribe le creen a Uribe y los que están con la paz no le creen a Santos”.
Lo segundo es qué nivel de detalle sobre los acuerdos de La Habana debe entrar en los mensajes de la publicidad de las campañas. El exitoso mensaje por el No contra Pinochet sugiere que la emotividad es más valiosa, desde el punto de vista estratégico, que la explicación de detalles jurídicos y minucias formales sobre asuntos que son de difícil acceso para el ciudadano común. “Lo que se tiene que lograr en esta campaña es conectar con la gente, y conecta más lo emocional que lo racional”, según el publicista Francisco Samper. Sin embargo, mientras el gobierno necesita un equilibrio entre emoción y pedagogía, el uribismo le puede sacar más provecho a darles visibilidad a los famosos ‘sapos’ incluidos en los largos textos acordados en La Habana. Las banderas de la cárcel para los autores de delitos graves y la no elegibilidad de los exguerrilleros en la política es vendedora. Cada bandera gravita en su epicentro emocional: la justicia y la muerte política alimentan la indignación, y la posibilidad de un país en paz, alimenta la ilusión.
En tercer lugar, resultará fundamental el juego de alianzas políticas. Desde el punto de vista de organizaciones formales, hay más partidos con la paz que con el uribismo. Esta semana la Alianza Verde anunció su apoyo al “Sí a la Paz”, a pesar de estar en oposición a casi toda la agenda del gobierno Santos, y es casi seguro que el Polo Democrático asumirá una posición semejante. Lo que, sumado a las fuerzas que están en la Unidad Nacional –La U, liberales, Cambio Radical y un sector conservador- compone una maquinaria sólida, que la oposición no tiene. El uribismo, sin la misma estructura política, tendrá que mantener el contacto directo con la gente mediante instrumentos como la firmatón.
En el momento previo al inicio formal de la campaña, todo indica que la polarización política puede conducir a una batalla de miedos. El jueves, en el Foro Económico Mundial en Medellín, el presidente Santos hizo una sorprendente afirmación para defender el Sí: “Si no se aprueba el plebiscito regresaría la guerra y podría llegar a las ciudades”. En el uribismo dicen que el proceso de paz conducirá al ‘castro-chavismo’. Ninguno de los dos escenarios es cercano o posible. Pero que se utilice ese lenguaje dice mucho sobre los riesgos que tendrá un debate electoral sobre un tema controvertido y en un ambiente polarizado.
También el miércoles pasado, después de aprobarse en el Senado la conciliación de la ley estatutaria sobre mecanismos de blindaje para los acuerdos de La Habana, hubo un duro pulso, con tono y bochinche de zambra, entre el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, y el senador Álvaro Uribe. Hubo gritos, golpes a las curules, de los senadores uribistas.
Todo esto muestra la importancia de lo que está en juego. Pero también suscita interrogantes sobre si Colombia está preparada para el trámite político de una decisión tan trascendental como acabar una guerra de medio siglo. Un hito que requiere responsabilidad y sentido de la historia en la batalla por la opinión que se avecina. Algo que, por ahora, no se ha visto en forma suficiente.