Un revolucionario hecho capo. | Foto: Un revolucionario hecho capo.

NARCOTRÁFICO

En un galpón vivió sus últimos minutos ‘Megateo’

El narcotraficante murió en medio del estallido de los explosivos que permanecían ocultos en el lugar donde buscaba repeler el asedio de la Policía.

3 de octubre de 2015

En un galpón cayó quien se convirtiera en uno de los delincuentes más buscados del país. Con la caída de Víctor Ramón Navarro Serrano, alias ‘Megateo’, terminaron 25 años de la carrera delictiva de un hombre que pasó de revolucionario a narcotraficante.

De sus días de lucha por el poder del campesinado que libró en la guerrilla maoísta del EPL, pasó a ser un temido jefe de la producción de narcóticos, que azotó a la población de Norte de Santander.

El operativo

Ante el asedio y la persecución de las autoridades, el hombre no tuvo otra alternativa que resguardarse en el galpón donde se almacenaban tatucos y otros explosivos que tenían por objeto repeler cualquier ataque.

Los comandos especiales que llegaron al lugar gracias a su infiltración en zona rural del corregimiento San José del Tarra, en Hacarí (Norte de Santander) se enfrentaron a tiros con los hombres de ‘Megateo’ hasta que se produjo una explosión que acabó con la edificación donde aquel y sus cómplices trataban de hacer frente al ataque.

Durante 15 días integrantes de las fuerzas especiales le siguieron el paso. Consultando fuentes humanas y a través de trabajos de observación, establecieron los lugares que el capo escogía aleatoriamente para ir a descansar, luego de la arremetida de las autoridades contra él y su organización.

Tras la caída de este pez gordo del narcotráfico, fueron incautados dos fusiles, una pistola, granadas y munición, agendas, dispositivos electrónicos y memorias usb en las que se espera desentrañar toda su red de apoyo.

‘Megateo’ y el control a la población

Contrario a lo que se piensa, Navarro Serrano no era un hombre querido en la población. Aunque su dinero mal habido pudiera movilizar ciertas actividades económicas en las poblaciones donde tenía influencia, los habitantes del Catatumbo eran sus víctimas, no sus aliados.

Era él quien fijaba los horarios en los que la población podía movilizarse. Establecía restricciones a la movilidad, extorsionaba a comerciantes e impedía que los pobladores fueran visitados por familiares o amigos ajenos a esa región.

Según la Policía, había instaurado un régimen del terror en la zona, pues era el miedo que causaba en los pobladores y no su solidaridad lo que le permitía manejar libremente el cultivo y producción de coca en esa zona de Norte de Santander.

Tras reducirse el cerco sobre él en las últimas semanas, empezó a padecer un delirio de persecución, al punto de impedir el ingreso de cualquier foráneo a le región. Era tal su paranoia y tan grande su poder de decisión en la zona, que adelantó un censo tras el cual expulsó a quienes no eran oriundos del lugar y restringió el tránsito de vehículos en horas de la noche.